Hubo un hombre que, la víspera de Todos los Santos, se quedó a pescar hasta tarde y sólo pensó en las hadas cuando vio un gran número de luces que danzaban y una gran multitud de personas que pasaban apresuradamente con cestas y bolsas, riendo, cantando y bromeando mientras avanzaban.

- Se os ve alegres -dijo él- ¿Adónde vais?
- Vamos a la feria -contestó un hombrecillo que lucía en su cabeza un tricornio adornado con una banda de oro-. Ven con nosotros, Hugh King, y disfrutarás de la mejor comida y la mejor bebida que hayas probado nunca.
- Y llévame la cesta -dijo una mujercilla pelirroja-.

Así que Hugh cogió la cesta y los acompañó hasta llegar a la feria, en la que había una

- Bueno, pues deja la cesta -dijo la pelirroja-, ya veo que estás muy cansado.

Así que la mujer tomó la cesta y, cuando abrió la tapa, del interior salió un viejecillo, el duende más feo y deforme que se pueda imaginar.

- Ah, gracias Hugh -dijo el duende con gran cortesía-; me has llevado de maravilla, pues mis miembros son débiles y, a decir verdad, no tenga nada que pueda llamar piernas. Pero te pagaré muy bien, apuesto muchacho. Extiende las manos.

Y el duendecillo echó en ellas oro y más oro, relucientes guineas doradas.

- Ahora ve -dijo-, bebe a mi salud, pásatelo lo mejor que puedas y no te asustes de nada que veas u oigas.

Y se fueron todos, excepto el hombre que llevaba tricornio y una banda roja alrededor de la cintura.

-Quédate aquí y espera un poco -le dijo-, pues Finvara, el rey, y su esposa están de camino para ver la feria.

Y justo cuando estaba diciendo estas palabras se oyó el grave sonido de un cuerno y apareció un carruaje tirado por cuatro caballos blancos; de su interior surgieron un noble caballero vestido de negro y una dama con un velo de plata que le cubría completamente el rostro.
- Aquí están Finvara en persona y su reina -dijo el viejecillo, y poco le faltó a Hugh para morir de miedo cuando Finvara preguntó:
- ¿Qué trae aquí este hombre?

Y el rey frunció el ceño. Parecía tan irritado que Hugh casi se cae al suelo de miedo. Entonces se echaron todos a reír y se acercaron los bailarines a bailar alrededor de Hugh.

- ¿Sabes quiénes son los hombres y mujeres que están bailando a tu alrededor? -preguntó el viejecillo-. Mira bien, ¿estás completamente seguro de que no los has visto antes?

Y, al mirar, Hugh vio a una muchacha que había muerto el año anterior y, luego, uno tras otro, fue reconociendo a muchos de sus amigos fallecidos tiempo atrás.

Intentó escapar de ellos pero no pudo pues danzaron en círculo a su alrededor y lo tomaron de los brazos, intentando atraerlo hacia su baile. Y allí mismo, delante de ellos, cayó desmayado hasta el día siguiente, en que se encontró tendido sobre la colina, dentro del viejo círculo de piedra.
Aunque el contacto con los muertos había ennegrecido sus brazos, no encontró rastro alguno del oro que el duende le había entregado.

Y Hugh regresó a su casa, lleno de tristeza, pues ahora sabía que los espíritus se habían burlado de él por haber pertubado sus celebraciones en la víspera de Todos los Santos, la única noche del año en la que los muertos pueden dejar sus tumbas y bailar sobre la colina, a la luz de la luna.