El fraude y la superchería es uno de los primeros a señalar.
Los fraudes pueden ser conscientes o inconscientes; en este último caso, son provocados o por la acción de espíritus malos o por sugestiones que ejercen sobre el médium los experimentadores o algunos de los presentes en la reunión. Los fraudes conscientes provienen, o bien de falsos médiums, o de médiums verdaderos, pero desleales, que han convertido sus facultades en fuente de provecho material.
Desconociendo la nobleza y la importancia de su misión y de sus preciosas cualidades, los convierten en un medio de explotación, y cuando el fenómeno no se presenta, no dudan en simularlos por medio de toda clase de artificios.
Esos médiums los hay también en todas partes, son sujetos burlones a quienes no les importa divertirse a costa del vulgo ignorante, pero que más tarde o más temprano se descubren así mismos.
Hay otros para quien el Espiritismo no es más que un simple comercio, y se las ingenian para imitar las manifestaciones que les pueden dar mayor ganancia. Algunos han sido descubiertos en plena sesión, y no pocos han sido motivo de procesos famosos, que burlándose de la buena fe de quienes los consultaban, no vacilaron en profanar los sentimientos más sagrados, lanzando sospechas e incertidumbres sobre una ciencia y una doctrina que pueden ser un medio de regeneración.
Perdieron con frecuencia el sentimiento de su responsabilidad; pero la vida de ultratumba les reserva sorpresas nada agradables. El mal que estos embaucadores han hecho a la verdad es verdaderamente incalculable.
Sus groseras maquinaciones han alejado a no pocos sabios del estudio serio del Espiritismo. Así, el deber de todo hombre honrado es desenmascararles y condenarles. El desprecio en este mundo, el remordimiento y la vergüenza en el otro, he aquí lo que les espera. Ya sabemos que todo se paga, y que el mal acaba por caer siempre sobre el mismo que lo ha causado. No hay nada más vil y miserable que negociar con lo dolores del prójimo, fingiendo por dinero a los amigos, a los seres queridos y que lloramos porque se fueron de este mundo, haciendo de la misma muerte un objeto de falsificaciones y de la más vergonzosa especulación.
Más no se puede hacer al espiritismo responsable de tales procedimientos. El abuso o la falsificación de una cosa no prejuzgan contra la cosa misma.
Los fraudes inconscientes tienen su explicación por la sugestión y los médiums son muy sensibles a la acción sugestiva, lo mismo de los vivos que de los difuntos. Los espíritus cuando se manifiestan influencian con su estado de ánimo al médium y a veces de una forma considerable. El buen médium a veces siente la sugestión de mentir, pero la rechazan otros en cambio caen en un momento de debilidad y ya nadie cree en ellos.
Es importante examinar y analizar todas las cosas con el más frió juicio, con gran circunspección y admitir únicamente aquello que se presenta con el más absoluto carácter de autenticidad.
Por su propia naturaleza la mediúmnidad es una cosa variable, móvil, intermitente. No estando los espíritus bajo las ordenes de nadie, jamás se puede saber por adelantado el éxito de las sesiones. El médium puede sentirse enfermo, o indispuesto: también hallarse mal constituida la asistencia desde el punto de vista psíquico. Por otro lado, la asistencia de los espíritus elevados, siempre se avendrá mal con la imposición de tarifas en la práctica del espiritismo.
La mejor garantía de sinceridad que puede presentar un médium es el desinterés, como es también el medio más seguro para obtener protección de lo alto.
Comerciar con la mediúmnidad es disponer de una cosa de la cual no se es dueño; es abusar de la buena voluntad de los muertos, sujetarles a una empresa que no es digna de ellos, es desviar el espiritismo de su fin providencial.
El ejercicio de la mediúmnidad ha de ser en todo tiempo y ocasión un acto grave y religioso, despojado de todo carácter mercantil y de todo aquello que lo puede rebajar o desmerecer.
Trabajo realizado por Merchita
Extraído del libro de León Denis (En lo invisible)