Los conjuros se utilizaban mucho en la práctica médica medieval. Normalmente significaba el destierro del diablo y de las fuerzas demoníacas que según se creía causaban las enfermedades. Los conjuros se utilizaban, sobre todo, contra enfermedades agudas, como infecciones sanguíneas, heridas purulentas, dolor de muelas y de oídos, malaria y sus espasmos acompañantes, y repentinos ataques, en especial los ataques epilépticos.

Formas de conjuros

Los conjuros por lo general incluían un conjunto de frases: una frase inicial en el sentido de “yo te conjuro”, una indicación del tema del conjuro, una invocación del poder sagrado capaz de combatir al demonio, y una orden hacia el demonio para que obedeciera y cumpliera con los deseos del conjurador. La orden concluyente podía ser repetida varias veces. Los conjuros podían ser reforzados por la invocación de personas, cosas y eventos considerados sagrados y, por lo tanto, poderosos, como por ejemplo la cruz y la sangre de Cristo o el Santo Sepulcro, la historia de la Pasión o el Juicio Final. Los hechos bíblicos y ocurrencias en las leyendas cristianas se consideraban una fuente de poder en virtud de su santidad. El conjuro además podía ser reforzado mediante actos acompañantes, como la señal de la cruz, la imposición de manos o la expulsión de aire, subrayando así su naturaleza imperativa y vinculante.