Esta historia es verídica y no corresponde en modo alguna a la leyenda. Le sucedió en la ciudad de Tuluá, (Valle del Cauca), Colombia, hace pocos años al señor Diego Fernando Rojas, taxista de esa población.
Una noche, el taxista deambulaba en las cercanías del cementerio de esa villa, cuando una monja solicitó sus servicios para trasladarse a una sala de velación en el centro de la ciudad. Al apearse le pidió que la esperara por unos instantes mientras entraba a la funeraria. En vista de que la monja se demoraba demasiado, el chofer ingresó a la funeraria a objeto de obtener el pago por el servicio prestado. Al preguntar por la monja que acababa de entrar, los presentes le indicaron que ninguna monja había entrado a la sala de velación, sin embargo, grande fue su asombro al ver que la monja a quien transportó reposaba en un féretro, pues había fallecido en la mañana de ese día.
En opinión de los taxistas de Tuluá, ellos se abstienen de transportar monjas especialmente cuando el sol ya se ha ocultado...
Una noche, el taxista deambulaba en las cercanías del cementerio de esa villa, cuando una monja solicitó sus servicios para trasladarse a una sala de velación en el centro de la ciudad. Al apearse le pidió que la esperara por unos instantes mientras entraba a la funeraria. En vista de que la monja se demoraba demasiado, el chofer ingresó a la funeraria a objeto de obtener el pago por el servicio prestado. Al preguntar por la monja que acababa de entrar, los presentes le indicaron que ninguna monja había entrado a la sala de velación, sin embargo, grande fue su asombro al ver que la monja a quien transportó reposaba en un féretro, pues había fallecido en la mañana de ese día.
En opinión de los taxistas de Tuluá, ellos se abstienen de transportar monjas especialmente cuando el sol ya se ha ocultado...