No hace mucho, un individuo vulgar, en una entrevista en un medio escrito de amplia difusión espetó: “Si dices algo y no molestas a alguien … ¡no has dicho nada!” Verdaderamente, este personaje conoce muy poco de las leyes de la vida y ni siquiera merecería ser mencionado si no fuera por las enseñanzas espirituales que podemos extraer de un comentario tan negativo como el precedente.
Una actitud así demuestra desconocer el principio básico de “buen negocio” según es descrito por todos los sistemas que enseñan a vivir la vida en armonía con el universo y sobre todo en armonía con uno mismo. Nilton Bonder nos lo enseña en su obra La Kabbalah del Dinero. Este principio relativo a saber efectuar “negocios” provechosos donde quiera que nos manifestemos, se expresa de la siguiente manera:
Regla número uno, todas las partes favorecidas:
Para realizar una buena transacción con otro —un negocio propiamente dicho, un trato, una relación, una manifestación hablada— lo primero es conseguir que las dos o más partes salgan favorecidas. Es decir, que el que hable o llegue a un pacto se beneficie de ese pronunciamiento o esa negociación, pero la otra parte también. Cuando hablamos con los demás, consciente o inconscientemente estamos efectuando una transacción: damos y, después, recibiremos. Si no es así, si no nos beneficiamos ambos, saldremos mal parados, perjudicados, con pérdidas en ese pacto que hemos efectuado.
Regla número dos, nadie perjudicado:
La segunda premisa para efectuar un buen negocio consiste en cuidar que, adicionalmente, nadie más salga perjudicado. Por ejemplo, si vendemos un producto que nos beneficia a nosotros y a nuestros clientes pero está perjudicando al productor de la materia prima, por las razones que sean (precios abusivamente bajos, explotación obrera, etc.) es un mal negocio y, tarde o temprano, dejaremos de tener beneficios y experimentaremos dolorosas pérdidas. Aquí es preciso aclarar que estamos observando todos los ámbitos de relación y experiencia de un ser humano, no únicamente el dinero. Un individuo que cree que está realizando buenos negocios y sólo considera el nivel material, puede percatarse que gana gran cantidad de bienes materiales y no darse cuenta de que su vida está al mismo tiempo adquiriendo rasgos de miseria, soledad, conflicto o enfermedad.
Regla número tres, beneficio al entorno:
El tercer aspecto, tan importante como los dos anteriores, se refiere a que un buen negocio se puede considerar como tal cuando, además, beneficia a todo nuestro entorno. Es decir, no sólo no lo perjudicamos sino que adicionalmente lo mejoramos y, de esta manera, nuestro negocio, favorece a la sociedad, a la cultura, al arte, a nuestro medio ambiente, a la naturaleza, etc.
Evidentemente, el individuo que mencionamos al principio no respecta ninguna de las tres reglas del buen negocio: perjudica a aquél con quien habla, puesto que si espera una reacción emocional negativa es porque intenta hacer daño. Perjudica a todo el género humano porque promueve bajas pasiones, incultura, mala educación, peleas, conflictos, mentiras y murmuraciones, lo que resulta ser una lacra para la civilización y la corrección en las relaciones humanas. Y además, no beneficia a nadie, porque de lo malo es muy difícil extraer lo bueno.
En el caso que nos ocupa, ese mal negocio puede aportar beneficios aparentes e inmediatos en un plano, como puede ser el material, pero antes o después, en el recuento de resultados, no habrán beneficios sino pérdidas y quizás hasta una quiebra absoluta de nuestra capacidad de “hacer negocios”.
El Talmud dice que el ser humano debe hacer lo que lo dignifique a él y a toda la humanidad. Así, si somos cuidadosos en nuestras relaciones con los demás, de manera que toda nuestra interrelación se convierta en “un buen trato”, se trate de una conversación, una proclamación, un proyecto o una transacción, experimentaremos una vida de satisfacción, con retribución y beneficio, que alcanzará no sólo al plano material, sino también a todos los niveles de nuestra existencia y podremos experimentar los resultados de estar haciendo “un buen negocio” en nuestra vida.
Una actitud así demuestra desconocer el principio básico de “buen negocio” según es descrito por todos los sistemas que enseñan a vivir la vida en armonía con el universo y sobre todo en armonía con uno mismo. Nilton Bonder nos lo enseña en su obra La Kabbalah del Dinero. Este principio relativo a saber efectuar “negocios” provechosos donde quiera que nos manifestemos, se expresa de la siguiente manera:
Regla número uno, todas las partes favorecidas:
Para realizar una buena transacción con otro —un negocio propiamente dicho, un trato, una relación, una manifestación hablada— lo primero es conseguir que las dos o más partes salgan favorecidas. Es decir, que el que hable o llegue a un pacto se beneficie de ese pronunciamiento o esa negociación, pero la otra parte también. Cuando hablamos con los demás, consciente o inconscientemente estamos efectuando una transacción: damos y, después, recibiremos. Si no es así, si no nos beneficiamos ambos, saldremos mal parados, perjudicados, con pérdidas en ese pacto que hemos efectuado.
Regla número dos, nadie perjudicado:
La segunda premisa para efectuar un buen negocio consiste en cuidar que, adicionalmente, nadie más salga perjudicado. Por ejemplo, si vendemos un producto que nos beneficia a nosotros y a nuestros clientes pero está perjudicando al productor de la materia prima, por las razones que sean (precios abusivamente bajos, explotación obrera, etc.) es un mal negocio y, tarde o temprano, dejaremos de tener beneficios y experimentaremos dolorosas pérdidas. Aquí es preciso aclarar que estamos observando todos los ámbitos de relación y experiencia de un ser humano, no únicamente el dinero. Un individuo que cree que está realizando buenos negocios y sólo considera el nivel material, puede percatarse que gana gran cantidad de bienes materiales y no darse cuenta de que su vida está al mismo tiempo adquiriendo rasgos de miseria, soledad, conflicto o enfermedad.
Regla número tres, beneficio al entorno:
El tercer aspecto, tan importante como los dos anteriores, se refiere a que un buen negocio se puede considerar como tal cuando, además, beneficia a todo nuestro entorno. Es decir, no sólo no lo perjudicamos sino que adicionalmente lo mejoramos y, de esta manera, nuestro negocio, favorece a la sociedad, a la cultura, al arte, a nuestro medio ambiente, a la naturaleza, etc.
Evidentemente, el individuo que mencionamos al principio no respecta ninguna de las tres reglas del buen negocio: perjudica a aquél con quien habla, puesto que si espera una reacción emocional negativa es porque intenta hacer daño. Perjudica a todo el género humano porque promueve bajas pasiones, incultura, mala educación, peleas, conflictos, mentiras y murmuraciones, lo que resulta ser una lacra para la civilización y la corrección en las relaciones humanas. Y además, no beneficia a nadie, porque de lo malo es muy difícil extraer lo bueno.
En el caso que nos ocupa, ese mal negocio puede aportar beneficios aparentes e inmediatos en un plano, como puede ser el material, pero antes o después, en el recuento de resultados, no habrán beneficios sino pérdidas y quizás hasta una quiebra absoluta de nuestra capacidad de “hacer negocios”.
El Talmud dice que el ser humano debe hacer lo que lo dignifique a él y a toda la humanidad. Así, si somos cuidadosos en nuestras relaciones con los demás, de manera que toda nuestra interrelación se convierta en “un buen trato”, se trate de una conversación, una proclamación, un proyecto o una transacción, experimentaremos una vida de satisfacción, con retribución y beneficio, que alcanzará no sólo al plano material, sino también a todos los niveles de nuestra existencia y podremos experimentar los resultados de estar haciendo “un buen negocio” en nuestra vida.