Reportándome a los conceptos de la Física, defino la vibración como siendo un movimiento de la materia que oscila entorno de un punto de referencia. Esa delimitación puede ser definida como el espacio dinamizado y ocupado por una estructura viva. Hay una amplitud para esa agitación, provocando un desplazamiento del cuerpo. Como el proceso de cambio es continuo y no ocurre el reposo permanente, la repetición del aflujo, su sumatoria permite una integridad que desencadena una frecuencia.

La frecuencia, mecánicamente hablando, es una grandeza ondulatoria provocada en un determinado intervalo de tiempo. La alternancia ondulatoria extiende la acción del movimiento, aumentando el espacio recorrido. Una constancia que actúa en un periodo, una fase o una situación. Los fenómenos más conocidos por la ciencia en lo que se refiere a los periodos son la luz y sonido especificando su cumplimiento de onda.

Es relevante destacar que, cuando se referencia a la materia, no podemos abdicar en reconocer la formación bruta y sutil de la misma. Estructuras sólidas y complejas, así como minúsculas partículas, aisladas y que componen las mayores, en constante conducta de agitación para algún tipo de desplazamiento. Agregando a esos presupuestos otros componentes, intentaré correlacionar la emoción y el afecto al comportamiento del ser humano.

La física cuántica, contribuye, significativamente, para la comprensión de los cuerpos. Profundiza el hecho de que la materia es igual a la energía, luego, energía es lo mismo que materia. La formación del pensamiento, asociando la recepción de nuevos estímulos con todo el conjunto de impresiones almacenadas, son accionados a través de una producción simbólica. Los símbolos son montados a partir de los referenciales internalizados por la educación y la cultura recibida a lo largo del desarrollo y, también, por los bolsillos establecidos en las vivencias reencarnatorias anteriores, representaciones designadas por las necesidades del agregado espiritual en amplia ingeniería volteada al perfeccionamiento.

La expresión personificada de esas alegorías no es aislada, como un diseño inanimado. El individuo lo proyecta tornándolo de una cantidad exacerbada de sentimientos cualitativamente apurados por la percepción que se tiene de las cosas. Análogamente, podría aproximar el pensamiento elaborado de la materia grotesca y el afecto de lo sutil. Hay vida, inmensurable, en esa relación establecida. El “pienso, luego existo” es incuestionable. Somos conducidos por el pensamiento que esclarece y establece caminos y patrones a ser seguidos o elaborados.

La concretización de los conceptos manipulada por lo que es sentido, produce un componente vibratorio, compatible con el patrón individualizado, de cada contenido. Por esa razón, fluctuamos en un mismo día, en diferentes patrones vibratorios. En torno del propio yo, entonces, actúa una energía, materia vibratoria, que constituye el enredo y el patrón que moviliza la vida de cada persona. En la medida en que vamos aproximando otras personas o situaciones a aquello que racionalizamos, las proyecciones en forma de ondas, van aproximándose a los demás. Formulamos una amplitud para esa carga energética vibracional y la extendemos a los que nos rodean, o, a los que se afinan y simpatizan con la cualidad identificada.

La adición de esos mecanismos lleva la formación de una gigantesca onda, donde partes alternadas de ese mar se encuentran y establecen una onda y un respectivo complimiento, o rayo de actuación, y de envolvimiento y de comprometimiento de sus participantes. En resumen, las emociones son cargadas de energía pura, envolviendo a sus productores y aquellos que son visualizados en el foco de lo que se piensa y junto se carga de esa vibración. Es como el jugar de pétalos de rosas al viento: el aroma, los colores y el objeto en sí alcanzan una dimensión promovida por la fuerza de la brisa.

Dentro de esa lógica, se explican las razones por las cuales las personas quedan sumergidas en perfiles afectivos continuamente, alternando insignificantemente los patrones y de la misma forma, las motivaciones que inducen a otros a, tan repentinamente, alterar sus humores cuando, en contacto o, entonces, obsidiados, por aquellos que tanto piensan en la dirección de estos. La carga negativa es nociva y cuando mantenida, en un flujo repetitivo puede llevar a desequilibrios físicos y emocionales, más allá de comprometer el enredo que mueve la vida en un todo. Ampliando esa prospección vale recordar que las conexiones no ocurren apenas con el alma bruta, vale recordar que las conexiones no ocurren apenas con el alma bruta, o sea, encarnada. Ese proceso también es peculiar al alma sutil, o desencarnada. La obsesión, frecuencia continua, ocurre primeramente con el propio agente del pensamiento, auto-obsesión y equitativamente, con otros encarnados y espíritus fuera de la materia. Un ciclo eminentemente cósmico y universal que verifica la infinitud de las relaciones y la propagación interminable de la vida, desplazada en tiempo y espacios diferenciados.

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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal? 
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.