EL DESTINO DE LOS NEGROS TRAS LA ABOLICIÓN:
[…] Tras la Ley Áurea, los negros libertos fueron a buscar morada en regiones precarias y apartadas de los barrios centrales de las ciudades. Una gran reforma urbana en Río de Janeiro, en 1904, expulsó las poblaciones pobres para los cerros. La campaña abolicionista, en fines del siglo XIX, movilizó vastos sectores de la sociedad brasilera. Sin embargo, pasado el 13 de Mayo de 1888, los negros fueron abandonados a la propia suerte, sin la realización de reformas que los integrasen socialmente.
Detrás de eso, había un proyecto de modernización conservadora que no tocó en el régimen del latifundio y exacerbó el racismo como forma de discriminación. La campaña que culminó con la abolición de la esclavitud, en 13 de Mayo de 1888, fue la primera manifestación colectiva a movilizar personas y a encontrar adeptos en todas las camadas sociales brasileras. Sin embargo, tras la asignatura de la Ley Aurea, no hubo una orientación destinada a integrar a los negros a las nuevas reglas de una sociedad basada en el trabajo asalariado. Esta es la historia de tragedias, repudio, preconceptos, injusticias y dolor. Una llaga que Brasil carga hasta los días de hoy.
Una de las percepciones más agudas sobre la cuestión fue hecha en 1964 por el sociólogo Florestan Fernandes (1920-1995). En un libro clásico, llamado “La integración del negro en la sociedad de clases”, él fue al centro del problema: “la desagregación del régimen esclavista y señorial se operó, en Brasil, sin que se cercase la destitución de los antiguos agentes de trabajo esclavo de asistencia y garantías para el sistema de trabajo libre. Los señores fueron eximidos de la responsabilidad por la manutención y seguridad de los liberados, sin que el Estado, la Iglesia o cualquier otra institución asumiesen encargos especiales, que tuviesen por objeto prepararlos para el nuevo régimen de organización de la vida y del trabajo. […] Esas facetas de la situación […] imprimían a la Abolición el carácter de una expoliación extrema y cruel […].
[…] La liberación: en Mayo de 1888 vino la Ley Áurea y, 16 meses después, como consecuencia directa de las contradicciones que vivía el País, la República.
Con la abundancia de mano de obra inmigrante, los ex cautivos acabaron por constituirse en un inmenso ejército industrial de reserva, descartable y sin fuerza política alguna en la joven República. Los hacedores – en especial a los caficultores – ganaron una compensación: la importación de fuerza de trabajo europea, de bajísimo costo, costeado por el poder público. Parte de la recaudación fiscal de todo el País fue desviada para el financiamiento de la inmigración, destinada especialmente al Sur y Sureste. El subsidio estatal dirigido al sector más dinámico de la economía acentúo desequilibrios regionales que se volvieron crónicos por las décadas siguientes. Esta fue la reforma complementaria al fin del cautiverio que se viabilizó. En cuanto a los negros, estos terminaron lanzados a la propia suerte […].
[…] Los ex esclavos, más allá de ser discriminados por el color, se sumaron a la población pobre y formaron a los indeseados de los nuevos tiempos, los desheredados de la República. El aumento del número de desocupados, trabajadores temporales, mendigos y niños abandonados en las calles redunda también en aumento de la violencia, que puede ser verificada por el mayor espacio dedicado al tema en las páginas de los diarios. Escribiendo sobre este periodo, Lima Barreto (1881-1922) resalta que: «nunca hubo años en Brasil en que los negros […] fuesen puestos más al margen» […].
[…] La descripción del historiador Luiz Edmundo (1878-1961), en su libro “el Río de Janeiro de mi tiempo”, sobre el cerro de Santo Antonio y sus moradas y caminos miserables, pocos años después, muestra un poco de la cartografía humana de la entonces capital: «por ellas viven mendigos, los auténticos, cuando no se van a instalar por las hospedarías de la Calle de la Misericordia, capoeiras, malandros, vagabundos de toda suerte: mujeres sin arrimo de parientes, viejos que ya no pueden trabajar más, niños rechazados en medio a gente apropiada, pero lo que es peor, sin ayuda de trabajo, verdaderos despreciados de la suerte, olvidados de Dios… […] En el cerro, los sin trabajo surgen a cada rincón» […].
«La preocupación por el destino del esclavo se mantuviera en foco mientras se ligó a él el futuro de la agricultura. Ella aparece en los varios proyectos que visualizaban regular, legalmente, la transición del trabajo esclavo para el trabajo libre, desde 1823 hasta la asignatura de la Ley Áurea. […] Con la abolición pura y simple, la atención de los señores se vuelve especialmente para sus propios intereses. […] La posición del negro en el sistema de trabajo y su integración al orden social dejan de ser materia política. Era falta que eso sucediese ». (Floresta Fernandes).
Texto de Gilberto Maringoni
Con la miseria instalada entre los negros, uno de los recursos encontrados por muchos fue la práctica sistemática de hechicerías, que ya eran efectuadas cuando todavía eran esclavos por encomienda de algunos señores, sólo que ahora con fines pecuniarios, pues vieron ahí una gran fuente de renta, creciendo enormemente tales prácticas, principalmente en las viviendas y en las favelas de Río de Janeiro, atendiendo la enorme demanda. Como dijo Juan del Río (João do Rio) en su libro “Las religiones de Río” (1904): […] «vivimos en la dependencia del hechizo, de esa cambada de negros y negras, de babalorixás e iawôs, somos nosotros que le aseguramos la existencia, con el cariño de un negociante por un una amante actriz. El hechizo es nuestro vicio, nuestro gozo, la degeneración» […]. Buscaban la hechicería famosa de los negros africanos, señoras, señoritas y caballeros de la sociedad carioca, que en manos enaltecidas sacan de las carteras ricas notas para pagar por “magias” que satisficiesen sus pedidos y deseos, muchas veces sórdidos.
Después de la abolición, qué podían ellos hacer si no tenían algún tipo de ayuda. Eran rechazados. Fueron literalmente lanzados al mundo. Conocidos como facinorosos, deambulaban por el sertón.
Ex esclavos malé musulmanes
Unos, ya ancianos, se instalaban en casuchas, viviendo como podían:
En la década de 1990, ex esclavos trabajaban en la fabricación de las rosquillas.
Ex esclavos
Casa de esclavos
Otros por falta de opciones siguiendo el camino de la mendicidad:
El retrato de la pobreza. Foto sacada en 1902, en la ciudad de Santos/SP, retratando una pareja de ex esclavos mendigos; él con 120 años y ella con 110 años.
Algunos en vida escogieron el camino espiritual y del auxilio al prójimo:
Juan de Camargo (João de Camargo) (Sarapuí, 05 de Julio de 1858 – Sorocaba, 28 de Septiembre de 1942) fue un religioso brasilero, también considerado santo popular, milagrero y negro viejo (preto-velho). Vivió en Sorocaba, en el Estado de São Paulo, donde creó la Iglesia del Buen Jesús del Buen Fin de las Aguas Rojas (Igreja do Bom Jesus do Bonfim das Águas Vermelhas). Nacido esclavo, heredó el sobrenombre de su antiguo dueño. Tras la Ley Aurea, fue liberado y se mudó a Sorocaba, donde fue cocinero, militar, trabajador de agricultura y de olearias. Desde joven recibió muchas influencias religiosas, de las religiones africanas, a través de su madre, y del cristianismo, a través de su sinhazinha Ana Teresa de Camargo y del padre João Soares do Amaral. A través de esas diversas influencias, su fe se volvió una especie de sincretismo entre varias religiones. Nhô João, como más tarde vendría a ser llamado, según sus devotos, ya practicaba curas desde 1897. Pero, durante la vida, tuvo muchos problemas con el alcoholismo, que le impedirían asumir plenamente su misión. En 1906, habría tenido una visión que lo curó del vicio de la bebida, haciéndolo dedicarse completamente al proyecto de crear su iglesia, en el distante barrio de las aguas rojas (bairro das Àguas Vermelhas). Procesado por curanderismo en 1913, Nhô João decidió, para proteger la nueva religión, registrarla oficialmente como Asociación Espirita y Benefícienle Capilla del Señor del Buen Fin, reconocida como persona jurídica en Febrero de 1921.
Otros después de fallecidos ganarían la fama de milagreros:
Esclavo Eduardo Lorenzo (Eduardo Lourenço)
Araraquara/SP, cementerio San Benito (São Bento): el sepulcro del esclavo Eduardo es simple, ornamentado por una lápida que fue dada por los hijos de su antiguo señor. Nacido en 1834, Eduardo conquistó en 1886 su carta de Alforria. Él falleció en 1915, a los 81 años. En su epitafio dice que él murió cercado de estima y respeto de sus contemporáneos. Recibe muchos pedidos y oraciones, sobre todo de fumadores que quieran dejar el vicio.
Toninho esclavo
Sepulcro de Toninho esclavo (a la izquierda), al lado del sepulcro del barón Geraldo de Rezende.
Campinas/SP, cementerio de la salud: es el sepulcro donde más gracias fueron alcanzadas y el más antiguo del cementerio, de entre los milagreros. Son más de tres centenas de plaquetas esparcidas por todos los lugares. Son placas no sólo de Campinas, sino de todo el país. El sepulcro de Toninho esclavo, el “preto véio” como es más conocido, queda en el número 22, cuadra 8.
Toninho falleció el día 13 de Marzo de 1904. Fue esclavo, pero tuvo la oportunidad de conocer la libertad. Diferentemente de otros, optó por la total servidumbre a su señor, el barón Geraldo de Rezende. Trabajaba como cocinero de la hacienda Santa Genebra, perteneciente al barón, y era considerado su brazo derecho. En una época de gran discriminación, la gratitud entre los dos hacía a los moradores de Campinas reflexionas sobre los valores sociales de la época. Toninho vió a su patrón crecer.
La diferencia de edad entre ellos no puede ser precisada, una vez que la fecha de nacimiento del “preto véio” no llegó a ser conocida. La figura de ese esclavo quedó grabada en el libro “¡un idealista realizador!” donde María Amélia Rezende, hija del barón, describe la vida de su padre, historia de la cual también forma parte Toninho.
Dice la historia que el barón era un hombre que confiaba en pocos y que su hombre de confianza era Toninho. Esa amistad perduró durante la vida de los dos. Temeroso de la muerte, el barón pensaba que su fin estaba próximo y mandó a construir un suntuoso sepulcro, todo trabajado en mármol Carrara, y construido por famosos artesanos de la época. El propio barón escogió el lugar en que quería ser enterrado. Preocupado con la salud del patrón, Toninho pidió para ser enterrado en el mismo sepulcro, asunto que se volvió muy polémico para la familia Rezende.
La sociedad aristocrática y la familia influenciada por los valores sociales de la época acabaron por cobrar del barón un “comportamiento” a la altura de los títulos que poseía. La amistad de los dos casi fue vencida por el preconcepto. El barón acabó pensando alguna otra forma de demostrar su gratitud al ex esclavo. Compró el terreno al lado de su futuro sepulcro donde Toninho podría ser sepultado y permanecer al lado de su señor. Así, terminaron las discusiones.
Toninho falleció tres años antes que su patrón. Geraldo de Rezende falleció el día primero de Octubre de 1907. En la Salud, en la alameda principal, permanecen, lado a lado, por toda la eternidad. Aunque el sepulcro de Toninho sea simple, revestido de cimientos apenas, brilla más que el mármol de Carrara del mausoleo al lado. Cuando las personas por allí pasan, se impresionan por el número de placas. Se destaca también la belleza de la imagen de San Antonio, colocada sobre el sepulcro por una persona que consiguió alcanzar gracias. Allí tampoco falta un recipiente conteniendo agua. El agua, fuente de la vida, sería la fuente de sus milagros. Los que acreditan acostumbran pasarla sobre los ojos, el rostro o la friccionan en la parte alcanzada por un mal o herida.
Esclava Anastasia
La esclava anastasia sería hija de Delminda, una bella princesa bantú que fue traída como esclava para Brasil en un navío negrero y, después, vendida, fue violentada por su dueño, embarazando.
Anastasia, nombre griego que significa “resurrección” habría nacido el 12 de Mayo de 1741. Era una mulata dotada de rata belleza, tenía los ojos azules, era muy inteligente y tenía el don de cura; apenas imponía las manos las enfermedades desaparecían. La belleza y bondad de Anastasia incomodaban a las mujeres blancas, que con envidia comenzaron a perseguirla. Los hombres la perseguían, intentando robar su virginidad. Pero Anastasia era protegida por el señor Joaquín Antonio, hijo de la señora de la industria, Joaquina Pompeu, y no permitía que nadie abusase de ella. Pero, Joaquín estaba hace mucho tiempo enamorado de Anastasia y comenzó a asediarla, rogando un amor que le era negado. Entonces, su amor se transformó en odio, y Joaquín mandó a que se le colocase a Anastasia una máscara de hoja de flandes, usada en las minas para que los esclavos no engullesen las pepitas de oro.
Anastasia vivió así amordazada durante años, sólo siéndole retirada la máscara para comer. Por fin la bella esclava enfermó gravemente, e incluso antes de morir todavía curó a su verdugo de una dolencia pulmonar grave. Anastasia murió víctima de gangrena en su cuello y boca. Desde esa fecha se esparcen por el país relatos de curas y gracias alcanzadas por su intercesión. Es muy venerada por los cultos afros-brasileros. El Santuario de la Esclava Anastasia queda en Río de Janeiro, más precisamente en la Calle Taubaté, 42, en Oswaldo Cruz.