La visión umbandista del pecado
 
Usaremos mucho el término “pecado” en nuestros apuntes. Pero, ¿qué sería el pecado? Vamos a ver:
 
Uno de los conceptos más arraigados en nuestra cultura cristiana es la idea del pecado. Desde la más tierna edad nos enseñan que somos todos pecadores, que todo lo malo que hacemos es pecado y que por eso debemos ser punidos, o como es más común decir, castigados.
 
Haciéndose un análisis, a la luz de la razón, de esta relación entre pecado y castigo, vamos a verificar que este es un proceso que apenas genera miedo y temor, llevándonos a contener nuestros actos, no por la educación, sino por la amenaza del respectivo castigo. Pero ¿será esta la manera adecuada de llevar a las personas a la obediencia del Evangelio? ¿Será este el medio adecuado para implantar el amor entre los hombres? Antes de concentrarnos en la búsqueda de una alternativa, sería interesante que fuésemos a procurar el origen de esta visión punitiva.
 
Cuando Moisés retiró su pueblo de Egipto, los hebreos estaban completamente influenciados por la cultura egipcia, la idea de un Dios único era extraña y no había cualquier disciplina entre ellos, era un pueblo rebelde y acostumbrado a la práctica del robo, del adulterio y de la adoración de varios dioses. Era todavía un pueblo primitivo, incapaz de espontáneamente modificar su conducta. No existía otra manera de llevarlos a abandonar los viejos hábitos a no ser por la adopción de la imagen de un Dios punitivo, un Dios que se airaba y que castigaba implacablemente a aquellos que no obedeciesen “su Ley”, era el tiempo del “ojo por ojo, diente por diente”.
 
Cuando Jesús vino a la Tierra, su discurso hablaba de un Dios tan amoroso que él lo llamaba Padre, su mensaje no era más el antiguo concepto de Dios vengativo, sino del Dios que perdonaba y que nos quería viviendo como hermanos, perdonando y ofreciendo la otra cara.
 
Con el advenimiento de la Edad Media, la Iglesia rescató el concepto mosaico del pecado, y la idea de que los pecadores necesitaban ser castigados como forma de redimir sus faltas, más allá de eso, fue fortalecida la idea de la acción del demonio en la vida de los hombres y la de que si no “pagásemos” por nuestras faltas estaríamos irremediablemente condenados al fuego del infierno. Esa concepción fue transmitida a través de las generaciones y llegó hasta nuestros días, donde continuamos temiendo los castigos de Dios.
 
El Espiritismo, a través de una visión madura, observa bajo una nueva óptica la cuestión del pecado, lanzando la luz del entendimiento sobre el asunto y trayendo confort y esperanza a los hombres, que de ahora en adelante, apagan la noción de pecadores y pasan a asumir el papel de seres en evolución, todavía imperfectos, es verdad, pero en dirección, inexorablemente para una condición superior donde no cometerán más los errores actuales. Algunos pueden juzgar esta posición absurda, pero entonces vamos a parar un minuto y pregunta a nosotros mismos: ¿cuántos de nosotros, que somos humanos, en vez de dar una nueva oportunidad a nuestros hijos, cuando estos hacen algo que juzgamos mal, los expulsamos de casa y los condenamos a vivir eternamente con su culpa? Entonces, ¿por qué Dios que es el infinito amor actuaría de una forma peor de lo que la nuestra? Al final, fue Jesús quién dijo: ·si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar buenas dadivas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre, que está en los Cielos” (Mateo 7:11).
 
Apaguemos de nuestras mentes la idea de la culpa. En la Doctrina Espirita nosotros no somos culpables; somos responsables por nuestros actos y debemos responder por nuestras acciones, no a través del infame castigo, sino a través de mecanismos que nos llevan a la concientización de nuestras actitudes equivocadas y de la reparación de los mismos, pues el equívoco forma parte del proceso de aprendizaje y como seres en evolución necesitamos vivir las más diversas experiencias para alcanzar el progreso espiritual, y en esa jornada de luz es natural que nos engañemos, pero, es imprescindible que nos esforcemos para crecer.
 
El objetivo de la Ley Divina no es castigar, sino, educar, haciendo que cada individuo evite repetir sus errores por la comprensión de que su actitud pasada fue inadecuada y que es necesario un cambio de conducta.  Las fases de este proceso de cambio son: arrepentimiento, momento en que reconocemos nuestra falla de conducta; expiación, que es cuando vamos a reflexionar sobre lo que hicimos y finalmente la reparación, que es ese ápice de este proceso, pues es cuando alteramos nuestros pasos o corregimos el acto errado. Observen la lógica de esta propuesta, en ella todos salen enriquecidos; nosotros, por la madurez, y el otro (a quien por ventura perjudicamos), por ser valorado al reparar nuestros engaños. La vida es una dádiva de Dios, que la concedió para que alcancemos la felicidad, y no para vivir con miedo, vamos todos entonces a trabajar para alcanzar la comunión con Él, ciertos de que: “todo hombre pudiendo corregir sus imperfecciones por su propia voluntad, puede ahorrarse los males que de ellas derivan y asegurar su felicidad futura (el Cielo y el Infierno, Cap. VII).
 

Libro: el ritual del Rosario de las Santas Almas Benditas.

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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal? 
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.