Del mirador hacia El Pueblito la carretera desciende hasta El Tope para luego continuar en ascenso. En lo más profundo posee sinuosidades parecidas a las de un reptil, de ahí que reciba el nombre de "El paso de La Culebra". En este punto la carretera permanece casi en penumbra debido a los árboles. Desde este lugar parte un camino vecinal hasta el poblado. A sus orillas, bucares y guamos protegen al caminante de los rayos del sol.
En la noche muy pocas personas se atreven a cruzarlo por temor a los espantos.
Un joven del lugar, fuerte y pendenciero, amigo de parrandas y aventuras, solía emborracharse los fines de semana y atravesar El Paso de La Culebra en horas de la madrugada.
No vayas por ese camino de noche - le decían sus amigos.
.- ¿ Por que? - pregunto Rafucho.
.- ¿ No sabes que espantan en ese punto donde la oscuridad es mas profunda?.
.- ¡ Tonterías, yo no creo en eso!.
.- Haz lo que quieras, pero cuídate, no te busques problemas.
.- Soy fuerte y sabré defenderme.
.- Ándate con cuidado, no es cosa de broma.
Continuaron conversando de otros temas y se olvidaron del asunto.
A la semana siguiente Rafucho estaba contento porque había logrado vender a buen precio su cosecha de naranjas. Decidió darse una escapadita hasta el caserío vecino para salir de rutina. Se fue para El Pueblito y regresan pasadas las doce de la noche.
Venia silbando y cuando llego a las curvas en descenso de El Paso de La Culebra, recordó lo que le habían dicho sus amigos. No sentía miedo. Posiblemente la fantasía de la gente inventaba historias para pasar el tiempo o para amedrentar a los ingenuos. La brisa fresca le sacudió el rostro. Miro el camino y lo encontró muy oscuro. - No tengo miedo, - se dijo, y bajo los efectos del alcohol alardeo gritando:
.- ¡ Que salga el diablo si quiere que no le tengo miedo!.
A poco trecho algo se le atravesó en el camino que lo hizo perder el equilibrio, luego, cuando intentaba levantarse sintió que lo apaleaban y por mas que corría, lo seguían y continuaban dándole palos. El asustado gritaba. Sus alaridos eran tan fuertes que se oyeron en todo el vecindario y por temor nadie se atrevió a socorrerlo.
A duras penas pudo escapar y recorrer el pequeño trecho que los separaba del caserío.
Cansado, maltrecho, pálido y sin fuerzas cayo delante de las primeras casas.
Con el alba fue recogido por unos vecinos madrugadores que lo curaron y le dieron aguamiel caliente. Él con gran esfuerzo contó lo sucedido. Poco después todo el vecindario conoció el percance.
Sus amigos le dijeron.
.- ¡ Eso le pasa por necio!.
.- Yo te lo dije, no se puede pasar de noche por El Paso de La Culebra....
En la noche muy pocas personas se atreven a cruzarlo por temor a los espantos.
Un joven del lugar, fuerte y pendenciero, amigo de parrandas y aventuras, solía emborracharse los fines de semana y atravesar El Paso de La Culebra en horas de la madrugada.
No vayas por ese camino de noche - le decían sus amigos.
.- ¿ Por que? - pregunto Rafucho.
.- ¿ No sabes que espantan en ese punto donde la oscuridad es mas profunda?.
.- ¡ Tonterías, yo no creo en eso!.
.- Haz lo que quieras, pero cuídate, no te busques problemas.
.- Soy fuerte y sabré defenderme.
.- Ándate con cuidado, no es cosa de broma.
Continuaron conversando de otros temas y se olvidaron del asunto.
A la semana siguiente Rafucho estaba contento porque había logrado vender a buen precio su cosecha de naranjas. Decidió darse una escapadita hasta el caserío vecino para salir de rutina. Se fue para El Pueblito y regresan pasadas las doce de la noche.
Venia silbando y cuando llego a las curvas en descenso de El Paso de La Culebra, recordó lo que le habían dicho sus amigos. No sentía miedo. Posiblemente la fantasía de la gente inventaba historias para pasar el tiempo o para amedrentar a los ingenuos. La brisa fresca le sacudió el rostro. Miro el camino y lo encontró muy oscuro. - No tengo miedo, - se dijo, y bajo los efectos del alcohol alardeo gritando:
.- ¡ Que salga el diablo si quiere que no le tengo miedo!.
A poco trecho algo se le atravesó en el camino que lo hizo perder el equilibrio, luego, cuando intentaba levantarse sintió que lo apaleaban y por mas que corría, lo seguían y continuaban dándole palos. El asustado gritaba. Sus alaridos eran tan fuertes que se oyeron en todo el vecindario y por temor nadie se atrevió a socorrerlo.
A duras penas pudo escapar y recorrer el pequeño trecho que los separaba del caserío.
Cansado, maltrecho, pálido y sin fuerzas cayo delante de las primeras casas.
Con el alba fue recogido por unos vecinos madrugadores que lo curaron y le dieron aguamiel caliente. Él con gran esfuerzo contó lo sucedido. Poco después todo el vecindario conoció el percance.
Sus amigos le dijeron.
.- ¡ Eso le pasa por necio!.
.- Yo te lo dije, no se puede pasar de noche por El Paso de La Culebra....