Bien Hermanos y Hermanas; este es mi último tema ya que me tomaré unas largas vacaciones; demostré que si se puede y que sin saber de nada se puede opinar de todo y llegar a la cúspide, aún cuando tal acción desate la envidia de varios. Ahora bien, por cuanto tal envidia genera malestar e incomodidad en la mayoría de lectores y los temas por mí colocados los han aburrido, fastidiado y molestado sobre manera, he decidido no subir más temas, para darle algo de alegría a muchos e irme a la clandestinidad y solo atender por vía privada a mis preciados fans y a todos aquellos inscritos antes del 30 de abril del presente año; por supuesto, reservándome el derecho de admisión. Esto nos deja una enseñanza asombrosa, cuán frágil es la mente humana y como se dejan guiar algunos sin saber, por alguien que no sabe de nada, pero que puede llegar lejos si se lo propone. Para terminar, les digo que la mejor manera de combatir la envidia es a través de la bendición bien dada; que por cierto ya tengo adolorido el brazo con todas las que he lanzado.
"Ego vos benedictio in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen."
Ahora disfruten del tema o aburranse de el; tomado por partes de la web (sin editar).
¿Pueden convivir envidia y espiritualidad?
La envidia de la misión del otro.
Dentro de la espiritualidad (que no es lo mismo que espiritismo) consideramos que cada persona tiene una misión en la vida. Una misión encomendada por Dios.
Esta misión (o tarea) requiere de una honestidad espiritual para que pueda ser lograda, desarrollada y llevada a cabo. Lastimosamente (para ellos) hay mucha gente que se dice espiritual y es “envidiosa”. Envidiosa de las tareas de los demás, de las misiones de los otros. Creo que la envidia espiritual es muy grave, y tiene que ver con el “ego espiritual”, cosa mas grave aun. Algunas personas desean tener la misión del otro, y “no” la propia, o aun no han descubierto su propia misión, y se copian de la misión o tarea de otro. Esto produce una gran confusión y un gran desgaste de energías en esas personas. Creo que es necesario sostener una “coherencia espiritual”, con lo que se pregona, una “honestidad interior”, “ser sincero” con uno mismo. Ahondar en los propios sentimientos y pensamientos, para ir puliéndonos como personas. Para ser cada día mejor, y de ese modo poder crear una sociedad mejor, un mundo mejor. Muchas veces se espera que las respuestas vengan de afuera. Muchas personas han perdido la capacidad de escuchar su propia alma. Escuchar el alma es escuchar la propia conciencia. Antiguamente se hablaba de la voz de la conciencia. Una voz interior, espiritual, silenciosa, acallada, y profunda.
Que nos guía por caminos certeros.
La voz de la conciencia viene de Dios. La voz de la conciencia habla en silencio. Es necesario crear silencio interior (no solo físico, sino también silencio mental), para poder escuchar la voz interior, la voz de la conciencia, a través de la cual Dios puede hablarnos, enseñarnos, instruirnos, guiarnos, por un verdadero camino de paz, amor y justicia.
Podemos encontrar soluciones a asuntos de nuestras vidas (acallando la mente) a través de la voz de la conciencia.
La voz de la conciencia es un “estado superior” de la mente, que todos los seres humanos tenemos el potencial de desarrollar.
La espiritualidad es un aspecto sensible del ser humano, que encaminada hacia el Bien produce frutos incalculables en la vida de cada persona, en la vida de una sociedad. Si espiritualidad y sociedad van de la mano, encontraremos un mundo de personas honestas, siempre que su espiritualidad sea honesta.
Dice Isabel Garay, “nosotros hablamos mucho de nuestros logros personales, especialmente materiales y muy poco de nuestras debilidades cotidianas, que son fragilidades propias es más las ocultamos o sencillamente “las negamos” (u ocultamos). Citemos una de ellas, la más complicada, la envidia. “La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual. ‘La envidia produce en nosotros el deseo malintencionado de los bienes o virtudes de otros, dejándonos una tristeza amarga por el bien ajeno. La envidia es destructiva, nos origina un malestar emocional. Entre los bienes más envidiados tenemos el prestigio, el reconocimiento, el estatus ocupacional, el dinero, el poder. El camino es renunciar interiormente a aquello que no tenemos, que no necesitamos o no nos pertenece ni conviene. Para vencer la envidia, seamos agradecidos de la vida, de los bienes que Dios nos da y las posibilidades que tenemos, por modestas que sean. Eso favorece la “confianza en uno mismo”, nos ayuda a ser modelos positivos al cultivar nuestras propias habilidades con mayor provecho.”
La envidia es un cáncer espiritual.
La envidia es tan antigua como el género humano. Caín mató a su hermano Abel por envidia, porque Dios aceptó la ofrenda de Abel y no la suya. (Gen. 4 :2-10). A José sus hermanos lo vendieron por envidia, porque su padre lo prefería, (Gen. 37). A Jesús lo mataron por envidia, (Mt. 27:18).
Es tan común, que la mayoría de la gente lo padece en algún grado. Inclusive queda inmortalizada en la tradición popular con el dicho: “si la envidia fuera flor, mi barrio sería un jardín”.
La envidia es la incapacidad de “alegrarse con el éxito o triunfo del prójimo”. Hace mirar el éxito ajeno como fracaso propio. Es la sombra de la admiración; cuando alguien siente que otro merece admiración, y se niega hacerlo, se transforma en envidioso. El envidioso tiene los sentimientos invertidos, exactamente opuestos a la voluntad de Dios, “se entristece con el bien”, los éxitos y triunfos del otro y se alegra con sus fracasos.
Muchos son como aquel que un día estaba muy triste; alguien que lo conocía muy bien, dijo: “o le pasó algo muy malo a él, o algo muy bueno a alguno de sus conocidos”.
La envidia es un cáncer espiritual que corroe el corazón y los huesos. Es una verdadera enfermedad del alma, hay que confesarla como pecado y pedir a Dios la sanación interior.
Es muy acertada la afirmación de Arthur Schopenhauer: "Envidiar es tonto, porque nadie es realmente digno de ser envidiado".
Veamos que nos dice la Biblia sobre la envidia:
La envidia corroe los huesos, es decir, afecta lo más profundo de nuestro ser: “Un corazón apacible es la vida del cuerpo, pero la envidia corroe los huesos,” (Prov. 14:30).
Dios llama malvado al envidioso: “Es un malvado el que mira con envidia, el que da vuelta la cara y menosprecia a los demás.”, (Ecli. 14:.
La envidia acorta la vida y hace envejecer prematuramente: “La envidia y la ira acortan la vida y las preocupaciones hacen envejecer antes de tiempo. “Ecli. 30:24).
Nadie escapa a la envidia: “desde el que lleva púrpura y corona hasta el que va vestido miserablemente, sólo sienten rabia y envidia, turbación e inquietud, miedo a la muerte, resentimiento y rivalidad;”, (Ecli. 40:4).
San Pablo le habla a Tito, explicándole que todos, si no nos sanamos interiormente con la gracia de Jesucristo, vivimos sujetos a la envidia y todo tipo de enfermedades espirituales: “Porque también nosotros antes éramos insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de los malos deseos y de toda clase de placeres, y vivíamos en la maldad y la envidia, siendo objeto de odio y odiándonos los unos a los otros.”, (Tito 3:3).
Deberíamos implorar a Dios que nos sane de la envidia, para que podamos alegrarnos del bien ajeno, vivir libres, felices y satisfechos con lo que tenemos y somos.
El orgullo fue el pecado que transformó a Satanás, un ángel bendito, en un diablo maldito. Satanás conoce mejor que nadie el poder del orgullo que lleva a la perdición. ¿Es extraño, entonces, que Satanás siembre el orgullo entre los santos, que lo utilice a menudo para envenenarlos? El orgullo espiritual es una clase de orgullo que Satanás utiliza para atacar a los santos.
Una clase de orgullo espiritual es el orgullo de dones. Por dones me refiero a esas habilidades espirituales que el Espíritu Santo reparte a los cristianos para la edificación del cuerpo de Cristo. El apóstol nos habla de la gran diversidad de dones (1 Corintios 12:4–11). Sólo observe usted a su alrededor las diferentes especies de plantas y flores, y tendrá una idea de la inclinación que Dios tiene por la variedad. Él no ha sido menos creativo con la personalidad humana. Cada hijo de Dios es único e importante para el funcionamiento adecuado del cuerpo de Cristo.
Pero cuando el orgullo se mete de a poco, comenzamos a crear jerarquías entre los hermanos y entre los dones. Esto inevitablemente lleva a divisiones y disputas. Satanás lo sabe y obra para manchar cada don con el orgullo. Con hacerlo así él puede tirar dos piedras a la vez. Con una, golpea contra la unidad del cuerpo; con la otra, incapacita al santo individual.
Considere la posibilidad que el orgullo sea la razón por la cual hacemos tan poco bien a los demás con nuestros dones. Cuando el orgullo prevalece, oramos, predicamos, aliviamos, o consolamos para que los demás nos vean bien, en vez de hacer lo bueno para el beneficio de los otros. Nos ponemos sobre un pedestal espiritual y, por decirlo de alguna manera, esperamos que aquellos a quienes servimos nos hagan reverencias en el lugar venerado de nuestras buenas obras. ¿Honrará Dios tales esfuerzos? Él nos ha dicho con términos claros que no compartirá Su gloria con nadie más (Isaías 48:11). El hombre humilde quizás tenga a Satanás a su lado, oponiéndose a él, pero el hombre orgulloso se encuentra en una condición peor. Dios mismo le va a resistir. Si lo duda, lea Su Palabra: «Dios resiste a los orgullosos, pero da gracia a los humildes» (Santiago. 4:6).
Nuestro orgullo también es la causa de que recibimos tan poco beneficio de los dones de otros cristianos. El orgullo nos llena de suficiencia espiritual. Pensamos que somos muy buenos (o muy santos), y que por lo tanto no necesitamos ayuda de la mayoría de otros santos. Encontramos a pocos predicadores que son lo bastante «espirituales» como para asistirnos. Y si alguien nos ofrece una palabra de corrección, cerramos los oídos.
Si usted se considera de alta valor espiritual, escuche esto: Muchos cristianos humildes, de bajo nivel según las normas del mundo, tienen mucho para ofrecerle, si usted no es demasiado orgulloso como para no recibir alimento espiritual de sus manos. El orgullo siempre destruye el amor y separa a los santos. Sin amor a todos los hermanos, indefectiblemente vamos a perder gran parte de lo que Dios nos quiere dar. La Biblia dice que a cada santo se le ha dado dones con los que debe beneficiar el cuerpo de Cristo. Aquí hay una palabra para usted que piensa que sus dones son inferiores a los de otros miembros del cuerpo: Esté contento con su condición. Los dones “más grandes” quizás elevan a un santo un poco más ante los ojos de los hombres, pero también le someten a la tentación del orgullo. No les envidie a los que tienen dones excelentes; al contrario, ore por ellos. Es difícil para ellos no caer en el error de suponer que la gracia de Dios que han recibido no proviene de su propio esfuerzo. Usted tiene una ventaja verdadera sobre ellos, pues usted tiene la ayuda de sus dones pero no tiene la tentación de su orgullo.
Palabras de advertencia
Aquí hay algunas palabras de advertencia para usted a quien Dios le ha dado más o mejores dones.
El orgullo quiere crecer dentro de aquel a quien se le han conferido mejores dones. Entonces, ¡guárdese del orgullo! La única cosa que lo mantendrá libre de ello es su humildad. Recuerde con quienes lucha usted: contra las malicias espirituales. Su estrategia es levantarlo y después hacerle caer. Tratarán de convencerle que sus logros espirituales son el resultado de sus propios esfuerzos y que usted merece el crédito debido por ellos. ¡Ciertamente usted sabe que no es verdad! Por si acaso se le haya olvidado, recuerde cómo era usted antes de la llegada del Espíritu Santo a su vida con los dones que le dio del depósito de Dios. ¿Cómo puede usted estar orgulloso de la generosidad de otro? Quizás usted puede impresionar a otros hombres con sus dones, pero no lo impresionará a Dios. Él sabe de dónde vinieron…
Donde florece el orgullo, sufre el cuerpo de Cristo. Si Dios le hubiera dado dones solamente para su propio placer o su propia edificación, el pecado del orgullo no sería tan malo. Pero cuando usted utiliza sus dones para ponerse por encima de los demás, destruye el cuerpo de Cristo. Sus dones son necesarios para la salud del cuerpo en su totalidad, pero es necesario administrarlos correctamente. Debe tener cuidado de reconocer que Cristo es el Gran Médico; usted solamente es el asistente que utiliza Sus instrumentos y obedece Sus órdenes.
Donde crece el orgullo, la gracia se marchita. Aquí hay otra razón para ser humilde si usted tiene dones excelentes: cada pensamiento orgulloso que abriga usted le cuesta una medida de gracia. En el corazón del cristiano no hay lugar para que abunden los dos. De veras, cuando la gracia y el orgullo se sientan en la misma mesa, el orgullo se muestra glotón, y la gracia sale de la mesa sin poder alimentarse. El orgullo tiene que tener lo mejor de todo para satisfacer su apetito. Esta lujuria voraz devorará en usted su espíritu de alabanza. Cuando usted tendría que estar bendiciendo a Dios, estará aplaudiéndose a usted mismo. Consumirá el amor cristiano y le llevará a menospreciar la comunión con otros cristianos. Le impedirá reconocer los dones de otros, porque si los reconociera perdería algo de la gloria que usted desea para usted mismo. Finalmente, el orgullo desfigura tanto nuestro gusto que no nos podemos gozar de nada que provenga del plato de otro.
Donde reina el orgullo, Dios castiga. Dios no permitirá que la maleza del orgullo crezca en Su jardín sin tomar un camino sacarlo de raíz. Posiblemente Él le permita caer en un pecado que lo humillará delante de Él y de los hombres, y así le obligará a volver a casa de rodillas y avergonzado. O puede utilizar una espina en la carne para pinchar el globo de su orgullo. Si su orgullo ha puesto en juego la honra de Dios, espere usted sentir la vara de la disciplina de Dios. Probablemente se le aplicará en el lugar exacto donde tiene la raíz su orgullo. Ezequías se jactó de su tesoro; Dios mandó a los caldeos para saquearlo (Isaías 39:1–. Jonás estaba orgulloso de su planta; Dios mandó una enfermedad para destruirla (Jonás 4:6–11). ¿Puede esperar usted que Él se haga el ciego frente a ese pecado en su vida, siendo que lo ha confrontado con tanta dureza en otros hijos suyos?
Señales de advertencia en cuanto al orgullo
¿Cómo puede saber usted cuando está en peligro de cometer el pecado del orgullo espiritual con respecto a sus dones?
Aquí hay algunas señales de advertencia.
Usted está en peligro de caer en el orgullo espiritual si se da cuenta que está meditando sus dones con un contentamiento secreto – siempre exhibiéndolos para que los admiren. Un hombre orgulloso se consume de amor a sí mismo. ¡Es su gran admirador! El gran tema de todos sus pensamientos es él mismo: quién es y en qué es mejor que otros. Antes de afirmar que usted jamás caería en las manos del orgullo, déjeme decirle que nadie está afuera de su alcance. Bernardo, aquel santo de antaño, confesó que hasta en medio de uno de sus sermones, el orgullo estaba soplando en sus oídos: «¡Bien hecho, Bernardo, bien hecho!»
¿Cómo puede el cristiano escaparse de esos pensamientos persistentes de promoverse? Huya de ellos tal como lo haría de un león furioso. No se quede escuchando tranquilamente estas mentiras, o pronto el Diablo lo tendrá a usted erigiendo un monumento para sí mismo con la gloria de los dones que le fueron dados por Dios. Recuerde todos los días cuán débil es usted y que depende totalmente de Dios para el uso de sus dones.
Otra muestra de que usted está envuelto en la trampa del orgullo espiritual es la envidia de los dones de otros. Mantener nuestro corazón separado de la envidia es tan difícil como impedir que se junten personas que se aman. La envida es el pecado que derramó la primera sangre: la envidia de Caín se manifestó en el homicidio de Abel.
La envidia es un agravio hacia el carácter y la persona de Dios. Cuando uno envidia, pone en tela de dudas el derecho que Dios tiene de administrar Sus dones tal como le parezca mejor. Además, usted mancilla la bondad de Dios. Usted se enoja porque Dios quiere bendecir a alguien además de usted. ¿No desea usted que Dios sea bueno? Cuando su envidia le lleva a menospreciar los dones de otros cristianos, realmente está menospreciando a Dios quien los concedió.
La envidia, tal como su madre, el orgullo, es la compañera de una multitud de muchos otros pecados. Este pecado prepara el escenario para toda clase de pecados de la carne. Saúl, el primer rey de Israel, cayó tan bajo que hasta planificó el asesinato del mismo hombre que salvó su reino. Desde el momento cuando las canciones de las mujeres que expresaban su preferencia por David, no pudo quitarse esa melodía de su cabeza. La envidia lo llevó al odio, y el odio lo llevó a planificar la muerte de David (1 Samuel 18:6–9).
Para lograr dominar este pecado, usted necesita pedir ayuda del cielo. Contamos con la promesa cierta de que el fundamento de la gracia es más fuerte que todos nuestros malos deseos, pero sólo si tenemos al Espíritu Santo como nuestro defensor: «Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros… Pero él nos da mayor ayuda con su gracia» (Santiago 4:5–6). No rete a duelo a la envidia armado con su propia determinación; “usted no es lo bastante fuerte ni lo bastante inteligente como para ganar”. Pero Dios le puede dar a usted la gracia que sobrepasa al pecado suyo, la humildad que sobrepasa a su orgullo. Si se humilla para pedir Su gracia, Él se asegurará de que usted no caiga en el pecado de envidiar Sus dones o Su gracia en manifestada en la vida de otros.
“Envidia, de acuerdo a las definiciones de la Real Academia Española, es la tristeza o pesar del bien ajeno y la emulación, deseo de algo que no se posee”
Primera definición - Tristeza o pesar del bien ajeno.
De acuerdo a la primera definición la envidia es sentir tristeza o pesar por el bien ajeno. De acuerdo a esta definición lo que no le agrada al envidioso no es tanto algún objeto en particular que un tercero pueda tener sino la felicidad en ese otro. Entendida de esta manera, es posible concluir que la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor.
Segunda definición - Emulación, deseo de algo que no se posee.
De acuerdo a la segunda de las acepciones la envidia se puede encuadrar dentro de la emulación o deseo de poseer algo que otro posee. Siendo en este caso que lo envidiado no es un sujeto sino un objeto material o intelectual. Por lo tanto en esta segunda acepción la base de la envidia sería el sentimiento de desagrado por no tener algo y además de eso el afán de poseer ese algo. Esto puede llegar a implicar el deseo de privar de ese algo al otro en el caso de que el objeto en disputa sea el único disponible.
Una tercera posibilidad para comprender lo que la envidia implica sería la combinación de las dos acepciones mencionadas anteriormente. Cualquiera sea el caso, la envidia es un sentimiento que nunca produce nada positivo en el que lo padece sino una insalvable amargura.
Una de las peculiaridades de la actuación envidiosa es que necesariamente se “disfraza o se oculta”, y no sólo ante terceros, sino también ante sí mismo. La forma de ocultación más usual es la negación: se niega ante los demás y ante uno mismo sentir envidia.
La envidia revela una “deficiencia” de la persona, del ser envidioso, que no está dispuesto a admitir. Si el envidioso estuviera dispuesto a saber de sí, a reconocerse, asumiría ante los demás y ante sí mismo sus carencias (tomado de Enciclopedia Libre Wikipedia)
La biblia cataloga a la envidia como pecado y como tal, el tema lo debemos abordar con altura de mira y asumiendo que nuestra pecaminosa naturaleza tiene este germen que se puede desarrollar en cualquier momento y llenar todos los rincones de nuestro corazón. Es menester, acudir inmediatamente a las plantas de Cristo, ante el más mínimo asomo de las aristas de la envidia, ya que como la espuma que no se corta, terminará por llenarlo todo y contaminará inclusive a otros.
La envidia no solo destruye al envidioso, sino que daña profundamente al envidiado. En el ejemplo citado arriba, vemos a un Saúl lleno de envidia que pasó gran parte de sus días odiando y persiguiendo a David, el envidiado. El envidioso “ataca, difama y enfatiza los errores y debilidades del envidiado a fin de desacreditarlo”. De esa manera, el envidioso logra aplacar parcialmente aquel escozor que le fastidia, que le asfixia y le daña desde sus propias entrañas.
La Biblia dice:
“El corazón apacible es vida de la carne; Mas la envidia es carcoma de los huesos” Proverbios 14:30
“Cruel es la ira, e impetuoso el furor; Mas ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?” Proverbios 27:4
En ambos textos, la descripción de la envidia revela la crueldad y la potencia de tal pecado. Primeramente se presenta como carcoma de los huesos, lo que nos hace pensar del progresivo daño que la envidia produce desde una condición mínima inicial hasta un extremo fatal. Es como la faena lenta y sigilosa de las larvas que perforan la madera hasta el punto de derribar la construcción. La envidia carcome, destruye y derriba lo que tomo tiempo en construir.
Por otra parte, la Palabra de Dios presenta a la envidia en un sentido superlativo. Sobre la ira o el furor, se sobrepone la envidia, es más, la retórica de Salomón precisa: “¿quién podrá sostenerse ante la envidia?” Es una pesada locomotora que al más mínimo descarrilamiento arranca de raíz a los árboles y a cuanto obstáculo se ponga a su paso. La envidia no perdona, se ensimisma y contamina sin misericordia.
La biblia se encarga de confirmarnos que nuestro corazón es un continuo productor de envidia, por lo tanto, es imperiosa la necesidad de observarla cual centinela mira en las rejas al prisionero que desde allí no debe salir:
“estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades” Romanos 1:29
“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: …envidias…” Gálatas 5: 20-21
En vano ocultamos esta condición ya que el Señor nos conoce plenamente. Por lo general, el envidioso “oculta sus sentimientos y no está dispuesto a reconocer tal pecado”. El cristiano inmaduro y que adolece de envidia, nunca reconocerá lo que esta sintiendo y difícilmente pedirá perdón por tal pecado, que ni él reconoce que lo tiene desarrollado.
La Biblia es insistente en tratar este tema que se da con tanta frecuencia en las relaciones interpersonales tanto en lo secular como en la iglesia:
“Andemos como de día… no en contiendas y envidia” Romanos 13:13
El día lo esclarece todo. No obstante, tanto las contiendas como las envidias son parte de las tinieblas. No se hacen a la luz del día. Nunca he conocido a alguien que diga públicamente que sufre de envidia. Es un “sentimiento oculto”, que permanece en las tinieblas de los rincones más pecaminosos de nuestro corazón. Allí se asila, se alimenta, crece y a veces se manifiesta con las más bajas intensiones. La Palabra de Dios nos advierte que debemos andar como de día, mostrando nuestra cara y nuestra transparencia. La envidia debe desecharse tan pronto como aparece; de lo contrario, solo nos resta esperar los letales efectos personales y en los demás.
El gran himno del amor escrito por Pablo en Corintios 13, nos menciona esta palabra en el siguiente contexto:
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece” 1Corintios 13:4
La biblia enseña que el amor tiene aquellos ingredientes menos apetecidos por los hombres. El sufrimiento y la benignidad no son parte del inventario de aquellas telenovelas o seriales en cuyos libretos abunda la palabra amor. Sin embargo, a la luz de lo que Dios enseña respecto al amor, el que ama sufre por causa del otro. Y no solo eso, sino que no hay cabida a la envidia a la jactancia o al envanecimiento. Cuando hay amor, no puede brotar la envidia, pero la envidia evidencia la carencia de amor.
“Pues me temo que cuando llegue…haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes” 2Corintios 12:20
“porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres? Porque diciendo el uno: Yo ciertamente soy de Pablo; y el otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois carnales? ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” 1Corintios 3: 2-7
No hay algo más triste que envidiar a un hermano por tal o cual razón. Por lo que tenga en términos materiales o en sentido espiritual. Envidia por asuntos seculares y por asuntos ministeriales. Envidia por lo que el otro posee y por lo que Dios le ha dado.
El que padece de envidia comienza lentamente a reclutar personas sensibles, de “mentes débiles o con menor discernimiento y compatibles con sus incontrolables impulsos de envidia”, y la faena llega a tal punto que sin darse cuenta, ya ha formado un partido o bando que le representa y le defiende. Obviamente, este desarrollo nunca declara su verdadera motivación, sino que se oculta tras argumentos insostenibles, llenos de toda falacia y actuación.
Pablo les dice a los gálatas:
“No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros” Gálatas 5:26
Por lo general, el que envidia siente una gran, pero oculta admiración por el envidiado. Se siente menor y siente que no tiene la capacidad de tomar su lugar. Cuando estos sentimientos comienzan a gobernar la mente y el corazón de un individuo, es que estamos frente a un preocupante síntoma de descontrolada envidia. La biblia es tan fuerte para precisar y diagnosticar a este germen, que inclusive agrega:
“Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad” Filipenses 1: 15
Por lo que vemos, la envidia nos enceguece y nos puede llevar a locura de tomar el nombre de Dios en vano. Predicar el evangelio por envidia es lo mas terrible que nos podría pasar. Fingir ser un predicador por envidia a quienes sí han sido llamados a predicar, es lo más nefasto que una persona puede hacer.
Existe otro pasaje de la biblia que presenta este pecado cual fuego que se enciende y abrasa al individuo que la manifiesta.
“Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” Santiago 4:2
Si no conociéramos la autoría de este texto, jamás nos imaginaríamos que se trata de una instrucción apostólica hacia hermanos de una iglesia cristiana.
Existen en las iglesias hermanos que codician cosas onerosas y ostentosas. Aun careciendo de lo básico, no están dispuesto a tener lo suficientemente necesario, sino que sus aspiraciones son tan elevadas, que nunca consiguen nada y continúan en la triste cadena de la indigencia y de la codicia. Por lo general, se dice que el que posee mucho es un codicioso, pero hay algunos que no teniendo lo básico, codician aquello que no logran conseguir.
Este arquetipo de personas y que cuesta decir que hay muchas en las iglesias, son por lo general, aquellos que la biblia dice que “arden” de envidia. Que se desesperan por no alcanzar lo que otros ya poseen. A estos, Dios les dice, que por causa de la envidia no reciben lo que tanto anhelan. La envidia es una resistencia u oposición a la gracia de Dios.
Los que viven envidiosos de sus vecinos, compañeros y hermanos, no soportan la prosperidad y los avances del otro, se entristecen cuando el otro es bendecido y usado por Dios. Se agobian al ver fluir la gracia y la bendición en sus semejantes. ¡Que triste es la vida en medio del fuego de la envidia!
Finalmente, a modo de conclusión, podemos decir que en nosotros se asila un germen destructivo y devastador que se llama envidia. En vano podemos decir que somos inmunes al desarrollo de parásito destructor. No obstante, sí podemos contrarrestar su manifestación, acudiendo de manera urgente al supremo cirujano, nuestro Señor Jesucristo, a penas intente mostrar su amenaza y sus efectos.
Amados hermanos, el creyente no ama la envidia, pero puede desarrollarla y es por eso la necesidad de abordar este tema con mucha madurez y responsabilidad. Cualquiera de nosotros puede el día menos pensado sentir envidia de alguien y es ahí, en ese preciso momento que nuestras rodillas se deben doblar y pedir auxilio al Dios soberano quien si tiene el poder y antídoto eficaz para derrotar el pecado.
La envidia a diferencia de otros pecados, es oculta y nadie puede acusarla con pruebas indubitables o empíricas. Es un monstruo que se esconde eficazmente en las cavernas más oscuras del descompuesto corazón del hombre.
Hagamos caso a consejos como el del mismo apóstol Pedro cuando dice:
“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” 1 Pedro 2: 1-3
Que así sea, amén.
La esencia de la envidia.
1. Desarrolla la actitud de sentirte satisfecho con lo que tienes, aun cuando los otros poseyeran más que tú. Considera como cuantioso lo que poseas, y escaso lo que tengan los demás, deseándoles a esas personas que incrementan sus actuales pertenencias. El envidioso siempre considerará que lo que él posee es demasiado poco, en tanto que les resulta excesivo lo que tienen los otros. El desea en realidad que ellos tengan cada vez menos. (Reishis Jojmah: shaar haanavah, Cap. 1).
2. Por lo general la gente no envidia las virtudes de alguien, sino los honores que esa persona recibe por sus virtudes (Jayai Hamussar, Vol. 2, pag. 209).
3. Es muy común que la gente se sienta envidiosa de alguien que ellos conocen que se haya hecho famoso, especialmente cuando tengan la sensación de que esa persona no merece el renombre que está obteniendo. (Mitzvos Halvovos 2:27).
4. La causa que origina el odio que una persona pudiera sentir hacia alguien más encumbrado que él, está fundada en la arrogancia (Shaarey Kdushah 1:2).
La persona arrogante considera que es arbitrario ó injusto que otro posea algo de lo que él carece. El que se conceptúa a sí mismo como mejor que los demás, se sentirá irritado si es superado por otros.
El daño que causa la envidia.
5. La envidia proviene de la insensatez y de la falta de comprensión. Cuando sientes envidia de alguien, no ganarás absolutamente nada ni le causarás perjuicio alguno a la persona que envidias. El único que sale perdiendo eres tú. Hay gente cuya necedad es tan pronunciada, que cada vez que ven a alguien del que saben que ha tenido buena suerte, se sienten dolidos y padecen sufrimientos. Están tan apesadumbrados por lo que los otros han logrado, que llegan a no experimentar placer alguno por lo que ellos mismos poseen. (Mesilas Yeshorim, Cap. 11).
6. Existe una fuerte tendencia de la gente a aspirar ser los mejores en distintos campos: conocimientos, buenas acciones, riqueza y honores. Este deseo puede ocasionarle una sensación de sufrimiento a una persona si alguien lo superara o tuviera más que él. Cuando la envidia es fuerte, la persona sentirá odio y animosidad hacia aquél a quien envidie. Le deseará el mal y murmurará contra ella. Tales sentimientos de odio resultan muy destructivos. Si una persona tiene una tendencia a sentir envidia, su existencia entera estará plagada de angustias. Estará a la espera que los demás cometan errores para regocijarse cuando ello suceda. (Pele Yoatz: Kinaah).
Una persona que domine el sentimiento de felicidad, no necesitará jamás sentir envidia.
7. Disfruta de lo que tienes y nunca tendrás que envidiar a los demás. Lo mejor que alguien pueda obtener de todo lo que llegue a poseer, de sus experiencias, habilidades o fama, ha de ser la felicidad. Si experimentas felicidad por lo que haces y tienes, nadie podrá realmente obtener mayor beneficio que tú por lo que has logrado. Jamás deberás pensar que careces de cosas, ya que el fin último de esas otras posesiones será el mismo que el de las que ya tienes en el presente: el de la felicidad.
La envidia está basada con frecuencia en errores de concepto.
8. Desde cierta distancia podrá parecer que existe gente hedonista, que viven una existencia dedicada completamente al placer. Esto resulta ser sin embargo una falta imagen. Todo el bien de este mundo tiene mucha tristeza que lo acompaña, y no existe nadie que disfrute de un completo placer. Existe un dicho popular que expresa lo siguiente: "Cuando alguien se ríe, los demás se dan cuenta de ello, pero cuando alguien llora nadie lo ve". Aun la mayor buena suerte tiene importantes aspectos negativos. Los Sabios expresaron este concepto de manera concisa: "Aquel que incremente su riqueza, incrementará sus preocupaciones". (Pirke Avos 2:. Existe otro dicho popular que expresa lo siguiente: "La gente no sabe de quien son los zapatos que lo están oprimiendo". Es decir que los zapatos de una persona podrán parecerles bonitos a los extraños, pero la persona que los usa sólo sentirá el dolor que le produzcan aquellos que lastimen sus pies. (Jojmah Umussar, Vol. 2, pag. 348).
9. Cuando la gente envidia la cantidad de dinero que alguien haya ganado, omiten generalmente tomar en cuenta muchos factores que eliminarían sus sentimientos de envidia. Por ejemplo, cuando alguien envidia el sueldo de otra persona generalmente supone que esa gente no tuvo que trabajar duramente para obtenerlo. Con frecuencia esa persona tuvo que dedicarle un tiempo y esfuerzo considerable a su trabajo, mientras que aquél que lo envidia prefiere realizar trabajos más sencillos que requieran menos tiempo, aunque sus ingresos sean menores. Otro factor que con frecuencia no se toma en cuenta es que la otra persona podría tener muchos más gastos que tú, y a menudo está ligado al trabajo y por ese motivo no puede vivir una existencia más placentera. Esto resulta particularmente cierto cuando está residiendo en una zona donde los precios son más elevados. Si bien es cierto que gana más, pero debido a que gasta más, podría estar mucho más preocupado que tú acerca de sus dificultades financieras. (Jofetz Jayim: Kuntros Nefutzos, Israel, Cap. 4).
La envidia que se siente por asuntos espirituales.
10. La envidia forma una parte tan arraigada en la personalidad de mucha gente, que no es razonable esperar que eliminen completamente este rasgo negativo. Deberían en cambio orientar dicha tendencia en una dirección positiva. Que envidien a aquellos que tienen sabiduría, de manera que se esfuercen por tratar de obtener mayores conocimientos. (Ohr Yohail, Vol. 2, pag. 27).
No estarás perdiendo nada cuando a otras personas les vaya bien.
11. Aunque mucha gente no viva consumida por grandes sentimientos de envidia, no estarás libres no obstante de las reacciones negativas que tengan al enterarse de los éxitos de los demás. Esto resulta particularmente cierto para aquella gente que ejerce la misma profesión. Elimina esos sentimientos negativos tomando conciencia de que lo que los otros logren no habrá de afectarte. (Mesilas Yeshorim, Cap. 11).
No necesitas compararte con los demás.
12. La envidia proviene del intento de compararte con otras personas, como cuando cotejes tus posesiones con las de otra persona, estarás dominado por una tendencia a sentirte envidioso si crees carecer de algo de que dispone alguien. Deja de mirar por sobre el hombro para ver lo que tienen los demás, concentrándote en cambio en sacar provecho de lo que ya constituye tu patrimonio. De esta manera tu beneficio será doble, ya que disfrutarás de lo que es tuyo y no sufrirás a causa de lo que poseen los demás.
13. Es natural para cada persona, sentir envidia de los demás, a una altura de su vida. Gradualmente podrías ir notando las virtudes de los demás por un lado, y los defectos que te son propios por el otro. Finalmente esto podría llegar a incrementarse mediante el conjunto de tus observaciones, hasta que llegues a formarte un opresivo sentimiento de inferioridad al compararte con otras personas que se encuentran a tu alrededor. Esta es una sensación extremadamente dolorosa, que con frecuencia va acompañada por el desaliento: "Por qué debo intentarlo, dado que tengo conciencia que de todos modos no me será posible obtener tantos logros como lo ha hecho esta o aquella persona?" La forma de aplacar este sentimiento se logra mediante la concientización de que cada persona constituye de por sí una entidad universal. No te midas de acuerdo a los parámetros de los demás. Tu obligación es la de alcanzar tus logros, valiéndote de los talentos singulares que te son propios. No necesitarás de la aprobación de nadie para ser una persona ponderable. (Alai Shur, pag. 37).
La envidia de las riquezas y posesiones.
14. El Rabí Iosef Y. Hurwitz solía decir lo siguiente: "Aun la persona adinerada no tiene dos estómagos, y la cantidad de comida que puede ingerir es limitada". (Tnuas Hamussar, Vol. 4, pag. 298).
15. La diferencia existente entre algunas personas ricas y un prisionero, consiste en que mientras unos tienen cadenas de acero los otros tienen cadenas de oro que los sujetan. (Rabí Y. Y. Lubchanski: Jayai Hamussar, Vol. 2, pag. 162).
16. El Rabí Samson Rafael Hirsch dijo lo siguiente: "No es lo mucho o poco que puedes tener lo que te engrandecerá o te rebajará, sino lo magnánimo o lo mezquino que puedas ser con lo que tienes". (Horeb, Vol. 1, pag. 46).
Mentalízate que tienes lo que necesitas.
17. Aquél cuya ambición sea la de crecer espiritualmente, considerará a las posesiones materiales como herramientas para alcanzar su meta, dándose cuenta de que las mismas estás diseñadas precisamente para adaptarse a sus necesidades personales. Si le ha dado algún elemento determinado a un amigo, comprenderá que el objeto en cuestión resulta apropiado para los requerimientos de su amigo, y no al de los suyos. Así como los anteojos son hechos para alguien y no te sirven a ti, de la misma manera las herramientas materiales son confeccionadas para ser usadas por la persona a quien le fueron dadas. Todo aquél que asimile debidamente esta perspectiva no habrá de envidiar lo que posean los otros. (Mijtav MaiEliyahu, Vol. 1, pag. 136).
Siéntete feliz por la buena suerte de los demás.
18. Aun aquél que ame a los demás y les desee el bien en todas las áreas, tales como: riqueza, propiedad, honor, conocimientos y sabiduría, tendrá sin embargo una tendencia a no querer que esas personas lo iguales en los aspectos mencionados, deseando poder superarlos en las referidas áreas. Este es el mensaje de la Torah, contenido en el siguiente versículo: "Ama a tu semejante como a ti mismo". La Torah nos enseña a no albergar ningún sentimiento de envidia. Deberíamos desearles que tengan éxitos sin límites. Este era el amor que Yonoson le profesaba a David. Así fue como erradicó todo sentimiento de envidia de su corazón, deseando que David rigiera los destinos de Israel, aun cuando Yonoson mismo podría haber aspirado a esa posición como heredero del trono de su padre, el Rey Saúl. Cuando amas a alguien de verdad, te sentirás feliz por sus logros y éxitos, aun cuando consiga superarte. (Ramban Vayikra 19:18).
Si sientes un amor sincero por otra persona, no sólo no sentirás envidia de sus realizaciones y de sus éxitos, sino que tratarás de ayudarlo aun cuando ello te resultara perjudicial para tus intereses. (Rabeinu Yonah a Avos 5:16).
Técnicas para vencer la envidia.
19. Una técnica que eliminará los sentimientos de envidia y animosidad, consiste en hablar con la persona a quien envidias diciéndole palabras de contenido positivo. Deberías también expresar palabras que demuestren tu felicidad por la buena suerte de los demás. Si te resultara demasiado difícil hablar con él placenteramente, trata al menos de tener cuidado de no decir nada en contra de esa persona. Las palabras adversas que se puedan decir tendrán el mismo efecto de agregarle leña al fuego, y no hará sino incrementar tu envidia y tu animosidad. Por lo tanto, si permaneces en silencio no harás crecer tus sentimientos negativos. (Johmáh Umussar, Vol. 2, pag. 178).
La envidia de carácter positivo.
20. Existen dos tipos de envidia. La positiva que acrecienta la sabiduría (Bava Basra 220), y la envidia que se lleva a la gente de este mundo. La envidia es positiva cuando encuentras virtudes en alguien y desearías tú también tenerlas, y la misma resulta beneficiosa porque podrá motivarte para que mejores. En cambio tendrá carácter negativo cuando la mentes que otros tengan una virtud de la que careces, y desearías que le ocurriera eso mismo a esa persona. (Jojmah Umussar, Vol. 2, pag. 177).
PD: Aunque si cambio de parecer, puedo subirles otros 1.000 temitas en mes y medio; lo estoy pensando.