EL VICIO DE FUMAR Y SUS CONSECUENCIAS FUTURAS
Pregunta: El vicio de fumar, ¿es considerado un acto que ofende la dignidad de Dios?
Ramatís: El vicio de fumar no significa ofensa alguna a la magnanimidad de Dios, pues el Creador no puede ser alcanzado por las estulticias e ignorancias humanas. Los resultados malos del vicio del tabaco, no son consecuencia de sanciones divinas ni de penalidades correctivas aparte, y sí de la exclusiva responsabilidad del hombre vicioso. Sin duda, el vicio de fumar es un delito que la criatura practica para consigo misma, por cuyo motivo debe sufrir sus consecuencias nefastas, tanto en la salud física como en el periespíritu, debido al quebrantamiento de las leyes naturales del mundo terrestre, como las que rigen en el mundo astral, cuyos efectos tendrá que sentir después de desencarnar.
Pregunta: ¿Cómo podríamos comprender todo eso, respecto al fumador inveterado, y que no puede abandonar el vicio de fumar?
Ramatís: Naturalmente, se considera una víctima de su propia negligencia espiritual, pues se trata de una criatura que actúa voluntariamente contra sí misma en su integridad física, creando además una situación gravosa para la vida que lo aguarda más allá de la tumba terrestre. El fumador inveterado, es un infeliz esclavo que abdica de su propia voluntad, cediendo su comando instintivo a un cerbero implacable y exigente, como lo es el tabaco.
Pregunta: ¿Cuál es la opinión de los maestros espirituales sobre vuestra explicación?
Ramatís: El tabaquismo es una enfermedad que padece gran parte de la humanidad, debido a su proverbial displicencia dejándose esclavizar por el culto insano al "señor" tabaco, que lo subyuga tanto en la esfera de los pensamientos, en las relaciones sociales y en las aptitudes psíquicas, como interfiere también en el campo de las inspiraciones superiores. Todo aquél a quien domina ese vicio, intenta presentar sus razones personales para justificar su esclavitud a la tiranía del tabaco, que por haber desarrollado fuertes raíces, dirige su propio psiquismo. Unos, alegan que fuman para "matar el tiempo" o porque necesitan de recursos hipnóticos para calmar sus nervios; otros, atribuyen al humo lento del cigarro o de la cachimba, el poder de inspiración que necesitan para obtener éxito en los buenos negocios, o como incentivo en la producción literaria.
Actualmente ¡fuman profesores, médicos, militares, abogados, ingenieros, poetas, filósofos o científicos; fuman sacerdotes y malhechores; operarios y patrones! El vicio varía en cuanto a la técnica y al modo de quemar la hierba esclavizadora, que se ajusta conforme a la clase, fortuna, jerarquía o distinción social. Los de tierra adentro y aldeanos, fuman el maloliente cigarro de paja, o usan sarrosos pitos de barro; los hombres de clase media, fuman cigarros de papel, mientras que los más afortunados, se distinguen por el uso de vistosas pitilleras de aros de oro; chupan abultados cigarrospuros, o utilizan finísimas pipas que penden de sus labios ensalivados. ¡Pero es claro que esa ostensiva y pintoresca diferencia en el modo de quemar el tabaco, conforme a las aptitudes del individuo, no tiene valor alguno; pues el vicio acarrea a todos las mismas consecuencias nocivas y esclavitud mental execrable!
Notad que el fumador inveterado vive inconsciente de su propia esclavitud, pues mete la mano en el bolsillo, toma un cigarro, se lo pone en los labios y lo enciende, ajeno a todos esos movimientos que el vicio guía instintivamente. Es un autómata vivo y tan condicionado al vicio de fumar, que en general, desde el momento que retira la cigarrera del bolsillo hasta que enciende el cigarro, cumple exclusivamente una voluntad oculta, nociva e indomable.
En consecuencia, el fumador inveterado ya no fuma; estúpidamente es fumado: ya no comanda su voluntad, es dirigido servilmente por el tabaco. El comando subvertido en su psiquismo, como si se tratara de una entidad extraña, controla todos sus movimientos y se enseñorea de su automatismo biológico, para intervenir, a su bello placer en el espíritu del fumador, aunque éste atienda otras preocupaciones. Es una pérdida completa de la voluntad y del dominio de la criatura, pues su cuerpo físico se transforma en un vivo e inconsciente incinerador de tabaco.
Pregunta: A través de vuestras explicaciones, dejáis traslucir que el tabaco se transforma en una entidad tan objetiva que hasta parece poseer fuerza física. ¿No es así?
Ramatís: Realmente, ¡el tabaco es una entidad subvertida, que la mayor parte de la humanidad vive alimentando diariamente! La sirve dócilmente en su exigencia devoradora, tributándole culto y sacrificio por medio del humo fétido e irritante, a través de las vías respiratorias. El tabaco se torna, pues, en cerebro, en comandante y señor que, a través de varios ardides hipnóticos, como el cigarro, la pipa, el puro o la pitillera lujosa, satisface la negligencia viciosa y la vanidad humana, pero que actúa de modo subrepticio e impone su propia fuerza sobre la mecánica fisiológica de los fumadores. Aunque muchas personas afirmen que fuman por un inofensivo entretenimiento, son raras aquellas que consiguen librarse de la obsesión del tabaco que, imperiosa y mórbida, comanda su automatismo biológico y sus decisiones mentales.
Pregunta: Creemos que el vicio de fumar no es tan degradante ni pervierte tanto como el vicio del alcohol o de los entorpecedores, que llegan hasta modificar el aspecto de la fisonomía y armonía humanas. ¿No es verdad?
Ramatís: No estamos en desacuerdo con vuestras considera¬ciones; pero recordamos que el vicio del tabaco proviene de una raza atrasada, desconocedora de los sistemas de vida civilizada y sin credencial superior del espíritu humano, como eran los indios de la América Central, que los invasores españoles encontraron en las adyacencias de Tabaco, provincia de Yucatán. La Historia os narra que las naves de Cristóbal Colón, de vuelta de su segundo viaje a las nuevas tierras, llevaron muestras de tabaco a España. Más tarde, Monseñor Nicot, entonces Embajador de Francia en Portugal, obtuvo semillas de tabaco en los jardines del reino portugués y las plantó en su huerta, en los terrenos de la embajada. De ahí, pues, la denominación de "nicotina" dada a la principal toxina existente en el tabaco, en memoria de Monseñor Nicot. Poco a poco, el hábito de fumar se extendió por toda Europa, proliferando el comercio de tabaco y la industria manual de la confección de los cigarros. Pero no tardaron en surgir los primeros síntomas de envenenamiento por el humo, con las tradicionales jaquecas, mareos, vómitos y perturbaciones bronquiales, motivadas por la desesperada lucha del organismo físico en su defensa para no adaptarse a los terribles venenos que, de modo brutal, penetraban por las vías respiratorias y se diseminaban en la corriente sanguínea. No obstante la decidida campaña ofensiva contra el uso del tabaco, llevada a cabo por los médicos, reyes, príncipes, gobernadores y autoridades en general, su uso se extendió, infiltrándose en todas las capas sociales, aumentando entonces las competencias comerciales en la venta del tabaco, acabando por imponerse la detestable moda.
Es así que, en el siglo actual, cuando las costumbres se degradan en vísperas de la gran selección espiritual del "fin de los tiempos", el tabaco consiguió establecer su imperio tóxico, antihigiénico y tonto, que tuvo origen en el vicio inocente del indio ignorante que se divertía aspirando el humo de las yerbas irritantes. No hay duda que para los salvajes, fue un gran éxito la venganza contara los civilizados —tan orgullosos de sus realizaciones morales y científicas— viendo que pasaron a imitarlos en la estupidez de llenar también sus pulmones de gases fétidos...
En el pasado, únicamente los hombres y mujeres de mala reputación fumaban y bebían públicamente. Hoy, fuman casi todas las personas de las distintas clases sociales; pues hasta el sacerdote que desde lo alto del púlpito excomulga los pecados y los vicios humanos, después de la ofrenda religiosa enciende su finísimo cigarro mientras las cenizas caen sobre los versículos de la Biblia, que estudiaba para el sermón del día siguiente...
Pregunta: ¿Podéis explicarnos ese carácter obsesivo del tabaco, que describís como un cerebro o un "señor" que nos domina a través del vicio de fumar?
Ramatís: ¿Queréis una prueba evidente de la acción obsesiva del tabaco? Reflexionad sobre la actitud del fumador inveterado que puede pasar largo tiempo sin comer y a veces, hasta sin beber, ¡pero se descontrola y se desespera con la falta del cigarro! ¡La falta de satisfacción de ese vicio lo pone completamente angustiado, con el psiquismo excitado e incontrolable! Su deseo es terriblemente obsesivo: ¡fumar! Y esa acción obsesiva y oculta del tabaco, se recrudece a medida que el individuo se descuida de su comando psíquico después que abrió la puerta de su voluntad a tan indeseado huésped.
Poco a poco, el fumador ya no se satisface con 10 ó 20 cigarros al día; aumenta la cantidad a 30, 40 ó más, volviéndose cada día más vicioso ¡pero nunca saciado! Entonces, procura disminuir la acción tóxica del humo por medio de filtros modernos de pitilleras especiales, o se dedica al uso de la cachimba elegante, engañado por la pretendida acción inofensiva del humo maloliente manufacturado astutamente con fines comerciales, para disfrazar su efecto nocivo. ¡Es así como el fumador crea, en torno suyo, un ambiente ridículo que llenaría de envidia a los viejos caciques masticadores de tabaco!
Para atender la implacable exigencia del "señor" tabaco, el fumador gasta una parte de sus economías en la adquisición del cigarro; comúnmente, se irrita por el defecto del encendedor automático, que unas veces no tiene combustible y otras exige la reposición de una nueva piedra. Cuando fuma en cachimba, carga, al salir de la casa, el estuche apropiado para guardar el instrumento de holocausto al dios tabaco, se provee del limpiador del tubo, de la lata de tabaco, o, si no, lleva consigo el cortador de cigarros puros, la incómoda cigarrera o un puñado de filtros para la pitillera. Ante la perspectiva de un viaje, de un picnic o de una visita, ¡lo que primero le preocupa es el cigarro! Si le faltara, no pondría reparo a sacrificio alguno; pues si fuera necesario, viajaría hasta la ciudad próxima, perdería el almuerzo o subestimaría la cena nutritiva, pero en modo alguno se arriesgaría a que le faltara su inseparable alimentador del vicio que lo domina.
Sometiéndose pasivamente a ese obsesor imponderable que comanda su psiquismo, ensucia de ceniza sus trajes, los tapetes, las toallas o las ropas de la cama, dejando su marca de nicotina por todos los lugares por donde pasa. De vez en cuando, corre a apagar un principio de incendio cuyo origen fue el descuido en tirar el fósforo encendido que cayó sobre la lujosa poltrona, o la colilla del cigarro caída sobre el tapete o la servilleta de la mesa. Hasta la hacienda heredada puede ser destruida por el fuego, debido al uso del tabaco o al tizón con que el campesino enciende su típico cigarro.
De acuerdo con lo que aseguran las estadísticas de las compañías de seguros, la tercera parte de los incendios son producidos por descuidos de los fumadores inveterados. Es indudable que sólo puede ser de naturaleza obsesiva, ese hábito nefasto que hace al fumador perder hasta el sentido lógico de la prudencia y poner en peligro su propia vida.
El fumador que pierde su control mental quemando el cigarro entre los labios displicentes, es realmente un obcecado, no obstante se quiera disculpar el vicio asegurando que es inofensivo. ¡Cuántos fumadores, a la hora del reposo en el lecho acogedor, se afligen al verificar que les falta el cigarro, al extremo de no vacilar en enfrentar intemperies o noches avanzadas, para salir en busca de su cerbero cruel! ¡Aun no acaba de caerles el café en el estómago, y ya el vicio les impone el deseo de fumar; aún no acaban de abandonar las cubiertas del lecho para hacer la acostumbrada higiene bucal, y lo primero que echan en el bolsillo del pijama, es el paquete de cigarrillos que se hallaba en la mesita de cabecera!
Pregunta: Hemos tenido conocimiento que muchos de los grandes hombres han fumado. Lord Byron, consideraba el tabaco como un motivo sublime, y Bulwer Lytton, gran novelista y poeta, fumaba también, asegurando que el humo es un excelente calmante para los nervios. ¿Cómo podéis explicar ese hecho?
Ramatís: Muchos de los llamados "grandes hombres" de la Tierra, aunque se destaquen admirablemente en los sectores científicos, académicos o artísticos de vuestro mundo, aún pueden ser víctimas de peligrosas pasiones y convertirse en esclavos del mundo astral inferior. Lo que menos sabe el hombre, es conocerse a sí mismo; y sobre esto, no podéis tener dudas. Los "grandes" de la espiritualidad, casi siempre son los más humildes de la Tierra, manteniéndose libres de cualquier vicio o cosa que pueda esclavizarles el espíritu al yugo de las pasiones animales. Además de ser humildes, heroicos o serviciales cuando están encarnados, son muy celosos de su integridad espiritual.
Como no hay privilegios en el curso evolutivo del alma para el logro de su ventura sideral, "a cada uno le será dado según sus obras", y aunque algunos fumadores inveterados son criaturas de nobles sentimientos, no podrán eximirse de la acción nociva del tabaco en sus periespíritus, ni del deseo vicioso después de la muerte del cuerpo material.
Pregunta: Hemos leído, también; que Rudyard Kipling, el insigne autor, además de ser un fumador inveterado, acostumbraba decir que "un buen cigarro, aunque sólo dure media hora, nos envuelve en humo inigualable". ¿No os parece digno de consideración que cerebros de tanto talento estimen el tabaco?
Ramatís: Aunque tal concepto pueda haber partido de un espíritu tan inteligente como lo era Kipling, no por ello deja de existir visible contradicción entre el hombre inspirado que escribió admirables poemas, y el hombre común que, amoldado a las circunstancias del mundo, elogió el humo del tabaco. Es grande la diferencia del espíritu del hombre que compuso inolvidables poemas, comparado con el "hombre-carne" que, después, ensalza el supuesto placer concedido por el "inigualable" humo nocivo del cigarro. El contenido filosófico de sus poemas, es una afirmación que el hombre verdadero es el que se libera por completo de las convenciones del mundo, de la mentalidad es¬trecha y viciada del pueblo, y sobresale por encima de todas las vicisitudes y condicionamientos humanos,
Recordamos, por eso, la preciosa advertencia de otro espíritu consagrado en el mundo, que fue Pedro, cuando dice: "Porque todo aquél que es vencido, es también esclavo de aquel que lo venció" (II-2:19). Sin duda, aquel que es vencido por el humo del cigarro, es obvio que también será su esclavo.
Pregunta: Sucede que entre las autoridades médicas hay desacuerdo sobre la cuestión del tabaco, pues algunas afirman que el humo es inofensivo al organismo, mientras otras alardean hasta del peligro del cáncer pulmonar y de otras enfermedades peligrosas, que pueden provenir por el humo del tabaco. ¿Qué podéis decirnos al respecto?
Ramatís: Por desgracia, vuestra humanidad se deja orientar por los conceptos subversivos y sofismas inspirados por los espíritus viciados de las sombras, que rodean de toda suerte de caprichos e imprudencias al terrícola indiferente para con su destino espiritual. A tales espíritus astutos, les interesa desarrollar cada día, el reinado del vicio en el mundo que dejaron, ya que así los propios encarnados les servirán de instrumentos dóciles para satisfacer sus deseos enfermizos, obstaculizados con la muerte del cuerpo físico. Por tanto, siembran la confusión y subvierten las advertencias de los mentores espirituales, procurando contradecir las opiniones sensatas, entre los hombres, con respecto a los vicios comunes. Así sucede con el vicio del tabaco, que varía hasta en la opinión médica, dividida en juicio favorable y desfavorable, sembrando la duda sobre los efectos dañinos de los venenos del tabaco, en la delicadeza del organismo humano.
Pese a que es suficiente un simple examen de laboratorio para revelar la naturaleza agresiva de la nicotina alcaloide que existe profusamente en el tabaco, el hecho es que la mayoría de los médicos fuma y cuida a sus clientes con los dedos teñidos de amarillo por la acción de la misma nicotina, o mal consigue disfrazar la carraspera del fumador inveterado. Consecuentemente, el científico, el médico o el sabio viciado en el tabaco, no podrá opinar sobre la conveniencia o inconveniencia de fumar, pues si todavía no se ha liberado del pernicioso vicio, tampoco posee el mérito suficiente para imponer un sensato esclarecimiento científico.
Pregunta: Afirman algunos médicos, que el organismo humano crea resistencia suficiente para neutralizar los efectos nocivos del tabaco. ¿Qué opináis?
Ramatís: Desde luego, no desconocéis las reacciones violentas que se producen en el fumador poco habituado al tabaco, cuando, al fumar su primer cigarro, le causa síntomas terribles de envenenamiento obligando al organismo a movilizar los más desesperados recursos para producir con urgencia antitoxinas defensivas contra los venenos del tabaco. Sin duda, a medida que el hombre se va viciando cada día más aumenta el número de cigarros y su organismo se ve obligado a movilizar mayores defensas, hasta que llega a fumar, sin peligro inmediato, una carga de nicotina capaz de matar diez hombres abstemios al tabaco. Mientras bastan 50 miligramos de nicotina para matar un fumador novato, el fumador viciado soporta hasta 120 miligramos sin consecuencia mortal, en vista de su entrenamiento condicionado que le procura defensa contra el tabaco.
Pero, el hecho que el organismo humano tenga siempre sus defensas orgánicas movilizadas para una resistencia amplia y permanente, no comprueba que el humo del tabaco sea .inofensivo, toda vez que esa defensa elogiable de la red orgánica, sólo se procesa a través del gasto oneroso de fuerzas y energías que son sustraídas a otras regiones del cuerpo físico, que las dejan debilitadas contra otros brotes de enfermedades peligrosas.
Durante la guerra, y para enfrentar cualquier ofensiva peligrosa, el comando militar ordena desesperada concentración de tropas en el punto de la zona amenazada, es obvio entonces que el resto de la misma queda a merced de cualquier malhechor atrevido. Así sucede con las defensas orgánicas, que son movilizadas por la naturaleza contra los venenos del tabaco, gastando sus reservas para neutralizar las grandes dosis de nicotina, mientras el resto del organismo queda a merced de microbios y virus de cualquier tipo de enfermedad. Además, la reglamentación de esas energías para combatir la nicotina del tabaco, obliga al cuerpo a establecer nuevos procesos químicos que debilitan y operan otras necesidades orgánicas.
Pregunta: ¿Cuál es la opinión de los espíritus de vuestra esfera sobre el vicio de fumar, por parte de nuestra humanidad?
Ramatís: Es evidente que en nuestra esfera no estimulamos ese vicio deprimente, pero reconocemos, que el humo del tabaco, además de los perjuicios psíquicos causados en el Más Allá del Túmulo, es un veneno lento que lesiona el cuerpo físico en la Tierra. Además de la nicotina, el tabaco contiene venenos peligrosos que son fácilmente identificados en los análisis de laboratorio, entre los cuales se destacan los ácidos tánico, pectósico, málico, nítrico, oxálico, el amonio, los extractos nitrogenados, y otras sustancias ofensivas. En el humo, se puede percibir la presencia del ácido cinhídrico, más o menos, a base de 0,10 gramos por cada 20 gramos de tabaco analizado. El fumador inveterado inhala también cierta cantidad de gas venenoso en la forma de óxido de carbono, y, aunque sea absorbido en pequeña cantidad, exige también la movilización de otras defensas importantes del organismo.
Pregunta: Conocemos personas que han logrado vivir hasta cien años, no obstante haber fumado ininterrumpidamente, ¿Cómo se explica eso?
Ramatís: Aunque se verifique el caso de criaturas que logran vivir un centenar de años, fumando y demostrando buena salud, como en los casos de campesinos y esclavos africanos del Brasil colonial, el humo del tabaco siempre es un terrible enemigo de la criatura humana. Sin duda, la mayoría de la humanidad no consigue inmunizarse satisfactoriamente contra sus efectos perniciosos. No vemos razones sensatas para seguir fumando y sufrir las consecuencias por el hecho de notarse algunas excepciones en criaturas que aunque fumen exageradamente, gocen todavía de salud. Es de sentido común que las resistencias orgánicas varían de individuo a individuo, por cuyo motivo, ¡lo más sensato, es no fumar! Todas las lesiones orgánicas son afectadas por los venenos del tabaco. El cardíaco, principalmente, es una de las mayores víctimas de la nicotina y de los ácidos venenosos del tabaco, pues su respiración, perturbada por la insuficiencia del trabajo del corazón, se perturba aún más con los tóxicos volátiles que le afectan los bronquios y los pulmones. Los hepáticos —cuyo hígado funciona con dificultad para filtrar hasta las sustancias más inofensivas— son otras tantas víctimas de la acción insidiosa del humo, pues con su carga de nicotina, amoníaco, extractos azoados, sustancias minerales, materias oleosas y grasosas, los ácidos málico, nítrico y oxálico, le exigen trabajos anormales que agravan aún más la salud del enfermo. Es de lamentar que muchos de los que ignoran o hacen poco caso de lo nocivo que es el humo del tabaco, portadores ya de un hígado abatido por los tóxicos alimenticios, fumen en su convalecencia, cigarro tras cigarro.
Pregunta: Si la principal defensa orgánica contra el veneno del tabaco consiste en neutralizar la acción de la nicotina, los filtros que se usan actualmente en los cigarros y en las pitilleras, ¿no bastan para eliminar su agresividad tóxica?
Ramatís: El uso de cigarros con filtros en sus extremidades, hechos con algodón u otros materiales, o las pitilleras con filtros de diversas especies, indica que el fumador está convencido que el humo puede perjudicarlo; como la persona que tapa sus narices con un pañuelo al entrar en un lugar infectado, intentando disminuir los efectos de las toxinas del tabaco a través del filtro. Pero no consigue su intento, pues si penetra en su organismo reclama el resto de la cantidad a la cual está acostumbrado, por lo que el individuo pasa a fumar mayor número de cigarros, para compensar la cantidad de nicotina faltante. Hay fumadores que echando mano de pitilleras con filtro con el propósito de librarse de los efectos tóxicos del tabaco, notan que no quedan satisfechos, pasando a fumar cigarros de calidad bien "fuerte" y, así, piensan que están ingiriendo, debido al filtro, menos cantidad de nicotina, cuando la verdad es que se están engañando, puesto que la cantidad de veneno es la misma, al ser mayor el número de cigarros fumados con la pitillera. Cuando el fumador reconoce el mal que le causa el humo del tabaco, lo mejor es abandonarlo de una vez, en lugar de procurar paliativos para el vicio.
Pregunta: Pero la naturaleza, ¿no sabe defenderse de las toxinas del humo?
Ramatís: Si la naturaleza no supiera defenderse tan sabiamente cuando la criatura fuma el primer cigarro, ¡es casi seguro que caería irremediablemente envenenada! Por eso, cuando el niño practica la estulticia de estrenarse en el vicio del tabaco, su organismo lanza los más aflictivos y desesperados recursos, ya sea en la tentativa de hacerlo desistir de sobrecargarse con el exceso de nicotina mortal, como para ganar tiempo y neutralizar el veneno inhalado a través del primer cigarro.
De ahí el motivo de las náuseas, salivación abundante, vómitos inmediatos y coercitivos con que el cuerpo lanza fuera cierta parte de los venenos condensados en el estómago por el humo del tabaco. Después de esa expulsión urgente por vía bucal, surgen los sudores fríos que, si se examinan en laboratorios, revelan contener varias sustancias peligrosas que fueron drenadas apresuradamente por la eliminación sudorífica. En ciertos casos de debilidad orgánica del paciente, la naturaleza se sirve todavía de otros recursos, apresurando la diuresis o produciendo brotes disentéricos, para eliminar la carga tóxica y agresiva producida por el humo. No obstante el individuo insiste en entregarse al vicio del tabaco y su organismo adecúa y moviliza otros recursos para constituir su defensa futura. De ahí el condicionamiento gradual e instintivo que se efectúa poco a poco en el individuo, permitiéndole más tarde consumir gran cantidad de cigarros sin envenenarse de inmediato.
Pero en el futuro, surgen otros efectos de las toxinas del tabaco que, por el carácter agudo de los primeros envenenamientos, se transforman inadvertidamente en casos crónicos en el fumador inveterado, aunque bajo mejor control de su organismo contra los venenos. Surgen, entonces, periódicos dolores de cabeza, que generalmente provienen del monóxido de carbono; las irritaciones de los bronquios, garganta y pulmones, producidas por la amonia o piridina, y también de las fosas nasales, debido al calor de la brasa del cigarro que afecta las mucosas sensibles de las narices. También, existen los efectos dañinos de los derivados alquitranados del tabaco, que actúan por largo tiempo, atacando los pulmones y ennegreciendo los dientes.
Además de la nicotina, que es el alcaloide más ofensivo contenido en el tabaco, la absorción incesante de otras sustancias agresivas que hemos enunciado, lesiona todas las defensas orgánicas y dificulta principalmente la filtración hepática, creando campo favorable para los resfriados comunes y las constipaciones intestinales. Asimismo, la dispepsia —tan responsabilizada por el "excesivo nerviosismo" propio del hombre dinámico del siglo XX — tiene en el vicio del tabaco uno de sus principales agentes patogénicos, pues a través de la saliva nicotizada se perturba el metabolismo de la producción y combinación de los jugos gástricos. Las toxinas del tabaco, atacan también la delicada mucosa intestinal, minan sus defensas y perturban las funciones digestivas y de los fermentos enzimáticos.
Los venenos del tabaco, terminan integrándose a la circulación sanguínea y pasan a formar residuos nocivos, constituyéndose como reserva perjudicial en el organismo, cuya eliminación se hace demorada y dificultosa, porque el hombre todavía se sobrecarga de las sales, condimentos y alcoholes que agravan el trabajo drenativo por las vías emuntorias. Así, se retarda la limpieza y la higiene del cuerpo y el fumador jamás aparece completamente saludable, pues vive permanentemente asediado por una u otra incomodidad orgánica. Convendría que, en caso de envenenamiento crónico y grave, el fumador inveterado permaneciese algunas semanas en reposo y hasta en ayuno casi completo, alimentándose a base de jugos de frutas y privándose de condimentos y de sal. Es un tratamiento de emergencia en que el reposo, la poca alimentación y la dieta de sustancias excitantes, permiten el aprovechamiento total de las funciones de los órganos en su defensa y limpieza, drenando hacia afuera del cuerpo los tóxicos nocivos del tabaco.
Para comprobar la existencia de intoxicación en una persona viciada con el tabaco, es suficiente humedecer un lienzo y enrrollárselo en su cuerpo desnudo, y observar más tarde que aparece modelado su cuerpo en el lienzo, por la nicotina expulsada por el sudor. Esa es una de las más importantes pruebas, que el adicto al tabaco observe que es un intoxicado permanente y vulnerable a las enfermedades más comunes.
Pregunta: Suponiendo que una persona fume 20 cigarrillos por día, ¿cuál será la cuota de nicotina que absorberá?
Ramatís: Creemos que cada cigarro debe contener cerca de un gramo de tabaco; por tanto, serán aspirados 20 gramos de tabaco durante el consumo de los 20 cigarros. Basándonos en experiencias de los científicos terrestres, que afirman que cada gramo de tabaco contiene, poco más o menos, 2,5 % de nicotina, se llega a la conclusión que cada 20 cigarros, o sea 20 gramos de tabaco, han de contener 50 miligramos de nicotina a la semana, para quien sólo consume un paquete de cigarros por día. En vuestro mundo, se hicieron experiencias que demuestran que la inyección de 5 a 7 miligramos de nicotina por vía subcutánea o endovenosa, fue suficiente para matar conejos y cobayos, mientras ciertas aves débiles, al aspirar el vapor de la nicotina, sucumbieron inmediatamente. De ahí el efecto desastroso que solamente 2,5 miligramos de nicotina existentes en un gramo de tabaco contenido en un cigarrillo, es capaz de causar al fumador neófito, disturbios respiratorios, salivación anormal, trastornos hepáticos, vértigos, falta de visión y audición, así como intenso dolor de cabeza, vómitos, debilidad, cólicos y hasta disentería. Es cierto que con el tiempo, la naturaleza se acostumbra a la carga venenosa cada vez más intensa; pero son raras las personas que conocen el tremendo esfuerzo que el cuerpo humano hace para sobrevivir al impacto venenoso del tabaco. Tal como hemos dicho, más tarde, los efectos perniciosos del tabaco se transforman en enfermedades crónicas que minan las defensas naturales y protectoras del organismo. Una de las más conocidas enfermedades crónicas, es la célebre ''bronquitis tabaquista", o la causada por disturbios del "asma bronquial, con la presencia de la incómoda carraspera, que no es otra cosa que el producto de la irritación constante causada por el tabaco en las mucosas respiratorias.
El fumador inveterado, vive con la faringe, la laringe, los bronquios, el estómago y los intestinos, sobrecargados de nicotina y todos los derivados tóxicos del tabaco, obligando su naturaleza a permanente vigilancia, con el fin de poder mantenerse en relativo contacto con los fenómenos de la vida física exterior.
Se sabe que la lengua posee pequeñas elevaciones conocidas científicamente como "papilas gustativas"; cada una de esas papilas contiene más de 20 receptores o burbujas gustativas, que forman la extremidad de los minúsculos haces de nervios con la función de transmitir al cerebro la sensación del gusto de las sustancias y líquidos que se ingieren. Siendo así, la lengua del fumador puede llegar a atrofiarse por los venenos del humo que alcanzan sus papilas gustativas, debido a la constante inhalación de cigarros.
Tan pronto como el fumador termina las comidas e ingiere el acostumbrado café, se liberan las antitoxinas, estimuladas por la cafeína, de lo que surge la voluntad imperiosa de fumar, pues las defensas orgánicas existentes, piden el tóxico tradicional para combatirlo. Son fuerzas permanentemente movilizadas bajo un automatismo vicioso, que se excitan hasta los bajos e incontrolados pensamientos del fumador inveterado.
Pregunta: Muchos fumadores —al contrario de lo que decís— afirman que el cigarrillo les calma los nervios en lugar de excitárselos! ¿Cómo se puede explicar eso?
Ramatís: Los sedativos, principalmente los barbitúricos, también "calman los nervios", pero con el tiempo terminan causando depresión nerviosa y, más tarde, perturban todo el sistema nervioso del ser humano. Como toda acción del cuerpo astral de la criatura se apoya fundamentalmente en el gran nervio simpático, que es el responsable de todos los impactos emotivos y preocupaciones del espíritu encarnado, en la zona abdominal es donde más se acentúan las úlceras y las estenosis tan comunes en vuestros días. Sucede que la parte "astral" del tabaco, tiende a condensarse en esa misma región, toda vez que sus emanaciones se reflejan en el sistema nervioso del ser, desde la médula hasta los nervios distribuidos por el abdomen, o sea, por la región del "plexo abdominal". Surgen entonces, en el individuo, los casos de amnesia progresiva, cefalalgias crónicas y neurastenias, que irradian particularmente de esa región y que parecen quedar suavizadas con el socorro del cigarro. No obstante, se trata de la llamada "angustia astral" del vicio, como reflejo de la región en donde el cuerpo físico se liga a la indumentaria astral, acontecimiento este que se vuelve insoportable después que el desencarnado ingresa en el Más Allá del Túmulo. El efecto hipnótico que el astral del tabaco produce sobre el nervio simpático, después que la nicotina penetra en la circulación, es tomado por muchos como "calma de los nervios".
El tabaco interpenetra todos los intersticios del cuerpo físico y se fija en forma residual, hasta que los riñones, el hígado, la piel y los intestinos, puedan eliminarlo satisfactoriamente. No obstante, se hace difícil, porque el fumador continúa alimentando el vicio, saturando el organismo, debilitándolo profundamente en sus defensas comunes contra las agresiones microbianas o los tóxicos de otra naturaleza, y cada vez necesita más antitoxinas para combatir el aumento de los venenos del tabaco. ¡Es tal esa saturación, que durante cualquier baño de vapor, el cuerpo del viciado del tabaco, traspira fuertemente el olor acre de la nicotina! Mientras sus órganos funcionan con regularidad, puede sentirse inmunizado contra el veneno del tabaco, pero tan pronto como la naturaleza comienza a ceder en sus defensas debido al exceso de la carga tóxica, se acentúa su decadencia física y pre¬dominan las enfermedades incubadas.
Como el tóxico del tabaco deprime fuertemente a ciertas personas y les exige el máximo de defensa para develar su agresividad venenosa, adelgazan, y atribuyen su esbeltez física al hecho de fumar. Cuando dejan el vicio, sus organismos abandonan sus defensas y se sirven de todas las energías disponibles para separar las zonas debilitadas y reducir las antitoxinas que perturban el trabajo glandular, de cuyo aprovechamiento satisfactorio, unido a un mayor dinamismo orgánico, sobreviene el aumento de la gordura. No obstante, con el decurso del tiempo y el agotamiento de las antitoxinas en circulación excesiva, el organismo retorna a la normalidad y desaparece la excesiva gordura, volviendo la forma física a su tipo normal biológico, antes de fumar.
Pregunta: ¿Puede ser el cáncer una consecuencia del vicio de fumar?
Ramatís: El tabaco no es el exclusivo factor de la aparición del cáncer, pero puede producirlo si entre los fumadores inveterados existe alguno que sea electivo para el cáncer pulmonar, pues las sustancias alquitranadas del tabaco, atacan principalmente los pulmones. Ciertos médicos afirman que el cáncer es más común entre los hombres que entre las mujeres, tal vez porque la especie masculina es la que más fuma.
No se puede atribuir al tabaco la culpa exclusiva de la producción del cáncer, puesto que hasta los animales —que no fuman—han presentado manifestaciones cancerosas; pero conviene recordar que los científicos terrestres han verificado que el cáncer ataca particularmente la boca entre los mascadores de la nuez de areca, y que el cáncer labial aparece, por lo general, exactamente en el punto del labio en el que más se usa el cigarro, la pitillera o la pipa.
Muchas úlceras gástricas, erróneamente atribuidas a la vida tensa del ciudadano del siglo XX, tienen su origen principal en los efectos corrosivos de las sustancias, tóxicas y alquitranadas que la excesiva salivación del fumador acarrea a la delicada mucosa estomacal, modificando los jugos gástricos, entéricos, y lesionando el metabolismo armónico de la digestión.
Pregunta: Aunque tengamos que contradecir en parte vuestras afirmaciones, debemos decir que hemos comprobado, en nosotros mismos, que cuando nuestros nervios se hallan sumamente excitados, se calman con el recurso habitual del cigarro fumado con calma. Algunas veces conseguimos la solución psíquica satisfactoria, que tanto deseábamos, a través de la reflexión obtenida con el uso del cigarro. ¿Cómo se puede explicar este hecho?
Ramatís: Comúnmente, el hombre excita sus nervios en proporción a su interés en el mayor contacto con el torbellino de la vida y, principalmente, ambicionando las cosas del mundo material. Aquellos que pretendan llevar una existencia tranquila y "que se quieran liberar de los ciclos afectivos de la vida física, necesitan orientarse en la inteligente advertencia de Jesús, cuando dice: "Buscad los tesoros que la polilla no roe y el herrumbre no consume." Siendo así, que nadie pretenda poseer calma en sus nervios, ni aun echando mano del tabaco o de cualquier proceso engañoso.
Cuando la criatura se pone a fumar intensamente para calmar sus nervios, ignora que apenas está reduciendo el contacto normal psicofísico con el ambiente, confundiendo esa reducción con un deseado estado de calma del sistema nervioso. Bajo la acción algo hipnótica del tabaco, frena en parte la acción del sistema nervioso, reduciendo su relación normal con las actividades exteriores, dejando su psiquismo más libre de preocupaciones, tal como ocurre entre los que toman alcohol y oscurecen su entendimiento.
La preocupación, el susto o la emoción súbita, provocan en el ser humano la producción inmediata de ciertas hormonas que deben equilibrar los excesos peligrosos de los movimientos desordenados o impactos vigorosos en el vago simpático. Como los vasos sanguíneos acostumbran a contraerse fuertemente bajo la acción de la nicotina, el fumador cree estar en un estado de "calma" o de "desahogo psíquico", cuando no pasa de ser una reducción en el movimiento de su circulación sanguínea. Es que el tabaco, no sólo redujo el metabolismo circulatorio debido a la contracción de los vasos sanguíneos, sino que también deprimió y frenó la actividad fisiológica.
No creemos que la absorción perniciosa del gas del tabaco pueda aportar inspiración de cualquier especie, o aun normalizar al sistema nervioso, pues los nervios son la prolongación viva del periespíritu actuando en el mundo físico. La serenidad del periespíritu no depende del frenamiento tóxico e hipnótico y sí, fundamentalmente, del control sano y psíquico del alma.
Pregunta: ¿Por qué a medida que la humanidad conoce mejor los perjuicios que causa el uso del tabaco, aumenta el número de fumadores? Aumentan las advertencias sobre los peligros del tabaco y, no obstante, las estadísticas demuestran que los hombres fuman cada día más.
Ramatís: Todo eso depende de la negligencia del hombre para consigo mismo, pues, a medida que se hace más científico y erudito, parece que se desinteresa de su propia ventura espiritual. El hombre del siglo XX, a pesar de ser excesivamente "intelectual", vive más en función de las razones o de las sugestiones del mundo exterior, que en auscultar sus propias necesidades; prefiriendo seguir la obcecación de la mayoría, aunque le sea perniciosa. En cuanto a las necesidades más comunes, se somete a esa fuerza sugestiva, ya sea por la moda femenina, a las innovaciones sin importancia fundamental, las tonterías que la radio, las revistas y los anuncios inculcan todos los días en el cerebro de los terrícolas, o cambiar, comprar o preferir artículos que no necesitan. La propaganda moderna se hace por hábiles y mañosos psicólogos, bastante experimentados en lo tocante a las reacciones humanas; se valen de los recursos hipnóticos y persistentes, exponiendo o anunciando sus productos en forma fascinante y agradable. Así, el más inofensivo dolor de cabeza o la más insignificante impaciencia nerviosa, asocian pronto la mente al nombre de un producto que la inteligente propaganda supo poner en evidencia en el momento. De tal modo actúan sobre vosotros la radio, el periódico, la revista y el cine, que vivís en función de esa fascinación impuesta por el mundo del comercio y la industria para encajar sus productos, actuando con astucia. Entonces, ya no escogéis las cosas; ¡son ellas las que os hipnotizan y se imponen a vosotros como imprescindibles! Lo mismo sucede a través de los efectos sugestivos de la hábil propaganda del cigarro, efectuada por las grandes industrias tabacaleras. Solicitan opiniones de científicos, hombres célebres o artistas de cine famosos, estampando sus retratos en cromos lujosos, carteles brillantes y coloridos, ¡en donde los dísticos más poéticos y las frases sugestivas, destacan la delicia y la hidalguía de fumar! Hasta los hombres que no fuman se sienten atraídos por tan habilidosa propaganda, dejándose muchas veces fascinar por las frases que ensalzan el cigarro a la categoría de una distinción imprescindible en el medio social. Más tarde, cuando el individuo se vuelve fumador inveterado y extremada-mente viciado, llega a perder la noción de la civilidad humana en casi todas partes; olvida que en los vehículos y en los salones de diversiones, el humo puede intoxicar, repugnar o irritar a otros. Olvida, también, que en muchos otros lugares de reunión, puede ser detestable al prójimo el olor del cigarro puro, del cigarrillo, y el del sarro de la cachimba. Algunos individuos fuman hasta en los salones de los restaurantes, en las horas de las comidas; otros alcanzan con su humareda los rostros de los compañeros en las "filas" de los transportes, ¡importándoles poco las protestas silenciosas de sus infelices víctimas! Aunque se proclame mucho la hidalguía del cigarro, no es raro observar que el fumador queme la ropa de su compañero de viaje, causándole a veces enorme perjuicio.