María Navaja
Algunos decían que ella era mujer de vida fácil, pero ella siempre trabajó mucho para sustentar a su hermano enfermo mental. Trabajó en los embarcaderos, en los más diversos bares, barras… que ya existió allá hizo fama por su temperamento rudo y de difícil amistad, tal vez, por su vida humilde.
Luego tras nacer su hermano hubo complicaciones con el parto, viniendo a fallecer la madre, una mujer dulce y dedicada a sus hijos y marido. El padre, un militar muy severo, no conformado, rechaza al propio hijo y fue ahí que María Regina de los Dolores, más tarde llamada María Navaja, se puso entre el padre martirizado por la muerte de su amada y un hijo que presentaba una deficiencia mental.
Todo esto la coaccionó para una vida de sufrimientos y angustias. Luego, el padre también se fue, murió de tristeza, pues no soportó la partida de tan dulce mujer.
Tras su fallecimiento ellos tuvieron que mudarse para un lugar muy humilde. Entonces, María Navaja, con sus 14 años, comienza a entender que la vida para las mujeres en la década de 50 no era tan fácil así.
Trabajó en casa de familia, pero su pecho suave luego atraía las miradas maliciosas de patrones sedientos de deseos y fue por uno de ellos que ella acabó dejándose seducir. Con este patrón, ella compartió 10 años de su vida, hasta que un día él se fue sin dejar ninguna noticia.
Ella que siempre estuvo contra la dependencia, luego en aquel momento volvía para la calle de la amargura con su hermano que siempre estaba a su lado; su desvío mental en nada comprometía el cariño y afecto de hermano y amigo que ella sentía. Fueron muchas las noches que ella se quedó llorando sin tener lo que comer, con hambre y frío en la calle. Hasta que un día se mudaron para el puerto, de donde sigo con mi historia.
No demoró y luego arrumó un empleo de camarera en un prostíbulo. Ella era tan asediada que las niñas que allí ganaban su vida vendiendo su cuerpo se incomodaban con aquella bella joven que ahora ya tenía sus 25 años.
En medio a varias personas que allí frecuentaban, apareció un hombre negro, bien vestido, de traje de lino blanco y con una corbata roja que dejaba un aire de conquistador. Él, entonces, pidió una bebida: “me da una cerveza y media mi querida” – dice aquel hombre al que le temblaban los ojos mientras esperaba.
En seguida sacó de su bolso un paquete con que se puso a barajear encima de la mesa provocando el mirar de muchos allí en aquel local. No demoró mucho, llegó el primero, queriendo saber que más aparte de buena pinta el noble negro vestido tenía a ofrecer. Entonces, él tiró su reloj y dice: “tengo esto”. Era un reloj todavía de corriente, bonito por señal y fue solo con esto que él lo arrancó a los pobres frecuentadores del local. Entre una rodada y otra, su mirar se volteaba hacia la María, dulce, bella y bonita y ella correspondía con una sonrisa de libertinaje, al acabar con casi todos allí presentes y con el bolso lleno de “monedas” él se levantó, como si es de costumbre y pidió una Parati (bebida) para finalizar su noche.
Él nunca pasaba de las 03:00 de la mañana. Eran órdenes expresas de una vidente. Entonces tomó la Pitu, una bebida que le daba ánimo para llegar a su morada. Antes de salir, agradeció a María y se fue. Tras algunas horas de su partida, María, cansada por un día más de exhaustivo trabajo, también se fue y al pasar por un callejón oscuro, un camino más corto, próximo a la Av. Mem de Sá, se encontró con dos personas sospechosas, que tenían una mirada de maldad y codicia. En esto, ella apresuró sus pasos en la tentativa de despistar a aquellos hombres extraños. Cuando ella se paró, otro hombre la cerca entre los callejones, la toma en su brazo y le dice: “¡Hola, bella muchacha. Veo que me vio perder todo lo que tenía en los bolsos para aquel hombre de traje y no quiero perder más, por lo menos quiero la quiero a usted como una recompensa por las monedas perdidas. También vi que se reía de mí mala suerte al lado de aquel negro malandro!”
En este instante, ella corrió en dirección a otro lado del callejón y allí estaban los dos que la estaban persiguiendo. Sintiéndose sin salvación comenzó a pedir a San Jorge, su santo de devoción a quien siempre tuvo un gran cariño y fe para que la socorriese. Como en un pase de magia, más que de prisa vino aquel negro todo almidonado, lleno de pasos bonitos hasta para andar y dice: “Buenas noche muchacho, usted dice que me conoce, tiene razón de conocerme, yo nací de madrugada antes del día amanecer”.
Enseguida retiró del bolsillo de su pantalón, una navaja y como si fuese a cortar un papel perfora el rostro del perdedor inconformado, que luego sale todo mojado en su propia sangre ruin y lleno de odio. Los dos, más que de prisa también resuelven retirarse por miedo o por simplemente voluntad de no estar allí en aquella neblina que aumentaba cada vez más, haciendo el pavor crecer todavía más.
Al voltearse, María percibió que la ropa blanca del negro malandro estaba llena de sangre, resultado del corte del enemigo, que intentaba incomoda la bella mujer. Entonces, en un intento de agradecer a su bello héroe, ella lo invitó para que él fuese por lo menos a mitigar las manchas que estuviera en su noble ropa y ellos, así, fueron conversando, dando muchas risas y ella cada vez más seducida y él lleno de abrazos por la bella muchacha.
Al llegar, él retiró la chaqueta y ella comenzó a lavarla. Enseguida, lo dejó secar un poco, pero, no hubo suceso en la retirada de toda la mancha y ellos comenzaron a beber.
Ella tenía, no se sabe por qué, una garrafa de coquito que sirvió a sí y al héroe. Él, cada vez más seductor, la hacía dar altas risas mientras el hermano de ella roncaba en sueño pesado, sin imaginar que tenía visita.
De tanto beber, ella acabó adormeciendo y al despertar sintió algo diferente en sí misma, como si estuviese más osada, más capaz, más fuerte. Al levantarse, el bello hombre ya se había ido sin dejar rastro, apenas un billete y la navaja encima como apoyo. En el billete, él decía:
“Gracias por confiar en mí. Esta navaja nos une para todo siempre y con ella vas a cortar la injusticia, la maldad y la mentira. Sepa usarla porque su filo de corte está ligado directamente a su corazón, sepa separar los buenos de los malos y yo estaré siempre a su lado”.
Su mirar se llenó de agua con la partida de su eterno héroe, sin ni por lo menos un beso de despedida, nada, apenas aquella navaja. Luego ella que demoró tanto para simpatizar con otro hombre, mal eso había ocurrido y ya hubo la separación.
Conforme se dice, ella hace. Siempre que precisaba de ayuda, la navaja la ayudaba, tanto que los hombres y personas ruines la apodaron María Navaja. No había quien no la conocía.
Luego que la vida comenzó a mejorar, ella compró un sombrero Panamá de cinta roja igual al de su amado y lo usaba siempre para todo lado que iba. A veces, pensaban que ella gustaba de mujeres, pues hacía una cara de malo y peleaba como un hombre, pero en la verdad ella siempre esperaba un día poder reencontrar su gran amor.
Texto de la médium Grazieli que incorpora a Doña María Navaja.
Luego tras nacer su hermano hubo complicaciones con el parto, viniendo a fallecer la madre, una mujer dulce y dedicada a sus hijos y marido. El padre, un militar muy severo, no conformado, rechaza al propio hijo y fue ahí que María Regina de los Dolores, más tarde llamada María Navaja, se puso entre el padre martirizado por la muerte de su amada y un hijo que presentaba una deficiencia mental.
Todo esto la coaccionó para una vida de sufrimientos y angustias. Luego, el padre también se fue, murió de tristeza, pues no soportó la partida de tan dulce mujer.
Tras su fallecimiento ellos tuvieron que mudarse para un lugar muy humilde. Entonces, María Navaja, con sus 14 años, comienza a entender que la vida para las mujeres en la década de 50 no era tan fácil así.
Trabajó en casa de familia, pero su pecho suave luego atraía las miradas maliciosas de patrones sedientos de deseos y fue por uno de ellos que ella acabó dejándose seducir. Con este patrón, ella compartió 10 años de su vida, hasta que un día él se fue sin dejar ninguna noticia.
Ella que siempre estuvo contra la dependencia, luego en aquel momento volvía para la calle de la amargura con su hermano que siempre estaba a su lado; su desvío mental en nada comprometía el cariño y afecto de hermano y amigo que ella sentía. Fueron muchas las noches que ella se quedó llorando sin tener lo que comer, con hambre y frío en la calle. Hasta que un día se mudaron para el puerto, de donde sigo con mi historia.
No demoró y luego arrumó un empleo de camarera en un prostíbulo. Ella era tan asediada que las niñas que allí ganaban su vida vendiendo su cuerpo se incomodaban con aquella bella joven que ahora ya tenía sus 25 años.
En medio a varias personas que allí frecuentaban, apareció un hombre negro, bien vestido, de traje de lino blanco y con una corbata roja que dejaba un aire de conquistador. Él, entonces, pidió una bebida: “me da una cerveza y media mi querida” – dice aquel hombre al que le temblaban los ojos mientras esperaba.
En seguida sacó de su bolso un paquete con que se puso a barajear encima de la mesa provocando el mirar de muchos allí en aquel local. No demoró mucho, llegó el primero, queriendo saber que más aparte de buena pinta el noble negro vestido tenía a ofrecer. Entonces, él tiró su reloj y dice: “tengo esto”. Era un reloj todavía de corriente, bonito por señal y fue solo con esto que él lo arrancó a los pobres frecuentadores del local. Entre una rodada y otra, su mirar se volteaba hacia la María, dulce, bella y bonita y ella correspondía con una sonrisa de libertinaje, al acabar con casi todos allí presentes y con el bolso lleno de “monedas” él se levantó, como si es de costumbre y pidió una Parati (bebida) para finalizar su noche.
Él nunca pasaba de las 03:00 de la mañana. Eran órdenes expresas de una vidente. Entonces tomó la Pitu, una bebida que le daba ánimo para llegar a su morada. Antes de salir, agradeció a María y se fue. Tras algunas horas de su partida, María, cansada por un día más de exhaustivo trabajo, también se fue y al pasar por un callejón oscuro, un camino más corto, próximo a la Av. Mem de Sá, se encontró con dos personas sospechosas, que tenían una mirada de maldad y codicia. En esto, ella apresuró sus pasos en la tentativa de despistar a aquellos hombres extraños. Cuando ella se paró, otro hombre la cerca entre los callejones, la toma en su brazo y le dice: “¡Hola, bella muchacha. Veo que me vio perder todo lo que tenía en los bolsos para aquel hombre de traje y no quiero perder más, por lo menos quiero la quiero a usted como una recompensa por las monedas perdidas. También vi que se reía de mí mala suerte al lado de aquel negro malandro!”
En este instante, ella corrió en dirección a otro lado del callejón y allí estaban los dos que la estaban persiguiendo. Sintiéndose sin salvación comenzó a pedir a San Jorge, su santo de devoción a quien siempre tuvo un gran cariño y fe para que la socorriese. Como en un pase de magia, más que de prisa vino aquel negro todo almidonado, lleno de pasos bonitos hasta para andar y dice: “Buenas noche muchacho, usted dice que me conoce, tiene razón de conocerme, yo nací de madrugada antes del día amanecer”.
Enseguida retiró del bolsillo de su pantalón, una navaja y como si fuese a cortar un papel perfora el rostro del perdedor inconformado, que luego sale todo mojado en su propia sangre ruin y lleno de odio. Los dos, más que de prisa también resuelven retirarse por miedo o por simplemente voluntad de no estar allí en aquella neblina que aumentaba cada vez más, haciendo el pavor crecer todavía más.
Al voltearse, María percibió que la ropa blanca del negro malandro estaba llena de sangre, resultado del corte del enemigo, que intentaba incomoda la bella mujer. Entonces, en un intento de agradecer a su bello héroe, ella lo invitó para que él fuese por lo menos a mitigar las manchas que estuviera en su noble ropa y ellos, así, fueron conversando, dando muchas risas y ella cada vez más seducida y él lleno de abrazos por la bella muchacha.
Al llegar, él retiró la chaqueta y ella comenzó a lavarla. Enseguida, lo dejó secar un poco, pero, no hubo suceso en la retirada de toda la mancha y ellos comenzaron a beber.
Ella tenía, no se sabe por qué, una garrafa de coquito que sirvió a sí y al héroe. Él, cada vez más seductor, la hacía dar altas risas mientras el hermano de ella roncaba en sueño pesado, sin imaginar que tenía visita.
De tanto beber, ella acabó adormeciendo y al despertar sintió algo diferente en sí misma, como si estuviese más osada, más capaz, más fuerte. Al levantarse, el bello hombre ya se había ido sin dejar rastro, apenas un billete y la navaja encima como apoyo. En el billete, él decía:
“Gracias por confiar en mí. Esta navaja nos une para todo siempre y con ella vas a cortar la injusticia, la maldad y la mentira. Sepa usarla porque su filo de corte está ligado directamente a su corazón, sepa separar los buenos de los malos y yo estaré siempre a su lado”.
Su mirar se llenó de agua con la partida de su eterno héroe, sin ni por lo menos un beso de despedida, nada, apenas aquella navaja. Luego ella que demoró tanto para simpatizar con otro hombre, mal eso había ocurrido y ya hubo la separación.
Conforme se dice, ella hace. Siempre que precisaba de ayuda, la navaja la ayudaba, tanto que los hombres y personas ruines la apodaron María Navaja. No había quien no la conocía.
Luego que la vida comenzó a mejorar, ella compró un sombrero Panamá de cinta roja igual al de su amado y lo usaba siempre para todo lado que iba. A veces, pensaban que ella gustaba de mujeres, pues hacía una cara de malo y peleaba como un hombre, pero en la verdad ella siempre esperaba un día poder reencontrar su gran amor.
Texto de la médium Grazieli que incorpora a Doña María Navaja.
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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal?
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.