Las parábolas del Deán
82.- La historia del helecho y el bambú (Perseverancia)
11 diciembre, 2010 | Tineo
Se cuenta que una persona cansada de luchar decidió darse por vencida. Renunció a su trabajo, a sus relaciones, incluso a su espiritualidad. Quería renunciar a su vida. Se fue al bosque para tener una última charla con Dios.
Llegando le preguntó a Dios: “¿Podrías darme una buena razón, para no darme por vencido?”
La respuesta le sorprendió: “Mira a tu alrededor: ¿Ves el helecho y el bambú?” Respondió que sí.
“Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz, les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla del bambú. Sin embargo no renuncié al bambú. En el segundo año, el helecho creció más brillante y abundante. Y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. En el tercer y cuarto año, aún nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié. En el quinto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. No renuncié. Luego en el sexto nada, hasta el séptimo año, un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho, era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo seis meses después, el bambú creció, más de 100 pies de altura.
¿Tardó seis meses en crecer? No. La verdad es que se tomó siete años y seis meses en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.
Dios le dijo: “No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar. ¿Sabías que todo este tiempo, que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? Si no renuncié al bambú, nunca renunciaré a ti. No te compares con otros: El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo ambos eran necesarios y hacen del bosque un lugar hermoso. Tu tiempo vendrá, ¡crecerás muy alto!” Entonces preguntó al final: “¿Y qué tan alto debo crecer?” En respuesta Dios le hizo otra pregunta: “¿Qué tan alto crecerá el bambú?”. Contestó: “Supongo que tan alto como pueda”.
Dios nunca renunciará a nosotros. Quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y le grita: “¡Crece!”. El bambú japonés crece más de 30 metros y algunos llegan a crecer un metro diario.
En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo, abandonan súbitamente, justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Aunque resulte arduo o frustrante, quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito, cuando éste al fin se materialice. El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.
Y el mayor triunfo es, después de haber luchado pacientemente por amarle más en esta vida, gozar plenamente a Dios y con Dios al final por una eternidad.
82.- La historia del helecho y el bambú (Perseverancia)
11 diciembre, 2010 | Tineo
Se cuenta que una persona cansada de luchar decidió darse por vencida. Renunció a su trabajo, a sus relaciones, incluso a su espiritualidad. Quería renunciar a su vida. Se fue al bosque para tener una última charla con Dios.
Llegando le preguntó a Dios: “¿Podrías darme una buena razón, para no darme por vencido?”
La respuesta le sorprendió: “Mira a tu alrededor: ¿Ves el helecho y el bambú?” Respondió que sí.
“Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. Les di luz, les di agua. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla del bambú. Sin embargo no renuncié al bambú. En el segundo año, el helecho creció más brillante y abundante. Y nuevamente, nada creció de la semilla de bambú. Pero no renuncié al bambú. En el tercer y cuarto año, aún nada brotó de la semilla de bambú. Pero no renuncié. En el quinto año, nuevamente, nada salió de la semilla de bambú. No renuncié. Luego en el sexto nada, hasta el séptimo año, un pequeño brote salió de la tierra. En comparación con el helecho, era aparentemente muy pequeño e insignificante. Pero sólo seis meses después, el bambú creció, más de 100 pies de altura.
¿Tardó seis meses en crecer? No. La verdad es que se tomó siete años y seis meses en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.
Dios le dijo: “No le daría a ninguna de mis creaciones un reto que no pudiera sobrellevar. ¿Sabías que todo este tiempo, que has estado luchando, realmente has estado echando raíces? Si no renuncié al bambú, nunca renunciaré a ti. No te compares con otros: El bambú tenía un propósito diferente al del helecho, sin embargo ambos eran necesarios y hacen del bosque un lugar hermoso. Tu tiempo vendrá, ¡crecerás muy alto!” Entonces preguntó al final: “¿Y qué tan alto debo crecer?” En respuesta Dios le hizo otra pregunta: “¿Qué tan alto crecerá el bambú?”. Contestó: “Supongo que tan alto como pueda”.
Dios nunca renunciará a nosotros. Quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y le grita: “¡Crece!”. El bambú japonés crece más de 30 metros y algunos llegan a crecer un metro diario.
En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo, abandonan súbitamente, justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Aunque resulte arduo o frustrante, quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito, cuando éste al fin se materialice. El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.
Y el mayor triunfo es, después de haber luchado pacientemente por amarle más en esta vida, gozar plenamente a Dios y con Dios al final por una eternidad.