Después del fallecimiento de muchos de los Ruices en Yaguaraparo y la marcha de sus descendientes de vueltas a España, surgieron otros colonos atraídos por la fertilidad de las tierras, surgiendo apellidos como: Gómez, Venturini, Borgo, los Felce y los Ravelo.
Surgieron en la faceta del ambiente pueblerino, “señores” de la época, compradores y fundadores de grades extensiones de terrenos, que al enriquecerse emigraban a otros lugares para disfrutar de sus fortunas.
Como no existían bancos financieros en aquella época, cuantiosas fortunas en oro (morocotas), plata y otras de cobre eran depositadas en baúles de madera de cedro, cazuelas o “tinajones” de arcilla cocida. Estas riquezas eran guardadas celosamente por sus propietarios, que a veces la enterraban en un sitio determinado y marcado “por si las moscas”.
Al fallecer de súbito por accidente, enfermedad, asesinado o por otra incidencia el tesoro oculto se perdía, quedando con el transcurso a expensa de quien lo encontrara primero.
A partir de los años 50 los entierros comenzaron a ser descubiertos en Yaguaraparo convirtiéndose en una tradición popular y terrorífica.
Para poder tener posesión de un entierro había que ser designado por el espíritu del difunto que había sido en otrora dueño de la fortuna enterrada. Comentaban que este desandaba en pena y para tener descanso eterno tenia que entregarle su tesoro a un elegido, pues el entierro pasaba a ser maldito si era guardado en las entrañas del suelo.
El difunto se le aparecía en sueños y visiones explicándole con detalles donde estaba el entierro y ciertas instrucciones para que su alma descansara en paz. Tenia que hacerle 30 misas después de haber sacado la pequeña fortuna. Otra razón para realizar las misas era de acuerdo a la riqueza en general del entierro.
Si el elegido no cumplía con el convenio, misteriosamente perdía fácil el dinero y quedaba en la ruina, algunas veces morían en forma misteriosa y en accidentes dantescos algunos de sus amados más cercanos
Este hecho asombroso y real pasó a ser una tradición en el quehacer cultural del pueblo y se fue extendiendo la fama del hecho folclórico en toda la región. Esta pasión fue dividida en dos maneras: el entierro maligno y el benigno.
El primero consistía en que tenían que ir dos o tres a sacar el entierro, convidados por el elegido, donde el muerto imponía las reglas:
“vayan dos y venga uno”
Ó “vayan tres y vengan dos”
El segundo entierro o el benigno se constituía generalmente en el de la 30 o mas misas.