Quien solamente sabe apreciar las cosas cuantificables ignora la mitad del universo. Cuanto nos rodea está emitiendo de forma continuada una serie de señales no conocidas para cuya valoración es necesario abandonar momentáneamente el sentido crítico y racional.
Lo que ahora conocemos como virus y bacterias en otro tiempo y en concreto los griegos los denominaban “Keres”, a ellos los tenían como responsables de todo tipo de enfermedades y contagios, y eran considerados como pequeños diablos.
Es de imaginar que en un futuro cientos de miles de cosas que hoy consideramos fenómenos extraordinarios se verán como simples hechos naturales. Aunque en la antigüedad no era lo mismo.
Por ejemplo en España la corte reconocía la existencia de las artes mágicas y depositaban en la adivinación a través de las estrellas una gran confianza.
Los males presentes y futuros se solucionarían gracias a los miles de conjuros que eran de dominio público.
Los había para todos los gustos, para librarse de un enemigo, para sanarse y así perderíamos la cuenta, incluso muchos de ellos en clara contradicción con la virginal idea propuesta por la iglesia.
Por ejemplo la socorrida pastilla anticonceptiva, era sustituida por infinidad de métodos para el mismo fin, algunos de ellos como para echarse a reír, pero que en aquel entonces se lo tomaban muy en serio.
La brujería estaba en apogeo sobre todo por el siglo XIV, todo el mundo creía en las brujas y se leía como si fuera el libro de cabecera, el Sabat.
En él se habla del sufrimiento que se puede infligir a través de un muñeco de cera, pinchándole en diversos sitios, esto es un ritual vudú.
Como es lógico siempre que aparece una corriente, aparece una contracorriente para frenarla o limitarla. Y ante la aparición de la brujería, apareció la inquisición, dispuesta a erradicar todo tipo de creencias paganas que profanaban la idea del verdadero culto y moralidad.
Así todo, su tarea fue difícil ya que muchos clérigos participaban activamente en todo el entramado mágico.
Incluso miembros de la jerarquía de la iglesia escribieron libros sobre estos temas.
Pero también la corte hacía sus pinitos y en concreto se dejaban aconsejar por quirománticos y adivinadores de todo tipo, sobre todo en las guerras y decisiones importantes de estado y de la corte.
Decir que no hay que olvidar a España, que fue y sigue siendo cuna de la magia desde mucho tiempo antes de que este pedazo de geografía se llamase así.
Para empezar tenemos los celtas, ancestros de nuestros gallegos. Ya en el siglo VI antes de cristo se tienen noticias de las cosas maravillosas que realizaban los druidas en los bosques del noroeste.
Según su concepto del mundo era que todo lo existente es emanación directa de la naturaleza divina. De ahí que utilizasen tanto los disfraces de animales y se adornasen con flores y arbustos.
Había ya una creencia bastante afincada sobre los licántropos u hombres lobo, la leyenda del nacimiento de estos seres decía que eran los séptimos hijos de padres que no habían tenido hijas, salvo cuando llevaban una cruz en el paladar.
De todas formas tampoco si el séptimo nacido era una hembra se salvaba de un destino mas halagüeño, pues se decía que la muchacha iba para meiga.
Para evitar el embrujo se debía apadrinar al recién nacido, uno de sus hermanos.
De la misma forma se solucionaban los casos de nacidos el 24 de diciembre a los niños que se le había echado el mal de ojo en el seno de su madre.
Pero no hay que adelantar acontecimientos, si seguimos el curso de la historia nos topamos con un enigma poco estudiado llamado Prisciliano, que de hecho poco interés suscitaba y daba la sensación de que lo quisieran borrar de la memoria de la historia. Este hombre nació en Iria Flavio aya por el siglo IV.
De la iglesia agapeta aprendió la doctrina de los esenios. Prisciliano comenzó su predicación allá donde iba, pronto la iglesia oficial no tardó en tacharle de mago y de hereje.
Y como es lógico pensar acabó decapitado, muchos de sus adeptos aseguraron que su cuerpo se veneraría con otro nombre en el transcurso de la historia y que gentes de todos los confines irían a su tumba para postrarse a sus pies.
Es un claro exponente de cómo un clérigo se pasó a una situación muy distinta de la que seguramente no es el único exponente.
Lo que ahora conocemos como virus y bacterias en otro tiempo y en concreto los griegos los denominaban “Keres”, a ellos los tenían como responsables de todo tipo de enfermedades y contagios, y eran considerados como pequeños diablos.
Es de imaginar que en un futuro cientos de miles de cosas que hoy consideramos fenómenos extraordinarios se verán como simples hechos naturales. Aunque en la antigüedad no era lo mismo.
Por ejemplo en España la corte reconocía la existencia de las artes mágicas y depositaban en la adivinación a través de las estrellas una gran confianza.
Los males presentes y futuros se solucionarían gracias a los miles de conjuros que eran de dominio público.
Los había para todos los gustos, para librarse de un enemigo, para sanarse y así perderíamos la cuenta, incluso muchos de ellos en clara contradicción con la virginal idea propuesta por la iglesia.
Por ejemplo la socorrida pastilla anticonceptiva, era sustituida por infinidad de métodos para el mismo fin, algunos de ellos como para echarse a reír, pero que en aquel entonces se lo tomaban muy en serio.
La brujería estaba en apogeo sobre todo por el siglo XIV, todo el mundo creía en las brujas y se leía como si fuera el libro de cabecera, el Sabat.
En él se habla del sufrimiento que se puede infligir a través de un muñeco de cera, pinchándole en diversos sitios, esto es un ritual vudú.
Como es lógico siempre que aparece una corriente, aparece una contracorriente para frenarla o limitarla. Y ante la aparición de la brujería, apareció la inquisición, dispuesta a erradicar todo tipo de creencias paganas que profanaban la idea del verdadero culto y moralidad.
Así todo, su tarea fue difícil ya que muchos clérigos participaban activamente en todo el entramado mágico.
Incluso miembros de la jerarquía de la iglesia escribieron libros sobre estos temas.
Pero también la corte hacía sus pinitos y en concreto se dejaban aconsejar por quirománticos y adivinadores de todo tipo, sobre todo en las guerras y decisiones importantes de estado y de la corte.
Decir que no hay que olvidar a España, que fue y sigue siendo cuna de la magia desde mucho tiempo antes de que este pedazo de geografía se llamase así.
Para empezar tenemos los celtas, ancestros de nuestros gallegos. Ya en el siglo VI antes de cristo se tienen noticias de las cosas maravillosas que realizaban los druidas en los bosques del noroeste.
Según su concepto del mundo era que todo lo existente es emanación directa de la naturaleza divina. De ahí que utilizasen tanto los disfraces de animales y se adornasen con flores y arbustos.
Había ya una creencia bastante afincada sobre los licántropos u hombres lobo, la leyenda del nacimiento de estos seres decía que eran los séptimos hijos de padres que no habían tenido hijas, salvo cuando llevaban una cruz en el paladar.
De todas formas tampoco si el séptimo nacido era una hembra se salvaba de un destino mas halagüeño, pues se decía que la muchacha iba para meiga.
Para evitar el embrujo se debía apadrinar al recién nacido, uno de sus hermanos.
De la misma forma se solucionaban los casos de nacidos el 24 de diciembre a los niños que se le había echado el mal de ojo en el seno de su madre.
Pero no hay que adelantar acontecimientos, si seguimos el curso de la historia nos topamos con un enigma poco estudiado llamado Prisciliano, que de hecho poco interés suscitaba y daba la sensación de que lo quisieran borrar de la memoria de la historia. Este hombre nació en Iria Flavio aya por el siglo IV.
De la iglesia agapeta aprendió la doctrina de los esenios. Prisciliano comenzó su predicación allá donde iba, pronto la iglesia oficial no tardó en tacharle de mago y de hereje.
Y como es lógico pensar acabó decapitado, muchos de sus adeptos aseguraron que su cuerpo se veneraría con otro nombre en el transcurso de la historia y que gentes de todos los confines irían a su tumba para postrarse a sus pies.
Es un claro exponente de cómo un clérigo se pasó a una situación muy distinta de la que seguramente no es el único exponente.