Los seres humanos jamás llegaríamos a un acuerdo si se nos interroga sobre qué es para nosotros ser feliz. Aristóteles escribió que “la felicidad reside en el ocio del espíritu” y que “todo hombre tiene derecho a ser feliz”; Simone de Beauvoir expresó que “las personas felices no tienen historia”; y para Jacinto Benavente “la felicidad no existe en la vida… Sólo existen momentos felices.” Francisco Jardiel Poncela llegó a afirmar que “hay dos maneras de conseguir la felicidad: una, hacerse el idiota; otra, serlo”. Y ni pensar en Hegel, que fue rotundo al decir que “el hombre no ha nacido para la felicidad”. No obstante, tal diversidad de pareceres no impide a las personas pensar: “Si logro esto me sentiré feliz, si no con esto, será con aquello y si no, con lo de más allá”.
Cuando San Agustín pregunta en el diálogo sobre La Vida Feliz, “¿Queremos todos nosotros ser felices?", la respuesta afirmativa es unánime. Continúa preguntando, “¿Consideráis feliz a quien posee cuanto apetece?”, todos responden que sí, excepto la madre de Agustín, que contesta, “Si apetece y consigue bienes, es feliz; si, por el contrario. ambiciona males, aunque los consiga, es desdichado”. Filósofos, literatos, poetas y ciudadanos de a pie como yo se han ocupado de la paradoja de la felicidad, en apariencia inalcanzable, anhelada, siempre más allá de las posibilidades, cuya existencia es puesta en duda por unos cuantos. ¿Dónde reside, realmente existe? Pareciera que ser feliz no es un resultado plausible, ¿podría tratarse más bien de una utopía, o consiste en la sensación que sentimos al emprender el camino para llegar a ella?
Cuenta Homero que Sísifo, rey de Corinto, fue condenado por los dioses a subir sin descanso una pesada piedra hasta la cima de una montaña, la cual volvería a caer una eternamente. Él fue castigado por defender una causa que creyó justa. Sísifo también venció y encadenó la muerte, por eso recibió castigo de Plutón, señor de la muerte y rey de los infiernos. Sísifo actuó atendiendo a sus convicciones, aun a riesgo de desatar la ira de los dioses y de perderlo todo. Ante esta historia Albert Camus, en su ensayo “El mito de Sísifo” escribe: “hay que imaginarse a Sísifo feliz. Fue fiel a su exigencia interna, y su esfuerzo tiene un sentido: llevar la piedra hasta la cima”.
Mi limitada experiencia por este mundo me lleva a pensar, bajo pena de ser mal vista por Poncela, que buena parte de mi vida he sido feliz, pero no he caído en la cuenta. ¿Por qué afirmo esto? Porque al hacer un recuento de mi historia lo que más viene a mi memoria es el entusiasmo que le he puesto a muchas de las cosas que he hecho, pequeñas cosas, insignificantes para otros, encantadoras para mí. Y me atrevo a afirmar que esos momentos llenos de vitalidad han sido lo más parecido a eso que se da en llamar felicidad. Tomo como ejemplo el día de hoy, al levantarme a las cinco de la madrugada para ir a ver a mi nieta hacer un pequeño papel en un homenaje a la Virgen del colegio, y ver a todos aquellos niños que se empinaban para llegar al micrófono, con gesto de maripositas en el estómago. En esos momentos, me descubrí viviendo un instante sin tiempo, unida por completo a lo que estaba pasando, sin razonamientos ni anhelos más allá del ahora. Fue lo máximo. ¿Sería así como se nos fueron las últimas cuatro décadas en Venezuela, en las cuales la mayor parte del tiempo éramos felices y no lo apreciamos?
Pero vayamos de nuevo a la carga ¿Podemos pensar que hay felicidad comparable a descubrir cuál es nuestra misión? Sabemos que los propósitos cambian de acuerdo con las circunstancias y épocas que atravesamos. En un momento dado de la existencia, la misión más importante puede ser por ejemplo, escribir una novela, encontrar un trabajo, construir una casa, vivir el ahora a plenitud, alcanzar la iluminación, o descubrir el camino del éxtasis místico, etc. No cabe duda que es fascinante tratar de dilucidar quién queremos ser o cuál debería ser nuestra misión en el mundo. Hallarle un sentido a la vida a menudo es razón suficiente para observar una alegría y un entusiasmo notables en ciertos seres que nos da la impresión de que son felices a plenitud.
Existen momentos felices, breves, provenientes de acontecimientos externos, como recibir una felicitación, obtener un premio, escuchar que somos amados, etc. Mas pienso que no hay felicidad comparable con aceptar las circunstancias y fluir con ellas a plenitud, unido esto a descubrir cuáles son nuestros ideales, nuestros propósitos, y vivir de acuerdo a ellos. Sin rigidez, sin fanatismos, con una gran apertura. En un poema de Rilke que lleva por título “Este empeño en comprender la vida”, leemos:
No te empeñes en comprender la vida
y será para ti como una fiesta.
Acepta, pues, los días,
como del viento el niño, en su camino
recibe flores.
Cuántas veces el ser humano lucha y pone su empeño en lograr un fin. A veces, sin ningún éxito. Dicen que el resultado reside en el aprendizaje. Trazaremos nuevas estrategias, comenzaremos de nuevo, revisaremos los errores. Puede ser que el camino sea otro y el propósito no sea el adecuado. El destino nos pertenece en gran medida. Y resulta atrayente trazar nuestras metas como si fuese un juego, trabajando con inteligencia y pasión por obtenerlas. Eso sí, no aferrarse a la permanencia de las cosas, todo cambia, las situaciones, los sentimientos, las personas. Todo está sometido al ritmo de las estaciones, de los días y las noches, del calor y el frío. Todo es transitorio, si no fuera así el aburrimiento sería una epidemia.
Buscar nuestro sentido en la vida, nuestra razón de ser, escudriñar cuáles son nuestros ideales, vivir conforme a nuestros valores y principios, comenzar a ser la persona que quisiéramos ser, ¡ahora! Se admite ensayo y error. Creo que eso es para mí, buena parte de la felicidad. Agrego una frase que puede resultar cursi, así haya sido escrita por Hermann Hesse, pero a mí me encanta cierto toque de cursilería: “La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz.” Descubrir que se puede hacer coincidir el propósito interno con los propósitos externos.
Concluyo que ser feliz es, por ejemplo, leer Cuadernos del destierro de Rafael Cadenas, una novela de Eduardo Casanova, escuchar el Adagio de Albinoni, oír a Alberto Cortez entonando viejos temas, o encontrarme con un libro de Elisa Lerner en un banco de Central Park. Y sentir el roce de la poesía como la lluvia en el estío:
¿Qué puedo decir de la poesía?
Me envuelve la presencia de las cosas
ellas reclaman su lugar en la página.
Cuando sólo deseo refugiarme en el pétalo
cuando nada más me gustaría jugar, dormir
ellas se hacen presentes y me enredan
abrazándose fuerte a mi costado. (…)
La felicidad estaba allí
Era un aroma mínimo
En el corazón de las cosas *
De manera que la felicidad se define como el estado de ánimo que genera una persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada, esto propicia paz interior y un enfoque del medio positivo, al mismo tiempo que estimula la conquista de nuevas metas. Por tanto, la felicidad se compone de pequeños momentos, y quizá su principal característica sea la de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestra vida. La felicidad absoluta y duradera no existe. Existen momentos en la vida en que somos felices y que debemos aprovechar al maximo, ya que en cuanto nos descuidemos desapareceran y debemos aprender a valorar estos momentos felices mientras los tenemos.
Cuando San Agustín pregunta en el diálogo sobre La Vida Feliz, “¿Queremos todos nosotros ser felices?", la respuesta afirmativa es unánime. Continúa preguntando, “¿Consideráis feliz a quien posee cuanto apetece?”, todos responden que sí, excepto la madre de Agustín, que contesta, “Si apetece y consigue bienes, es feliz; si, por el contrario. ambiciona males, aunque los consiga, es desdichado”. Filósofos, literatos, poetas y ciudadanos de a pie como yo se han ocupado de la paradoja de la felicidad, en apariencia inalcanzable, anhelada, siempre más allá de las posibilidades, cuya existencia es puesta en duda por unos cuantos. ¿Dónde reside, realmente existe? Pareciera que ser feliz no es un resultado plausible, ¿podría tratarse más bien de una utopía, o consiste en la sensación que sentimos al emprender el camino para llegar a ella?
Cuenta Homero que Sísifo, rey de Corinto, fue condenado por los dioses a subir sin descanso una pesada piedra hasta la cima de una montaña, la cual volvería a caer una eternamente. Él fue castigado por defender una causa que creyó justa. Sísifo también venció y encadenó la muerte, por eso recibió castigo de Plutón, señor de la muerte y rey de los infiernos. Sísifo actuó atendiendo a sus convicciones, aun a riesgo de desatar la ira de los dioses y de perderlo todo. Ante esta historia Albert Camus, en su ensayo “El mito de Sísifo” escribe: “hay que imaginarse a Sísifo feliz. Fue fiel a su exigencia interna, y su esfuerzo tiene un sentido: llevar la piedra hasta la cima”.
Mi limitada experiencia por este mundo me lleva a pensar, bajo pena de ser mal vista por Poncela, que buena parte de mi vida he sido feliz, pero no he caído en la cuenta. ¿Por qué afirmo esto? Porque al hacer un recuento de mi historia lo que más viene a mi memoria es el entusiasmo que le he puesto a muchas de las cosas que he hecho, pequeñas cosas, insignificantes para otros, encantadoras para mí. Y me atrevo a afirmar que esos momentos llenos de vitalidad han sido lo más parecido a eso que se da en llamar felicidad. Tomo como ejemplo el día de hoy, al levantarme a las cinco de la madrugada para ir a ver a mi nieta hacer un pequeño papel en un homenaje a la Virgen del colegio, y ver a todos aquellos niños que se empinaban para llegar al micrófono, con gesto de maripositas en el estómago. En esos momentos, me descubrí viviendo un instante sin tiempo, unida por completo a lo que estaba pasando, sin razonamientos ni anhelos más allá del ahora. Fue lo máximo. ¿Sería así como se nos fueron las últimas cuatro décadas en Venezuela, en las cuales la mayor parte del tiempo éramos felices y no lo apreciamos?
Pero vayamos de nuevo a la carga ¿Podemos pensar que hay felicidad comparable a descubrir cuál es nuestra misión? Sabemos que los propósitos cambian de acuerdo con las circunstancias y épocas que atravesamos. En un momento dado de la existencia, la misión más importante puede ser por ejemplo, escribir una novela, encontrar un trabajo, construir una casa, vivir el ahora a plenitud, alcanzar la iluminación, o descubrir el camino del éxtasis místico, etc. No cabe duda que es fascinante tratar de dilucidar quién queremos ser o cuál debería ser nuestra misión en el mundo. Hallarle un sentido a la vida a menudo es razón suficiente para observar una alegría y un entusiasmo notables en ciertos seres que nos da la impresión de que son felices a plenitud.
Existen momentos felices, breves, provenientes de acontecimientos externos, como recibir una felicitación, obtener un premio, escuchar que somos amados, etc. Mas pienso que no hay felicidad comparable con aceptar las circunstancias y fluir con ellas a plenitud, unido esto a descubrir cuáles son nuestros ideales, nuestros propósitos, y vivir de acuerdo a ellos. Sin rigidez, sin fanatismos, con una gran apertura. En un poema de Rilke que lleva por título “Este empeño en comprender la vida”, leemos:
No te empeñes en comprender la vida
y será para ti como una fiesta.
Acepta, pues, los días,
como del viento el niño, en su camino
recibe flores.
Cuántas veces el ser humano lucha y pone su empeño en lograr un fin. A veces, sin ningún éxito. Dicen que el resultado reside en el aprendizaje. Trazaremos nuevas estrategias, comenzaremos de nuevo, revisaremos los errores. Puede ser que el camino sea otro y el propósito no sea el adecuado. El destino nos pertenece en gran medida. Y resulta atrayente trazar nuestras metas como si fuese un juego, trabajando con inteligencia y pasión por obtenerlas. Eso sí, no aferrarse a la permanencia de las cosas, todo cambia, las situaciones, los sentimientos, las personas. Todo está sometido al ritmo de las estaciones, de los días y las noches, del calor y el frío. Todo es transitorio, si no fuera así el aburrimiento sería una epidemia.
Buscar nuestro sentido en la vida, nuestra razón de ser, escudriñar cuáles son nuestros ideales, vivir conforme a nuestros valores y principios, comenzar a ser la persona que quisiéramos ser, ¡ahora! Se admite ensayo y error. Creo que eso es para mí, buena parte de la felicidad. Agrego una frase que puede resultar cursi, así haya sido escrita por Hermann Hesse, pero a mí me encanta cierto toque de cursilería: “La felicidad es amor, no otra cosa. El que sabe amar es feliz.” Descubrir que se puede hacer coincidir el propósito interno con los propósitos externos.
Concluyo que ser feliz es, por ejemplo, leer Cuadernos del destierro de Rafael Cadenas, una novela de Eduardo Casanova, escuchar el Adagio de Albinoni, oír a Alberto Cortez entonando viejos temas, o encontrarme con un libro de Elisa Lerner en un banco de Central Park. Y sentir el roce de la poesía como la lluvia en el estío:
¿Qué puedo decir de la poesía?
Me envuelve la presencia de las cosas
ellas reclaman su lugar en la página.
Cuando sólo deseo refugiarme en el pétalo
cuando nada más me gustaría jugar, dormir
ellas se hacen presentes y me enredan
abrazándose fuerte a mi costado. (…)
La felicidad estaba allí
Era un aroma mínimo
En el corazón de las cosas *
De manera que la felicidad se define como el estado de ánimo que genera una persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada, esto propicia paz interior y un enfoque del medio positivo, al mismo tiempo que estimula la conquista de nuevas metas. Por tanto, la felicidad se compone de pequeños momentos, y quizá su principal característica sea la de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestra vida. La felicidad absoluta y duradera no existe. Existen momentos en la vida en que somos felices y que debemos aprovechar al maximo, ya que en cuanto nos descuidemos desapareceran y debemos aprender a valorar estos momentos felices mientras los tenemos.