Definiríamos la alquimia como un arte sagrado, un arte que busca la espiritualidad y como es de entender su búsqueda culmina en encontrar la piedra filosofal.

Desde luego esto no se le podía enseñar a cualquiera, debía uno estar entre los elegidos, con una espiritualidad fuera de toda duda, ya que de ser así esa persona se convertiría en la persona más rica y poderosa de la tierra.

Según las directrices de la alquimia, este suntuoso poder que ofrecía las riquezas más exuberantes que jamás se habían conocido, era solo un pretexto, un objetivo exterior, ya que el concepto de alquimia y la regla de oro de los alquimistas se basan en un principio común y esencial: que el espíritu pueda actuar pueda actuar sobre la materia, que ambos se fusionen entre si y como resultado se produzca una mutua transformación.

Así el hecho de actuar sobre la materia y combinar sus elementos, ejercía sobre el alquimista, una influencia sobre la materia, sobre lo físico y sobre lo tangible, poder conferido que su límite más potente era el poder cambiar el curso de su existencia.

Hoy en día vemos un carácter utilitario a la ciencia. Nuestra necesidad por saber y comprender los grandes principios y elementos de la vida y de la naturaleza carece del ingrediente de la admiración.

Sin embargo, la alquimia fue el primer análisis científico del estudio y de la aprehensión del mundo físico y material, en el sentido en que lo entendemos en la actualidad. Desde el siglo XIII la alquimia tuvo una mayor preeminencia, la cual duró hasta principios del siglo XX.

Ciencia y alquimia mezclan y confunden su historia, y la ciencia actual no sería como la conocemos si los alquimistas no hubieran emprendido y llevado a cabo sus trabajos.

Entre los mismos alquimistas se iniciaban en un arte sutil que requería un amplio sentido profundo y religioso de lo sagrado.

El alquimista fue el primer aprendiz de hechicero, capaz de reproducir en su laboratorio lo que la naturaleza y la vida crean de forma espontánea y natural, y a la vez es capaz de intervenir e interferir en los grandes principios naturales.

Todo aquel que practicaba la alquimia aspiraba a realizar la gran obra, realizando las operaciones que podían tener un carácter mágico, pero que ya recurrían a la química, la física, las matemáticas, la astronomía y otras ciencias modernas, que se han convertido en patrimonio de especialistas y estaban bajo secreto.

La gran obra consistía en descubrir o crear una obra fabulosa y sobrenatural, la piedra filosofal buscaba desde la más alta antigüedad, objetivo último del arte sagrado. Este objeto es la clave de toda vida y del conocimiento absoluto, de la medicina universal, de la verdadera sabiduría.

Actualmente cuesta comprender que esta búsqueda fuese más espiritual que temporal y que el adepto no obtuviese resultado alguno en su laboratorio.

Ya que el fin del adepto de la gran obra era la metamorfosis en si mismo de su alma y la elevación hasta el espíritu divino. Dicho de otra forma su meta era la iluminación en vez del poder ejercido sobre la materia.

Al reproducir en su laboratorio la Obra de Dios, el alquimista se eleva hacia él.

Existen documentos que enumeran una larga serie de manipulaciones que el adepto debe realizar para reproducir en su laboratorio la creación del mundo, tal como se nos describe en el Génesis.

Nos viene a la cabeza la imagen de un personaje sabio, inquieto y un tanto loco, cuando hablamos de la alquimia y más de quien la practica, esto preferentemente en una época medieval.

Para muchos el alquimista es un ser maldito o marginal que ejercía un poder no humano sobre la materia y que por esa misma razón, cometía una gravísima trasgresión, actualmente esa misma trasgresión se comete en los experimentos científicos que juegan con la genética y los embriones humanos y nadie, salvo algunos, dice o hace nada para impedirlo.

¿Porque al jugar con la vida, no se está cometiendo un proceso irreversible y de consecuencias imprevisibles para la humanidad misma?

Para el hombre de la antigüedad la vida tiene un carácter sagrado, sin embargo lo que hicieron los sabios mesopotámicos a pesar de su sentido de lo sagrado y de su interpretación mística de la vida, era intentar ejercer un poder sobre los elementos, y así elevarse a la altura de esos Dioses que en muchas ocasiones adoraban y temían, pero que deseaban imitar.

Esta puede ser la razón de que los primeros alquimistas aparecieran en Mesopotámia; aunque es en Egipto donde se encuentran auténticos sistemas y técnicas muy elaboradas sobre la naturaleza de los trabajos que realizaban los sabios egipcios.

De la misma forma, según leyendas que han llegado a nuestros días, en China la alquimia tuvo sus primeras prácticas, a mediados del siglo III milenio antes de nuestra era.

Sin embargo en ese momento no se hablaba de la alquimia tal como la entendemos hoy en día.

De ahí considerar que todas las técnicas que se empleaban en la antigüedad, afectaban a todas las ciencias que más tarde se agruparían bajo el término genérico de alquimia.

Los médicos, herreros y otros profesionales de la época podían desarrollar técnicas modernas en sus profesiones y entonces hacían las veces de alquimistas.

Al combinar algunos elementos y materiales, creaban nuevos productos y transformaban la naturaleza de ciertos elementos.

Lógicamente establecían reglas y límites ya en su tiempo, dando a entender que se preocupaban por la ética.

Según ellos había ciertas leyes que no se podían transgredir, y de estos principios surgió el espíritu de la alquimia.