Podemos intuir que más allá de nuestros sentidos existe un mundo interminable. ¿Nos puede servir contemplar la naturaleza para que se nos revelen esas claves de tanta trascendencia?

En la Tierra existen distintas tradiciones que contienen un mismo simbolismo narrativo en el que se desvelan los deseos eternos del ser humano por acceder a lo trascendente.

Esa conciencia simbólica, se encuentra en la base de una sugestiva teoría, según la cual todo el contenido de las revelaciones religiosas recibidas por la humanidad procede de un punto general y común.

Lo que nos lleva a la hipótesis de una civilización primigenia que podía rastrearse, a falta de pruebas materiales, a través de la identidad de símbolos escatológicos, desplegados en los pueblos y culturas más dispares y dispersos.

Desde el punto de vista simbólico, nada más rico que el significado emblemático del alma a través del tiempo. Los egipcios reconocían la existencia del alma y sus diversos significados transcendentes.

Uno de ellos, quizás el más significativo era su asociación con un principio de inmortalidad. Para ellos se trataría de una doble vida, que estaría asentada en el interior de las propias personas y que constituiría su propio espíritu.

Según las culturas a esto se le da una variedad muy rica de interpretaciones y procedimientos en sus ritos.

Por ejemplo en los pueblos Mayas, en estos pueblos se dice que cuando alguien muere, tiene lugar un rito y una ceremonia que consiste en poner el cuerpo del difunto en una posición favorable para que su alma pueda liberarse y salir por la boca.

En Canadá ciertas tribus de cazadores indios consideran el alma como una especie de sombra, indicio, luz y destello que sale por la boca.

Geográficamente más abajo, en Sudamérica asocian el alma con lo etéreo y la designan como la sombra y la imagen.

Ya en la época de los griegos, el alma estaba en el pensamiento de los pensadores de la época, la consideraban como algo superior al cuerpo, y por supuesto que no se podía arrimar con lo sucio que representaban las pasiones o los placeres del cuerpo físico.

Platón afirmó que el cuerpo es la cárcel del alma, por lo que cuando el cuerpo muere y se libera el alma, esta adquiere su verdadero sentido.

En las estepas siberianas lidera la creencia de que tanto los animales como los seres humanos poseen varias almas y las asocian a la sombra que ellos mismos proyectan.

Los esquimales consideran el alma como algo que está cargada de un constante misterio.

Otras creencias de pueblos muy antiguos afirman mucho de lo que hemos escrito con anterioridad, con explicaciones de que los humanos poseemos tres almas, de las que una se iría al averno, otra se quedaría en la tierra y la última renacería en otra persona.

Para muchas culturas asiáticas la riqueza simbólica del alma adquiere tintes de lirismo. Su creencia es que hay un alma separada continuamente del cuerpo.

En el caribe decían que había un alma en la cabeza, otra en el corazón y otra más gobernando en los demás lugares del cuerpo donde sentían latir una arteria.

En otros lugares explican los pormenores de la muerte gradual, en que parece ser que las extremidades parecen morir primero, suponiendo que el hombre tiene cuatro almas y que no abandonan el cuerpo todas a la vez, sino que lo van haciendo gradualmente una tras otra, y no siendo completa la muerte hasta que las cuatro han salido del cuerpo.