Carlos Rojas tiene 45 años y 20 manejando gandolas. Dice que le ha ido muy bien transportando maquinaria pesada, madera, cemento, hierro, alimentos y últimamente sólo combustible, y que desde hace algún tiempo evita manejar de noche porque no quiere volver a toparse con un ánima en pena. “Venía rodando desde la Planta de Jose, en Anzoátegui, donde había cargado gas sin olor para llevar hasta Colombia. Llegué a Nueva Bolivia, en Barinas, cerca de las 10 de la noche y sobre la carretera recogí a un hombre que estaba pidiendo cola. Eso lo tenemos prohibido, pero la soledad pega duro y a veces necesitamos conversar con alguien. Al cabo de un rato sentí la cabina muy fría y se lo dije. Me respondió que él siempre andaba así, frío. No entendí, pero tampoco le metí mucho cerebro al asunto. Me contó que era Evangélico Pentecostal, me habló de su mujer y de sus cuatro muchachos, y me recomendó no manejar de noche porque las noches son para los espectros. A José Luarte, así me dijo que se llamaba, lo dejé poco antes de medianoche frente a una casita de tablas y barro en la orilla de la vía en Abejal, adonde me paré de nuevo tres días después a mi regreso de Colombia, para dejarle unos panes muy buenos que le compre allá a sus hijos, tal como le había ofrecido. Le pregunté por él a una mujer muy humilde que me abrió la puerta. Ella quedó pasmada. Quiso saber cuándo lo había visto y cómo estaba vestido. Le dije que tres días atrás, y que vestía camisa amarilla y pantalón blanco. Entramos al rancho. Allí me mostró una foto de su marido. Era el mismo hombre a quien le había dado la cola, José Luarte, fallecido 10 años atrás por arrollamiento en la vía. ´Ay mijo, esta no es la primera vez que lo ven por ahí, ya otras personas han venido para acá con el mismo cuento y siempre trayéndome comida para los muchachos´. Me mantuve cinco años cubriendo la misma ruta, pero más nunca manejé de noche”.