Las dos caras de la agresividad
Veo dos actitudes:
Una es la de hacer pataleta reaccionando con ofensas y alzando la voz, siendo agresivo manifiestamente o calladamente por medio de gestos de desaprobación y de crítica, cerrando mi mente, volviéndome terco, no escuchando, siendo “grosero”.
La otra es la de tragarme el malestar convirtiéndolo en decepción, desánimo, robándome energía y volviéndome apático, triste, callado; tratando de ser indiferente, porque evito manifestar “agresividad”, evito pensar, reprimo, me torno silencioso y evasivo.
Ambas son dos caras de lo mismo, ambas deben ser frenadas. La primera es una agresividad activa que afecta más al otro. La segunda es una agresividad pasiva, que puede afectar al otro pero lo daña más a uno. Si me pregunto ¿qué es lo que me genera el malestar?, ¿qué es lo que no acepto ni tolero?, la respuesta que me dé quizás no es más importante que el aprender a manejar mi percepción frente a ello; sin embargo es bueno saber lo que me molesta para ayudarme a vencerlo en MI MISMO.
Si nos molesta, por ejemplo, el “falso orgullo”, ese que se usa para elevar la poca estima que tiene la persona de sí misma, ese que dice al otro con su actitud: “Aquí soy yo el que sé, esto lo manejo solo yo y tú estás en mis dominios”. Y nos molesta porque es parte de la ignorancia, el egoísmo y el miedo a no ser reconocido. Pero más allá de eso, ¿por qué nos molesta VERDADERAMENTE?
Porque nosotros mismos lo hemos hecho y nos molesta tanto que no soportamos verlo afuera.
Entonces, ¿cuál es la solución frente a esas cosas que nos hacen ser agresivos hacia adentro o hacia afuera?
Creo que puede ser lo siguiente:
1. Empezar por ser humilde. Observar primero que si otros tienen cierta actitud que rechazo lo más probable es que YO la posea. Todos podemos caer en la reactividad, en el impulso agresivo o en una pasividad aniquilante. No somos mejores que nadie.
2. Comprender que, a pesar de que el otro pueda haber iniciado la agresión, no puedo quedarme esperando a que el otro la corrija ni mucho menos pretender corregirlo, al menos en ese estado. Debo comenzar por mí, que tengo la claridad de lo que observo. Mejorar una actitud siempre debe partir de uno, no esperar del otro un cambio sin aportar nada. Si me quedo esperando al otro no avanzo, nada se transmutará, todo se repetirá cíclica y kármicamente (acción-reacción) y a su vez se irá contaminando progresivamente hasta que la podredumbre nos enferme el Alma.
3. Si hacemos un real esfuerzo por cambiar, podemos ser capaces de abrir nuestro corazón. Amar a ese otro cuya actitud nos molesta es difícil, implica recordar por qué está a nuestro lado; por eso ese amor solo surgirá si lo entendemos desde el corazón recordando que él mismo es espejo de lo que nosotros mismos somos o fuimos en algún momento. Esta manera nueva de ver al otro, no como enemigo, sino, como un hermano que pasa por estados de ánimo y conductas similares a las nuestras, abre una ventana a ese amor que trasciende nuestras preferencias y gustos, y nos acerca a la Verdadera Nobleza del Corazón.
Hace falta un poco más de amor en nosotros, desarmar a nuestro ego, no prevenirnos tanto ante las situaciones y más bien desenmascararlas para encontrarles su verdadero valor. Un roce con nuestro compañero en el sendero, sea este familiar, vecino, amigo, del trabajo o de cualquier lugar, no es un conflicto más por remediar, es una señal de la vida para crecer, si lo aprendemos a ver.
DANIEL ASAMUYA
Veo dos actitudes:
Una es la de hacer pataleta reaccionando con ofensas y alzando la voz, siendo agresivo manifiestamente o calladamente por medio de gestos de desaprobación y de crítica, cerrando mi mente, volviéndome terco, no escuchando, siendo “grosero”.
La otra es la de tragarme el malestar convirtiéndolo en decepción, desánimo, robándome energía y volviéndome apático, triste, callado; tratando de ser indiferente, porque evito manifestar “agresividad”, evito pensar, reprimo, me torno silencioso y evasivo.
Ambas son dos caras de lo mismo, ambas deben ser frenadas. La primera es una agresividad activa que afecta más al otro. La segunda es una agresividad pasiva, que puede afectar al otro pero lo daña más a uno. Si me pregunto ¿qué es lo que me genera el malestar?, ¿qué es lo que no acepto ni tolero?, la respuesta que me dé quizás no es más importante que el aprender a manejar mi percepción frente a ello; sin embargo es bueno saber lo que me molesta para ayudarme a vencerlo en MI MISMO.
Si nos molesta, por ejemplo, el “falso orgullo”, ese que se usa para elevar la poca estima que tiene la persona de sí misma, ese que dice al otro con su actitud: “Aquí soy yo el que sé, esto lo manejo solo yo y tú estás en mis dominios”. Y nos molesta porque es parte de la ignorancia, el egoísmo y el miedo a no ser reconocido. Pero más allá de eso, ¿por qué nos molesta VERDADERAMENTE?
Porque nosotros mismos lo hemos hecho y nos molesta tanto que no soportamos verlo afuera.
Entonces, ¿cuál es la solución frente a esas cosas que nos hacen ser agresivos hacia adentro o hacia afuera?
Creo que puede ser lo siguiente:
1. Empezar por ser humilde. Observar primero que si otros tienen cierta actitud que rechazo lo más probable es que YO la posea. Todos podemos caer en la reactividad, en el impulso agresivo o en una pasividad aniquilante. No somos mejores que nadie.
2. Comprender que, a pesar de que el otro pueda haber iniciado la agresión, no puedo quedarme esperando a que el otro la corrija ni mucho menos pretender corregirlo, al menos en ese estado. Debo comenzar por mí, que tengo la claridad de lo que observo. Mejorar una actitud siempre debe partir de uno, no esperar del otro un cambio sin aportar nada. Si me quedo esperando al otro no avanzo, nada se transmutará, todo se repetirá cíclica y kármicamente (acción-reacción) y a su vez se irá contaminando progresivamente hasta que la podredumbre nos enferme el Alma.
3. Si hacemos un real esfuerzo por cambiar, podemos ser capaces de abrir nuestro corazón. Amar a ese otro cuya actitud nos molesta es difícil, implica recordar por qué está a nuestro lado; por eso ese amor solo surgirá si lo entendemos desde el corazón recordando que él mismo es espejo de lo que nosotros mismos somos o fuimos en algún momento. Esta manera nueva de ver al otro, no como enemigo, sino, como un hermano que pasa por estados de ánimo y conductas similares a las nuestras, abre una ventana a ese amor que trasciende nuestras preferencias y gustos, y nos acerca a la Verdadera Nobleza del Corazón.
Hace falta un poco más de amor en nosotros, desarmar a nuestro ego, no prevenirnos tanto ante las situaciones y más bien desenmascararlas para encontrarles su verdadero valor. Un roce con nuestro compañero en el sendero, sea este familiar, vecino, amigo, del trabajo o de cualquier lugar, no es un conflicto más por remediar, es una señal de la vida para crecer, si lo aprendemos a ver.
DANIEL ASAMUYA