No todo en el vudú es espiritualidad, curación, invocación a los buenos loas, ofrendas, cantos y danzas, mediumnidad y ceremonias religiosas.

Ya dijimos en el capítulo anterior que hay hunganes que trabajan "con las dos manos", es decir, practican la magia blanca y la magia negra y que hay un tipo de hunganes llamados bokós y zobóps, que son muy malignos y muy temidos por practicar la magia negra, siendo muy expertos en el conocimiento de la fauna y de la flora de la isla, en la preparación de venenos, substancias alucinógenas, filtros, maleficios, conjuros y hechizos.

Cuando alguna persona, movida por el odio o la venganza quiere deshacerse de su enemigo, acude al bokó o al hungan que se preste a esta clase de hechicerías y le lleva un muñeco expresamente fabricado al efecto y el bokó, previo pago de su "trabajo", atraviesa al muñeco con una aguja, al tiempo que recita algunos conjuros, los que según sus creencias supersticiosas, producirán la enfermedad o la muerte a distancia, mágicamente, por transferencia, de la persona odiada, representada por el muñeco de cera. Si esta persona tiene un buen talismán o un loa protector fuerte, no caerá fulminada de inmediato o el hechizo no le hará efecto.

Es por eso que los haitianos, ante la posibilidad de que alguien quiera hacerles un hechizo, se guardan a base de talismanes, contrahechizos y toda clase de protecciones mágicas pensando en los posibles ataques de personas que no los quieren bien.

El creyente vudú vive en un mundo que no distingue lo natural de lo sobrenatural, en un mundo donde lo natural y lo sobrenatural se confunden.

Otra de las prácticas vudús es la invocación de los muertos, la necromancia o nigromancia, magia negra también y diabólica, que permite la consulta a los espíritus de los muertos invocados o la manipulación al antojo de su poder de estos espíritus desencarnados. Los espíritus de los muertos juegan un papel relevante en los ritos vudús, pero no siempre es para reverenciarlos o rogar que les sean propicios. Los bokós lo invocan con propósitos malignos.

El campesino haitiano suele mostrar su sometimiento al bokó por el temor que tiene a lo sobrenatural y porque, desde que tienen uso de razón, han sido formados culturalmente en la idea de que estos hombres o mujeres poseen poderes sobrenaturales contra los que no se puede luchar o es muy difícil hacerlo.

En la Historia de la Jurisprudencia haitiana y en sus Anales del Crimen, son y han sido muy frecuentes los casos de crímenes rituales, de antropofagia y de cultos orgiásticos promovidos por algunos representantes del vudú.

No siempre los hunganes actúan en beneficio de sus pacientes, sino que con frecuencia se han dado casos de los más bajos instintos y degradaciones, perversiones y crueldades en las ceremonias del vudú haitiano.

Son la cara siniestra del vudú, propiciada por el fanatismo, la ignorancia y la superstición. Si bien muchos hunganes sólo practican los sacrificios rituales sobre animales, también es cierto que se han dado numerosos casos en los que para apaciguar a Exú, el espíritu del mal, se han realizado sacrificios de niños que luego han sido bárbaramente comidos o bebida su sangre por los seguidores de la secta. Algunos de estos casos fueron descubiertos, juzgados los culpables y sometidos a la pena capital. Pero muchos quedaron impunes en el pasado y en el interior del país no sabemos qué cosas pueden suceder. El terror cierra las bocas y un pacto de silencio culpable impide la denuncia a las autoridades que además durante muchos años han sido los primeros en propiciar el vudú, quizás como la mejor forma de tener siempre sometidos, dóciles y esclavizados a los ciudadanos.

Los bokós son muy hábiles en la preparación de wangas, sortilegios que producen males menores, pero molestos. Wanga es cualquier objeto o substancia a la que el bokó carga mágicamente de propiedades dañinas y que dirige por sí o a petición de algún cliente contra una o varias personas a las que quiere hacer la vida incómoda.

En las encrucijadas de los caminos colocan diversos objetos, unos para embrujar y quizás otros para desembrujar, pues el poder maligno puede usarse contra otro poder del mismo signo efectuando un pulso a ver quién puede más. Las encrucijadas y los cementerios son los lugares preferidos por los guedes como Guede Masaka, loa hembra peligroso que siempre lleva consigo un saco lleno de plantas y hierbas venenosas. Es el creador de problemas y preocupaciones. El Guede Ti-Waive, es un loa famoso por su capacidad de producir sufrimientos y por su proverbial afán de cometer toda clase de injusticias. Hay otro llamado Guede-Z-Araignée, que es un loa capaz de producir graves daños y que sólo se aplaca llevándole bombones. Ghede es el loa de la muerte y se le conoce como Papa Ghede.

Uno de los hechizos más terribles que se practican en el vudú es la llamada "expedición", que es un maleficio que se acompaña de una plegaria a San Expedito y que recitan ante la fotografía de un enemigo. Este hechizo hará que el cuerpo de la víctima, la persona a quien va dirigido, se llene todo de gusanos. En Haití, como en todas las zonas tropicales, es frecuente la miasis cutánea que he tenido la ocasión de tratar en innumerables ocasiones tanto en niños como en adultos. Ellos creen que esta enfermedad, producida por el depósito bajo la piel, de larvas de ciertas moscas, es ocasionada por este hechizo. Para curarla hay que practicar, según los haitianos, un poderoso contrahechizo.

Hay un lugar, cerca de Puerto Príncipe, llamado Marbial donde los zobop organizados en una secta secreta (quizás un intento de concilio), se reúnen ciertos sábados para entregarse a prácticas demoniacas. Los supersticiosos haitianos les atribuyen la cualidad de transformarse en animales a su antojo.

El Mu-Ntú en Haití es conocido como Gros-bon-ange y con él el bokó o hungan es capaz de fabricar un zombi, según la creencia vudú. Al pasar bajo la nariz de una cadáver una botella que contiene un espíritu capturado, el cadáver adquirirá una forma de vida automática que le hará esclavo dócil a las órdenes de su señor.

Como dijimos anteriormente zombi equivale a muerto viviente, un muerto sin espíritu o con un espíritu incompleto, que es extraído de su tumba y queda bajo el poder del bokó trabajando para él y siguiendo sus órdenes como un autómata o un robot.

No es extraño que en el ambiente que hemos descrito de superstición y terror a lo sobrenatural, crean los haitianos en la existencia de los "muertos vivientes". Y que crean que son fabricados por sus hechiceros merced a procedimientos sobrenaturales.

El bokó desentierra un cadáver y obliga a Mu-Ntú a quien domina y tiene guardado en una botella, como Aladino tenía al genio de la lámpara, a penetrar en el cuerpo sin vida. Este espíritu desencarnado, se reencarna así en el cuerpo del difunto y le anima pero de una forma automática, no humana. Puede hablar a través de su boca y lo hace con una voz típicamente gangosa, nasal, inconfundible al escucharla.

Con la palabra zombi en lengua ewé se designa al dios-Pitón, ya que el vudú en Africa practicó el culto a la serpiente, que no representa una fuerza diabólica sino por el contrario representa la fuerza vital.

Entre los Bantúes africanos hay la creencia de que los Mu-Ntú desencarnados encuentran su refugio precisamente en las serpientes y por esta razón se les considera como fetiches sagrados.

Por esto en muchas ceremonias del vudú antillano y especialmente haitiano, se utiliza la serpiente como parte del ritual, durante el cual, la persona que actúa como medium, para caer en trance, bebe leche de la misma vasija en que lo ha hecho una serpiente.

FREUD ya tuvo conocimiento de este ritual y se refiere a él en alguno de sus escritos. FREUD veía en la serpiente un simbolismo fálico.

La serpiente que sirve en Africa al culto vudú es la Python regius, que a pesar de su tamaño que puede asustar a cualquiera, es el animal más dócil e inofensivo de Africa. Los yorubas de Dahomey la consideran animal sagrado y a veces las reúnen en gran cantidad en sus santuarios.

La longitud de esta culebra es de un metro y medio a dos metros y hasta dos y medio. El tronco es macizo y la cola corta y prensil. La cabeza tiene color pardo obscuro con una estría blanca y negra que la bordea. El cuerpo es de color negro con manchas amarillas pardas como franjas longitudinales. En los flancos tiene manchas amarillas. Vive en el Africa occidental y se alimenta de pequeños vertebrados de sangre caliente. Es tan tímida y pacífica que no muerde aunque se la moleste y se atemoriza por cualquier cosa, enroscándose y escondiendo la cabeza entre sus fuertes anillos.

Ha habido mucho de leyenda sobre los zombis, como la célebre historia del General Nad Alexis, que disparaba contra el enemigo puesto en pie sin temor a las balas que atravesaban de parte a parte su cuerpo sin herirle. Como salía siempre vivo de todas las escaramuzas en que participaba, mientras morían los que estaban a su alrededor, se dijo que era un zombi, un "muerto viviente".

Todos los autores que han tratado sobre el vudú, no dejan de mencionar una serie de casos famosos algunos de los cuales citamos aquí.

METRAUX menciona el caso de Zora Houston que fotografió un zombi auténtico, una muchacha de nombre Felicia Mentor, que fué recogida en el Hospital de Gonaives, capital del Departamento de Artibonite en Haití, a 112 Km al NO de Port-au-Prince, situada en el fondo de una bella bahía. Fué allí en Gonaives donde fué proclamada la independencia de Haití el 1º de enero de 1804 y elegido emperador Dessalines y donde embarcó el libertador de Haití, Toussaint-Louverture en "La Créole" rumbo a Cap Français.

Pues bien, esta joven considerada zombi, parecía loca o idiota y la gente que la vió creyó reconocer en ella a una mujer que había muerto hacía 20 años. Fué examinada por el Director de Sanidad e Higiene de Haití que la consideró zombi.

La misma Zora Houston cita el caso de otra joven, María M. de la buena sociedad de Haití, que varios años después de su muerte ocurrida en 1907, fué encontrada por una antigua compañera de escuela en una calle de la ciudad. Su familia que no sabía qué hacer de ella, pues estaba completamente "ausente", la encerró en un convento francés. Antes, para asegurarse, hicieron exhumar el cuerpo de la tumba, hallando los restos de un hombre y una ropa diferente a la que llevó la difunta al ser enterrada.

El mismo METRAUX cuenta que pensó conocer una zombi a la que le llevaron a ver unos campesinos y luego resultó ser una infeliz demente que se había escapado de la casa donde sus padres la tenían encerrada.

Es famoso entre los estudiosos del vudú, William E. Seabrook, autor de "La isla mágica" (1927). Con su obra consiguió popularizar el vudú en muchas latitudes, contribuyendo a una verdadera invasión turística de la Isla de Haití.

Cuenta Seabrook el caso del hungan Tit-Joseph, que en 1918 realizó un pacto con el Barón Samedi, el Señor de los Muertos y por medio de conjuros y brebajes mató a nueve hombres a los que desenterró después y se los llevó a su casa donde los reanimó, haciéndoles oler en las botellas donde tenía encerrados a varios Mu-Ntu. La intención de Tit-Joseph era llevar a los zombis a trabajar como braceros, contratándolos para la Compañía HASCO norteamericana que pagaba muy bien a los trabajadores. Llevó a su equipo de zombis a la plantación de caña y los americanos los contrataron. El hungan advirtió al capataz que sus hombres como buenos campesinos era gente poco habladora y tímida, pero que eran muy trabajadores. No se hicieron más preguntas. Los zombis trabajaron sin descanso y sin chistar.

Tit-Joseph los vigilaba alternando con su mujer que era tan desaprensiva como él y los alimentaban con agua, harina, plátanos y trozos de pan, pero todo sin sal, substancia que no deben probar los zombis.

Todo marchaba bien y el pillo del hungan cobraba los sueldos de sus nueve "esclavos". Cierto día quiso ir a la ciudad y dejó a su mujer al cuidado de los zombis. Esta, que al fin era mujer, se compadeció de ellos y decidió darles un paseo, montándolos en una carreta y marchando al pueblo, donde le apeteció comerse unos manises. Sin darse cuenta que tenían sal, ofreció a los zombis unos puñados de los cacahuetes salados y éstos se los comieron.

Al probar la sal, ésta produjo su terrible efecto sobre los "muertos vivientes", que fué el hacerles conscientes de su estado, lo que pareció volverlos furiosos y echaron a correr, huyendo hacia los lugares donde habían sido enterrados y desenterrados. Y allí comenzaron a excavar con las manos para enterrarse pues sabían que pronto iban a empezar a descompopnerse y según la historia de Seabrook fué esto lo que sucedió y los miembros que habían quedado fuera de la tierra pudo verse cómo rápidamente entraban en putrefacción.

Los campesinos de Haití siempre han sabido que los hunganes y las mambos, bokops, zobops y demás representantes de la magia negra eran capaces de fabricar zombis, previa invocación al Barón Samedi, para utilizarlos como esclavos en los trabajos de las plantaciones. Sin embargo hay quienes niegan rotundamente la existencia de los zombis.

Muchas familias de Haití, ante el temor de que sus familiares muertos puedan ser desenterrados y convertidos en zombis, se aseguran de que esto no pueda suceder y antes de echarles la tierra encima, consideran que han de hacerles morir por segunda vez para lo cual les disparan un tiro en la cabeza o inyectan al cadáver un poderoso veneno. Otros los estrangulan y aún algunos han llegado a decapitarlos para impedir la "resurrección" por los brujos.

Otros, menos violentos, colocan semillas de sésamo (Sesamum indicum) en el interior del ataúd o una aguja sin cabeza con un hilo, con lo cual piensan que estarán muy entretenidos, bien contando las semillas o tratando de realizar el imposible de enhebrar la aguja sin cabeza. Así según sus creencias, no podrán atender las llamadas del bokó.

METRAUX dice que un colega suyo, el Señor Bernat, asistió en Marbial a la estrangulación del cadáver de un joven al que se quería librar de las garras de un hacedor de zombis.

A veces les cosen la boca o los entierran boca abajo con un puñal en la mano para que maten al que intente hacerlos zombis.

Otro caso que cuenta METRAUX y que le contaron a él, fué el de un viajero al que se le pinchó un neumático de su coche en el camino cercano a una granja. Apareció de pronto un viejo de barba blanca y le anunció que un amigo suyo se la arreglaría enseguida. Mientras tanto le invitaba a tomar una taza de café en su casa que estaba junto al camino. Mientras tomaban el café, le explicó que el neumático se había pinchado por un encanto que el propio viejo, que era un bokó, le había hecho y le rogaba que no le guardase rencor por ello, que lo aceptase como una broma. Ante la sonrisa escéptica del viajero, el viejo le preguntó si conocía a un cierto señor de nombre Celestino. El viejo contestó que era su mejor amigo muerto hacía seis meses. Entonces el viejo bokó cogió un látigo y golpeó seis veces contra el suelo. Se abrió una puerta y acudiendo a su llamada apareció precisamente el señor Celestino, el amigo muerto del viajero, con la cabeza baja, aire inexpresivo, de estupidez y mudo. Ante el espanto del viajero, el viejo bokó le contó que la muerte fué ocasionada por el hechizo de otro bokó y que él había comprado el zombi por 12 dólares para tenerlo a su servicio.

Entre tantos relatos inverosímiles, tenemos el de Jean Kerboul, el caso de Exilus, muy arraigado en las creencias populares de la región de Cayes. Al parecer este Exilus se había enemistado con un hungan de mucha influencia. Poco después murió de forma súbita. Aquel mismo día comenzó a funcionar un viejo reloj de la casa del difunto que hacía muchos años estaba estropeado.

Dos años después de su muerte, un sujeto de nombre Bossuet, afirmó ante un notario público que Exilus estaba vivo y que le había visto trabajar en una granja como esclavo. No quisieron creerle. Además, la viuda de Exilus se había vuelto a casar, aunque con tan mala fortuna que la misma noche de bodas, el nuevo marido se había caído de la cama quedamndo impotente, a causa de lo cual se separó de su mujer. El caso se supo y todo el mundo estuvo de acuerdo en creer que el primer marido zombi tenía que ver con aquello.

De todo lo expuesto, anecdótico en su mayor parte, podemos sacar la conclusión que dado el grado de superstición del pueblo haitiano, de su bajo nivel cultural, de sus creencias religiosas místicas en el vudú, no tengan la menor duda de la existencia de zombis, así como de la capacidad de sus bokós, mambos y hunganes para fabricarlos, pero muchos saben que si es posible hacer un zombi, no es por ningún poder sobrenatural sino por el conocimiento que poseen de los venenos vegetales y animales, los representantes del vudú, especialmente algunos, conocimientos que se transmiten en el más absoluto secreto.

El propio antiguo Código Penal de la República de Haití en su artº 149, aunque fué anulado en 1953, admitía la existencia de estas substancias y de estos actos criminales cuando decía:

"Se califica también de atentado por envenenamiento a la vida de una persona, al empleo que se haga contra ella de substancias que, sin causar la muerte, hubieran producido un estado letárgico más o menos prolongado, de cualquier manera que esas substancias hubieran sido empleadas y sean cuales fueren las consecuencias. Si como resultado de este estado letárgico, hubiera sido inhumada la persona, el atentado será calificado de asesinato".

Es evidente que el legislador conoció algunos de estos casos y que tomó en cuenta este tipo de delito.

Haití es el país de América que menos médicos tiene y el índice de mortalidad es muy elevado. Además, a causa del fuerte calor tropical, los muertos son enterrados a las 24 horas, por la rápida descomposición, con lo cual existe la posibilidad de que alguno no lo esté sino que se encuentre en estado cataléptico o bajo la acción de alguna substancia tóxica que más tarde estudiaremos. La posibilidad de ser enterrado vivo en Haití es muy alta, equiparable a la que pudo existir en la Edad Media en Europa, donde era un fenómeno harto frecuente.

En Haití es imposible que todas aquellas personas que mueren puedan ser vistas por un médico que certifique con seguridad la muerte y la causa de la misma. Por ello, la posibilidad de ser enterrado vivo para ser desenterrado después es también muy alta.

Según las viejas leyendas vudús, eran los zombis los que tocaban incansablemente los tambores durante la ceremonia vudú que duraba hasta el canto del gallo.

Un zombi se distingue por su estado de semi-inconsciencia, letárgico, brumoso, como si estuviera entre la vida y la muerte, el aire ausente, ojos apagados, vidriosos y la entonación nasal o gangosa de su voz, lo que es propio de los guedé o genios de la muerte. El zombi oye, incluso habla, pero no tiene recuerdos y no es consciente de su estado. Así se le puede utilizar como una bestia de carga a la que su amo explota sin piedad, obligándole a trabajar en la más duras tareas del campo, e incluso en tareas peores, como robar las cosechas de sus vecinos.

Como su docilidad es total mientras no se le dé comida que tenga sal, no hay peligro de rebelión. Se cuentan casos en que el zombi comió cosas saladas y en un súbito acceso de rabia, mató al "amo" y huyó en busca de su sepultura incendiando antes la casa y destruyéndolo todo a su paso.



¿Cuáles son estas pociones que conocen los bokó y hunganes y que son capaces de producir un zombi?

Los jamaicanos conocen una planta de la familia de las Solanáceas llamada "branched calalue", conocida también en Haití, tan tóxicamente activa que es capaz de provocar un estado de "muerte aparente" en el que no se pueden percibir ni los latidos cardiacos, con lo que se da por muerto al sujeto sin estarlo.

Otra de estas substancias es conocida con el nombre de kingoliola, que también produce la parálisis momentánea y un cuadro de muerte aparente.

La norteamericana Eda Taft estudió en Haití una planta narcótica llamada "tuer-lever" (matar-levantar) sólo conocida por algunos hunganes, que según sus informantes fué traída de Africa y secretamente sembrada en lugares muy apartados de la selva haitiana sólo conocidos por el hungan o el bokó que sabe cómo utilizarla. El secreto es celosamente guardado.

Los zombis no son muertos, sino personas narcotizadas o intoxicadas con poderosas substancias, a los que equivocadamente se considera como muertos. El bokó aprovechará la tranquilidad de la noche, desenterrará el supuesto cadáver y le reanimará con técnicas que él conoce dejándole en un estado letárgico, muchas veces obtenido con la administración de alucinógenos como las Daturas tan comunes en las selvas tropicales.

Con el nombre de calalú se conoce una planta de la familia de las Phytolacáceas (Phytolaca rivinioides KB), de tallo carnoso, color rosado o purpúreo, de hasta un metro de altura, cuyas raíces son venenosas, muy semejante por sus propiedades a otra planta de la misma familia, la Phytolaca icosandra.

Algunos hunganes utilizan la planta tóxica por vía digestiva, pero otros utilizan ciertos polvos que actúan por contacto. Cuando el polvillo tóxico se pone en contacto con la piel de una persona, se absorbe a través de la piel y se produce el efecto zombi.

Las recientes investigaciones realizadas en Haití han llevado a la conclusión de que no es una sino varias substancias las que son conocidas por los hunganes para producir estos efectos, pero estas experiencias han llevado a la conclusión de que sólo servirían para enmascarar el verdadero tóxico que es la tetrodontoxina.

La TETRODONTOXINA es producida por unos peces de la familia de los Tetrodóntidos que son conocidos desde muy remota antigüedad por su acción tóxica. Nada menos que en un jeroglífico de la tumba del Faraón Ti (2.500 a.C.) ilustra ya la toxicidad del llamado puffer-fish (Tetrodon spp.).

Pero estas especies que se encuentran en diversos mares del mundo, son especialmente frecuentes en el Caribe. Hay más de 50 especies de la familia de los Diodóntidos (Urchin-fishes), de los Tetradontidae (fugu, puffer-fish, bowl-fish) y Molidae (Sun-fishes). Todos son venenosos, ictiosarcotóxicos.

En Brasil hay también peces de esta familia, que son los llamados baiacú y mamaiacú, que tienen como sus congéneres del Caribe, la particularidad de hincharse cuando se les molesta, llenando de agua o aire su cuerpo. Los pescadores saben que son muy venenosos, pero han aprendido que quitándoles la piel, la bilis y los órganos sexuales y vísceras, se pueden comer sin peligro, especialmente en la época en que no se reproducen.


En Recife los llaman baiacú-caixaó, franguinho, guarajaba, bubu y panela, baiacú-feticeiro (nombre que es muy significativo en esta otra tierra del candomblé y la macumba), baiacú-do-espinho, baiacú-mirim (mirím en lengua guaraní quiere decir pequeño),baiacú-guaimá, todos los cuales se dan especialmente en las costas marinas y el mamaiacú del Amazonas que es un baiacú-da-aqua-doce.

Algunos de estos peces como los fugu (Fugu rubripes) o "tigre-hinchado" y el Fugu perphyreus, se encuentran en los mares del Japón y SE de Asia, siendo considerados como alimento exquisito al paladar, especial para gourmets. En Japón hay restaurantes especiales donde preparan estos peces. A veces los disecan y utilizan como pantallas de lámparas y para hacerse gorros.

Cientos de personas mueren sin embargo anualmente por comer estos pescados, al no tomar las debidas precauciones eliminando las partes venenosas.

En el Caribe se les llama pez-balón y son respetados por casi todos los peces rapaces por su manera de defenderse, que consiste en hincharse cuando se les molesta haciéndose casi esféricos.

Contienen el poderoso tóxico tetrodontoxina, considerada como la toxina no proteica más fuerte que existe, 300.000 veces más tóxica que la morfina. La LD-50 (Dosis letal 50) es de 8 microgramos por Kg de peso y los promedios de mortalidad en humanos según HABERMEHL, son de 60 %.

Se encuentra esta toxina en todo el cuerpo del pescado, pero especialmente en su piel, en los órganos sexuales (testes y ovarios) y en la vesícula biliar. El grado de toxicidad varía según el ciclo reproductivo aumentando la toxicidad cuando están en la época de desove (de mayo a julio).

El envenenamiento o intoxicación por tetrodontoxina se caracteriza por la rápida aparición de síntomas a los 5 a 30 minutos de la ingestión del pescado. Se presenta un estado de debilidad general, náuseas y mareos, palidez, parestesia, hormigueo en labios, lengua y garganta, manos y pies seguido de pérdida del conocimiento.

No se presentan vómitos a pesar de las náuseas. A medida que avanza la intoxicación se produce palidez, sudoración, dificultad respiratoria, hipotensión, mialgias, dolores, opresión precordial y cianosis, terminando el cuadro por convulsiones y parálisis. La muerte puede sobrevenir por parálisis respiratoria entre las seis a veinticuatro horas después de la ingestión del tóxico.

HABERMEHL asegura que no existe ningún antídoto específico pero puede tratarse el envenenamiento con respiración asistida, inyección gota a gota de sueros glucosalinos y masaje o estímulos cardiacos.

Las investigaciones en el Japón sobre este tóxico son ya antiguas, remontándose a 1894, cuando TAHARA comenzó a estudiar esta forma de intoxicación. Pero sería en 1963 cuando TSUDA y GOTO lograron hallar la composición de la tetrodontoxina, cuya acción es directa sobre las terminaciones nerviosas y la fibra muscular cardiaca.

La fórmula de la tetrodontoxina es:

Los hunganes de Haití conocen perfectamente estos peces así como sus efectos venenosos. Saben cómo utilizarlos, probablemente asociados con substancias narcóticas o alucinógenas y ese ha sido su secreto celosamente guardado.

Unos por este procedimiento han pretendido ser capaces de resucitar a los muertos lo que les ha creado gran prestigio entre sus supersticiosos paisanos. Otros han utilizado la zombización para conseguir mano de obra barata como forma de enriquecerse. Y mientras tanto han ido cubriendo sus conocimientos con el velo del misterio y del ritual vudú.

Zombis ha habido y probablemente los hay todavía, pero no se trata de muertos resucitados sino de vivos infelices intoxicados, drogados, preparados con propósitos criminales.