Es un relato que ha permanecido a través del tiempo como una leyenda de la comunidad, causando pavor para el que por la tarde o noche transita estas tierras. Refiere la leyenda que una mujer estaba sola en la finca Miralindo, porque su esposo se había ido para Herrán desde muy temprano en la mañana. Ya era muy tarde cuando oyó llegar el caballo al que reconoció por su relincho. La mujer salió pensando que el patrón había llegado, pero el caballo venía sin jinete, y se preocupó porque su esposo no estaba sobre la bestia. Entró a la casa y llamó a su pequeño hermano Pedro para que lo ayudara a quitarle las riendas y la silla al animal. La luna llena y clara permitía divisar todo el lugar. Cuando estaban cerrando el portillo, resplandeció una luz fuerte como una llama de candela, cerca de una piedra que la llamaron la testiga. Asustada, la mujer le dijo a su hermano que corrieran. En ese momento les salió el hachonero, de quien ya habían tenido noticia por comentarios de la gente. Corrieron y corrieron asustados. La mujer se refugió en una casa de barro que estaban construyendo y aún no había sido completada, la cual tenía aún muchos huecos y esperó allí a su hermano mientras recordaba las palabras de su madre que decía que el miedo no entrara donde había techo. Comenzó a rezar asustada, invocando a todos los santos para que la protegieran, pensando en su esposo y su hermano. Cuando se acercó el hachonero su corazón se aceleró y le temblaron las piernas; pensó que iba a entrar pero no pasó. La figura fantasmal era una hueso pelado, alrededor salía candela que daba vueltas y ráfagas, era enorme y flotaba por el aire porque la casa estaba bastante alta del camino y sobrepasaba el lugar. El espanto pasó de largo y la mujer salió corriendo a buscar a su hermano a ver que le había pasado. Cuando más tarde apareció su esposo, arañado por las plantas de moro, él le contó que alguien lo había bajado del caballo apartándolo del camino.