En diferentes localidades del municipio Rafael Urdaneta, sobre todo en la aldea Las Lajas, desde hace muchos años se ha oído la leyenda de la gritona que aparece en las cercanías de la quebrada La Cocoroca. Cuenta la historia que una mujer que vivía en el sector, al quedar embarazada y dar a luz, ahogaba a sus hijos en las aguas de la quebrada. Cuando hizo esto con el cuarto hijo la pena no la dejó vivir y murió ahogada. Desde entonces varias personas por las noches escuchan gritos desgarradores de una mujer que causan miedo y escalofrío. También dicen que cuando la mujer está furiosa provoca crecidas en la quebrada desbocándola de su cauce. Sus principales víctimas han sido los arrieros quienes tenían que atravesar estos caminos a altas horas de la madrugada para llevar sus cargas a los mercados de Delicias, Rubio y San Cristóbal. Los hombres que han tenido la desafortunada experiencia de verla la describen como una mujer alta de larga cabellera negra, su rostro es una calavera que emite fuego por los ojos, sus ropas son negras y desgarradas, a sus pies una jauría de perros negros de ojos rojos la muerden. El propósito de este espanto es matar a las personas que alcanza; quienes se han logrado salvar es gracias a escapularios que ahuyentan a la gritona. Los pobladores saben que si la mujer grita no se le debe contestar, pues de inmediato aparece a buscar a quien lo hace. En el poblado Las Lajas existe otra versión de esta leyenda que refiere la experiencia de un hombre que se levantaba muy temprano a realizar de madrugada queso para vender en el mercado municipal. Una madrugada, por tiempo de cuaresma, cuando iba por el camino real en el sector llamado Pabellón, escuchó unos gritos aterradores, que lo llenaron de espanto. Allí estaba una mujer, con vestidos rasgados, pelo negro y muy largo, y ojos que arrojaban fuego. El hombre huyó despavorido, ante la terrible aparición. Se dice desde entonces que la gritona se aparece por tiempos de cuaresma y Semana santa a viajeros intrépidos que van en búsqueda de dinero, o a vender algo en el mercado, y pasan por esos senderos de Pabellón.