"LIBRO DEL ESPLENDOR"
Es la "Suma" de la Kábala Judía.
Atribuido a Moisés de León, judío castellano de finales del siglo XIII
Los textos escogidos están tomados del libro "Zohar. Revelaciones del "Libro del Esplendro", seleccionadas por Ariel Benson", Arcana Coelestia, Barcelona, 1980
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Revelaciones hechas a la Gran Santa Asamblea
Por todo el país, alrededor del mar de Galilea, el maestro, Simeón Ben Yojai, se paseaba con sus discípulos. Algunas veces eran doce, otras tal vez diez, de estos fieles adeptos, a quienes el maestro enseñaba la Torah y les explicaba la palabra de Dios como la hablan revelado los profetas y los maestros de Israel: la ley escrita conservada para toda la posteridad en el libro imperecedero, la Biblia.
Y él dijo a sus discípulos: «Desgraciado del hombre que sólo ve en la interpretación de la ley la recitación de una simple narración, relatada en palabras de uso común. Si tan sólo fuera esto, nosotros no tendríamos dificultad alguna en componer hoy una Torah mejor y más atrayente. Pero las palabras que nosotros leemos son tan sólo la túnica exterior. Cada una de ellas contiene un significado más alto que el que nos es aparente. Cada una contiene un misterio sublime que nosotros debemos persistentemente tratar de penetrar. Los que toman el vestido exterior por la cosa que ella cubre, no hallarán mucha felicidad en él. Exactamente como los que tan sólo juzgan al hombre por su indumentaria exterior están llamados a ser desilusionados, pues son el cuerpo y el espíritu los que hacen al hombre. Debajo de la indumentaria de la Torah, que son las palabras, y debajo del cuerpo de la Torah, que son los mandamientos, está el alma, que es el misterio oculto. Es el misterio oculto el que hace la ley dada por Dios ser superior a todas las leyes hechas por el hombre, incluso en el caso de que estas últimas puedan aparecer más grandes y parecer más lógicas. Hay un alma dentro de un alma, que se alienta con la ley".
A pesar de todo esto, el maestro dudaba de revelarles lo que sus almas anhelaban saber, y que su alma anhelaba revelar; pero un día, a la Hora de Gracias, el maestro se fue al campo con sus discípulos. El sol estaba en el momento de ponerse, pero el cielo estaba lleno de signos y maravillas. El sol se volvió más y más brillante, y permaneció sin ponerse. La luna apareció en toda su majestad, y las estrellas, en toda su brillantez. Los discípulos miraron interrogativamente al maestro, y uno de ellos dijo: "Maestro, ¿no parece que haya llegado el tiempo -del cual tan frecuentemente nos ha habladode revelarnos los misterios que están encerrados en la ley? ¿Cuánto tiempo debemos gastar inútilmente en perseguir y ocuparnos nosotros con una ley que está sobre un pilar? Nosotros queremos empezar a trabajar para el Señor, pues el tiempo apura y los trabajadores son pocos en número. Y aun estos mismos pocos deben permanecer al borde de la viña, pues están inciertos respecto a qué camino seguir. Por consiguiente, nosotros te rogamos, maestro, que nos armes con la sabiduría, con la inteligencia y con el conocimiento. Revélanos esas verdades que los santos del mundo superior oyen con gozo y tratan de comprender".
Todavía saludó el Maestro, y exclamó: «¡He aquí, infeliz soy si os revelo los misterios, e infeliz soy si no os los revelo!» En esto los discípulos se asustaron, pero Rebí Abba dijo: «El maestro no debe temer de revelarnos los misterios, pues está escrito: "¡El Señor revela su ley a quienen lo temen!, y nosotros somos -de los que temen al Señor". Y como ellos miraran asediándolo, él llamó a cada uno por su nombre, y estaban presentes: Eleazar, el hijo del maestro, y Abba; Yehouda y José, el hijo de Jacob; Isaac e Hizquiya, el hijo de Rab; Hiya, Yosse y Jesse. Ellos extendieron las manos hacia su maestro, con las palmas vueltas hacia arriba y los dedos apuntando hacia el cielo. Y así unidos, como en santa comunión, lo siguieron al campo inmediato, en el cual se sentía el murmurar de un arroyo que corría, y se sentaron debajo de un árbol con grandes ramas extendidas.
Pero el maestro permaneció de pie por algún tiempo, con las manos levantadas en oración. Luego se sentó en medio de sus discípulos, y dijo: "Que cada uno extienda su mano hacia mí". Ellos extendieron sus manos hacia él, y él tocó en turno a cada una de ellas; luego colocó a su hijo Eleazar enfrente de él, y a Hiya en el lado opuesto. Y en cuanto ellos esperaban así, inclinó lentamente su cabeza en el pecho y murmuró: "Nosotros somos la síntesis de todas las cosas". Los otros temieron estorbarle. Y estando sentados en silencio, oyeron un gran tropel, como si las huestes celestiales se precipitaran a oír las palabras de Simeón Ben Yojai. Una llama pasó sobre la tierra, y los discípulos empezaron a temblar.
Entonces el maestro levantó su cabeza y dijo: "El traidor revela secretos; pero aquel que tiene un corazón fiel guarda bien la palabra que le ha sido confiada. Es un traidor el que no tiene fe-, y el que no tiene fe alguna no tiene la serenidad de espíritu necesaria para abarcar el significado de los misterios. Aquel que no tiene espíritu sereno halla que los misterios dan vueltas en su cabeza, como una turbina da vueltas en el agua. Lanza fuera todo lo que viene a estorbar su espíritu. Qué la ligereza de vuestra lengua no nos haga pecar, pues la suerte del mundo depende de los misterios secretos. Y además debemos guardarnos de no salir del camino de la verdad, ni siquiera el ancho de un pelo".
Es la "Suma" de la Kábala Judía.
Atribuido a Moisés de León, judío castellano de finales del siglo XIII
Los textos escogidos están tomados del libro "Zohar. Revelaciones del "Libro del Esplendro", seleccionadas por Ariel Benson", Arcana Coelestia, Barcelona, 1980
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Revelaciones hechas a la Gran Santa Asamblea
Por todo el país, alrededor del mar de Galilea, el maestro, Simeón Ben Yojai, se paseaba con sus discípulos. Algunas veces eran doce, otras tal vez diez, de estos fieles adeptos, a quienes el maestro enseñaba la Torah y les explicaba la palabra de Dios como la hablan revelado los profetas y los maestros de Israel: la ley escrita conservada para toda la posteridad en el libro imperecedero, la Biblia.
Y él dijo a sus discípulos: «Desgraciado del hombre que sólo ve en la interpretación de la ley la recitación de una simple narración, relatada en palabras de uso común. Si tan sólo fuera esto, nosotros no tendríamos dificultad alguna en componer hoy una Torah mejor y más atrayente. Pero las palabras que nosotros leemos son tan sólo la túnica exterior. Cada una de ellas contiene un significado más alto que el que nos es aparente. Cada una contiene un misterio sublime que nosotros debemos persistentemente tratar de penetrar. Los que toman el vestido exterior por la cosa que ella cubre, no hallarán mucha felicidad en él. Exactamente como los que tan sólo juzgan al hombre por su indumentaria exterior están llamados a ser desilusionados, pues son el cuerpo y el espíritu los que hacen al hombre. Debajo de la indumentaria de la Torah, que son las palabras, y debajo del cuerpo de la Torah, que son los mandamientos, está el alma, que es el misterio oculto. Es el misterio oculto el que hace la ley dada por Dios ser superior a todas las leyes hechas por el hombre, incluso en el caso de que estas últimas puedan aparecer más grandes y parecer más lógicas. Hay un alma dentro de un alma, que se alienta con la ley".
A pesar de todo esto, el maestro dudaba de revelarles lo que sus almas anhelaban saber, y que su alma anhelaba revelar; pero un día, a la Hora de Gracias, el maestro se fue al campo con sus discípulos. El sol estaba en el momento de ponerse, pero el cielo estaba lleno de signos y maravillas. El sol se volvió más y más brillante, y permaneció sin ponerse. La luna apareció en toda su majestad, y las estrellas, en toda su brillantez. Los discípulos miraron interrogativamente al maestro, y uno de ellos dijo: "Maestro, ¿no parece que haya llegado el tiempo -del cual tan frecuentemente nos ha habladode revelarnos los misterios que están encerrados en la ley? ¿Cuánto tiempo debemos gastar inútilmente en perseguir y ocuparnos nosotros con una ley que está sobre un pilar? Nosotros queremos empezar a trabajar para el Señor, pues el tiempo apura y los trabajadores son pocos en número. Y aun estos mismos pocos deben permanecer al borde de la viña, pues están inciertos respecto a qué camino seguir. Por consiguiente, nosotros te rogamos, maestro, que nos armes con la sabiduría, con la inteligencia y con el conocimiento. Revélanos esas verdades que los santos del mundo superior oyen con gozo y tratan de comprender".
Todavía saludó el Maestro, y exclamó: «¡He aquí, infeliz soy si os revelo los misterios, e infeliz soy si no os los revelo!» En esto los discípulos se asustaron, pero Rebí Abba dijo: «El maestro no debe temer de revelarnos los misterios, pues está escrito: "¡El Señor revela su ley a quienen lo temen!, y nosotros somos -de los que temen al Señor". Y como ellos miraran asediándolo, él llamó a cada uno por su nombre, y estaban presentes: Eleazar, el hijo del maestro, y Abba; Yehouda y José, el hijo de Jacob; Isaac e Hizquiya, el hijo de Rab; Hiya, Yosse y Jesse. Ellos extendieron las manos hacia su maestro, con las palmas vueltas hacia arriba y los dedos apuntando hacia el cielo. Y así unidos, como en santa comunión, lo siguieron al campo inmediato, en el cual se sentía el murmurar de un arroyo que corría, y se sentaron debajo de un árbol con grandes ramas extendidas.
Pero el maestro permaneció de pie por algún tiempo, con las manos levantadas en oración. Luego se sentó en medio de sus discípulos, y dijo: "Que cada uno extienda su mano hacia mí". Ellos extendieron sus manos hacia él, y él tocó en turno a cada una de ellas; luego colocó a su hijo Eleazar enfrente de él, y a Hiya en el lado opuesto. Y en cuanto ellos esperaban así, inclinó lentamente su cabeza en el pecho y murmuró: "Nosotros somos la síntesis de todas las cosas". Los otros temieron estorbarle. Y estando sentados en silencio, oyeron un gran tropel, como si las huestes celestiales se precipitaran a oír las palabras de Simeón Ben Yojai. Una llama pasó sobre la tierra, y los discípulos empezaron a temblar.
Entonces el maestro levantó su cabeza y dijo: "El traidor revela secretos; pero aquel que tiene un corazón fiel guarda bien la palabra que le ha sido confiada. Es un traidor el que no tiene fe-, y el que no tiene fe alguna no tiene la serenidad de espíritu necesaria para abarcar el significado de los misterios. Aquel que no tiene espíritu sereno halla que los misterios dan vueltas en su cabeza, como una turbina da vueltas en el agua. Lanza fuera todo lo que viene a estorbar su espíritu. Qué la ligereza de vuestra lengua no nos haga pecar, pues la suerte del mundo depende de los misterios secretos. Y además debemos guardarnos de no salir del camino de la verdad, ni siquiera el ancho de un pelo".