La palabra mandala es de origen sánscrito y significa círculo o centro, otros lo denominan círculo sagrado o círculo mágico.

Los mandalas están en la raíz auténtica de todas las culturas, ya que las palabras centro o punto son un denominador común a todas ellas.

El mandala no es exclusivo de las culturas tibetanas o hindúes, ya se encontraban indicios de ellos en culturas como la de los asirios babilónicos, entre los navajos, los aztecas, en varias iglesias y catedrales de todos los tiempos.

Incluso Jung observó que imágenes similares aparecían en los sueños de las personas, personas que ignoraban la existencia de los mandalas, de ahí la idea de utilizar el mandala como herramienta del psicoterapeuta.

El centro humano es el ombligo, el cual representa el nexo umbilical con la matriz astral, aunque el cordón físico haya dejado de existir.

El eje de la rueda es el agujero que simboliza el universo. La cruz celta de brazos con la misma longitud, representa el nuevo ciclo espiritual siempre en continuo crecimiento.

Todos estos símbolos puede ser considerados como un mandala, y cada uno representa una interpretación particular del centro. Lo inexpresable que es el todo tiene su noción esencial en la unidad, que es la ínfima parte de ese todo.

El símbolo más antiguos, que deja su significado a la imaginación de cada uno, es el círculo. Definido como un punto inmaterial que sirve de centro a la rotación inmutable, como ejemplo de su grandiosa panorámica tenemos los astros y el sistema solar.

El círculo nos trae a la mente la idea de unidad y de eternidad en una profunda armonía, es el concepto que no tiene ni principio ni fin, que envuelve y que contiene es representado por la serpiente que se muerde la cola.

Tradicionalmente el mandala es circular pero no tiene porque ser así. El mandala debe contener una representación simbólica en forma visual sobre el todo o una parte del mismo.

El significado de su simbolismo ritual en el círculo se estira como hilo conductor a través de todos los tiempos en que el ser humano está sobre la faz de la tierra.

En cada mandala podemos ver una simbología con dos caras, que asocia el aspecto de la conciencia cósmica con la de un ser humano.

Todo mandala crece de un centro y de ahí que sea el denominador común de todos los mandalas.

En la antigüedad se vivía en consonancia y con integración plena con la naturaleza. La vida de las personas se organizaba de acuerdo con los ciclos cósmicos en general y con los de la tierra en particular.

De ahí que en esa época se adoptara el círculo como simbolismos de la conciencia, de la muerte, de la vida y del renacer de la persona.

El trabajo con los mandalas debe ser una meditación activa dirigida para el crecimiento personal y el desarrollo espiritual. Podemos recuperar el equilibrio creando mandalas y concentrándonos en ellos.

Puede servir estas meditaciones como medio para ver las cosas con más claridad y objetividad.

Concentrase en un mandala nos hace establecer una comunicación directa con la profunda sabiduría y nos permite celebrar la vida misma dentro del ser, y permitirnos un mayor desarrollo de la personalidad.

Cada mandala clásico tiene un mantra en forma de contenido y de formulación sagrada. El mantra es el alma del mandala.

Son tres principios su base de organización: el punto central, la irradiación de ese punto y el límite exterior circular.

El punto central es un centro de energía, lugar que es el origen de toda existencia en el espacio y en el tiempo. Por otro lado también puede significar la unidad, la totalidad y la perfección.

El círculo y la esfera nacen en él y no tiene representación dimensional ni lugar en el espacio. Es el origen y el final de todos los senderos posibles y representa la existencia individual y su espiritualidad.

Es el corazón del cosmos, la energía que proviene del vacío y del silencio, y es ahí donde reside lo divino, lo invisible y lo metafísico, símbolo de la unidad misma.

La irradiación desde el centro se desplaza de forma centrífuga hasta la periferia exterior para reunir de nuevo la esencia del centro.

El límite exterior representa lo infinito y lo absoluto, por esta razón el mandala se ha considerado siempre como símbolo de lo divino.

Es el modelo perfecto que representa el microcosmos y el macrocosmos. También representa la creación del mundo.

Definimos un mandala como un cosmograma que representa al universo mismo y en el cual estamos también nosotros. La arquitectura de un mandala actúa sobre nuestro psiquismo, el centro nos unifica y el exterior nos equilibra.

Nuestra mirada es atraída al centro del mandala, esta atracción nos lleva a la unidad misma, hacia lo divino, es decir nos lleva a nuestro interior.

Dos puntos importantes se unifican: la inmovilidad del centro y la armonía en la periferia.