Somos nosotros quienes determinamos nuestro destino, es decir, el libre albedrio. Todo lo que nos sucede es la consecuencia a causas que nosotros mismos hemos producido, con excepciones cuyas causas son ajenas a nosotros.
Lo que nos molesta o irrita de nuestro prójimo también está en nosotros. El otro, es entonces nuestro espejo que nos ayuda a reconocernos en él, miramos en nuestro interior.
Si tomamos en cuenta lo a anteriormente expuesto, entonces, el infierno o el cielo, son planos de conciencia. Si tenemos pensamientos de amor, amistad, cariño, ofrecemos nuestra luz a los demás sin excepciones, empezamos a vivir en el cielo. Si pensamos con el ego y hacia el ego, despreciamos, criticamos o no aceptamos, entramos en el infierno.
Creamos el cielo, aquí y ahora, con nuestros pensamientos y actos de amor y amistad incondicional.
Creamos el infierno, aquí y ahora, con nuestros actos desprovistos de amor y llenos de inmenso ego.
Cuando se acepta que el reino de los cielos y la esencia esta en nosotros, empieza a morir la ignorancia, los deseos, las limitaciones, es la muerte de nuestra conciencia oscura, el amansamiento del ego. Nace entonces el descubrimiento del presente, del hoy inmediato, de la esperanza, de la luz.
En esa creación de nuestro nuevo estado de percepción, nuestra antigua creación se transforma en una disposición interior elevada y profunda. De lo que queda claro, que el ser interior tiene que realizarse en medio de todas las dificultades del mundo terrenal.
Lo que nos molesta o irrita de nuestro prójimo también está en nosotros. El otro, es entonces nuestro espejo que nos ayuda a reconocernos en él, miramos en nuestro interior.
Si tomamos en cuenta lo a anteriormente expuesto, entonces, el infierno o el cielo, son planos de conciencia. Si tenemos pensamientos de amor, amistad, cariño, ofrecemos nuestra luz a los demás sin excepciones, empezamos a vivir en el cielo. Si pensamos con el ego y hacia el ego, despreciamos, criticamos o no aceptamos, entramos en el infierno.
Creamos el cielo, aquí y ahora, con nuestros pensamientos y actos de amor y amistad incondicional.
Creamos el infierno, aquí y ahora, con nuestros actos desprovistos de amor y llenos de inmenso ego.
Cuando se acepta que el reino de los cielos y la esencia esta en nosotros, empieza a morir la ignorancia, los deseos, las limitaciones, es la muerte de nuestra conciencia oscura, el amansamiento del ego. Nace entonces el descubrimiento del presente, del hoy inmediato, de la esperanza, de la luz.
En esa creación de nuestro nuevo estado de percepción, nuestra antigua creación se transforma en una disposición interior elevada y profunda. De lo que queda claro, que el ser interior tiene que realizarse en medio de todas las dificultades del mundo terrenal.