"Él les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? (Mateo: 8:26).
En el camino de la vida he visto levantarse, en cada encrucijada, la silueta negra y pertinaz del sufrimiento. Es el pan que nunca falta en la mesa humana. También he podido comprobar, por el trato con la gente, que la fe es el calmante más eficaz para amortiguar o eliminar el dolor, siempre y cuando esa fe sea llama viva en el corazón.
La fe es el poder más grande de este mundo; mueve montañas y desplaza a un lado los obstáculos que se le opongan, vence a las cosas llamadas imposibles, aplasta el temor, hace que la vida sea vibrante, dinámica y gozosa. La respuesta a todas sus luchas, a todas sus derrotas es la fe, una fe sincera, generosa, entusiasta.
La fe maneja cosas que no se pueden ver y esperar aquellas que parecen imposibles. La fe ve lo imposible, cree lo increíble y recibe lo imposible. La fe, en términos bíblicos "... es plena certeza de que lo que esperamos ha de llegar. Es el convencimiento absoluto de que hemos de alcanzar lo que ni siquiera vislumbramos" (Hebreos 11:1).
Si la fe no fuera la primera de las virtudes, sería siempre el mayor de los consuelos. En realidad, son ambas cosas.
Un auténtico creyente es la persona que cree en cosas mejores aun cuando no haya pruebas que confirmen su esperanza, que cree en su futuro aunque no vea demasiadas posibilidades en él, cree en los buenos resultados aunque no pueda verlos, tiene la confianza de tener lo que espera, aunque no vea soluciones a la mano. El cristiano cree lo que no se ve y su recompensa será ver lo que cree.
Una de las verdades más consoladoras, de más fuerza y más práctica jamás expresadas esta descrita en las siguientes sentencias de Jesús: "Si tuvieses fe... nada os será imposible" (Mateo 17:20). "Ve y como creíste, te sea hecho" (Mateo 8:13). "Si puedes creer, al que cree todo le es posible" (Marcos 9:23). "No temas, cree solamente" (Marcos 5:36). "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Marcos 5:36).
Como ven, las palabras de Jesús pueden condicionar nuestra mente de tal modo que en ella se desarrolle la confianza. Es asombroso ver cómo personas derrotadas se convierten en seres triunfantes cuando realmente utilizan la fe religiosa como instrumento. Estoy tan seguro de lo que digo que me atrevo a afirmar que jamás he visto nada que sea absolutamente capaz de abatir a una persona si ésta pone toda su energía, toda su inteligencia y toda su fe en el Señor para superar las dificultades. No conozco situación alguna en la que la fe en Dios no constituya una ayuda positiva.
Lo contrario de la fe es la duda. La caída del hombre vino por causa de la duda; su restauración y su felicidad no pueden venir, por lo tanto, de otra fuente sino de la fe.
La fe no es una virtud peculiar y misteriosa que para obtenerla debamos esforzarnos. Es conveniente quitar la idea de que la fe es un heroísmo espiritual propio tan solamente de espíritus selectos. Hay, ciertamente, héroes de fe; pero la fe no es sólo hazaña de héroes. Es un asunto de madurez y hombría espiritual. Es crecimiento en la confianza, a la que todos podemos llegar y, paradójicamente, la madurez en la confianza la alcanzan los niños. Jesús dijo que es necesario volvernos como niños, que así como los niños confían en sus padres, debemos confiar en Dios. Cuando nuestro corazón es sano, la fe no cuesta esfuerzo alguno; nos parece tan natural apoyarnos en Dios, como a un niño confiar en su padre.
La fe es la convicción íntima del alma referente a los pensamientos de Dios. Uno cree la palabra de Dios, la cual los revela; uno recibe esa palabra con toda sencillez y humildad, pues tiene el sello de la autoridad del Dios soberano. La fe no es algo abstracto e irreal, sino la seguridad que tiene el cristiano, que está fundamentada en las promesas de Dios. La fe es la luz y el conocimiento sobrenatural con que, sin ver, creemos lo que Dios dice.
La poderosa fuerza de la fe puede derribar las circunstancias adversas de la vida, esta no conoce límites, tiene poder extra para resolver los problemas. Aquellos que tienen un gran corazón y una gran fe no necesitan temer cuanto pueda venir, pues su corazón y su fe determinan la calidad del futuro.
Dios valora la fe, nuestra confianza en él, por encima de cualquier otra cualidad de nuestro carácter. ¿Y cómo desarrollamos la fe? Dedicando tiempo a pasarla con Dios a través de la oración, escudriñando su palabra y apropiándonos de sus promesas diariamente. Créame, si no ejercitamos la fe que lucha y vence; seremos comidos por los gigantes de nuestro camino.
"Fe es apoderarse de las ilusiones de la esperanza, para traerlas al ámbito de la realidad".
En el camino de la vida he visto levantarse, en cada encrucijada, la silueta negra y pertinaz del sufrimiento. Es el pan que nunca falta en la mesa humana. También he podido comprobar, por el trato con la gente, que la fe es el calmante más eficaz para amortiguar o eliminar el dolor, siempre y cuando esa fe sea llama viva en el corazón.
La fe es el poder más grande de este mundo; mueve montañas y desplaza a un lado los obstáculos que se le opongan, vence a las cosas llamadas imposibles, aplasta el temor, hace que la vida sea vibrante, dinámica y gozosa. La respuesta a todas sus luchas, a todas sus derrotas es la fe, una fe sincera, generosa, entusiasta.
La fe maneja cosas que no se pueden ver y esperar aquellas que parecen imposibles. La fe ve lo imposible, cree lo increíble y recibe lo imposible. La fe, en términos bíblicos "... es plena certeza de que lo que esperamos ha de llegar. Es el convencimiento absoluto de que hemos de alcanzar lo que ni siquiera vislumbramos" (Hebreos 11:1).
Si la fe no fuera la primera de las virtudes, sería siempre el mayor de los consuelos. En realidad, son ambas cosas.
Un auténtico creyente es la persona que cree en cosas mejores aun cuando no haya pruebas que confirmen su esperanza, que cree en su futuro aunque no vea demasiadas posibilidades en él, cree en los buenos resultados aunque no pueda verlos, tiene la confianza de tener lo que espera, aunque no vea soluciones a la mano. El cristiano cree lo que no se ve y su recompensa será ver lo que cree.
Una de las verdades más consoladoras, de más fuerza y más práctica jamás expresadas esta descrita en las siguientes sentencias de Jesús: "Si tuvieses fe... nada os será imposible" (Mateo 17:20). "Ve y como creíste, te sea hecho" (Mateo 8:13). "Si puedes creer, al que cree todo le es posible" (Marcos 9:23). "No temas, cree solamente" (Marcos 5:36). "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Marcos 5:36).
Como ven, las palabras de Jesús pueden condicionar nuestra mente de tal modo que en ella se desarrolle la confianza. Es asombroso ver cómo personas derrotadas se convierten en seres triunfantes cuando realmente utilizan la fe religiosa como instrumento. Estoy tan seguro de lo que digo que me atrevo a afirmar que jamás he visto nada que sea absolutamente capaz de abatir a una persona si ésta pone toda su energía, toda su inteligencia y toda su fe en el Señor para superar las dificultades. No conozco situación alguna en la que la fe en Dios no constituya una ayuda positiva.
Lo contrario de la fe es la duda. La caída del hombre vino por causa de la duda; su restauración y su felicidad no pueden venir, por lo tanto, de otra fuente sino de la fe.
La fe no es una virtud peculiar y misteriosa que para obtenerla debamos esforzarnos. Es conveniente quitar la idea de que la fe es un heroísmo espiritual propio tan solamente de espíritus selectos. Hay, ciertamente, héroes de fe; pero la fe no es sólo hazaña de héroes. Es un asunto de madurez y hombría espiritual. Es crecimiento en la confianza, a la que todos podemos llegar y, paradójicamente, la madurez en la confianza la alcanzan los niños. Jesús dijo que es necesario volvernos como niños, que así como los niños confían en sus padres, debemos confiar en Dios. Cuando nuestro corazón es sano, la fe no cuesta esfuerzo alguno; nos parece tan natural apoyarnos en Dios, como a un niño confiar en su padre.
La fe es la convicción íntima del alma referente a los pensamientos de Dios. Uno cree la palabra de Dios, la cual los revela; uno recibe esa palabra con toda sencillez y humildad, pues tiene el sello de la autoridad del Dios soberano. La fe no es algo abstracto e irreal, sino la seguridad que tiene el cristiano, que está fundamentada en las promesas de Dios. La fe es la luz y el conocimiento sobrenatural con que, sin ver, creemos lo que Dios dice.
La poderosa fuerza de la fe puede derribar las circunstancias adversas de la vida, esta no conoce límites, tiene poder extra para resolver los problemas. Aquellos que tienen un gran corazón y una gran fe no necesitan temer cuanto pueda venir, pues su corazón y su fe determinan la calidad del futuro.
Dios valora la fe, nuestra confianza en él, por encima de cualquier otra cualidad de nuestro carácter. ¿Y cómo desarrollamos la fe? Dedicando tiempo a pasarla con Dios a través de la oración, escudriñando su palabra y apropiándonos de sus promesas diariamente. Créame, si no ejercitamos la fe que lucha y vence; seremos comidos por los gigantes de nuestro camino.
"Fe es apoderarse de las ilusiones de la esperanza, para traerlas al ámbito de la realidad".