tenemos buenas bases históricas para pensar que Jesús mismo entendió y afirmó que él era el Hijo de Dios. En primer lugar, la parábola de Jesús de los labradores malvados de la viña (Marcos 12:1-9) nos dice que Jesús se consideraba ser el unigénito hijo de Dios (diferente a todos los profetas), el último mensajero de Dios e incluso la heredad del mismo Israel. Notemos que no podemos borrar la figura del hijo de la parábola como algo que no era autentico y que luego fue agregado, ya que entonces la parábola no tendría un clímax ni sentido. Además, la unicidad del hijo no solo se menciona de manera explicita sino que está insinuada intrínsecamente por la estratagema de los labradores de matar al heredero para poder reclamar la posesión de la viña. Por lo tanto, esta parábola nos revela que el Jesús histórico creía y enseñaba que él era el unigénito Hijo de Dios.
En segundo lugar, el concepto propio de Jesús de ser el Hijo de Dios viene de una frase explicita que se encuentra en Mateo 11.27 (también en Lucas 10:22): “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar.” Aquí Jesús afirma ser el exclusivo Hijo de Dios y la única revelación a la humanidad de Dios el Padre. Ese dicho nos dice que Jesús pensaba de sí mismo como el Hijo de Dios en sentido absoluto y único y como alguien a quien se le había dotado de autoridad exclusiva de revelar a su Padre, Dios, a la humanidad.
Por último, el dicho de Jesús relacionado a la fecha de la consumación de los siglos (el fin del mundo): “Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aún los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre” (Marcos 13:32) habla de nuevo del Hijo en término que insinúa o implica unicidad.
Sobre la base de esos tres dichos, tenemos buena evidencia de que Jesús mismo se consideraba ser el único Hijo de Dios. Es verdad que a los reyes judíos se les refería como hijos de Dios (2 Samuel 7.14; 1 Crónicas 17.13; 22.10; Salmo 2.6-7; 89.26-27), y en la literatura de Sabiduría el hombre justo podía ser considerado como niño de Dios, el cual tenia a Dios como padre (Sabiduría 2.13, 16, 18; 5.5; Sirac 4.10; 51.10). Sin embargo, ese uso genérico es irrelevante a la afirmación de Jesús de ser hijo divino, tomando en cuenta la unicidad y la exclusividad de su afirmación. Jesús pensó de sí mismo como Hijo de Dios en un sentido singular que le separa hasta de los profetas que habían estado antes que él.
Pero ¿Cuál era ese sentido? No debemos concluir de manera muy precipitada que el título era una afirmación insinuada a la divinidad. Pudo haber sido que Jesús pensaba de sí mismo como el Hijo unigénito de Dios en el sentido de que él era el Mesías prometido. La obra pseudo-epígrafe judía, IV Libro de Esdras 7.28-29, habla del Mesías como el hijo de Dios pero sin embargo como alguien que era mortal. Los rollos del Mar Muerto también muestran que el Mesías pensaba que él era el hijo de Dios (4Q174; 4Q246; 1QSa 2.11-12). La unicidad de la condición de Hijo de Jesús pudo ser una función de la unicidad del Mesías.
Por otra parte, se debe decir con toda honestidad que esos textos judíos ni siquiera se aproximan al tipo de afirmación absoluta y exclusiva hecha por Jesús de Nazaret en los dichos que mencioné arriba. No hay nada en los textos del Mar Muerto que sugiera que el Mesías sería el unigénito hijo de Dios. El ser el Mesías podía separar a Jesús de todos los profetas que habían venido antes de Él y lo podía hacer la herencia de Israel, como lo afirma la parábola de los labradores malvados de la viña, pero ser el Mesías no le daría conocimiento exclusivo del Padre ni un significado revelador exclusivo, como lo afirma Mateo 11.27. Además, el dicho en Marcos 13.32 no solo revela el sentido único de Jesús de ser Hijo sino que también nos presenta con una escala que asciende desde el estatus de hombres a ángeles al Hijo al Padre. El sentido de Jesús de ser el Hijo de Dios involucraba un sentido de proximidad al Padre, lo cual trasciende la proximidad de cualquier hombre mortal (como un rey o profeta) o cualquier ser angelical.
Esa concepción exaltada de Hijo de Dios no es extraña al judaísmo del primer siglo. El Nuevo Testamento mismo atestigua de ese hecho (Colosenses 1.13-20; Hebreos 1.1-12). En el Libro IV de Esdras capítulo 13, Esdras ve una visión de un hombre que se levanta del mar quien es identificado por Dios como “mi Hijo” (13.32, 37) y quien procede a dominar todas las naciones. Esdras pregunta,
‘Oh Soberano Señor, muéstrame esto: ¿por qué he visto al hombre ascendiendo del corazón del mar?’ Entonces me dijo: ‘como nadie puede escrutar o saber aquello que existe en lo profundo del mar; así tampoco nadie sobre la tierra puede ver a mi Hijo o a aquellos que están con él, si no es en el tiempo del día(IV Esdras 13.51-52; 13.26).
El que existan otras personas presentemente con el Hijo antes de su aparición terrenal sugiere que el Hijo es una figura preexistente y celestial. Eso se hace más evidente en 14.9 cuando se le dice a Esdras que su propia vida estaba a punto de terminar y que él iba a ir con el Hijo de Dios hasta que él sea revelado en el fin del mundo: “Tú serás retirado de en medio de los hombres y, en adelante, permanecerás con mi Hijo y con los que son semejantes a ti, hasta que los tiempos lleguen a su fin.” Es sorprendente de que se hace una diferencia entre el Hijo preexistente y el humano justo, muerto como Esdras que está con él. Es claro que el Hijo está puesto aparte como una figura sobrenatural.
Además, como muestro en el libro Reasonable Faith , el propio título “Mesías” también era un título que pudo ser infundido con connotaciones de divinidad. Los títulos como “el Hijo de Dios” y “el Mesías” tenían muchos significados y por lo tanto eran intrínsecamente ambiguos sin un contexto. Para poder entender el significado que Jesús invertía en esas auto-descripciones, necesitamos mirar el contexto de su vida y proclamación completa y cuando hacemos eso, se nos hace evidente de que él estaba afirmando que tenía un estatus sobrenatural.
Autor:
Dr. William Lane Craig (Teólogo Cristiano)
reasonablefaith.org