El pedido a los amigos del espacio 1zw0v2s 
EL PEDIDO A LOS AMIGOS DEL ESPACIO
 
Pregunta: ¿Puede haber peligro si nos entregamos a la orientación de cualquier desencarnado servicial, a fin de solucionar nuestros problemas particulares, siempre que confiemos en sus buenas intenciones?
Ramatís: Como simple ejemplo, os recordamos que sería bas­tante insensato e imprudente que el santo amoroso, movido por un sentimiento generoso, resolviera conducir la fogosa pareja de caballos que tiran del carruaje repleto de niños, y no tuviera habi­lidad en la conducción. De la misma forma, ciertos espíritus bue­nos y serviciales, pero sin experiencia, se transforman en "padri­nos" incondicionales de los encarnados, atendiendo toda clase de imprudencias y problemas materiales.
 
Los hombres que se entregan fácilmente a la orientación de cualquier desencarnado servicial, sin comprobar su gradación y competencia espiritual, pueden llegar a perder el coeficiente del buen sentido que es peculiar al ser humano normal. Muchos seres se sorprenden, después de su desencarnación, cuando comprueban la gradación mediocre de algunos pseudo-guías, que siempre esta­ban prontos para atender los pedidos más absurdos de la Tierra.
 
Pregunta: Entonces, ¿debemos suponer que los espíritus de gradación elevada son los únicos que pueden orientarnos satisfac­toriamente?
Ramatís: Algunos espíritus desencarnados y de poca gradación espiritual que permanecen ligados a las actividades de la Tierra, pueden serviros con cierto éxito en las soluciones de los problemas directos del mundo carnal, pues se infiltran con mucha facilidad en los ambientes físicos y perciben nítidamente las inten­ciones de los encarnados. De esa forma prevén algunos aconteci­mientos y orientan a sus inquietos consultantes para obtener me­jores negocios materiales; opinan sobre el noviazgo de la joven casadera; advierten sobre las amistades inconvenientes para la fa­milia, indican el trabajo para el joven negligente o aconsejan el cambio de sus pupilos hacia otro barrio más favorable.
 
No quedan dudas de que se trata de almas bien intenciona­das y cariñosas, que hacen lo posible para servir y ayudar espiritualmente. Pero es evidente que su bondad y ternura se vuelven hasta perjudiciales, porque incentivan el prejuicio, el interés y la codicia del terrícola. Son los encarnados los principales culpables de esa situación, puesto que algunos espíritus bondadosos, pacífi­cos y serviciales quedan ligados afectiva e ingenuamente a la tela seductora que les extienden desde la Tierra bajo el interés oculto. A través de los ruegos acentuados, la mente encarnada y subver­tida por ardientes deseos, enlaza al espíritu desencarnado bueno y confiado, transformándolo en un corredor activo del mundo as­tral, convocado a cada instante para cumplir con la inagotable mendicidad espiritual ejercida en la materia.
 
Es un acontecimiento muy común en las prácticas de la Umbanda, donde muchos asistentes buscan únicamente solucionar sus problemas particulares, transformando a los viejos negros y hu­mildes como "esclavos psíquicos". El verbo "pedir" se emplea sin ceremonia alguna, disfrazado por las afectadas demostraciones de cariño y gratitud de los encarnados, constituyéndose en un ver­dadero soborno espiritual destinado a conmover a los corazones generosos del Más Allá.
 
Los terrícolas paralíticos de la espiritualidad explotan la magnanimidad y piedad de esos espíritus bondadosos, sinceros y servi­ciales, para solucionar la transferencia del jefe indeseable de la repartición, o el traslado urgente del vecino impertinente, hasta la ayuda para la elección del político mañero, que promete "ayu­dar a los pobres" ni bien sea elegido. Aquí el militar de gradua­ción convoca a los servidores del astral para obtener una mejor promoción y menos trabajo; allí la señora repleta de joyas y frivo­lidades ruega para que se tomen las providencias necesarias para que su esposo regrese al hogar, aunque oculte sus caprichos y ce­los que lo apartaron; acullá, el jefe interesado, pide al protector que acentúe el pase del empleado solicitado para su dependencia, pero que lo retiene algún alto funcionario celoso. Así se organizan los trabajos especiales, como si fueran procesos de juicios urgentes.
 
Por otra parte, los espíritus servidores son llamados urgente­mente para atender con pases, descargas o medicamentos al jefe de la familia, víctima de un fuerte choque hepático después del opíparo banquete de carne de cerdo, o la jovencita posesionada, que después de tres días consecutivos de Carnaval frenético, es subyugada por la entidad desencarnada, que a través de su mediumnidad intenta seguir festejando el Carnaval en el último día de cenizas...
 
Pregunta: ¿Es censurable que nuestros amigos desencarnados nos ayuden cuanto les sea posible en solucionar los problemas y vicisitudes de nuestra existencia? ¿Si Dios permite que en la vida física cometamos equivocaciones y más tarde debemos repararlas, para merecer el premio espiritual exacto; eso no podría interpre­tarse como un acto de sadismo por parte del Creador?
Ramatís: Los espíritus desencarnados de buena índole hacen cuanto está a su alcance para ayudar a sus parientes, amigos y ad­miradores encarnados; y los más valientes se dedican a ayudar a sus adversarios practicando el Amor, que en verdad, es lo único que salva al hombre. Aunque esas almas no se evoquen en las se­siones mediúmnicas o en los hogares, acuden y ayudan a los en­carnados que merecen real ayuda en sus problemas aflictivos. Pero no es lícito que por eso hagan alianza con la ociosidad, el capri­cho y la comodidad tan común entre los terrícolas irresponsables, y que no condice con su elevada gradación espiritual. Es de sen­tido común que si los padres no pueden apartar a sus hijos de la senda del vicio o de los placeres peligrosos, por lo menos eviten apoyarlos o atenderlos en las solicitudes ilícitas.
 
De la misma forma, los espíritus inteligentes no atienden a los ruegos que pueden anular el discernimiento y la libre iniciativa de los encarnados, o incitarlos a la mendicidad con los desencarna­dos mal intencionados. Conforme dice el concepto de que "la fun­ción hace al órgano", es lógico que la falta de ejercicio del racio­cinio termina por ofuscar la mente del hombre, como huir de la experiencia que ofrecen los problemas comunes de la vida física, anquilosando la sensibilidad espiritual.
 
Dios no exige que sus hijos se equivoquen primero en el con­tacto con el mundo material, para después darles el apoyo o discernimiento espiritual. El objetivo principal de la experimenta­ción humana, aunque surjan equívocos, es desenvolver en el espíritu la capacidad de raciocinio y hacerlo consciente, experto y receptivo a la evocación de lo Alto. Los espíritus estoicos en­frentan la existencia humana con ánimo y buena voluntad, porque reconocen la necesidad de apresurar su tono espiritual para inte­grarse rápidamente a la humanidad angélica. No tenemos cons­tancia, en la historia de la vida de Jesús, que haya invocado constantemente a los ángeles para que le resolvieran los proble­mas comunes; sus ruegos los dedicaba siempre en favor de los des­heredados de la suerte y nunca en su propio beneficio.
 
Pregunta: ¿Qué tipo de recursos o providencias adoptan los guías para ayudarnos en el transcurso de la vida terrena?
Ramatís: Ya lo hemos dicho; los espíritus prudentes y bene­factores tratan de despertar las energías superiores de vuestra al­ma, antes que ayudaros a acumular fortuna. Prefieren retardaros hasta la salud física, si os ayuda a libraros de los excesos y abusos nocivos para la armonía espiritual. Su principal objetivo es ayu­daros a dominar el orgullo, la vanidad, la crueldad, el odio, la avaricia o la deshonestidad, cualidad ésta que sólo conseguís a través de las dificultades materiales o por el sufrimiento redentor.
 
Aunque esos amigos desencarnados os amen profundamente, no deben asumir el papel de "resuélvelo todo" de la espiritualidad, comprometiéndose a descubriros los negocios turbios, las empresas deshonestas o hechos censurables. Aunque algunas veces hayan sido parientes carnales, después de la muerte física reconocen el enorme perjuicio generado por la devoción fanática a los familia­res encarnados, cuando éstos persisten en abdicar del esfuerzo propio para ejercer un intercambio mediúmnico puramente in­teresado.
 
Pregunta: Por consecuencia, los guías no nos pueden ayudar a solucionar los problemas materiales, puesto que sólo deben asis­tir a nuestro desenvolvimiento espiritual y recuperación moral, ¿no es verdad?
Ramatís: Los guías jamás dejan de asistiros espiritualmente, sea cual fuera la necesidad de vuestra vida, aún con relación a los problemas comunes de la vida cotidiana; alguien de "este lado" se presta siempre para cooperar desinteresadamente. Pero ello se realiza a través de la vía de la inspiración o la sugestión benefactora, afirmando el mérito de la buena escuela, de acuerdo a vues­tro discernimiento espiritual.
 
Bajo cualquier hipótesis, los protectores os inspiran en los ne­gocios honestos y realizaciones venturosas, apartando a sus tute­lados de las transacciones lucrativas, puesto que arrojan enormes perjuicios materiales al prójimo. Ellos os evitan todas las ventajas o confort de la vida carnal, siempre que esto pueda agravar vues­tra deuda kármica, con el consecuente perjuicio para el espíritu inmortal. Los desencarnados serios y responsables no aceptan, en el Más Allá, la función de Investigadores de la Policía en procura de distinciones en la materia. Cuando os inspiran lo hacen única­mente en el sentido del Bien, pues su principal objetivo es libera­ros del compromiso espiritual, que más tarde puede arrojaros a los charcos pestilentes del mundo astral.
 
Pregunta: ¿Nos podéis aclarar mejor ese aspecto según el cual nuestros guías nos ayudan espiritualmente, aunque seamos perju­dicados materialmente?
Ramatís: Supongamos que deseáis vender un automóvil de­fectuoso y desvalorizado, que impresiona en su apariencia, pero que causará enormes perjuicios al comprador sin experiencia; de dos compradores, uno acepta el precio exorbitante que se le im­pone, mientras que el otro sólo ofrece el valor justo y equitativo de la mercadería. Íntimamente creéis que vuestro guía espiritual ha de ayudaros a realizar el mejor negocio, es decir, que se venda por el precio más alto; no, vuestro protector, interesado en la re­ducción de vuestra deuda kármica y progreso espiritual, no ha de transigir con el negocio deshonesto en perjuicio ajeno. Siempre que le fuera posible intervenir, hará todo lo posible para que el automóvil sea vendido a aquel que ofrece menor precio, puesto que es lo más justo y de menor perjuicio para el prójimo.
 
Pregunta: Consideremos que el hombre peca al generar un pensamiento deshonesto, ¿por ventura quedará exceptuado de cul­pa espiritual porque el guía impidió a su protegido concretar una transacción poco digna que había deliberado premeditadamente?
Ramatís: En verdad, el hombre comete pecado desde el mo­mento que emite un pensamiento ruin. También es evidente que el espíritu que proyecta negocios ilícitos es de índole perversa, ejecute o no esa transacción deshonesta. Su deficiencia espiritual no se comprueba porque piense mal o tenga negocios deshonestos; eso es el fruto natural de su temperamento, de su psiquismo, de su índole psicológica, que lo induce a proceder en forma irregular. Si el guía evita que su tutelado practique acciones ilícitas, también evita que sufra en el futuro cuando recoge la cosecha dañina. El pensamiento ruin acarrea perjuicios y estigmatiza espiritualmente a su propio autor, pero una vez materializado es cuando exige la reparación total del perjuicio ocasionado.

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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal? 
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.