Mucho se ha escrito de esas personas a las que se atribuye el don de la curación por medio del rezo. Y es que en la medicina natural se manejan saberes ancestrales que, se quiera o no, en ocasiones ofrecen resultados donde la medicina de la ciencia no llega. No son milagros, es un misterio que se llama “rezo”, y del que nuestro pueblo tiene un digno representante: Don José Mora.
Recuerdo que mi primer contacto con el mundo de los rezanderos lo tuve en la calle 4 entre carreras 7 y 8, hará unos veinte y cinco años, cuando visite con la abuela la casa de Doña María de Méndez. Poseía esta señora una verborrea que no estaba a la altura de sus virtudes medicinales. La abuela me había llevado para que me curara el “mal de boca”, que para la época era algo común en los niños. A esta enfermedad también le llamaban en el lenguaje coloquial como “Sapos en la boca”; es una especie de virus que toma toda la lengua y el paladar, se llena de pipitas y es una molestia para comer. La rezandera tomo un poco de azúcar y lo mezcló con vinagre y dijo algunas oraciones, que mi memoria no recuerda. Luego muchos años después mi madre me señaló que a mí me dio el mal de ojo negro, y un rezandero me salvó la vida.
Tampoco a Doña María de Méndez le faltaba el toque religioso, en aquel cuarto estaba llenó de imágenes y retratos de santos y vírgenes, y un olor a cera rancio, por las velas desperdigadas en un rincón. Esta aureola mística como para recordar que de Cristo venían sus dones. Le perdí la pista hace mucho tiempo a Doña María, pero recuerdo que curaba con hierbas que ella misma preparaba y luego vendía a sus pacientes. En esa habitación había un estante de libros, que podían ser los evangelios hasta grimorios como El Libro de San Cipriano.
Y es que los curanderos siempre han estado presentes en la vida social de pueblos y parroquias, haciendo la labor de los antiguos chamanes indígenas; la de ser médicos del cuerpo y del alma. Los curanderos siempre han abundado y más en este pueblo, que el pasado siempre vio la carencia o ausencia de médicos y la pobreza de la gente. De allí el ejemplo palpable de Don José Ángel Mora, hombre sencillo y trabajador y amigo incansable de hacer el bien.
Don José Mora fue por mucho tiempo el medico yerbatero por excelencia en el San José de Bolívar de antaño. Don José Mora curaba con yerbas y raíces crudas, cocidas y molidas y otras desconocidas y palabras misteriosas para curar las enfermedades.
Don José Mora era un gran “Atador”, pues arreglaba los huesos - fracturas y luxaciones - usando ungüentos de fabricación artesanal y casera y luego con dos tablillas las amarraba al lado de la parte del cuerpo enferma. Curaba el mal de ojo, del cual se hablara más en detalle luego.
En Don José Mora existe un denominador común para la generalidad de sus conocimientos, la mayoría concuerda que Don José Mora era un ser “tocado” por la gracia de Dios. Ante todo, el enigma de Don José Mora se fue con él a la tumba aquel 19 de julio de 1966, porque lo había heredado o bien porque se lo habían “revelado”.
El “Rezo” o “Secreteo” en el Estado Táchira opera resolviendo problemas de salud en personas, animales o plantas, donde se incluye una oración - según comenta María Alruiz.
Y el “Rezo” se le sigue usando, pero no se le reconoce de manera oficial, y cuando un médico no da con una enfermedad, en el mayor de los casos lo manda para donde un rezandero.
Otra de las características de este “oficio” es que sólo se transmite en casos excepcionales, como la muerte del rezandero o la elección de un continuador. Y en la jerga del pueblo se le llama: Rezandero, Curandero, Yerbatero, Curioso, Desagullador, Componedores, Remediero, Rezador, Santiguador, entre otros.
El “Rezo” esta dentro de un marco restringido de la cultura popular. María Alruiz en su texto sobre: Rezos y Rezanderos en el Táchira, expresa que una de las características del estado con su folclore y tradiciones son las migraciones considerables desde los llanos venezolanos y colombianos, con el despegue cafetalero exportador del siglo XIX. Asimismo migraciones anuales provenientes del Norte de Santander (Colombia), a lo que hay que añadir componentes más localizados de inmigrantes europeos: italianos y alemanes.
El “Rezo” entra dentro del marco de la magia conocida como “bertolería”, que es practicada por los “curiosos” y “curanderos” que trabajarían en forma espiritual, con ayuda de los espíritus buenos y que está basada en la solución pragmática de problemas.
En San José de Bolívar han existido una gran variedad de estos personajes:
· Don José Mora, era rezandero, atador y curandero.
· Doña María Becerra, aún cuando era enfermera de profesión fue sobandera y rezandera.
· Doña María Angélica Méndez, fue comadrona, desagulladora y componedora.
· Doña Carmela Ramírez, era rezandera.
· Hermes Méndez, de Mesa de San Antonio era rezandero.
· Don Gregorio Ramírez y su hijo Don Benigno Ramírez, ambos eran rezanderos.
· Mauricio Vivas, era rezandero y yerbatero.
· José Rosales, en la aldea La Costa, era rezandero.
· Don Isaias Araque, era curandero.
· Doña María de Méndez, rezandera, sobandera y santiguadora que vivía donde hoy esta la casa de Miguel Canujo.
· Don Teodulo Roa, rezandero de animales.
· Don Ismael Sánchez era rezandero de la picada de araña y el mal de ojo.
· Doña Ifigenia Benítez era sobandera.
· Doña Teresa Guillen en San Rafael era rezandera y curandera.
· Don Olinto Vivas (Zorro) es rezandero.
· Don Horacio Criollo, el brujo del otro lado, en Río arriba, decían que era Negrumante.
· Don Ramón Rodríguez o Ramón “Buecito”, que era rezandero, componedor y sobandero, y buen amigo de sus amigos.
· Don Luís García “Cerote” era componedor y sobandero.
· Don Pedro Pulido Parra es sobandero y componedor.
El rezandero del Río Bobo cura el mal de ojo en los animales. Éste se basa en los espíritus. Cuenta una leyenda que un padre Mora, que vivió en la región jugaba con el “rezo”, y quién iba a robarle en su huerto se quedaba pegado en las matas de guineo, en un lugar de la Cuchilla Grande vía a La Florida.
Asimismo también al pueblo han llegado estafadores como un viejo de nombre José Rosario, que se hizo pasar por Sacerdote, pues había robado una sotana. Él mandaba al sacristán, un colombiano al que llamaban Gitano a mover el “Tambo” que se hizo después del terremoto de 1956. Cuando movía el Tambo él decía que esos temblores anunciaban el fin del mundo, y la gente incrédula daba más limosnas, hasta que se supo que era un ladrón, pero era ya tarde, había huido del pueblo.
Otra de las leyendas es la de un “profeta” que llegó al pueblo. Se hacía llamar Melquecedec, y mostraba a los presentes una cuchara de metal que colocaba al fuego y nada pasaba, luego tomaba una cuchara de plástico y hacía la misma prueba. Los rioboberos que no conocían el plástico quedaban asombrados ante la magia y curaciones de Melquecedec. Colocaba un ataúd y se hacía introducir en el y se cortaba en dos. De sus manos salían palomas cuando menos se imaginaba el populacho, el cura lo tildaba de ilusionista e hijo del diablo. Una mañana lejana en el tiempo, Melquecedec dejó al pueblo de las aguas, no se supo nada más de él.
Hay veterinarios, que no aceptan el fenómeno. Aún cuando se visita los campos tachirenses, el rezo sigue siendo una práctica. Los veterinarios le dan un sentido científico a las curaciones de el “nuche” o “el gusano del monte”, pero el hombre del campo no descarta el “rezo” para curar sus animales. Otra de las características de estos personajes es hacer “Contras”, protecciones contra el mal.
En el poblado vecino de Queniquea fue famoso el señor Octaviano, con sus rezos y oraciones para curar muchas enfermedades.
En el manual del rezandero riobobero nunca falta el llantén, la yerba azul y la Sábila.
Los rezanderos del Río Bobo rezan la sal para curar enfermedades en animales varios. Así mismo reza a las personas para curar distintas enfermedades. Los rezanderos rezan la mordedura de serpiente, el arco (o sea la picada del arco, que puede producir pantano en las heridas).
Uno de los males a los que más acuden los rioboberos por el “rezo”, es el “mal de ojo”. Desde tiempos remotos se ha sabido del poder maléfico que transmiten algunas miradas. Esa cuestión ya es mencionada en ciertas tablillas asirias y babilónicas, así como en ciertos jeroglíficos del antiguo Egipto. Asimismo, los escritores de la antigua Roma aseguraban que los ojos dotados de este poder maligno eran estrambóticos. Ovidio, por ejemplo, atribuyó una doble pupila a la hechicera Dipea. Así, el historiador Plutarco (48-120) estudió la cuestión de la fascinación, llegando a deducir que la mayor parte de la población de su época creía en “el mal de ojo”. Por lo que se observa el mal no es nuevo.
En San José de Bolívar, la enfermedad se da en la gran mayoría de niños y lactantes, dando síntomas de diarrea, vómito y fiebre. Si no se lleva al niño al rezandero para que lo “secretee”, el infante puede morir. El mal aparece cuando el niño es mirado y/o acariciado por una persona de sangre pesada.
La ciencia explica a su manera “el mal de ojo”, señalando que el mismo es una enfermedad infecciosa, causada por la presencia en el tracto intestinal del niño enfermo, de bacterias sumamente patógenas para el organismo de estos pequeños seres humanos. Pero, para nadie es un secreto, que a veces los mismos médicos envían a los padres del niño a rezarlos del “mal de Ojo” por las dudas.
Otro de los males comunes en ser curados por los rezanderos o yerbateros es “el mal de Arco”, éste es una enfermedad popular cuyo origen mágico está muy generalizado en los Andes Venezolanos. Nuestros campesinos creen que el fenómeno natural del arco iris es causa de enfermedades de la piel, del tipo de la erisipela y del flemón, que nuestra gente riobobera llama “Pantano”.
De igual manera al médico yerbatero o rezandero le corresponde enfrentar las fuerzas del maligno, cuando un tercero o un “rezandero negro” (un brujeador), envía un “Daño, Maleficio o Empacho”. Bajo estos tres nombres se conoce una imaginaria enfermedad producida por el poder maléfico, mágico, sobrenatural, de un individuo, de manera general a petición de tercero, para vengar una afrenta o disputa, a menudo de tipo pasional y amoroso. El individuo o brujeador con un poder del maligno es capaz de provocarle la caída del cabello, de colocarle un sapo o un “empacho” de pelo en el estomago o de hacerle perder una fortuna a otra persona.
Recuerdo cuando escribo estas líneas, la tragedia que vivió una amiga de bachillerato, cuando su mamá empezó a perder la razón, ella me comentó que se la habían llevado a un brujo, y éste le señaló que a la madre de mi amiga, alguien que le tenía envidia le había hecho un mal y le había depositado un sapo en la barriga, en aquel tiempo lo tomé a risa, hoy cuando preparó este trabajo, pienso si aquello sería verdadero. A los meses mi amiga se debió ir del pueblo para salvarle la vida a su progenitora. Hoy día viven en Palmira, y aquel hecho sobrenatural es parte del pasado.
Según Álex Burnman, el maleficio es una práctica de origen goético que se usa con la intencionalidad de causar daño a un hombre, un animal, un fruto o algún producto terrestre. El maleficio, al revés que el hechizo, que puede ser benigno o maligno, siempre es perjudicial, dictado por la maldad o el odio, empleándose sólo para estos fines. Siete son los modos principales de maleficio conocidos, a saber:
· El que infunde en la víctima sentimientos criminales.
· El que inspira sentimientos de odio y envidia.
· El que provoca enfermedades.
· Aquel que inspira una sujeción, es decir, un impedimento para que el maleficiado no pueda realizar ciertas acciones, como, por ejemplo, masticar su comida, vestirse, entre otros.
· El que causa la muerte del enemigo.
· El que priva de la facultad de razonar.
· El que perjudica a la víctima, en lo que se refiere a sus bienes personales.
En San José de Bolívar, se comenta que la maldad llegó a principios del siglo XX, en una cofradía de brujas, que en sus fiestas saturnales hacían el mal a los habitantes del pueblo, a estas mujeres las llamaban las sorjiñas. Llegaron incluso a sembrar tierra de cementerio en algunas casonas para acabar con la paz familiar. No fue ajeno en nuestra región el caso sobre brujas, y que la iglesia le halla perseguido en este lugar tan remoto, como ya señala Lucas Castillo, en su libro La Grita, una ciudad que grita su silencio: “El caso más sonado en esta materia de brujería, se da allá en el año 1773, en contra de Bartola Gómez y su hija Marcelina” . Como es sabido las familias llegadas al Táchira en el siglo XVI, eran todas procedentes en su mayoría de Castilla, de Asturias y de los países vascos. Con ellos no sólo vinieron los dioses cristianos, sino otros tipos de cultos.
Durante los primeros años de la Independencia, estas familias españolas estuvieron repartidas por la región, muchas de ellas llegaron incluso a la Meseta de Queniquea y otras al Valle del Espíritu Santo, al verse hostilizadas por las fuerzas revolucionarias. Lo primero que hacían estos aldeanos al llegar a algún lugar de asentamiento era bendecir el lugar y levantar una Capilla a Dios. Durante todo el siglo XIX en la región, la gente fue temerosa a este espanto, pues aunque no se crea desde La Grita a Bailadores, de San Bartolomé del Cobre a San Cristóbal y, del Río Bobo a la meseta de Queniquea, señalaban los abuelos que las brujas en el poblado, "de que vuelan, vuelan".
Cuentan que los rioboberos se atrevieron una noche a visitar el cementerio de San José de Bolívar por allá a finales del siglo XIX, y se encontraron con un cuadro horrorizante, en medio de dos tumbas estaban tres mujeres vestidas de negro, les cubría el rostro un velo, cómo el que acostumbraban usar las mujeres para resguardarse el rostro cuando entraban a la Iglesia. El cuadro no podía recoger algo más monstruoso, una de las participantes estaba degollando un gallo de color rojo y vertía la sangre sobre una de las tumbas. Al percatarse la presencia de visitantes, las tres mujeres se transformaron en gallinas de color negro, empezaron a revolotear hacia el centro del pueblo. Con el tiempo no se volvió a oír más nada de las Sorjiñas, como se llamaron a estas mujeres que hacían maleficios.
Señalan los abuelos que fue el Cura de Queniquea Don Pancho Higuera, quién atrajo de nuevo al culto cristiano a aquellos que practicaban el mal, así se cree se acabaron con estas creencias. Narran también los abuelos que las Sorjiñas, el nombre se debe por ser devotas al culto de San Jorge (la resurrección del Dragón), al morir se convertían en espantos que se alimentaban de difuntos, y salían al mundo de los vivos el día de San Juan, es decir, el 23 de junio. Muchas damas de San José de Bolívar del siglo XIX adoraron este culto y se reunían el día de San Juan.
Recuerdo que mi primer contacto con el mundo de los rezanderos lo tuve en la calle 4 entre carreras 7 y 8, hará unos veinte y cinco años, cuando visite con la abuela la casa de Doña María de Méndez. Poseía esta señora una verborrea que no estaba a la altura de sus virtudes medicinales. La abuela me había llevado para que me curara el “mal de boca”, que para la época era algo común en los niños. A esta enfermedad también le llamaban en el lenguaje coloquial como “Sapos en la boca”; es una especie de virus que toma toda la lengua y el paladar, se llena de pipitas y es una molestia para comer. La rezandera tomo un poco de azúcar y lo mezcló con vinagre y dijo algunas oraciones, que mi memoria no recuerda. Luego muchos años después mi madre me señaló que a mí me dio el mal de ojo negro, y un rezandero me salvó la vida.
Tampoco a Doña María de Méndez le faltaba el toque religioso, en aquel cuarto estaba llenó de imágenes y retratos de santos y vírgenes, y un olor a cera rancio, por las velas desperdigadas en un rincón. Esta aureola mística como para recordar que de Cristo venían sus dones. Le perdí la pista hace mucho tiempo a Doña María, pero recuerdo que curaba con hierbas que ella misma preparaba y luego vendía a sus pacientes. En esa habitación había un estante de libros, que podían ser los evangelios hasta grimorios como El Libro de San Cipriano.
Y es que los curanderos siempre han estado presentes en la vida social de pueblos y parroquias, haciendo la labor de los antiguos chamanes indígenas; la de ser médicos del cuerpo y del alma. Los curanderos siempre han abundado y más en este pueblo, que el pasado siempre vio la carencia o ausencia de médicos y la pobreza de la gente. De allí el ejemplo palpable de Don José Ángel Mora, hombre sencillo y trabajador y amigo incansable de hacer el bien.
Don José Mora fue por mucho tiempo el medico yerbatero por excelencia en el San José de Bolívar de antaño. Don José Mora curaba con yerbas y raíces crudas, cocidas y molidas y otras desconocidas y palabras misteriosas para curar las enfermedades.
Don José Mora era un gran “Atador”, pues arreglaba los huesos - fracturas y luxaciones - usando ungüentos de fabricación artesanal y casera y luego con dos tablillas las amarraba al lado de la parte del cuerpo enferma. Curaba el mal de ojo, del cual se hablara más en detalle luego.
En Don José Mora existe un denominador común para la generalidad de sus conocimientos, la mayoría concuerda que Don José Mora era un ser “tocado” por la gracia de Dios. Ante todo, el enigma de Don José Mora se fue con él a la tumba aquel 19 de julio de 1966, porque lo había heredado o bien porque se lo habían “revelado”.
El “Rezo” o “Secreteo” en el Estado Táchira opera resolviendo problemas de salud en personas, animales o plantas, donde se incluye una oración - según comenta María Alruiz.
Y el “Rezo” se le sigue usando, pero no se le reconoce de manera oficial, y cuando un médico no da con una enfermedad, en el mayor de los casos lo manda para donde un rezandero.
Otra de las características de este “oficio” es que sólo se transmite en casos excepcionales, como la muerte del rezandero o la elección de un continuador. Y en la jerga del pueblo se le llama: Rezandero, Curandero, Yerbatero, Curioso, Desagullador, Componedores, Remediero, Rezador, Santiguador, entre otros.
El “Rezo” esta dentro de un marco restringido de la cultura popular. María Alruiz en su texto sobre: Rezos y Rezanderos en el Táchira, expresa que una de las características del estado con su folclore y tradiciones son las migraciones considerables desde los llanos venezolanos y colombianos, con el despegue cafetalero exportador del siglo XIX. Asimismo migraciones anuales provenientes del Norte de Santander (Colombia), a lo que hay que añadir componentes más localizados de inmigrantes europeos: italianos y alemanes.
El “Rezo” entra dentro del marco de la magia conocida como “bertolería”, que es practicada por los “curiosos” y “curanderos” que trabajarían en forma espiritual, con ayuda de los espíritus buenos y que está basada en la solución pragmática de problemas.
En San José de Bolívar han existido una gran variedad de estos personajes:
· Don José Mora, era rezandero, atador y curandero.
· Doña María Becerra, aún cuando era enfermera de profesión fue sobandera y rezandera.
· Doña María Angélica Méndez, fue comadrona, desagulladora y componedora.
· Doña Carmela Ramírez, era rezandera.
· Hermes Méndez, de Mesa de San Antonio era rezandero.
· Don Gregorio Ramírez y su hijo Don Benigno Ramírez, ambos eran rezanderos.
· Mauricio Vivas, era rezandero y yerbatero.
· José Rosales, en la aldea La Costa, era rezandero.
· Don Isaias Araque, era curandero.
· Doña María de Méndez, rezandera, sobandera y santiguadora que vivía donde hoy esta la casa de Miguel Canujo.
· Don Teodulo Roa, rezandero de animales.
· Don Ismael Sánchez era rezandero de la picada de araña y el mal de ojo.
· Doña Ifigenia Benítez era sobandera.
· Doña Teresa Guillen en San Rafael era rezandera y curandera.
· Don Olinto Vivas (Zorro) es rezandero.
· Don Horacio Criollo, el brujo del otro lado, en Río arriba, decían que era Negrumante.
· Don Ramón Rodríguez o Ramón “Buecito”, que era rezandero, componedor y sobandero, y buen amigo de sus amigos.
· Don Luís García “Cerote” era componedor y sobandero.
· Don Pedro Pulido Parra es sobandero y componedor.
El rezandero del Río Bobo cura el mal de ojo en los animales. Éste se basa en los espíritus. Cuenta una leyenda que un padre Mora, que vivió en la región jugaba con el “rezo”, y quién iba a robarle en su huerto se quedaba pegado en las matas de guineo, en un lugar de la Cuchilla Grande vía a La Florida.
Asimismo también al pueblo han llegado estafadores como un viejo de nombre José Rosario, que se hizo pasar por Sacerdote, pues había robado una sotana. Él mandaba al sacristán, un colombiano al que llamaban Gitano a mover el “Tambo” que se hizo después del terremoto de 1956. Cuando movía el Tambo él decía que esos temblores anunciaban el fin del mundo, y la gente incrédula daba más limosnas, hasta que se supo que era un ladrón, pero era ya tarde, había huido del pueblo.
Otra de las leyendas es la de un “profeta” que llegó al pueblo. Se hacía llamar Melquecedec, y mostraba a los presentes una cuchara de metal que colocaba al fuego y nada pasaba, luego tomaba una cuchara de plástico y hacía la misma prueba. Los rioboberos que no conocían el plástico quedaban asombrados ante la magia y curaciones de Melquecedec. Colocaba un ataúd y se hacía introducir en el y se cortaba en dos. De sus manos salían palomas cuando menos se imaginaba el populacho, el cura lo tildaba de ilusionista e hijo del diablo. Una mañana lejana en el tiempo, Melquecedec dejó al pueblo de las aguas, no se supo nada más de él.
Hay veterinarios, que no aceptan el fenómeno. Aún cuando se visita los campos tachirenses, el rezo sigue siendo una práctica. Los veterinarios le dan un sentido científico a las curaciones de el “nuche” o “el gusano del monte”, pero el hombre del campo no descarta el “rezo” para curar sus animales. Otra de las características de estos personajes es hacer “Contras”, protecciones contra el mal.
En el poblado vecino de Queniquea fue famoso el señor Octaviano, con sus rezos y oraciones para curar muchas enfermedades.
En el manual del rezandero riobobero nunca falta el llantén, la yerba azul y la Sábila.
Los rezanderos del Río Bobo rezan la sal para curar enfermedades en animales varios. Así mismo reza a las personas para curar distintas enfermedades. Los rezanderos rezan la mordedura de serpiente, el arco (o sea la picada del arco, que puede producir pantano en las heridas).
Uno de los males a los que más acuden los rioboberos por el “rezo”, es el “mal de ojo”. Desde tiempos remotos se ha sabido del poder maléfico que transmiten algunas miradas. Esa cuestión ya es mencionada en ciertas tablillas asirias y babilónicas, así como en ciertos jeroglíficos del antiguo Egipto. Asimismo, los escritores de la antigua Roma aseguraban que los ojos dotados de este poder maligno eran estrambóticos. Ovidio, por ejemplo, atribuyó una doble pupila a la hechicera Dipea. Así, el historiador Plutarco (48-120) estudió la cuestión de la fascinación, llegando a deducir que la mayor parte de la población de su época creía en “el mal de ojo”. Por lo que se observa el mal no es nuevo.
En San José de Bolívar, la enfermedad se da en la gran mayoría de niños y lactantes, dando síntomas de diarrea, vómito y fiebre. Si no se lleva al niño al rezandero para que lo “secretee”, el infante puede morir. El mal aparece cuando el niño es mirado y/o acariciado por una persona de sangre pesada.
La ciencia explica a su manera “el mal de ojo”, señalando que el mismo es una enfermedad infecciosa, causada por la presencia en el tracto intestinal del niño enfermo, de bacterias sumamente patógenas para el organismo de estos pequeños seres humanos. Pero, para nadie es un secreto, que a veces los mismos médicos envían a los padres del niño a rezarlos del “mal de Ojo” por las dudas.
Otro de los males comunes en ser curados por los rezanderos o yerbateros es “el mal de Arco”, éste es una enfermedad popular cuyo origen mágico está muy generalizado en los Andes Venezolanos. Nuestros campesinos creen que el fenómeno natural del arco iris es causa de enfermedades de la piel, del tipo de la erisipela y del flemón, que nuestra gente riobobera llama “Pantano”.
De igual manera al médico yerbatero o rezandero le corresponde enfrentar las fuerzas del maligno, cuando un tercero o un “rezandero negro” (un brujeador), envía un “Daño, Maleficio o Empacho”. Bajo estos tres nombres se conoce una imaginaria enfermedad producida por el poder maléfico, mágico, sobrenatural, de un individuo, de manera general a petición de tercero, para vengar una afrenta o disputa, a menudo de tipo pasional y amoroso. El individuo o brujeador con un poder del maligno es capaz de provocarle la caída del cabello, de colocarle un sapo o un “empacho” de pelo en el estomago o de hacerle perder una fortuna a otra persona.
Recuerdo cuando escribo estas líneas, la tragedia que vivió una amiga de bachillerato, cuando su mamá empezó a perder la razón, ella me comentó que se la habían llevado a un brujo, y éste le señaló que a la madre de mi amiga, alguien que le tenía envidia le había hecho un mal y le había depositado un sapo en la barriga, en aquel tiempo lo tomé a risa, hoy cuando preparó este trabajo, pienso si aquello sería verdadero. A los meses mi amiga se debió ir del pueblo para salvarle la vida a su progenitora. Hoy día viven en Palmira, y aquel hecho sobrenatural es parte del pasado.
Según Álex Burnman, el maleficio es una práctica de origen goético que se usa con la intencionalidad de causar daño a un hombre, un animal, un fruto o algún producto terrestre. El maleficio, al revés que el hechizo, que puede ser benigno o maligno, siempre es perjudicial, dictado por la maldad o el odio, empleándose sólo para estos fines. Siete son los modos principales de maleficio conocidos, a saber:
· El que infunde en la víctima sentimientos criminales.
· El que inspira sentimientos de odio y envidia.
· El que provoca enfermedades.
· Aquel que inspira una sujeción, es decir, un impedimento para que el maleficiado no pueda realizar ciertas acciones, como, por ejemplo, masticar su comida, vestirse, entre otros.
· El que causa la muerte del enemigo.
· El que priva de la facultad de razonar.
· El que perjudica a la víctima, en lo que se refiere a sus bienes personales.
En San José de Bolívar, se comenta que la maldad llegó a principios del siglo XX, en una cofradía de brujas, que en sus fiestas saturnales hacían el mal a los habitantes del pueblo, a estas mujeres las llamaban las sorjiñas. Llegaron incluso a sembrar tierra de cementerio en algunas casonas para acabar con la paz familiar. No fue ajeno en nuestra región el caso sobre brujas, y que la iglesia le halla perseguido en este lugar tan remoto, como ya señala Lucas Castillo, en su libro La Grita, una ciudad que grita su silencio: “El caso más sonado en esta materia de brujería, se da allá en el año 1773, en contra de Bartola Gómez y su hija Marcelina” . Como es sabido las familias llegadas al Táchira en el siglo XVI, eran todas procedentes en su mayoría de Castilla, de Asturias y de los países vascos. Con ellos no sólo vinieron los dioses cristianos, sino otros tipos de cultos.
Durante los primeros años de la Independencia, estas familias españolas estuvieron repartidas por la región, muchas de ellas llegaron incluso a la Meseta de Queniquea y otras al Valle del Espíritu Santo, al verse hostilizadas por las fuerzas revolucionarias. Lo primero que hacían estos aldeanos al llegar a algún lugar de asentamiento era bendecir el lugar y levantar una Capilla a Dios. Durante todo el siglo XIX en la región, la gente fue temerosa a este espanto, pues aunque no se crea desde La Grita a Bailadores, de San Bartolomé del Cobre a San Cristóbal y, del Río Bobo a la meseta de Queniquea, señalaban los abuelos que las brujas en el poblado, "de que vuelan, vuelan".
Cuentan que los rioboberos se atrevieron una noche a visitar el cementerio de San José de Bolívar por allá a finales del siglo XIX, y se encontraron con un cuadro horrorizante, en medio de dos tumbas estaban tres mujeres vestidas de negro, les cubría el rostro un velo, cómo el que acostumbraban usar las mujeres para resguardarse el rostro cuando entraban a la Iglesia. El cuadro no podía recoger algo más monstruoso, una de las participantes estaba degollando un gallo de color rojo y vertía la sangre sobre una de las tumbas. Al percatarse la presencia de visitantes, las tres mujeres se transformaron en gallinas de color negro, empezaron a revolotear hacia el centro del pueblo. Con el tiempo no se volvió a oír más nada de las Sorjiñas, como se llamaron a estas mujeres que hacían maleficios.
Señalan los abuelos que fue el Cura de Queniquea Don Pancho Higuera, quién atrajo de nuevo al culto cristiano a aquellos que practicaban el mal, así se cree se acabaron con estas creencias. Narran también los abuelos que las Sorjiñas, el nombre se debe por ser devotas al culto de San Jorge (la resurrección del Dragón), al morir se convertían en espantos que se alimentaban de difuntos, y salían al mundo de los vivos el día de San Juan, es decir, el 23 de junio. Muchas damas de San José de Bolívar del siglo XIX adoraron este culto y se reunían el día de San Juan.