Esta leyenda surgió en el Tigrito, población del estado Portuguesa, donde la vegetación era intrincada y albergaba muchos peligros. En esa región vivía una pareja, que aunque no tenían oficio, nunca pasaban hambre ya que el marido obtenía abundante cacería. Una tarde en la que el despreocupado hombre se mecía, como de costumbre, en su hamaca, la mujer le exigía que hiciese un conuco. En los demás ranchos del poblado había uno. No era la primera vez que ella enardecida le pedía que lo hiciese porque estaba cansada de comer carne. Quería nutrirse con caraotas, arepas, hortalizas. Ante la insistencia de la mujer, el hombre se molestó mucho y en esa medida aceleraba su vaivén. Al cabo de un rato, rabioso respondió que debía estar agradecida ya que él la mantenía bien alimentada. En medio de su acaloramiento, la mujer haló vigorosamente las cabuyeras de la hamaca y con fuerza lo interrogó acerca de cómo conseguía tan buenas piezas y cómo hacía para cazar tantos animales. El hombre se mantenía indiferente y buscando cerrarle la boca, le contestó: -Muy fácil, carrereo a los animales y después que los canso los agarro. La mujer no quedó satisfecha y le dijo: -Mentiroso. Usted nunca llega sucio, ni mojao, no lleva escopeta, ni siquiera una linterna -Ese no es su problema. Lo importante es que usted no pasa trabajo y le sobra la comía, contestó repentinamente molesto, mientras se acomodaba, como quien quiere dormir, para desentenderse de los reclamos de su mujer. Una tardecita en que el hombre salía de cacería, ella sigilosamente lo siguió. Escondida a corta distancia, vio que el hombre tras una breve inspección a sus alrededores, se introdujo en un hueco del tronco seco de un viejo samán. Paralizada ante la expectativa, esperó unos minutos y estupefacta vio salir del hueco del árbol a un feroz tigre. Temiendo por la vida de su marido, esperó pacientemente a que el tigre se alejara y temerosa se asomó esperando ver los restos de su marido. Pero, en cambio, sólo encontró la ropa del hombre y unas pequeñas bolsas que en la oscuridad del hueco no alcanzó a detallar. Totalmente despavorida tomó las pertenencias de su marido y corrió de regreso hacia su rancho. Donde según cuentan se encerró y murió de hambre. Desde ese momento se dice que el hombre quedó encantado en esa región y que al hallar a la muerta, los vecinos descubrieron entre sus cosas una bolsa con polvos extraños. Muchos cazadores lo han visto por la Quebrada de Leña, saliendo hacia Río Acarigua, pasando por el Danto, Choro, La Flecha y Yacurito. Estos cazadores dan fe de que ese tigre no tiene cola, por eso lo llaman “el tigre mocho”. También le dicen “el tigre cinqueño”, porque cuando marca las huellas en el terreno blando se puede ver perfectamente, que las huellas delanteras corresponden a una mano de hombre con sus cinco dedos. Algunos cazadores aseguran que este animal cuando se considera acorralado por sus perseguidores y ve que su vida corre peligro, se arrodilla, levanta la mano derecha donde se puede ver su anillo de matrimonio que resplandece al roce del sol o ante la luz de alguna linterna. Con este comportamiento, tan fuera de lo común, no cabe duda de que se trata del hombre convertido en tigre que quedó encantado por culpa de la curiosidad de su mujer. Esta leyenda ha sido difundida por Humberto Gallegos, cronista de la ciudad de Píritu, donde se encuentra la población del Tigrito, Estado Portuguesa.