Para los cubanos practicantes o que admiten los fundamentos de la religión de origen yoruba, la muerte no es más que otra forma de vida. Cuando una persona ha cumplido con éxito las tareas de depuración que le fueron encomendadas como ser encarnado; cuando además, por su obra material y espiritual se cumplen rigurosamente todos los rituales funerarios, ella logrará trascender a otras dimensiones que le convertirán en un “ku” o espíritu luminoso y, en posesión de esta condición, reencarnará en las esencias que le sean afines. En caso de que no se cumplan adecuadamente todas estas condiciones, la muerte supone su transformación en un “ba” o espíritu errante, que sólo podrá manifestarse como energía negativa, pues no contribuirá a incrementar su depuración espiritual, o lo que es lo mismo, no brindará aché a los seres encarnados.
La persona fallecida sólo alcanzará la categoría de “ku” cuando su alma llegue a ode orun, o mundo de los dioses, aunque en el camino a este grado espiritual, Olofi le encomiende diversas tareas de beneficio colectivo. Esto explica el por qué en los tratados teológicos yorubas –al igual que en los bíblicos-, la muerte de los más relevantes profetas se produce luego de muchos años de vida: la muerte no es sinónima de desencarnar, sino posibilidad de reencarnar como una partícula de luz divina.
Existe una gran contradicción entre los esfuerzos que debe hacer cada persona para procurarse los beneficios (ireses) para él, sus familiares y congéneres, y los perjuicios (osogbos) que le son enviados por Eshu para limitar y dificultar su existencia. Entre los esfuerzos para purificar el espíritu, se halla el llevar una vida religiosa íntegra, efectuar los sacrificios y ofrendas a los dioses y ancestros. Entre los osogbos aparecen: la muerte prematura y repentina, la enfermedad, los accidentes, etc.
“Cuando Olorun procuraba materia adecuada para crear al hombre, todos los orishas partieron a buscarla; trajeron diferentes materiales, pero ninguno se prestaba para los fines requeridos. La muerte apareció con sus manos llenas de barro y no tuvo misericordia de su llanto, del agua que destilaba. Llevó el barro a Oloddumare, quien en principio lo entregó a Orichanlá y Olugama y más tarde él mismo, le insufló el hálito de vida. Olorun determinó que como Ikú había sido quien escogió el material adecuado, tendría el privilegio de recolocarlo en cualquier momento a su lugar de origen”.
Es por ello que al fin de la existencia, Ikú nos lleva de regreso al barro. Se trata de un retorno, de una regresión. En relación con esta leyenda, tenemos el oddu de Ifá “Irete Kutan”, que en uno de sus versos dice: “Lo que la tierra da, la tierra se lo come”, lo que indica que la muerte es el retorno al principio esencial de la existencia.
Otro oddu de Ifá que contiene un rico concepto filosófico de la muerte es “Ogundá Iwori”, que dice: “Árbol que se poda, retoña”, lo que se interpreta como que es necesario limitar la existencia para resurgir fortalecido. La poda representa la interrupción de la vida; las ramas, los ancestros; los frutos, los hijos; las hojas verdes, el alma encarnada; las flores, el espíritu; y las hojas secas, el alma desencarnada.
Cuando muere una persona, se tira una sola vez el obbi, esto es el “Itutu”. Luego, a los nueve días, se hace una misa en la iglesia católica, y terminada ésta, todos los acompañantes regresan a la casa familiar para darle coco y saber su conformidad. Al año, se le hace una nueva misa en la iglesia, y posteriormente realizan la santera, a la que llaman “levantamiento del plato.” El objetivo del Itutu es el lograr que los seres queridos ya muertos, descansen en paz. Esta costumbre es muy respetada en esta religión, en la cual se cuenta siempre con los muertos.
La persona fallecida sólo alcanzará la categoría de “ku” cuando su alma llegue a ode orun, o mundo de los dioses, aunque en el camino a este grado espiritual, Olofi le encomiende diversas tareas de beneficio colectivo. Esto explica el por qué en los tratados teológicos yorubas –al igual que en los bíblicos-, la muerte de los más relevantes profetas se produce luego de muchos años de vida: la muerte no es sinónima de desencarnar, sino posibilidad de reencarnar como una partícula de luz divina.
Existe una gran contradicción entre los esfuerzos que debe hacer cada persona para procurarse los beneficios (ireses) para él, sus familiares y congéneres, y los perjuicios (osogbos) que le son enviados por Eshu para limitar y dificultar su existencia. Entre los esfuerzos para purificar el espíritu, se halla el llevar una vida religiosa íntegra, efectuar los sacrificios y ofrendas a los dioses y ancestros. Entre los osogbos aparecen: la muerte prematura y repentina, la enfermedad, los accidentes, etc.
“Cuando Olorun procuraba materia adecuada para crear al hombre, todos los orishas partieron a buscarla; trajeron diferentes materiales, pero ninguno se prestaba para los fines requeridos. La muerte apareció con sus manos llenas de barro y no tuvo misericordia de su llanto, del agua que destilaba. Llevó el barro a Oloddumare, quien en principio lo entregó a Orichanlá y Olugama y más tarde él mismo, le insufló el hálito de vida. Olorun determinó que como Ikú había sido quien escogió el material adecuado, tendría el privilegio de recolocarlo en cualquier momento a su lugar de origen”.
Es por ello que al fin de la existencia, Ikú nos lleva de regreso al barro. Se trata de un retorno, de una regresión. En relación con esta leyenda, tenemos el oddu de Ifá “Irete Kutan”, que en uno de sus versos dice: “Lo que la tierra da, la tierra se lo come”, lo que indica que la muerte es el retorno al principio esencial de la existencia.
Otro oddu de Ifá que contiene un rico concepto filosófico de la muerte es “Ogundá Iwori”, que dice: “Árbol que se poda, retoña”, lo que se interpreta como que es necesario limitar la existencia para resurgir fortalecido. La poda representa la interrupción de la vida; las ramas, los ancestros; los frutos, los hijos; las hojas verdes, el alma encarnada; las flores, el espíritu; y las hojas secas, el alma desencarnada.
Cuando muere una persona, se tira una sola vez el obbi, esto es el “Itutu”. Luego, a los nueve días, se hace una misa en la iglesia católica, y terminada ésta, todos los acompañantes regresan a la casa familiar para darle coco y saber su conformidad. Al año, se le hace una nueva misa en la iglesia, y posteriormente realizan la santera, a la que llaman “levantamiento del plato.” El objetivo del Itutu es el lograr que los seres queridos ya muertos, descansen en paz. Esta costumbre es muy respetada en esta religión, en la cual se cuenta siempre con los muertos.