Castidad en los médiums 1zw0v2s
 
Pese a la polémica existente hoy día en el seno espirita con relación al florecimiento de un espiritismo más orientado hacia la religión y el servicio al prójimo de lo que volcado al estudio empírico del fenómeno, me atrevo a colocar a continuación, la opinión (podría decir esclarecimiento) de Ramatís con respecto al interrogatorio que se le hizo con respecto a la finalidad y misión que tiene el espiritismo (doctrina kardeciana) desde su aparición y sincretización interreligiosa.
 
Aclaración: lo que leerá a continuación no es un determinante de directriz para la doctrina espirita (aclaratoria que hago a los espiritas ortodoxos decantados por la pureza doctrinaria) y puede tomarse como una opinión. No se admiten en el presente tema conductas proselitistas y sectarias orientadas a la difamación de este u otro autor de libros espiritas ni agresiones ideológicas dirigidas hacia adeptos de otras ideologías.
 
CONSIDERACIONES SOBRE LA CASTIDAD POR PARTE DE LOS MÉDIUMS
 
Pregunta: La continencia sexual por parte del médium que presta servicio a los espíritus superiores, ¿lo ayuda a mejorar su trabajo mediúmnico? ¿Ese proceder le apresura el psiquismo y le favorece en el intercambio vibratorio con sus comunicantes?
Ramatís: Es de sentido común que Dios no estatuyó el acto sexual como una práctica deprimente, capaz de rebajar al ser hu­mano cuando precisa cumplir con sus deberes procreativos. Es una función técnica importantísima para la continuidad de la vida física en los mundos planetarios, coadyuvando las fuerzas creado­ras del mundo espiritual con las energías instintivas del mundo de la carne.
 
No es una función impura o censurable, cuando se desempe­ña como objetivo noble. Constituye el proceso prodigioso que ma­terializa y plasma en la superficie del planeta la vida en todas sus manifestaciones animales, ofreciendo la oportunidad que el espíri­tu necesita para apresurar el raciocinio y entendimiento espiritual. No hay dudas que lo más acertado, ante las leyes de elevada es­piritualidad, sería la relación sexual ejercida solamente en fun­ción procreadora, en las épocas apropiadas para dar lugar a una nueva vida.
 
Mientras tanto, el temperamento instintivo de los hombres terrenos, todavía inestable y en medio de dos mundos, el de la vida animal y el plano angélico, los acicatea en procura de goces, a veces en forma insaciable, y los esclaviza a las pasiones vio­lentas, transformando el acto sexual en una continúa fuente de placeres que retarda la ventura espiritual. El comportamiento sexual del hombre terreno es aberrado y desatinado a causa de su incapacidad para gobernar su instinto animal inferior, entendiendo normalmente que el animal es una entidad primitiva y fiel seguidor de las leyes de la procreación. La historia os dice para­dójicamente de los espíritus lúcidos, geniales y buenísimos, que descendieron al nivel más degradante de la escala sexual, sin poder dominar la fuerza primitiva del instinto animal indisci­plinado.
 
Mas no se debe condenar a esos seres, pues las almas con cierto relieve espiritual sobre los valores del físico, en su actividad inusual para difundir las enseñanzas superiores, a veces son to­madas de sorpresa por la fuerza inflamante de la carne y que ellos suponían superada. Aun para el santo descendido de las alturas del Paraíso, Jesús lanzó su imperecedera recomendación: "Orad y Vigilad". Aunque los vicios o las pasiones residan en el alma y se proyecten en el plano físico a través de la carne, la vida exige que el espíritu dirija a la materia, en cuyo trabajo no siempre alcanza el éxito deseado. Algunas almas de grado superior se per­turban en el trato con el potencial vigoroso de las fuerzas sexua­les aunque después sufran terriblemente en su conciencia despier­ta, censurándose a sí mismas. Nos recuerda la hipótesis del hombre vestido de traje blanco, que necesita descender a la mina de car­bón, contaminándose con el polvo negro, cada vez que se des­cuida.
 
Algunos espíritus benefactores y disciplinados, cuando re­gresan a su esfera paradisíaca, sufren atrozmente por el compor­tamiento sexual equivocado que ejercieron en el mundo físico. Aunque se hayan dedicado a todas las formas del Bien no pu­dieron controlar los ascendientes biológicos que los impelían a la satisfacción sexual desatinada. En base a su grado sideral y de­bido al sincero examen crítico de su propia conciencia, tuvieron que reconocer su debilidad en el trato aberrativo de la práctica sexual en el mundo Tierra.
 
Sin embargo les sería más perjudicial el falso puritanismo de la contención sexual, semejante a la caldera de presión, sin válvula de escape. El hombre puede engañarse a sí mismo, pero no pue­de eludir la realidad de Dios, que forma el receptáculo de su con­ciencia. Ningún espíritu puede exceptuarse del aguijón sexual que lo hiere continuamente, exigiéndole el máximo esfuerzo para no ser arrastrado al desamparo espiritual. En el campo de la acti­vidad sexual, el hombre no puede juzgar al prójimo, pues la con­tención, que muchas veces se supone es una virtud loable, es una consecuencia del miedo, de la falta de circunstancias favorables, o debido a la noción pecaminosa de la tradición religiosa. Rarí­simas criaturas podrán afirmar, con sana conciencia, que resistie­ron sexualmente a todas las seducciones y oportunidades que les ofreció la vida humana, terminando sus últimos días en perfecta castidad.
 
Lo cierto es que mientras el hombre no comprenda que la realidad del placer sexual es un espasmo orgánico de importante función biológica, ha de ser siempre esclavo de la vida física. De acuerdo a las leyes que regulan las afinidades electivas, los en­carnados atraerán compañeros buenos o grupos de almas detesta­bles del Más Allá, conforme se sintonicen las frecuencias vibra­torias, bajas o altas, que les inspiran los deseos, pensamientos y actos. Los placeres deletéreos o los vicios insidiosos de la carne son multiplicadores de frecuencia del astral inferior, una especie de operación baja que sólo consume el peor combustible del ser, y lo impermeabiliza de las elevadas sugestiones de lo Alto.
 
En consecuencia, el médium, como intermediario sensible y en contacto con el mundo oculto, no podrá gozar de la protección espiritual superior, mientras sea un esclavo incontrolable de las pasiones animales inferiores. Pues sólo ha de ser como el ave, que a pesar de tener alas, no consigue volar por tener las patas en el lodo.
 
Pregunta: ¿Cuál es vuestra consideración respecto al acto sexual, como fuente de placer, y que aún es una debilidad común en la humanidad terrena?
Ramatís: Reconocemos que Dios palpita en la intimidad de toda su obra, permaneciendo en el seno de la virtud y en el peor de los pecados, puesto que el hombre es el fruto de su esencia. Que el hombre haga del acto sexual un placer común no es una afrenta odiosa a Dios, pues Él no se ofende por las equivocaciones o pecados de sus hijos aún ignorantes de su realidad espiritual. Inhibidos de usufructuar los bienes elevados y duraderos del es­píritu, porque les falta la capacidad psíquica, los terrícolas subli­man su ansiedad de goce y ventura haciendo un vicio de la fun­ción sexual.
 
Todos los individuos se mueven en continuo proceso de perfeccionamiento y en cada uno se va efectuando la transforma­ción, lenta o apresurada para su bien. Dios no crea hombres al simple toque de un capricho, pero les apura la conciencia para que los mismos puedan desenvolver sus cualidades divinas inna­tas y que prefieran lo que más les convenga. Si el terrícola se satisface en el intercambio de las sensaciones animales, es por­que no alcanzó la fase que lo hace sensitivo a los goces defini­tivos del espíritu angélico. No se le puede exigir diferente ac­tuación mientras le falte el don de percepción psíquica superior y la gradación espiritual que sea capaz de compensarle en espí­ritu los goces que le brinda la sensación primitiva de la vida carnal.
 
Su pecado no es un acto de provocación o premeditación contra la Divinidad, es el fruto de sus impulsos inferiores sin la dirección espiritual. La criatura humana vive tratando de alcan­zar el mejor placer y ventura, que es un derecho desde que nace y lo impulsa continuamente para la realización consciente de sí mismo. Reza el concepto humano de que Dios es la Perfección, por cuya causa, sus hijos son impelidos por el deseo de alcanzar lo mejor y más perfecto, seguros de que la Verdad en algún tiempo se ha de encontrar. Entonces, los seres humanos se dejan atraer por la magia del sexo, gozan y se sienten transitoriamente compensados en esa mutua relación física, en donde se conjuga el placer fugaz de la carne y la ansiedad por la ventura espi­ritual.
 
El laboratorio terreno posee todos los recursos apropiados para despertar y graduar la conciencia del hombre sideral, libe­rándolo poco a poco del lastre que le ofrece la carne transitoria. El placer sexual, por lo tanto, después de la comprensión cons­ciente del hombre y de la mujer sobre la realidad espiritual, será relegado hacia una condición inferior y superado por los valores definitivos de la vida inmortal. A su debido tiempo, los terrí­colas se sentirán saturados de ese placer físico y efímero, que es un ardid de la naturaleza para mantener la continuidad de la vida en los mundos materiales. Y comprenderán que la verda­dera felicidad no es el fruto de las contracciones y espasmos de la carne, pero por encima de todo, proviene del intercambio con las cosas siderales.
 
Pregunta: Suponemos que esa actitud irregular del hombre, en lo tocante a sus relaciones sexuales, merece la censura de los espíritus disciplinados. ¿No es verdad?
Ramatís: No nos cabe censurar al terrícola por su contradic­ción sexual, puesto que intenta encontrar lo "mejor" para sí; y si aún confunde el placer del cuerpo efímero con el placer del espíritu eterno, os volvemos a repetir: eso se debe a su inma­durez espiritual. El cuerpo físico es el instrumento de que el alma se sirve para alcanzar su perfeccionamiento, así como el alumno se alfabetiza y adquiere conocimientos a través de la materia escolar. Si el hombre se ofusca para utilizar su orga­nismo carnal, que es su banco escolar y educativo en el mundo físico, además de ser un candidato a las enfermedades comunes de la Tierra, se impregna de los fluidos inferiores de la anima­lidad, que cada vez lo aíslan más de la inspiración de los Alto.
 
Principalmente el médium —que es el puente sensible y el instrumento de relación entre la materia y lo Invisible, destinado para cumplir el servicio espiritual a favor del prójimo y de sí mismo— necesita protegerse de la infiltración inferior y disponer de su cuerpo físico para el éxito de su tarea inusual.
 
Todo gasto excesivo de las fuerzas sexuales destruye los ele­mentos preciosos de la vida psíquica, responsable por la inter­conexión entre el mundo superior y la Tierra; faltando ésta el hombre se precipita hacia el submundo del instinto inferior ani­mal. En sentido opuesto, la economía y el control de las ener­gías sexuales, cuando están disciplinadas por la mente, benefi­cian extraordinariamente al médium. El fluido creador, cuando está acumulado sin la violencia de la contención obligatoria, se purifica por el contacto con las vibraciones sutiles del espíritu. Ese magnetismo vitalizante, producto de las glándulas sexuales, se funde al fluido superior emanado del "chacra" coronario, irriga el cerebro y aclara la mente, despertando la función de la glán­dula pineal a la altura del "chacra" frontal, favoreciendo la visión psíquica del mundo interior.
 
Los abusos de la práctica sexual debilitan el cerebro, pues tanto el hombre como la mujer exteriorizan la parte positiva y negativa de la fuerza sexual, que los órganos responsables utili­zan para la procreación. La mayor parte de las criaturas ignoran que cierto porcentaje de esa fuerza construye y alimenta el cere­bro y su gasto excesivo puede afectar la memoria y retardar el raciocinio, mientras que el buen uso purifica las emociones y pensamientos. Ciertas personas que abusan de estimulantes para multiplicar la práctica sexual, generalmente terminan enfermas, imbéciles y retardadas, presentando los síndromes "parckisonianos", debido al agotamiento de los fluidos sexuales imprescindibles para la nutrición de las células cerebrales.
 
También es necesario considerar que la castidad no puede ser el fruto de una reacción exclusiva de la mente, pues refre­nando las actividades del cuerpo, de modo alguno el espíritu consigue resolver el problema que sólo desaparece por su mejo­ría espiritual. Toda virtud deja de serlo cuando la criatura decide cultivarla como algo independiente de sí misma, y que exige una vigilancia continua para mantenerse constante. El hombre que trata de ser modesto, vigila todos sus actos, preocupado por no decepcionar al prójimo; en verdad, termina cultivando la vanidad de ser modesto. De la misma forma, no os volvéis castos porque cultivéis la castidad, cosa que solo conseguiréis por la renovación íntima de vuestro espíritu, entonces sí podréis ser castos sin tener preocupación de ser castos.
 
La contención sexual forzada es una deliberación artificial e inútil, que acumula las energías procreativas, pero no las ex­tingue. El acumular no es liberación, resulta transferencia obli­gatoria de acción, tal como sucede con la caldera, que guarda en su interior el peligroso vapor. Algunas criaturas, que después de cierto tiempo abandonan el convento o las instituciones donde se acostumbraba a sofocar el deseo sexual, a veces se vuelven peores de aquellos que no hacen restricciones por conceptos mo­rales. Apenas se contenían impedidos por el ambiente que cul­tivaban, pero ni bien rompieron las amarras de las convenciones religiosas o de moral compulsoria, se sumergieron violentamente en la tempestad sensual, que les rugía en la intimidad descon­trolada del alma.*
 
Pregunta: ¿Nos podéis decir si la liberación del sexo en la materia es suficiente para elevar al espíritu hacia las esferas su­periores, exceptuándolo de las reencarnaciones físicas?
Ramatís: El sexo es la última puerta a cerrarse para el hom­bre que desea liberarse del ciclo doloroso de las reencarnaciones físicas, que conseguirá —conforme dijéramos anteriormente— cuando se vuelva casto sin la angustia enfermiza por serlo. Será un fruto natural de su evolución espiritual, antes que la sofoca­ción forzada de la llama interior, que persistirá latente bajo las cenizas de la voluntad impuesta drásticamente. La castidad for­zada es el cerebro terrible que incita hacia el deseo insatisfecho y que acicatea a la mente descontrolada. Una vez que sea reco­nocido el sexo como un proceso procreativo, antes que un deseo reprimido, la contención sexual beneficia al hombre y principal­mente al médium, eliminándole la ansiedad de la relación física. El deseo lúbrico desaparecerá por la comprensión consciente sobre el acto sexual, que antes de ser una acción placentera, es una función biológica de reproducción en la materia.
 
Ojalá que el médium bien intencionado se dé por satisfecho con sus relaciones conyugales, evitando las aventuras condenables fuera de su hogar y las ligazones deprimentes con el psiquismo torturado de las infelices meretrices. Los prostíbulos, bajo cual­quier hipótesis, son cisternas de fluidos intoxicantes, que se adhie­ren a la tesitura delicada del periespíritu, creando condiciones apropiadas para actuar los obsesores y vampiros atrasados de las sombras del astral inferior. El médium que se entrega a las aventuras sexuales se transforma en un puente que une el astral tenebroso y el hogar en que vive, atrayendo hacia éste las emanaciones nocivas y las perturbaciones, frutos de su mal comportamiento sexual. Los miasmas, los bacilos y virus psíquicos de la degradación del sexo terminan por saturarle el ambiente fami­liar, creando enfermedad, angustia y desarmonía que caracterizan a las noches tristes y trágicas de los ambientes prostituidos.
 
También es evidente que la liberación del sexo en la mate­ria, no basta para elevar al espíritu a las esferas celestiales, ni tampoco cuando se encuentra encadenado a la crueldad, ven­ganza o avaricia, cosa que aún los pone en sintonía con el astral inferior.
 
*Aquí también podemos situar el gran conflicto en el cual se ha visto envuelto el clero católico a través de la pedofilia y deshonestidad por parte de sacerdotes, monjas y laicos consagrados cuya vida constituye una auténtica hipocresía al reflejar exteriormente el cumplimiento de la dogmatizada sexualidad pero internamente y en secreto desarrollan una vida totalmente diferente. Lo peor ocurre por parte de los abusos a criaturas sensibles e inocentes, el resto se puede considerar la confrontación de la realidad frente al dogma ya que la abstinencia es una virtud adquirida de la convicción que supone dominio total del raciocinio sobre los impulsos sexuales que explican la inutilidad de destinar el sexo a un simple orgasmo o la degradación por la promiscuidad que ofende la delicadeza de unos valores que priorizan el buen merecer de cada criatura de manera bilateral, es decir, cuánto merece la castidad el cónyuge como el amor y afecto romántico no compartido. Esto es cuando las sensaciones en los genitales dejan de ser placenteros por la interferencia de la mente y aspectos emocionales que representan a ese sujeto.
 
Cuentan las historias que en la Edad Media los conventos eran asediados por los demonios sexuales, esto es, la atmósfera de Espíritus sexualizados que han sido atraídos por la contención de sensuales fluidos genitales y mentales acumulados en hercúleo esfuerzo por mantenerlos reprimidos. Estamos hablando de siglos atrás, donde encontramos por simple razonamiento que la humanidad estaba menos ejercitada en el auto-control y estas personas que no comprendían los asuntos espirituales más allá de la fe no hallaban otro medio para calmar su ansiedad sino por el martirio que substituye con el dolor las ideas libidinosas.
 
Lo cierto es que la esclavitud de los seres espirituales encarnados o desencarnados en el campo de la sexualidad lo sitúa dentro de los límites de la inferioridad por cuanto no consigue ascender ni con voluntad propia más allá de las fuentes que satisfacen los deseos libidinosos perpetuos e incontrolables. Estas criaturas en perfecta sintonía no dudan en justificar absurdos y para desesperar amplifican la angustia del hombre débil conduciendo su concentración hacia las sensaciones genitales en incontenible deseo sexual y la vista colocada sobre los atributos carnales del prójimo que excitan la mente, así el hombre modesto y apegado al hogar consigue hacerse víctima del desliz traicionando la confianza del cónyuge en el hogar; la monja pasa a acariciarse en la intimidad; el sacerdote coquetea e íntima con un miembro de la feligresía y así surgen, conforme sea el carácter más o menos débil, el violador de cualquier especie.
 
Hoy encontramos en la sexualización de la sociedad las condiciones óptimas para la proliferación de sustento para estos enjambres espirituales. Por otra parte, se asegura un estadístico cuya población observada integrará engordando la lista de todos estos individuos que infelices buscarán saciarse compulsivamente cuando los abrace la muerte. Pornografía, erotismo, distintas prácticas sexuales que se alimentan de las parafilias y corrompen el perfil sacrosanto que tiene el sexo para el hombre, estos vienen a ser los grandes detonadores de alianzas malsanas que hunden en lo progresivo a quienes protagonizan estos dramas como sus protagonistas. Por otro lado, sin necesitar caer en el radicalismo de la abstinencia (dado que sólo sirve para procrear), la sublimación de la sexualidad halla su protección sideral cuando se ejerce noblemente y movido por una saludable convicción de que es un acto de entrega y no prostitución, donde si bien es incompatible con la mentalidad y sexualidad libre con que se acoge hoy día este campo produciendo los males que hemos visto proliferar de individuos vacíos internamente y que alegan querer dejar de ser objetos de la lujuria pero no controlan ese impulso, es como si algo les gobernase, cuando se entiende a la sexualidad como un instrumento para entrelazar las Almas, que hay simbiosis de fluidos, que es un acto de fusión y entrega al otro, donde incondicionalmente hay un intercambio de muchas cosas, aunque no se consolide la propia procreación, sé desde la experiencia directa en el combate contra la obsesión sexual cómo se gana la batalla y se impide la asociación de mentes enfermas a actos tan delicados como es la sexualidad. Quizá sea abstracto para quien lo lee, pero se llega a "hacer el amor" sin efectos adversos ni daños colaterales cuando es el amor mismo y no el orgasmo lo que impulsa la comunión mediante ese acto. Al fin de cuentas, este tema en general debe entenderse dentro de lo ejemplificado debido a que no sucederá igual en las circunstancias contrarias; si puede decirse que el sexo sublime es santo, no puede decirse que el sexo lujurioso produzca algún bien, todo lo contrario, se sugiere la abstinencia previa labor mediúmnica por las mismas razones.
 
Cuenta la historia que en el pasado la Iglesia Católica no estuvo en desacuerdo con la prostitución debido a que observaba cómo los ciudadanos al sostener relaciones sexuales estaban satisfechos, andaban anímicamente mejor, cumplían con sus deberes. Una época en que los propios sacerdotes no conocían la abstinencia sino que se les permitía vivir en concubinato. Eran las circunstancias en una época donde la prostitución era un oficio reconocido y se consideraba como una labor social muy respetable e higiénica. Esto básicamente es la prueba histórica que registra un contraste entre la saciedad del deseo sexual versus la abstinencia dogmática que dio pié a los escándalos de la pedofilia, deserción sacerdotal por compromisos con mujeres, y otros escándalos.
 
La abstinencia dogmática no cura la compulsión sexual, sólo representa un temporal periodo en que no se desenvuelve libremente. El individuo sigue llevando en su Alma el vicio, razón por la cual, la acumulación podría derivar en mayor compulsión a futuro. Lo que cura los trastornos asociados a la sexualidad es la educación y desarrollo de una consciencia superior al respecto de este tema.
 
Este tema merece atención en especial entre los médiums para que comprendan la razón de la abstinencia previa a la labor mediúmnica que está uniformemente repartida entre sistemas y que entienda en qué punto enfocar su ataque. La adquisición de consciencia sobre esta realidad y los factores que influyen contribuirán en gran medida al mejor aprovechamiento de su sexualidad en pro de su ejercicio mediúmnico haciendo que la abstinencia tenga un significado aún mayor, es decir, amplificando el beneficio que se adjudica a determinado tiempo de desligamiento de ideas lujuriosas y actos sexuales que las fomenten y alimenten.