Buenas tardes hermanos y hermanos,
El chicherekú Mito o Realidad? este personaje sale de las historias y tradiciones muy antiguas del Palo Monte, hay muchos cuentos y versiones de estos personajes donde los llaman chicherekú Chíchérekú, Chichiriki, dicen que son seres malignos y traviesos, dicen que hay un tratado para armarlos a partir de un muñeco que se fabrica con los palos de los arboles palo ramón, palo cocuyo, palo moruro y palo sabico. Este muñeco vive al lado del fundamento y vienen convirtiéndose en prácticamente otra nganga, pero dicen que el palero que lo tenga debe saber muy bien como manejarlos y controlarlos.
Aquí les dejo un escrito que me pareció interesante al respecto de un blog.
Las trazas del chichiricú hay que buscarlas hoy en Villa Alegre. Fernando Ortiz se refería en su "pelea cubana contra los demonios" al merodeo que las criaturas africanas mantenían, en tácita complicidad con cierto Lucifer medievalesco, por los alrededores de Remedios. Otros los describen como duendes venidos a la isla de polizontes a bordo de los barcos negreros. Esteban Montejo, el cimarrón biografiado por Miguel Barnet, cuenta cómo se escuchaba en los ingenios el chillido del "chicherekú", "un conguito de nación, que no hablaba español" y nadie quería encontrar en su camino por las noches. Samuel Feijóo no colectó encuentros con chichiricúes en ese formidable catálogo de anécdotas que constituye su "Mitología cubana"; sólo algunas referencias ambiguas parecen haberse colado de contrabando. Julia Calzadilla, a instancias de Feijóo, escribió su ya clásica "Los chichiricú del charco de la Jícara", una novela para niños; ambos, Julia y Samuel, aficionados al estudio del folklore campesino, confundían chichiricú con güije, naturaleza con magia negra, un mito con otro mito. Y es que no vinieron a Villa Alegre, el último refugio conocido de estos diablitos increíbles.
Clara Larrondo fue la primera que me habló de las ofrendas de alimentos que muchos ponen todavía a disposición de la gula de los chichiricúes, en ciertas esquinas de Villa Alegre. Se les teme, y mucho. En La Habana, una mujer muy serena de carácter me pidió que no los mencionara en su presencia; sólo la mención bastaba para amedrentarla. Hice que Clara me concertara una cita con un conocedor que resultó ser su propio padre. Así me fui a Villa Alegre. La frontera parece frágil y al mismo tiempo definitiva: la línea del ferrocarril. Así lo dispusieron los blancos del siglo XIX cuando confinaron los negros libertos a un asentamiento de fronteras bien delimitadas -una suerte de ghetto- donde no hay equívocos sobre la sacralidad de la tierra que se pisa. Para allá, África entera con sus mitos, hechiceros y cabildos; para acá, la ciudadela pavimentada y correctamente cuadriculada, pertrechada en el viejo temor al negro, el recuerdo del Haití llameante. Al centro, el camino de hierro. Viajes a uno y otro lado entre dos mundos en apariencia estáticos. Así fue legislado hace más de un siglo. Yo crucé.
Alexandra David-Néel, la primera mujer europea que llegó a Lhaasa, alude a la creencia tibetana en los cuerpos que andan -cuerpos muertos- a merced de las artes de un brujo. El vodú haitiano se conoce sobre todo por el difundido enigma de los zombies, cadáveres reanimados para diversos fines, algunos tan poco esotéricos como el trabajo manual, la simple servidumbre. El chichiricú, según me revelaron los sabios de Villa Alegre, es una rara criatura invocada por ensalmos -pactos, decían- al servicio de algún avezado palero. Casi siempre operan con misiones bien definidas, nunca a su albedrío; aunque son chistosos y maléficos no se descarta que estas incursiones puedan generar hilaridad. Hay una tradición que los presenta como habitantes de una ceiba antiquísima de la calle América, cuyo suelo está sembrado de prendas de palo. Se les describe rumbeando al son de los tambores del cabildo de San Lázaro, mordiendo los dedos del displicente Chino Poo, vecino del barrio. Se cuenta cómo una vez revolcaron a un galán vestido de dril blanco que intentaba salvar su impoluta indumentaria de los fangales de Villa Alegre. Tal vez el encuentro más comentado y célebre fue el que tuvo un chichiricú con el carretonero Zacarías. Encontré descendientes del viejo dispuestos a atestiguar la veracidad de la anécdota. Hela aquí:
Zacarías volvía de cortar yerba, con la carreta cargada. Así transitaba la periferia de Villa Alegre. Era negro viejo y lo había visto todo. Al menos eso pensaba, mientras masticaba su tabaco, rendido por la jornada y la noche inminente. A la vera del camino descubrió entonces un niño que no paraba de llorar, un negrito chiquito. M'ijo, qué te pasa -Zacarías hizo un ademán-. "Ven, sube que te llevo un tramo". Por el camino no había nadie y se me antoja que la carreta rechinaba como las del poema de Agustín Acosta. Entre un vaivén y otro, el negrito tocó el hombro de Zacarías. El viejo se viró. Su pequeño pasajero tenía un aspecto raro, los ojos algo rojizos. Fue entonces que sonrió, e hizo un guiño maligno. Zacarías, -dijo entre risas- mira mi diente. Y mostró un diente largo como un puñal. El negro echó a correr, dejó la carga en el camino, y casi le lleva la puerta a la vieja Sunsa, donde tuvieron que reanimarlo, regar agua bendita de una taza y prepararle un tilo para atenuar la malicia del chichiricú.-
PUBLICADO POR: MAYKEL LA GRANDE, CUBA
Nsala Malelum..
El chicherekú Mito o Realidad? este personaje sale de las historias y tradiciones muy antiguas del Palo Monte, hay muchos cuentos y versiones de estos personajes donde los llaman chicherekú Chíchérekú, Chichiriki, dicen que son seres malignos y traviesos, dicen que hay un tratado para armarlos a partir de un muñeco que se fabrica con los palos de los arboles palo ramón, palo cocuyo, palo moruro y palo sabico. Este muñeco vive al lado del fundamento y vienen convirtiéndose en prácticamente otra nganga, pero dicen que el palero que lo tenga debe saber muy bien como manejarlos y controlarlos.
Aquí les dejo un escrito que me pareció interesante al respecto de un blog.
Las trazas del chichiricú hay que buscarlas hoy en Villa Alegre. Fernando Ortiz se refería en su "pelea cubana contra los demonios" al merodeo que las criaturas africanas mantenían, en tácita complicidad con cierto Lucifer medievalesco, por los alrededores de Remedios. Otros los describen como duendes venidos a la isla de polizontes a bordo de los barcos negreros. Esteban Montejo, el cimarrón biografiado por Miguel Barnet, cuenta cómo se escuchaba en los ingenios el chillido del "chicherekú", "un conguito de nación, que no hablaba español" y nadie quería encontrar en su camino por las noches. Samuel Feijóo no colectó encuentros con chichiricúes en ese formidable catálogo de anécdotas que constituye su "Mitología cubana"; sólo algunas referencias ambiguas parecen haberse colado de contrabando. Julia Calzadilla, a instancias de Feijóo, escribió su ya clásica "Los chichiricú del charco de la Jícara", una novela para niños; ambos, Julia y Samuel, aficionados al estudio del folklore campesino, confundían chichiricú con güije, naturaleza con magia negra, un mito con otro mito. Y es que no vinieron a Villa Alegre, el último refugio conocido de estos diablitos increíbles.
Clara Larrondo fue la primera que me habló de las ofrendas de alimentos que muchos ponen todavía a disposición de la gula de los chichiricúes, en ciertas esquinas de Villa Alegre. Se les teme, y mucho. En La Habana, una mujer muy serena de carácter me pidió que no los mencionara en su presencia; sólo la mención bastaba para amedrentarla. Hice que Clara me concertara una cita con un conocedor que resultó ser su propio padre. Así me fui a Villa Alegre. La frontera parece frágil y al mismo tiempo definitiva: la línea del ferrocarril. Así lo dispusieron los blancos del siglo XIX cuando confinaron los negros libertos a un asentamiento de fronteras bien delimitadas -una suerte de ghetto- donde no hay equívocos sobre la sacralidad de la tierra que se pisa. Para allá, África entera con sus mitos, hechiceros y cabildos; para acá, la ciudadela pavimentada y correctamente cuadriculada, pertrechada en el viejo temor al negro, el recuerdo del Haití llameante. Al centro, el camino de hierro. Viajes a uno y otro lado entre dos mundos en apariencia estáticos. Así fue legislado hace más de un siglo. Yo crucé.
Alexandra David-Néel, la primera mujer europea que llegó a Lhaasa, alude a la creencia tibetana en los cuerpos que andan -cuerpos muertos- a merced de las artes de un brujo. El vodú haitiano se conoce sobre todo por el difundido enigma de los zombies, cadáveres reanimados para diversos fines, algunos tan poco esotéricos como el trabajo manual, la simple servidumbre. El chichiricú, según me revelaron los sabios de Villa Alegre, es una rara criatura invocada por ensalmos -pactos, decían- al servicio de algún avezado palero. Casi siempre operan con misiones bien definidas, nunca a su albedrío; aunque son chistosos y maléficos no se descarta que estas incursiones puedan generar hilaridad. Hay una tradición que los presenta como habitantes de una ceiba antiquísima de la calle América, cuyo suelo está sembrado de prendas de palo. Se les describe rumbeando al son de los tambores del cabildo de San Lázaro, mordiendo los dedos del displicente Chino Poo, vecino del barrio. Se cuenta cómo una vez revolcaron a un galán vestido de dril blanco que intentaba salvar su impoluta indumentaria de los fangales de Villa Alegre. Tal vez el encuentro más comentado y célebre fue el que tuvo un chichiricú con el carretonero Zacarías. Encontré descendientes del viejo dispuestos a atestiguar la veracidad de la anécdota. Hela aquí:
Zacarías volvía de cortar yerba, con la carreta cargada. Así transitaba la periferia de Villa Alegre. Era negro viejo y lo había visto todo. Al menos eso pensaba, mientras masticaba su tabaco, rendido por la jornada y la noche inminente. A la vera del camino descubrió entonces un niño que no paraba de llorar, un negrito chiquito. M'ijo, qué te pasa -Zacarías hizo un ademán-. "Ven, sube que te llevo un tramo". Por el camino no había nadie y se me antoja que la carreta rechinaba como las del poema de Agustín Acosta. Entre un vaivén y otro, el negrito tocó el hombro de Zacarías. El viejo se viró. Su pequeño pasajero tenía un aspecto raro, los ojos algo rojizos. Fue entonces que sonrió, e hizo un guiño maligno. Zacarías, -dijo entre risas- mira mi diente. Y mostró un diente largo como un puñal. El negro echó a correr, dejó la carga en el camino, y casi le lleva la puerta a la vieja Sunsa, donde tuvieron que reanimarlo, regar agua bendita de una taza y prepararle un tilo para atenuar la malicia del chichiricú.-
PUBLICADO POR: MAYKEL LA GRANDE, CUBA
Nsala Malelum..