LA AUTOFLAGELACIÓN, LA MORTIFICACIÓN Y EL PERDON
Por: Marcelo Miranda Loayza.
La autoflagelación y la mortificación como formas de expiación del pecado y/o de faltas morales fueron practicas totalmente aceptadas y normales en los siglos pasados dentro de la Fe y las vivencias religiosas de aquellas épocas, es más, muchos de los que hoy llamamos “santos” practicaban habitualmente estos castigos físicos para expiar sus culpas y alinearse con el dolor que sufrió Cristo en la cruz, si bien en la actualidad estas practicas dentro de las congregaciones religiosas ya no son tan usuales, han llegado a ser primordiales y esenciales en lo que se ha venido a denominar “religiosidad popular”.
El dolor autoinfligido por mucho tiempo fue ligado directamente con la liberación del alma, es decir que mediante el sufrimiento físico el individuo podía llegar a expiar todas sus faltas encontrando con ello cierta calma espiritual y moral, ya con el transcurrir del tiempo estas practicas con fines religiosos fueron relegadas a un segundo plano, pero dentro de la fe popular y sus vivencias siguen vigentes y distan mucho de desaparecer.
Para empezar es necesario echar mano de varios estudios en especial de la Universidad de Queensland los cuales señalan que “el dolor físico puede aliviar los sentimientos culpabilidad” esto por diversos motivos, primero porque dentro de las diversas culturas el dolor es visto como un purificador de culpas, por ende si una persona se somete libremente a sufrimientos físicos es normal que se sienta moralmente aliviado.
En el caso de la mortificación se dice que esta purifica el alma y que es la oración del cuerpo, ya que esta va ligada directamente con los sufrimientos de Cristo que fueron aceptados voluntariamente por este, según sus practicantes es una forma de poner a raya al cuerpo, alejarlo de las tentaciones del “mundo” y acercándolo cada vez más a Dios y sus designios.
Dentro de ambas practicas tenemos un sin fin de objetos y ejemplos que nos grafican a la perfección ambas situaciones, el empleo de cilicios, flagelos, etc., son parte de ambas practicas, ahora bien en lo que refiere a la religiosidad popular hay una gama mucho más diversa de costumbres y creencias ligadas a la autoflagelación y mortificación, desde largas caminatas, penitencias, y privaciones hasta las crucifixiones y mutilaciones, dentro de las costumbres populares la expiación por medio del dolor muchas veces es la única y valida manera de limpiar la conciencia y el alma de culpas, aunque también existe otra motivación para la practica de estas costumbres que vendría a ser la petición y la obtención de favores por parte de la divinidad hacia el creyente, el mismo que cree fervientemente que estas dadivas serán logradas únicamente mediante el dolor físico.
En las creencias judeo – cristianas tenemos a varias personas que dentro de su Fe y costumbres vivieron una vida de mortificación y autoflagelación, las mismas que dentro de la fe católica llegaron a la santidad y por ende a los altares, pero en esto hay que ser claros, todas estas personas santas y dignas ante los ojos de la Fe vivían y practicaban estos hábitos dentro de un determinado contexto historico donde el dolor físico era “conditio sine qua non” para llegar a ser dignos ante los ojos de DIOS.
La vivencia de la fe dentro de estas prácticas también tiene muchas motivaciones y connotaciones, en el caso de la religiosidad popular la mortificación pasa por diversas expectativas, por ejemplo una caminata en peregrinación a un determinado santuario puede deberse tan solo al cumplimiento de un objetivo trazado y sin ninguna relevancia espiritual, también puede tratarse de una especie de intercambio de favores por una parte esta el penitente que cumple con el dolor físico infringido y por otro lado se encuentra el santo o la virgencita que se complace con el sufrimiento del creyente y como resultado de esta complacencia concede el favor pedido por el penitente, como vemos es una especie de “contrato espiritual” entre dos partes.
En este enredo espiritual juega un papel preponderante la fe del creyente, ahora es bueno puntualizar que la Fe siempre será interesada, es decir que va en busca de un determinado fin u objetivo, y la respuesta a esta es totalmente desinteresada ya que la réplica proveniente de DIOS es entrega total de amor, en esto hay que ser claro, cuando la fe que repito siempre es interesada solo busca un beneficio individualista y particular que pide una satisfacción de una determinada demanda la cual tiende a ser exigente y egoísta podríamos decir que la fe se torna débil, resultadista e inmediatista y por ende no trasciende y esta destinada a desaparecer, en cambio si la fe que es interesada va en busca del bien común, del prójimo o que en el caso de las peticiones personales no busque soluciones inmediatas sino más bien fuerzas y temple para conseguir las metas tiende a ser firme, duradera, trascendente en el tiempo y por ende a volverse una con Dios y sus designios.
La mortificación y la autoflagelación también van ligadas muy de cerca de la obtención del perdón divino, el penitente cuyas faltas lo tienen intranquilo espiritualmente recurren a la experiencia del dolor físico como modo de liberar sus culpas y encontrar nuevamente el beneplácito de Dios, en este sentido el dolor tiende a ser liberador de culpas y bálsamo dentro de un equilibrio espiritual altamente necesario entre los creyentes.
De todo lo expuesto creo necesario empezar a discernir entre una fe madura, paciente y destinada a trascender y una fe inmediatista, egoísta que indefectiblemente no trasciende en el tiempo, por ende la FE verdadera no es un contrato de intercambio de favores y mucho menos un acta de deuda saldada, en esto hay que ser claro, ni la mortificación, ni la autoflagelación consiguen un acercamiento mayor a lo trascendente y mucho menos alcanzar la tan ansiada indulgencia.
Sobre el perdón es necesario puntualizar algunas cosas concretas, primero que la mortificación o la autoflagelación no consiguen un verdadero perdón, ya que para ello se necesita que el infractor se reconozca de inicio culpable de la falta cometida, luego de ello que nazca en este el sentimiento de arrepentimiento y por ultimo la reparación de la falla, en este ultimo punto radica la eficacia de la indulgencia, ya que sin una adecuada enmienda no se puede aspirar a la plenitud del perdón.
La mortificación y la autoflagelación fueron practicas habituales en tiempos pasados, pero ya entrados en pleno siglo 21 creo que ya vienen siendo innecesarias, primero porque el pensamiento humano ha evolucionado de tal manera que ya no considera al cuerpo y a la carne como obstáculos para alcanzar una plenitud espiritual y porque el cuerpo humano es el templo del Espíritu Santo (1era Cor. 6:19) hecho a imagen y semejanza de Dios, por ende mortificarlo y/o flagelarlo esta lejos de los designios de Amor del PADRE hacia nosotros……EL QUE QUIERA ENTENDER QUE ENTIENDA.