Si sufres de ira, te recomiendo que te hagas unos exámenes de Glicemia y acudas al médico para prevenir males mayores; ahora, si es una enfermedad del alma, lee lo expuesto por Monseñor Rómulo Emiliani; puede ser que sea de tu utilidad.
"La ira es como una tormenta en el mar. Las olas continúan mucho después que la tempestad se apacigua, porque la turbulencia de la ira no puede aquietarse al instante. La ira asciende hasta que la situación tiene todo el drama de un enjambre de avispas que ataca. Esa excitación que se experimenta con la ira, que lleva a hervir la sangre y hacer que todo el organismo tienda a la destrucción de otros, se convierte al final en auto-destrucción.
Muchísima gente que sufre de esas explosiones de ira, aún después de un largo rato de haber estallado, siguen experimentando a nivel físico y mental las consecuencias. Lo peor es que la trascendencia de su ira en otras personas puede durar mucho más tiempo. El mal que se hace con las manifestaciones de ira es tan terrible que ha destrozado matrimonios, aniquilado familias, echado a la ruina a empresas y provocado hasta crímenes horrorosos.
El malestar que viene después de un estallido de ira es tan depresivo que hace a la persona sufrir no solamente por el agotamiento físico, mental y espiritual, sino por el daño que ha hecho y por el consiguiente complejo de culpa que siente. Si usted se aficiona o habitúa a la ira, después no podrá controlar sus emociones y hará daño a mucha gente y a usted mismo. En las etapas avanzadas, esta "adicción" a la ira puede ser casi tan difícil de curar como el alcoholismo y algunas formas de drogadicción.
La ira es auto-veneno y también hiere profundamente a los demás convirtiéndolos en enemigos. A la vez, despierta la ira de esas personas en contra suya. ¡La ira engendra ira!
Entonces, ¿qué hacer con la ira? Pues, tome conciencia que la ira enferma y produce graves problemas en uno y en los demás. Séneca dijo, "el mejor remedio para la ira es la dilación." Thomas Jefferson sugirió: "cuando estés enojado, cuenta hasta cien antes de hablar." Estos consejos viejos y gastados han resistido la prueba de uso frecuente y ¡funcionan! Hay que recordar lo triste y lamentable de las consecuencias de la ira. La idea es dar tiempo y pensar para entonces hablar, actuar, escribir o intentar corregir defectos en otras personas. Es interesante observar cómo se actúa de manera tan diferente después de unas horas de que sucedió el hecho que tanto le molestó.
Acostúmbrese a hablar con suavidad; mejore sus ademanes y gestos. Trate de tener el hábito de la delicadeza en el trato. En la medida en que pueda, controle mejor sus ímpetus y manifiéstese siempre pacífico y tranquilo. Debe proponerse hacer el esfuerzo para lograrlo.
La ira puede controlarse, puesto que todas las emociones son respuestas que se dan a un estímulo. Se puede controlar la intensidad de las emociones con inteligencia y voluntad. La persona se puede pre-condicionar para no reaccionar exageradamente y responder de manera distinta. Puede cambiar su estilo o manera de comportamiento para reaccionar más positivamente. También se aconseja reír ante una ofensa o provocación y luego olvidar lo que le han hecho. Esto le ayuda a no reventar con ira.
La necesidad psicológica de vencer siempre a las personas es falsa e inefectiva. Es mucho más seguro y cristiano reconciliarse con una persona, a la que se considera un enemigo, que vencerlo. Un enemigo reconciliado puede ser su amigo; un enemigo vencido sigue siendo su enemigo, y quizás mucho más vengativo. Debemos perdonar a nuestros enemigos, cumpliendo el mandato del Señor de amar hasta al enemigo.
Cuando a usted lo insulten, ¡ignórelo! Aunque le haga un poco de daño, ríase del insulto y trate de perdonar. Analice también un poquito el insulto a ver si no lo merece un poco; podría aprender de ello. Algunas veces nuestros enemigos nos hacen un favor al decirnos con más claridad las cosas que quizás nuestros amigos no se atreven a decirnos por pena o miedo a herirnos. Claro, ellos lo hacen con otra intención, pero se puede escarbar para ver la parte de verdad que puedan tener. Hay que tener mucha madurez para asimilarlo y cambiar en aquellas cosas que debemos. Por otra parte, los que dicen ser sus enemigos le hacen otro favor: ejercitan su paciencia y caridad; ponen a prueba su madurez en la medida en que usted se discipline, se controle y no responda con ira. Así, ellos se encargan de reforzar su paciencia y demás virtudes. Cuando lo ofendan, manténgase frío como un témpano de hielo.
Estos consejos muchas veces son difíciles de aplicar. Todos hemos caído muchas veces en la ira, pero con esto no se gana nada. Es mejor mantenerse tranquilo, aunque eso no significa que usted pierde su derecho a defenderse con las medidas más adecuadas, humanas y cristianas. Defiéndase, pero no caiga nunca en la ira o el odio contra aquel que lo ofende.
Entregue a Jesús aquello que le molesta. Tranquilícese; manténgase más sereno y equilibrado. Trate de tomar la vida con más calma. Haga un esfuerzo y se sentirá muchísimo mejor. Confíe y entréguese más al Señor. Quien vive en Dios lo tiene todo. Con el Señor las cosas marchan mejor. No olvide que, CON DIOS PADRE DE JESÚS, SOMOS . . . ¡INVENCIBLES!"
"La ira es como una tormenta en el mar. Las olas continúan mucho después que la tempestad se apacigua, porque la turbulencia de la ira no puede aquietarse al instante. La ira asciende hasta que la situación tiene todo el drama de un enjambre de avispas que ataca. Esa excitación que se experimenta con la ira, que lleva a hervir la sangre y hacer que todo el organismo tienda a la destrucción de otros, se convierte al final en auto-destrucción.
Muchísima gente que sufre de esas explosiones de ira, aún después de un largo rato de haber estallado, siguen experimentando a nivel físico y mental las consecuencias. Lo peor es que la trascendencia de su ira en otras personas puede durar mucho más tiempo. El mal que se hace con las manifestaciones de ira es tan terrible que ha destrozado matrimonios, aniquilado familias, echado a la ruina a empresas y provocado hasta crímenes horrorosos.
El malestar que viene después de un estallido de ira es tan depresivo que hace a la persona sufrir no solamente por el agotamiento físico, mental y espiritual, sino por el daño que ha hecho y por el consiguiente complejo de culpa que siente. Si usted se aficiona o habitúa a la ira, después no podrá controlar sus emociones y hará daño a mucha gente y a usted mismo. En las etapas avanzadas, esta "adicción" a la ira puede ser casi tan difícil de curar como el alcoholismo y algunas formas de drogadicción.
La ira es auto-veneno y también hiere profundamente a los demás convirtiéndolos en enemigos. A la vez, despierta la ira de esas personas en contra suya. ¡La ira engendra ira!
Entonces, ¿qué hacer con la ira? Pues, tome conciencia que la ira enferma y produce graves problemas en uno y en los demás. Séneca dijo, "el mejor remedio para la ira es la dilación." Thomas Jefferson sugirió: "cuando estés enojado, cuenta hasta cien antes de hablar." Estos consejos viejos y gastados han resistido la prueba de uso frecuente y ¡funcionan! Hay que recordar lo triste y lamentable de las consecuencias de la ira. La idea es dar tiempo y pensar para entonces hablar, actuar, escribir o intentar corregir defectos en otras personas. Es interesante observar cómo se actúa de manera tan diferente después de unas horas de que sucedió el hecho que tanto le molestó.
Acostúmbrese a hablar con suavidad; mejore sus ademanes y gestos. Trate de tener el hábito de la delicadeza en el trato. En la medida en que pueda, controle mejor sus ímpetus y manifiéstese siempre pacífico y tranquilo. Debe proponerse hacer el esfuerzo para lograrlo.
La ira puede controlarse, puesto que todas las emociones son respuestas que se dan a un estímulo. Se puede controlar la intensidad de las emociones con inteligencia y voluntad. La persona se puede pre-condicionar para no reaccionar exageradamente y responder de manera distinta. Puede cambiar su estilo o manera de comportamiento para reaccionar más positivamente. También se aconseja reír ante una ofensa o provocación y luego olvidar lo que le han hecho. Esto le ayuda a no reventar con ira.
La necesidad psicológica de vencer siempre a las personas es falsa e inefectiva. Es mucho más seguro y cristiano reconciliarse con una persona, a la que se considera un enemigo, que vencerlo. Un enemigo reconciliado puede ser su amigo; un enemigo vencido sigue siendo su enemigo, y quizás mucho más vengativo. Debemos perdonar a nuestros enemigos, cumpliendo el mandato del Señor de amar hasta al enemigo.
Cuando a usted lo insulten, ¡ignórelo! Aunque le haga un poco de daño, ríase del insulto y trate de perdonar. Analice también un poquito el insulto a ver si no lo merece un poco; podría aprender de ello. Algunas veces nuestros enemigos nos hacen un favor al decirnos con más claridad las cosas que quizás nuestros amigos no se atreven a decirnos por pena o miedo a herirnos. Claro, ellos lo hacen con otra intención, pero se puede escarbar para ver la parte de verdad que puedan tener. Hay que tener mucha madurez para asimilarlo y cambiar en aquellas cosas que debemos. Por otra parte, los que dicen ser sus enemigos le hacen otro favor: ejercitan su paciencia y caridad; ponen a prueba su madurez en la medida en que usted se discipline, se controle y no responda con ira. Así, ellos se encargan de reforzar su paciencia y demás virtudes. Cuando lo ofendan, manténgase frío como un témpano de hielo.
Estos consejos muchas veces son difíciles de aplicar. Todos hemos caído muchas veces en la ira, pero con esto no se gana nada. Es mejor mantenerse tranquilo, aunque eso no significa que usted pierde su derecho a defenderse con las medidas más adecuadas, humanas y cristianas. Defiéndase, pero no caiga nunca en la ira o el odio contra aquel que lo ofende.
Entregue a Jesús aquello que le molesta. Tranquilícese; manténgase más sereno y equilibrado. Trate de tomar la vida con más calma. Haga un esfuerzo y se sentirá muchísimo mejor. Confíe y entréguese más al Señor. Quien vive en Dios lo tiene todo. Con el Señor las cosas marchan mejor. No olvide que, CON DIOS PADRE DE JESÚS, SOMOS . . . ¡INVENCIBLES!"