Dios y los Fenómenos Naturales I
Por. Jonh Mbiti
Se conocen muchos conceptos que asocian a Dios con objetos y fenómenos naturales. Ya hemos mencionado que los pueblos africanos creen en un universo religioso; esta actitud se ilustra con las distintas formas que tienen de «leer» lo divino en los distintos objetos y fenómenos. Consideraremos primero los fenómenos del cielo y después los de la tierra.
Generalmente, se asume que Dios creó el cielo, considerado como el lugar donde Él habita. En todo el continente africano hay historias de cómo originalmente el cielo y la tierra estaban juntos, e incluso unidos por una cuerda o un puente, estando Dios muy cerca de los hombres. Estos mitos explican el origen de la separación. Explicaremos alguno de ellos en el capítulo nueve.
De distintas formas, todos los pueblos africanos asocian a Dios con el cielo. La mayoría dicen que es el lugar donde Dios vive, y algunos incluso le identifican con el cielo o consideran que es su principal manifestación. En muchas tribus, los nombres de Dios significan «cielo» o «arriba». Por ejemplo, el término para designar a Dios entre los Bari y los Fajulu es Ngun lo ki, que significa «Dios en el cielo (arriba)»; el nombre shona Nyadenga significa «el grande del cielo»; el nombre tiv Aondo significa «el cielo»; y la palabra turkana para hablar de Dios, Ajuk, significa «arriba».
El sol, la luna y las estrellas expresan las creencias de muchos pueblos. Los Zulúes narran que cuando Dios creó a los hombres, les dio el sol y la luna para que tuvieran luz y pudieran ver. Los Bálese creen que el sol es el ojo derecho de Dios y la luna su ojo izquierdo. Entre los Bakiga, Dios es el que hace que el sol se ponga. En muchas sociedades se considera que el sol es una manifestación del mismo Dios y a veces se usa la misma palabra para designar a ambos, como ocurre entre los Chaga (Ruwa), los Lúo (Chieng), los Nandi (asís para Dios, Asisa para el sol) y los Banyankole (Kazooba). Otros, como los Azande, Haya, Ibo y Meban, personifican al sol como una divinidad o un espíritu y algunos creen que es uno de los hijos de Dios. Sin embargo, a pesar de estas asociaciones tan cercanas, no hay indicaciones concretas de que el sol sea considerado como el mismo Dios. A lo sumo el sol simboliza aspectos de Dios, como su omnisciencia o su poder.
Existen conceptos similares sobre la luna, aunque las asociaciones con Dios son menos que en el caso del sol. Entre pueblos como los Akan, los Bambuti, los Dorobo, los Lúo y los Sandaw, la luna es personificada como una divinidad femenina, o una compañera de Dios, o bien la madre (o hermana) del sol, o simplemente como un espíritu. Los Zulúes creen que el sol tiene dos mujeres: la estrella de la mañana y la de la tarde. La «estrella de la mañana» le alimenta bien, por lo que crece y se hace grande; pero la «estrella del crepúsculo» le alimenta tan mal que enflaquece. Para los Bálese, la luna es el ojo izquierdo de Dios. Algunas socieda¬des, como los Banyoro, los Bosquimanos, los Katab y los Kagoro, realizan ceremonias religiosas mensualmente, sobre todo cuando aparece una nueva luna.
Hay poca información sobre estrellas, cometas y meteoritos. Algunas sociedades los personifican como espíritus. Algunos, como los Azande, Bambuti y Chaga, los consideran como hijos de Dios; y otros, como los Bavenda, Kikuyu y Shona, los toman como manifestaciones de Dios.
La lluvia es considerada como una de las mayores bendiciones de Dios. Por esta razón, Dios es denominado común-mente como «el que da la lluvia». Algunos pueblos, como los Elgeyo, los Ibo, los Suk y los Tonga, personifican a la lluvia como una divinidad, un ser sobrenatural o un hijo de Dios. Otros asocian tanto a Dios con la lluvia, que se usa la misma palabra para ambos. Por ejemplo, el nombre de Dios en la lengua de los Didinga es Tumukujert, y el de la lluvia es tamu; los Idoma usan Owo para ambos. Otros, como los Akamba y los Tiv, consideran que la lluvia es la saliva de Dios y es un símbolo de gran bendición. Muchas sociedades realizan sacrificios, ofrendas y oraciones a Dios en conexión con la lluvia, especialmente durante tiempos de sequía. En todas partes del continente se conoce la existencia de hacedores de lluvia , cuya función consiste en solicitar la ayuda de Dios para atraer la lluvia, o bien para pararla cuando cae demasiado.
Muchas tribus, como los Bambuti, Bavenda, Ewe e lia, creen que el trueno es la voz de Dios; y alguna —como los Yoruba y los Tiv— creen que es una indicación de la cólera divina. Los Kikuyu creen que el relámpago es un arma con la que Dios limpia el camino cuando se mueve de un lugar a otro. Otros, como los Bachwa, Bambuti, lia, Lango y Zu-lúes, creen que el relámpago es un instrumento con el que Dios castiga a los malhechores.
En algunos casos se asocia el viento con Dios. Algunos pueblos le describen metafóricamente como un soplo y otros piensan que el viento es uno de los vehículos por los que Dios se mueve con gran poder a través del cielo.
Como ocurre con el cielo, también los objetos y fenómenos naturales de la tierra se asocian con Dios. El cielo y la tierra son descritos como las primeras cosas que Dios creó. Algunos pueblos, como los Haya, Ibo y otros, tienen una divinidad de la tierra, personificación de ésta.
En diferentes partes del continente, como en las cuencas del Níger, el Zambeze y el Congo, abundan mitos sobre las grandes inundaciones de los tiempos remotos, que causaron la destrucción de hombres y animales. Sin duda, las inundaciones anuales de estos grandes ríos produjeron un gran daño a la vida humana, daño que ha sido incorporado a la mito¬logía de estos pueblos. En algunos de ellos, la gente personifica ríos y torrentes o les atribuyen divinidades o espíritus, como ocurre entre los Acholi, Baganda, Lango y Yoruba. Se piensa a menudo que los océanos, lagos y estanques permanentes están habitados por divinidades cuyo favor debe ser atraído al usar el agua. Cuando una persona quiere cruzar el lago Alberto en canoa, los Banyoro ofrecen sacrificios al espíritu que habita en él. Para los Baganda, Mukasa es la divinidad de los mares y lagos, que tiene una posición elevada en la jerarquía de las divinidades nacionales. Los Bahaya dicen que el lago Victoria está habitado por los espíritus y los Yoruba tienen una gran divinidad del mar (conocida como Olokun).
Algunos pueblos, como los Lugbara y los Lango, dicen que las rocas son manifestaciones de Dios. En una versión de la creación del hombre, los Akamba dicen que los primeros hombres fueron extraídos por Dios de una roca. Otros pueblos, como los Banyaruanda, Bari, Bavenda, Ingassana, Madi y Sonjo, tienen rocas sagradas que se utilizan para realizar ritos y observancias religiosos, especialmente en ceremonias para atraer la lluvia. Para muchos, las rocas son lugares habitados por espíritus o por antepasados. Pueblos como los Bambuti, Shiluk, Burundi, Banyaruanda y Yoruba dicen que Dios usó arcilla para moldear a los seres humanos.
Por. Jonh Mbiti
Se conocen muchos conceptos que asocian a Dios con objetos y fenómenos naturales. Ya hemos mencionado que los pueblos africanos creen en un universo religioso; esta actitud se ilustra con las distintas formas que tienen de «leer» lo divino en los distintos objetos y fenómenos. Consideraremos primero los fenómenos del cielo y después los de la tierra.
Generalmente, se asume que Dios creó el cielo, considerado como el lugar donde Él habita. En todo el continente africano hay historias de cómo originalmente el cielo y la tierra estaban juntos, e incluso unidos por una cuerda o un puente, estando Dios muy cerca de los hombres. Estos mitos explican el origen de la separación. Explicaremos alguno de ellos en el capítulo nueve.
De distintas formas, todos los pueblos africanos asocian a Dios con el cielo. La mayoría dicen que es el lugar donde Dios vive, y algunos incluso le identifican con el cielo o consideran que es su principal manifestación. En muchas tribus, los nombres de Dios significan «cielo» o «arriba». Por ejemplo, el término para designar a Dios entre los Bari y los Fajulu es Ngun lo ki, que significa «Dios en el cielo (arriba)»; el nombre shona Nyadenga significa «el grande del cielo»; el nombre tiv Aondo significa «el cielo»; y la palabra turkana para hablar de Dios, Ajuk, significa «arriba».
El sol, la luna y las estrellas expresan las creencias de muchos pueblos. Los Zulúes narran que cuando Dios creó a los hombres, les dio el sol y la luna para que tuvieran luz y pudieran ver. Los Bálese creen que el sol es el ojo derecho de Dios y la luna su ojo izquierdo. Entre los Bakiga, Dios es el que hace que el sol se ponga. En muchas sociedades se considera que el sol es una manifestación del mismo Dios y a veces se usa la misma palabra para designar a ambos, como ocurre entre los Chaga (Ruwa), los Lúo (Chieng), los Nandi (asís para Dios, Asisa para el sol) y los Banyankole (Kazooba). Otros, como los Azande, Haya, Ibo y Meban, personifican al sol como una divinidad o un espíritu y algunos creen que es uno de los hijos de Dios. Sin embargo, a pesar de estas asociaciones tan cercanas, no hay indicaciones concretas de que el sol sea considerado como el mismo Dios. A lo sumo el sol simboliza aspectos de Dios, como su omnisciencia o su poder.
Existen conceptos similares sobre la luna, aunque las asociaciones con Dios son menos que en el caso del sol. Entre pueblos como los Akan, los Bambuti, los Dorobo, los Lúo y los Sandaw, la luna es personificada como una divinidad femenina, o una compañera de Dios, o bien la madre (o hermana) del sol, o simplemente como un espíritu. Los Zulúes creen que el sol tiene dos mujeres: la estrella de la mañana y la de la tarde. La «estrella de la mañana» le alimenta bien, por lo que crece y se hace grande; pero la «estrella del crepúsculo» le alimenta tan mal que enflaquece. Para los Bálese, la luna es el ojo izquierdo de Dios. Algunas socieda¬des, como los Banyoro, los Bosquimanos, los Katab y los Kagoro, realizan ceremonias religiosas mensualmente, sobre todo cuando aparece una nueva luna.
Hay poca información sobre estrellas, cometas y meteoritos. Algunas sociedades los personifican como espíritus. Algunos, como los Azande, Bambuti y Chaga, los consideran como hijos de Dios; y otros, como los Bavenda, Kikuyu y Shona, los toman como manifestaciones de Dios.
La lluvia es considerada como una de las mayores bendiciones de Dios. Por esta razón, Dios es denominado común-mente como «el que da la lluvia». Algunos pueblos, como los Elgeyo, los Ibo, los Suk y los Tonga, personifican a la lluvia como una divinidad, un ser sobrenatural o un hijo de Dios. Otros asocian tanto a Dios con la lluvia, que se usa la misma palabra para ambos. Por ejemplo, el nombre de Dios en la lengua de los Didinga es Tumukujert, y el de la lluvia es tamu; los Idoma usan Owo para ambos. Otros, como los Akamba y los Tiv, consideran que la lluvia es la saliva de Dios y es un símbolo de gran bendición. Muchas sociedades realizan sacrificios, ofrendas y oraciones a Dios en conexión con la lluvia, especialmente durante tiempos de sequía. En todas partes del continente se conoce la existencia de hacedores de lluvia , cuya función consiste en solicitar la ayuda de Dios para atraer la lluvia, o bien para pararla cuando cae demasiado.
Muchas tribus, como los Bambuti, Bavenda, Ewe e lia, creen que el trueno es la voz de Dios; y alguna —como los Yoruba y los Tiv— creen que es una indicación de la cólera divina. Los Kikuyu creen que el relámpago es un arma con la que Dios limpia el camino cuando se mueve de un lugar a otro. Otros, como los Bachwa, Bambuti, lia, Lango y Zu-lúes, creen que el relámpago es un instrumento con el que Dios castiga a los malhechores.
En algunos casos se asocia el viento con Dios. Algunos pueblos le describen metafóricamente como un soplo y otros piensan que el viento es uno de los vehículos por los que Dios se mueve con gran poder a través del cielo.
Como ocurre con el cielo, también los objetos y fenómenos naturales de la tierra se asocian con Dios. El cielo y la tierra son descritos como las primeras cosas que Dios creó. Algunos pueblos, como los Haya, Ibo y otros, tienen una divinidad de la tierra, personificación de ésta.
En diferentes partes del continente, como en las cuencas del Níger, el Zambeze y el Congo, abundan mitos sobre las grandes inundaciones de los tiempos remotos, que causaron la destrucción de hombres y animales. Sin duda, las inundaciones anuales de estos grandes ríos produjeron un gran daño a la vida humana, daño que ha sido incorporado a la mito¬logía de estos pueblos. En algunos de ellos, la gente personifica ríos y torrentes o les atribuyen divinidades o espíritus, como ocurre entre los Acholi, Baganda, Lango y Yoruba. Se piensa a menudo que los océanos, lagos y estanques permanentes están habitados por divinidades cuyo favor debe ser atraído al usar el agua. Cuando una persona quiere cruzar el lago Alberto en canoa, los Banyoro ofrecen sacrificios al espíritu que habita en él. Para los Baganda, Mukasa es la divinidad de los mares y lagos, que tiene una posición elevada en la jerarquía de las divinidades nacionales. Los Bahaya dicen que el lago Victoria está habitado por los espíritus y los Yoruba tienen una gran divinidad del mar (conocida como Olokun).
Algunos pueblos, como los Lugbara y los Lango, dicen que las rocas son manifestaciones de Dios. En una versión de la creación del hombre, los Akamba dicen que los primeros hombres fueron extraídos por Dios de una roca. Otros pueblos, como los Banyaruanda, Bari, Bavenda, Ingassana, Madi y Sonjo, tienen rocas sagradas que se utilizan para realizar ritos y observancias religiosos, especialmente en ceremonias para atraer la lluvia. Para muchos, las rocas son lugares habitados por espíritus o por antepasados. Pueblos como los Bambuti, Shiluk, Burundi, Banyaruanda y Yoruba dicen que Dios usó arcilla para moldear a los seres humanos.