Buenas madrugadas:
Por alguna razón causal, llegó a mis manos este artículo que quiero compartir con todos los hermanos de este foro. El artículo "trasluce" entre líneas principios universales de comportamiento entre maestro y discípulo, que en nuestro culto sería "padrino ó madrina espiritual" y "materia" ; "materia" y "banco" .
En nuestro culto tenemos muchas y concretas características que nos diferencian de otras religiones ó cultos, cada una de éstas tienen sus reglas particulares; pero lo que sí une a todas estas corrientes religiosas, lo que sí trasciende sobre los idiomas, creencias, razas y lugares es que todas toditicas buscan la paz espiritual, la elevación del espíritu, la sanación del cuerpo y la mente, el servicio de quienes trabajamos en ella para y por el prójimo y el entorno, y la férrea fé que nos acompaña día y noche y no nos deja desfallecer en ningún momento del día, es como nuestra gasolina, buscando a cada momento la libertad y evolución espiritual.
Espero que disfruten la lectura y que le puedan sacar provecho para su vida espiritual y personal.
Primera Ley : “El verdadero estudiante de la vida empieza estudiándose a sí mismo”.
Este principio, el más importante de todos, afirma que el verdadero estudiante de la vida, de la Tierra, o del infinito Cosmos, al comprender la existencia y naturaleza de una gota de agua puede fundirse con el océano.
Una criatura viviente y una estrella no están tan separadas como podrían aparentarlo. Cada existencia se encuentra interconectada y se rige bajo las mismas leyes. Según viejas enseñanzas esotéricas, la atenta observación de uno mismo puede transformarse en una herramienta poderosa para penetrar en los misterios de la naturaleza y sus mecanismos.
El silencio y la meditación son buenas consejeras para adquirir momentos de paz y claridad, instantes en donde nuestra mente “verá” claro y podrá evaluar, sentir e interpretar nuestro camino, la mente debe observar sin juzgar lo que ve. Entonces automáticamente nuestro sexto sentido —o intuición, si preferimos llamarla así— nos advertirá los pasos correctos para nuestra evolución y aprendizaje, y las circunstancias y acciones que en una próxima ocasión deberíamos evitar. Pero la atenta observación de uno mismo no sólo involucra la meditación en sí misma, sino un estado de conciencia de todo cuanto hacemos en nuestro desenvolver cotidiano. Hay cosas que pueden —y deben— modificarse. Y otras que son inherentes a nuestro aprendizaje. Ver nuestra vida desde afuera, como si fuésemos científicos que están pendientes de cada detalle, de cada paso de aquel ser humano que somos nosotros, es un buen ejercicio para comprender desde otra perspectiva el milagro maravilloso que es nuestra existencia, y desde la cual podemos ver el Universo entero.
Segunda Ley: “La luz verdadera alumbra o ciega según la actitud del estudiante”.
La definición más aceptada de la luz sostiene que es una onda electromagnética capaz de ser percibida por el ojo humano. Su frecuencia determina su color. Si le pedimos a alguien que visualice un haz de luz, o una radiación lumínica, lo más frecuente es que imagine un resplandor blanco, brillante y muy claro. Es como si el color blanco reuniera o sintetizara los diferentes matices de la luz, existen “varios” estados en la naturaleza de la luz. Dicen que la luz puede ser alterada, modificada, y empleada a conciencia para distintos fines. En otras palabras, este principio enseña dos cosas concretas:
1. Que el conocimiento verdadero es por naturaleza inocuo. No va a izquierda o derecha, no pierde su balance. Sencillamente, “Es”.
2. Es de responsabilidad del estudiante hacer buen uso del conocimiento. Este puede “iluminar” —conciencia, crecimiento—, o “cegar” —confundir, desorientar— si se lleva a cabo un empleo indebido de lo recibido.
Por ello la luz verdadera alumbra o ciega según la actitud del estudiante. Es interesante constatar que el comportamiento de la luz que estudian los científicos no escapa a la enseñanza de este principio. Veamos un ejemplo sencillo: Todos sabemos que es peligroso mirar directamente al Sol, pues su radiación podría lesionar nuestros ojos. Ello no quiere decir que nuestra estrella —una enana amarilla— sea “negativa”, pues nos da calor, abrigo, y permite que la vida sea posible en el planeta. Sin embargo, en ciertos momentos sí se puede ver la figura solar, como en el amanecer. Algo similar ocurre con el conocimiento. El mal uso del conocimiento se ha registrado desde épocas muy antiguas. Grandes civilizaciones precipitaron su desaparición al perder la línea original de las enseñanzas recibidas. Por ello la “luz” alumbra o ciega de acuerdo a nuestra actitud.
Tercera Ley : “El verdadero guía espiritual batalla amando a su enemigo”.
Este principio sostiene que cada acción posee una energía. Desde el acto de la guerra a las más sublimes manifestaciones de amor. Por ejemplo, en experimentos científicos se ha demostrado que un pensamiento positivo tiene mayor energía que un conjunto de pensamientos negativos. Es decir, combatir el fuego con fuego, no es la mejor fórmula, y más aún cuando los principios universales —como el de causa y efecto— están operando constantemente. El verdadero “guía espiritual” enfrenta las cosas con amor.
El sabio chino Lao Tse impartía una forma adecuada para hacer frente a ese conflicto: la quietud.
El árbol manso y moldeable, era más resistente a las embestidas del viento, frente a un árbol duro y rígido, que corría el riesgo de romperse. Y es que, erróneamente, se ha pensado que una actitud calmada y pacífica es sinónimo de debilidad. Al contrario, es una muestra de poder y control interno. En un mundo donde es evidente la pugna de fuerzas, la paz interior es la espada que protege al guia espiritual. Él comprende la naturaleza de su adversario. Por ello lo ama, no lo odia. Y he allí el secreto del tercer enunciado. El batalla amando al enemigo porque su lucha no es un acto de resistencia, sino de no-resistencia, una actitud llena de paz, de quietud, de comprensión, de perdón y, por consecuencia, de control de la situación.
Cuarta Ley : “La verdadera protección radica en el control del miedo interior”.
Este nuevo principio que tratamos explora un poco más allá estas situaciones de conflicto, hablando concretamente del miedo y la protección. ¿Qué significa la protección? ¿Por qué su efectividad depende del control de nuestros propios miedos? Habitualmente, definimos como “miedo” a una intensa emoción desagradable, activada por la percepción de un peligro —sea este real o supuesto—, ante una situación no deseada, o de cara a una experiencia desconocida, desarrollándose en tiempo presente o con inquietud de que ocurra en el futuro. Para muchos estudiosos, el miedo es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural a la “amenaza”. En el caso humano, muchas veces puede ocurrir ante un evento que el individuo no desea por alguna u otra razón. O que, sencillamente, desconoce, y esa situación le hace sentir indefenso. Las explicaciones, desde luego, son diversas. Pero todas concluyen de alguna u otra forma en que el miedo no es contraproducente, sino que opera como un mecanismo natural de supervivencia y adaptación. Si éste se desborda ante situaciones que tienen control, se podría interpretar como un error de percepción. En otras palabras, muchas veces el miedo puede derivar de la “ignorancia”. En todos los casos, el control del miedo es una herramienta fundamental para enfrentar las situaciones de riesgo o peligro. Es fácil de deducir que la iniciación en el conocimiento puede disminuir la tendencia al miedo irracional. Los grandes Maestros de la historia humana siempre hicieron énfasis en no temer, pues la verdad estaba viva y nada ni nadie podía hacerles daño. Cuando el caminante conoce cómo operan las leyes universales, el miedo irracional empieza a desaparecer. La verdadera protección radica en el control del miedo interior porque de nada sirve conocer las leyes y ser asistidos por fuerzas superiores, si es que en la misma medida tenemos miedo y aprensión. La mayor protección del caminante es el dominio de sus propios fantasmas y temores.
Quinta Ley: “El verdadero maestro enseña con el ejemplo” .
La sencillez y contundencia de este principio fundamental, no requiere mayor explicación. Es un consejo antiguo, lleno de sabiduría, y que ha pervivido a través de las edades de la historia. Hoy en día, se ha convertido prácticamente en un adagio popular: “La acción determina cómo pensamos”. El verdadero Maestro enseña con el ejemplo; es decir, que el poder de su sabiduría se encuentra en la acción, en la obra, como reflejo de sus pensamientos. Un Maestro es vehículo de conocimiento. Y lo debe inspirar primordialmente con su propia vida. En estos años, aprendí estas cuatro verdades sobre la maestría espiritual:
1. Un verdadero Maestro no procura generar dependencias. Procura formar nuevos maestros y no más discípulos permanentes. Su misión no está en formar seguidores, sino conciencias libres.
2. Un verdadero Maestro es humilde por naturaleza. No es perfecto, a pesar de su conocimiento. Puede equivocarse en su sana intención, pero también reconoce el error y lo enmienda con amor y tranquilidad.
3. Un verdadero Maestro no obliga a aceptar sus enseñanzas. Ni impone su punto de vista. Sólo lo expone con amor y sabiduría. Otorga sin juicio alguno el conocimiento y deja que los oídos que están listos para escuchar, escuchen.
4. Un verdadero Maestro es coherente en sus actos con lo que dice y enseña. Si no es así, algo no está marchando bien.
Básicamente, estas cuatro verdades que aprendí armonizan perfectamente en el conocimiento que encierra El verdadero Maestro; éste enseña con el ejemplo.
Sexta Ley : “El verdadero mensajero es aquel que solo transmite el mensaje”.
Un mensajero, un guía espiritual es puente de una información. Un instrumento del Universo para hacer llegar determinado conocimiento o enseñanza. Por ello, su participación en esa importante tarea no altere la real naturaleza del mensaje que se debe entregar. De lo contrario, podría afectar la esencia de lo recibido. En otras palabras, debe evitar cualquier tipo de contaminación del mensaje que debe compartir.
Muchas veces los mensajes recibidos son alterados inconscientemente por nuestra particular forma de entenderlos y procesarlos, por nuestro carácter y opinión previa sobre ciertos asuntos, e inclusive bajo la influencia de intereses personales.
Séptima Ley : “La fe verdadera se sustenta en el conocimiento”.
Nos encontramos ante una de las fuerzas más poderosas del Universo. Una fuerza que puede ser empleada por el ser humano para cambiar el rumbo de los acontecimientos, modificar su vida, entorno, o al propio planeta. Podría decirse que es una energía, capaz de hacer cualquier cosa. Pero nadie sabe exactamente qué es la fe.
Habitualmente se la define como “la convicción de lo que uno no puede ver”. También podría traducirse como creer. Y aquí empiezan a accionar los principios universales, el “secreto” que yace detrás de la fe. ¿Qué quiso decir Jesús al afirmar que si tuviéramos fe del tamaño de un “grano de mostaza”, podríamos desplazar montañas? ¿Fue sólo un símbolo aquel ejemplo? ¿O encierra una verdad antigua? La fe, en realidad, no es un acto ciego o irracional. La razón de ser de la fe puede hallarse en un conocimiento que la sustente, por qué y cómo actúa. ¿Esto quiere decir que podríamos mover físicamente las montañas, tal como señalaba Jesús? Sin duda. Se puede. Pero para lograr aquellas cosas “increíbles” debemos generar una cantidad importante de energía. Por lo menos, del volumen de un grano de mostaza. Este principio enseña que la fe no mueve montañas sólo por los sentimientos o anhelos humanos, por más poderosos que sean.
Habla de leyes espirituales poderosas que podrían explicar cómo opera lo que llamamos fe. Si sumamos ese conocimiento a nuestra poderosa capacidad de crear lo que creemos, habremos cruzado la línea que separa el discipulado de la maestría. He allí el secreto y sabiduría de esta ley.
Para explicarlo de otra forma:
1. Conocerse a uno mismo para conocer al Universo.
2. Comprender la naturaleza de la luz y el conocimiento verdaderos.
3. Saber enfrentar las adversidades a través del amor y la no resistencia.
4. Controlar nuestras emociones para hacer efectiva nuestra propia protección.
5. Ser ejemplo de lo que hemos aprendido.
6. Comprender que el mensaje es más importante que el mensajero.
7. Fortalecer nuestra fe en el conocimiento.
Octava Ley : “La sagrada doctrina se torna aun más sagrada si se es consecuente con ella”.
¿Qué significa este nuevo principio? Habla de la “doctrina”. Pero no en la acepción que muchas veces se relaciona a las religiones organizadas, sino como un conjunto de enseñanzas o principios. Ser consecuente con las enseñanzas espirituales significa no traicionar nuestro compromiso con nosotros mismos y la religión ó culto. Servir amorosamente a los principios que nos inspiraron e iluminaron. En suma, al propósito superior de nuestra misión. Así, en cada acción y esfuerzo, los designios superiores serán santificados, envueltos de una energía de voluntad y servicio. Se harán fuertes y adquirirán vida propia. Se transformarán en el alma colectiva de un grupo que trabaja en la luz. Y esa energía protegerá y asistirá al caminante, y le ayudará en la consecución de la obra.
Novena Ley : “El verdadero templo es aquel que se construye sobre la base de sentimientos, pensamientos y actitudes”.
Habitualmente definimos a un templo como un lugar para oración. El término proviene del latín templum, que designa un edificio sagrado. En la antigüedad, se le asociaba al cosmos —como si el cielo tuviese su reflejo en la Tierra—, y muchas culturas irguieron maravillosas construcciones para comunicarse con aquellos secretos de la bóveda celeste. Antes del cristianismo, Sumeria, Egipto, Grecia o las culturas americanas —entre ellas los mayas e incas— poseían importantes templos, en donde no sólo se consagraban al Sol o las estrellas, sino también a la propia naturaleza. Sin embargo, templo no sólo designa una construcción humana para las prácticas místicas y la oración. La novena ley nos dice ahora que luego de ese proceso, estamos creando un templo “espiritual”. Por ello advierte que el templo verdadero “…se construye sobre la base de sentimientos, pensamientos y actitudes”. Este principio nos dice que todo lo que sentimos pensamos y hacemos nutre, alimenta y construye nuestro Templo Verdadero que es el espiritual y está dentro de cada uno.
Décima Ley : “El verdadero místico es aquel que pone en práctica los principios del Cielo y que muere constantemente por amor al prójimo” .
Es difícil describir la belleza y verdad que encierra este principio. Sintetiza el espíritu de todo verdadero espiritista, poner en práctica los principios que rigen el Universo y aplicarlos en el servicio a los demás. Y casi siempre en silencio. No hay mayor misterio, pues “los principios del Cielo” no son otra cosa más que las leyes universales. Pero, ¿qué significa morir constantemente por amor al prójimo?
Es una alegoría que señala el sacrificio por amor a los demás. El “sacro-oficio” o nuestro trabajo santo por el próximo, al que tenemos más cerca. Esto quiere decir que nuestra vida debe ser una labor de servicio sin esperar nada a cambio. Una tarea que puede requerir en ciertas circunstancias de grandes pruebas y esfuerzos para purificar nuestras intenciones y el alcance de la obra. “Morir constantemente” expresa constancia en esa misión.
NOTA: Este artículo es una adaptación del libro “Los 10 Principios Espirituales de la Hermandad Blanca” de Ricardo González.
...Que todo lo que pase por vos, se transforme...
...Somos un mar de conocimientos gracias a los arroyos de sabiduría que nos nutrieron...
...Aprendemos de lo sencillo, simplemente con mirar la destreza de la hoja como le baila al viento y a pesar que la eleva y la eleva cae a la tierra con la suavidad humilde de su danza...
Que mi mamaita santa me los cuide y bendiga hoy y siempre
Por alguna razón causal, llegó a mis manos este artículo que quiero compartir con todos los hermanos de este foro. El artículo "trasluce" entre líneas principios universales de comportamiento entre maestro y discípulo, que en nuestro culto sería "padrino ó madrina espiritual" y "materia" ; "materia" y "banco" .
En nuestro culto tenemos muchas y concretas características que nos diferencian de otras religiones ó cultos, cada una de éstas tienen sus reglas particulares; pero lo que sí une a todas estas corrientes religiosas, lo que sí trasciende sobre los idiomas, creencias, razas y lugares es que todas toditicas buscan la paz espiritual, la elevación del espíritu, la sanación del cuerpo y la mente, el servicio de quienes trabajamos en ella para y por el prójimo y el entorno, y la férrea fé que nos acompaña día y noche y no nos deja desfallecer en ningún momento del día, es como nuestra gasolina, buscando a cada momento la libertad y evolución espiritual.
Espero que disfruten la lectura y que le puedan sacar provecho para su vida espiritual y personal.
Primera Ley : “El verdadero estudiante de la vida empieza estudiándose a sí mismo”.
Este principio, el más importante de todos, afirma que el verdadero estudiante de la vida, de la Tierra, o del infinito Cosmos, al comprender la existencia y naturaleza de una gota de agua puede fundirse con el océano.
Una criatura viviente y una estrella no están tan separadas como podrían aparentarlo. Cada existencia se encuentra interconectada y se rige bajo las mismas leyes. Según viejas enseñanzas esotéricas, la atenta observación de uno mismo puede transformarse en una herramienta poderosa para penetrar en los misterios de la naturaleza y sus mecanismos.
El silencio y la meditación son buenas consejeras para adquirir momentos de paz y claridad, instantes en donde nuestra mente “verá” claro y podrá evaluar, sentir e interpretar nuestro camino, la mente debe observar sin juzgar lo que ve. Entonces automáticamente nuestro sexto sentido —o intuición, si preferimos llamarla así— nos advertirá los pasos correctos para nuestra evolución y aprendizaje, y las circunstancias y acciones que en una próxima ocasión deberíamos evitar. Pero la atenta observación de uno mismo no sólo involucra la meditación en sí misma, sino un estado de conciencia de todo cuanto hacemos en nuestro desenvolver cotidiano. Hay cosas que pueden —y deben— modificarse. Y otras que son inherentes a nuestro aprendizaje. Ver nuestra vida desde afuera, como si fuésemos científicos que están pendientes de cada detalle, de cada paso de aquel ser humano que somos nosotros, es un buen ejercicio para comprender desde otra perspectiva el milagro maravilloso que es nuestra existencia, y desde la cual podemos ver el Universo entero.
Segunda Ley: “La luz verdadera alumbra o ciega según la actitud del estudiante”.
La definición más aceptada de la luz sostiene que es una onda electromagnética capaz de ser percibida por el ojo humano. Su frecuencia determina su color. Si le pedimos a alguien que visualice un haz de luz, o una radiación lumínica, lo más frecuente es que imagine un resplandor blanco, brillante y muy claro. Es como si el color blanco reuniera o sintetizara los diferentes matices de la luz, existen “varios” estados en la naturaleza de la luz. Dicen que la luz puede ser alterada, modificada, y empleada a conciencia para distintos fines. En otras palabras, este principio enseña dos cosas concretas:
1. Que el conocimiento verdadero es por naturaleza inocuo. No va a izquierda o derecha, no pierde su balance. Sencillamente, “Es”.
2. Es de responsabilidad del estudiante hacer buen uso del conocimiento. Este puede “iluminar” —conciencia, crecimiento—, o “cegar” —confundir, desorientar— si se lleva a cabo un empleo indebido de lo recibido.
Por ello la luz verdadera alumbra o ciega según la actitud del estudiante. Es interesante constatar que el comportamiento de la luz que estudian los científicos no escapa a la enseñanza de este principio. Veamos un ejemplo sencillo: Todos sabemos que es peligroso mirar directamente al Sol, pues su radiación podría lesionar nuestros ojos. Ello no quiere decir que nuestra estrella —una enana amarilla— sea “negativa”, pues nos da calor, abrigo, y permite que la vida sea posible en el planeta. Sin embargo, en ciertos momentos sí se puede ver la figura solar, como en el amanecer. Algo similar ocurre con el conocimiento. El mal uso del conocimiento se ha registrado desde épocas muy antiguas. Grandes civilizaciones precipitaron su desaparición al perder la línea original de las enseñanzas recibidas. Por ello la “luz” alumbra o ciega de acuerdo a nuestra actitud.
Tercera Ley : “El verdadero guía espiritual batalla amando a su enemigo”.
Este principio sostiene que cada acción posee una energía. Desde el acto de la guerra a las más sublimes manifestaciones de amor. Por ejemplo, en experimentos científicos se ha demostrado que un pensamiento positivo tiene mayor energía que un conjunto de pensamientos negativos. Es decir, combatir el fuego con fuego, no es la mejor fórmula, y más aún cuando los principios universales —como el de causa y efecto— están operando constantemente. El verdadero “guía espiritual” enfrenta las cosas con amor.
El sabio chino Lao Tse impartía una forma adecuada para hacer frente a ese conflicto: la quietud.
El árbol manso y moldeable, era más resistente a las embestidas del viento, frente a un árbol duro y rígido, que corría el riesgo de romperse. Y es que, erróneamente, se ha pensado que una actitud calmada y pacífica es sinónimo de debilidad. Al contrario, es una muestra de poder y control interno. En un mundo donde es evidente la pugna de fuerzas, la paz interior es la espada que protege al guia espiritual. Él comprende la naturaleza de su adversario. Por ello lo ama, no lo odia. Y he allí el secreto del tercer enunciado. El batalla amando al enemigo porque su lucha no es un acto de resistencia, sino de no-resistencia, una actitud llena de paz, de quietud, de comprensión, de perdón y, por consecuencia, de control de la situación.
Cuarta Ley : “La verdadera protección radica en el control del miedo interior”.
Este nuevo principio que tratamos explora un poco más allá estas situaciones de conflicto, hablando concretamente del miedo y la protección. ¿Qué significa la protección? ¿Por qué su efectividad depende del control de nuestros propios miedos? Habitualmente, definimos como “miedo” a una intensa emoción desagradable, activada por la percepción de un peligro —sea este real o supuesto—, ante una situación no deseada, o de cara a una experiencia desconocida, desarrollándose en tiempo presente o con inquietud de que ocurra en el futuro. Para muchos estudiosos, el miedo es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural a la “amenaza”. En el caso humano, muchas veces puede ocurrir ante un evento que el individuo no desea por alguna u otra razón. O que, sencillamente, desconoce, y esa situación le hace sentir indefenso. Las explicaciones, desde luego, son diversas. Pero todas concluyen de alguna u otra forma en que el miedo no es contraproducente, sino que opera como un mecanismo natural de supervivencia y adaptación. Si éste se desborda ante situaciones que tienen control, se podría interpretar como un error de percepción. En otras palabras, muchas veces el miedo puede derivar de la “ignorancia”. En todos los casos, el control del miedo es una herramienta fundamental para enfrentar las situaciones de riesgo o peligro. Es fácil de deducir que la iniciación en el conocimiento puede disminuir la tendencia al miedo irracional. Los grandes Maestros de la historia humana siempre hicieron énfasis en no temer, pues la verdad estaba viva y nada ni nadie podía hacerles daño. Cuando el caminante conoce cómo operan las leyes universales, el miedo irracional empieza a desaparecer. La verdadera protección radica en el control del miedo interior porque de nada sirve conocer las leyes y ser asistidos por fuerzas superiores, si es que en la misma medida tenemos miedo y aprensión. La mayor protección del caminante es el dominio de sus propios fantasmas y temores.
Quinta Ley: “El verdadero maestro enseña con el ejemplo” .
La sencillez y contundencia de este principio fundamental, no requiere mayor explicación. Es un consejo antiguo, lleno de sabiduría, y que ha pervivido a través de las edades de la historia. Hoy en día, se ha convertido prácticamente en un adagio popular: “La acción determina cómo pensamos”. El verdadero Maestro enseña con el ejemplo; es decir, que el poder de su sabiduría se encuentra en la acción, en la obra, como reflejo de sus pensamientos. Un Maestro es vehículo de conocimiento. Y lo debe inspirar primordialmente con su propia vida. En estos años, aprendí estas cuatro verdades sobre la maestría espiritual:
1. Un verdadero Maestro no procura generar dependencias. Procura formar nuevos maestros y no más discípulos permanentes. Su misión no está en formar seguidores, sino conciencias libres.
2. Un verdadero Maestro es humilde por naturaleza. No es perfecto, a pesar de su conocimiento. Puede equivocarse en su sana intención, pero también reconoce el error y lo enmienda con amor y tranquilidad.
3. Un verdadero Maestro no obliga a aceptar sus enseñanzas. Ni impone su punto de vista. Sólo lo expone con amor y sabiduría. Otorga sin juicio alguno el conocimiento y deja que los oídos que están listos para escuchar, escuchen.
4. Un verdadero Maestro es coherente en sus actos con lo que dice y enseña. Si no es así, algo no está marchando bien.
Básicamente, estas cuatro verdades que aprendí armonizan perfectamente en el conocimiento que encierra El verdadero Maestro; éste enseña con el ejemplo.
Sexta Ley : “El verdadero mensajero es aquel que solo transmite el mensaje”.
Un mensajero, un guía espiritual es puente de una información. Un instrumento del Universo para hacer llegar determinado conocimiento o enseñanza. Por ello, su participación en esa importante tarea no altere la real naturaleza del mensaje que se debe entregar. De lo contrario, podría afectar la esencia de lo recibido. En otras palabras, debe evitar cualquier tipo de contaminación del mensaje que debe compartir.
Muchas veces los mensajes recibidos son alterados inconscientemente por nuestra particular forma de entenderlos y procesarlos, por nuestro carácter y opinión previa sobre ciertos asuntos, e inclusive bajo la influencia de intereses personales.
Séptima Ley : “La fe verdadera se sustenta en el conocimiento”.
Nos encontramos ante una de las fuerzas más poderosas del Universo. Una fuerza que puede ser empleada por el ser humano para cambiar el rumbo de los acontecimientos, modificar su vida, entorno, o al propio planeta. Podría decirse que es una energía, capaz de hacer cualquier cosa. Pero nadie sabe exactamente qué es la fe.
Habitualmente se la define como “la convicción de lo que uno no puede ver”. También podría traducirse como creer. Y aquí empiezan a accionar los principios universales, el “secreto” que yace detrás de la fe. ¿Qué quiso decir Jesús al afirmar que si tuviéramos fe del tamaño de un “grano de mostaza”, podríamos desplazar montañas? ¿Fue sólo un símbolo aquel ejemplo? ¿O encierra una verdad antigua? La fe, en realidad, no es un acto ciego o irracional. La razón de ser de la fe puede hallarse en un conocimiento que la sustente, por qué y cómo actúa. ¿Esto quiere decir que podríamos mover físicamente las montañas, tal como señalaba Jesús? Sin duda. Se puede. Pero para lograr aquellas cosas “increíbles” debemos generar una cantidad importante de energía. Por lo menos, del volumen de un grano de mostaza. Este principio enseña que la fe no mueve montañas sólo por los sentimientos o anhelos humanos, por más poderosos que sean.
Habla de leyes espirituales poderosas que podrían explicar cómo opera lo que llamamos fe. Si sumamos ese conocimiento a nuestra poderosa capacidad de crear lo que creemos, habremos cruzado la línea que separa el discipulado de la maestría. He allí el secreto y sabiduría de esta ley.
Para explicarlo de otra forma:
1. Conocerse a uno mismo para conocer al Universo.
2. Comprender la naturaleza de la luz y el conocimiento verdaderos.
3. Saber enfrentar las adversidades a través del amor y la no resistencia.
4. Controlar nuestras emociones para hacer efectiva nuestra propia protección.
5. Ser ejemplo de lo que hemos aprendido.
6. Comprender que el mensaje es más importante que el mensajero.
7. Fortalecer nuestra fe en el conocimiento.
Octava Ley : “La sagrada doctrina se torna aun más sagrada si se es consecuente con ella”.
¿Qué significa este nuevo principio? Habla de la “doctrina”. Pero no en la acepción que muchas veces se relaciona a las religiones organizadas, sino como un conjunto de enseñanzas o principios. Ser consecuente con las enseñanzas espirituales significa no traicionar nuestro compromiso con nosotros mismos y la religión ó culto. Servir amorosamente a los principios que nos inspiraron e iluminaron. En suma, al propósito superior de nuestra misión. Así, en cada acción y esfuerzo, los designios superiores serán santificados, envueltos de una energía de voluntad y servicio. Se harán fuertes y adquirirán vida propia. Se transformarán en el alma colectiva de un grupo que trabaja en la luz. Y esa energía protegerá y asistirá al caminante, y le ayudará en la consecución de la obra.
Novena Ley : “El verdadero templo es aquel que se construye sobre la base de sentimientos, pensamientos y actitudes”.
Habitualmente definimos a un templo como un lugar para oración. El término proviene del latín templum, que designa un edificio sagrado. En la antigüedad, se le asociaba al cosmos —como si el cielo tuviese su reflejo en la Tierra—, y muchas culturas irguieron maravillosas construcciones para comunicarse con aquellos secretos de la bóveda celeste. Antes del cristianismo, Sumeria, Egipto, Grecia o las culturas americanas —entre ellas los mayas e incas— poseían importantes templos, en donde no sólo se consagraban al Sol o las estrellas, sino también a la propia naturaleza. Sin embargo, templo no sólo designa una construcción humana para las prácticas místicas y la oración. La novena ley nos dice ahora que luego de ese proceso, estamos creando un templo “espiritual”. Por ello advierte que el templo verdadero “…se construye sobre la base de sentimientos, pensamientos y actitudes”. Este principio nos dice que todo lo que sentimos pensamos y hacemos nutre, alimenta y construye nuestro Templo Verdadero que es el espiritual y está dentro de cada uno.
Décima Ley : “El verdadero místico es aquel que pone en práctica los principios del Cielo y que muere constantemente por amor al prójimo” .
Es difícil describir la belleza y verdad que encierra este principio. Sintetiza el espíritu de todo verdadero espiritista, poner en práctica los principios que rigen el Universo y aplicarlos en el servicio a los demás. Y casi siempre en silencio. No hay mayor misterio, pues “los principios del Cielo” no son otra cosa más que las leyes universales. Pero, ¿qué significa morir constantemente por amor al prójimo?
Es una alegoría que señala el sacrificio por amor a los demás. El “sacro-oficio” o nuestro trabajo santo por el próximo, al que tenemos más cerca. Esto quiere decir que nuestra vida debe ser una labor de servicio sin esperar nada a cambio. Una tarea que puede requerir en ciertas circunstancias de grandes pruebas y esfuerzos para purificar nuestras intenciones y el alcance de la obra. “Morir constantemente” expresa constancia en esa misión.
NOTA: Este artículo es una adaptación del libro “Los 10 Principios Espirituales de la Hermandad Blanca” de Ricardo González.
...Que todo lo que pase por vos, se transforme...
...Somos un mar de conocimientos gracias a los arroyos de sabiduría que nos nutrieron...
...Aprendemos de lo sencillo, simplemente con mirar la destreza de la hoja como le baila al viento y a pesar que la eleva y la eleva cae a la tierra con la suavidad humilde de su danza...
Que mi mamaita santa me los cuide y bendiga hoy y siempre