Una misión espiritual, mediúmnica y sacerdotal, en la mayoría de las veces, es un compromiso asumido antes de encarnar. Una misión como esta debe ser algo que dé un sentido para su vida y para su encarnación. Es servir a algo mayor que nosotros mismos. Tener una misión es sentir que existe algo muy especial a ser realizado por nosotros en esta encarnación. Claro, todos nacen con algo para realizar en vida. Sin embargo, el sacerdote nace con la misión de conducir y orientar personas.
 
Muchos se preguntan ¿cómo saber o tener certeza que tienen incluso esa misión? ¡es muy simple!, podemos comenzar diciendo que nunca será una obligación. Una misión como esta es algo sentido en el corazón, es algo que se desea y quiere realizar, sin esperar nada en cambio. Una misión sacerdotal debe ser siempre un virtuosismo y, claro, “la virtud no espera recompensa”. La misión sacerdotal es una misión consigo mismo, con el Astral, sus Guías, Orixás y con la Umbanda.
 
Pero antes de descubrir una misión sacerdotal, en primerísimo lugar, descubrimos aptitud, intereses e inclinación por la espiritualidad para después identificarnos con la mediumnidad. Por tanto, antes de conocer y trabajar su misión sacerdotal, es necesario conocer y trabajar su misión mediúmnica. Estamos hablando de la Umbanda, una religión mediúmnica en que los sacerdotes son médiums de incorporación. Apenas después de algunos años trabajando como médium de incorporación desarrollado puede asumir una misión sacerdotal, lo que deberá ser determinado y/o confirmado por sus Guías espirituales. Pero no basta apenas este médium incorporar un Caboclo o un Preto Velho; antes de asumir una misión sacerdotal, este médium debe incorporar los valores de este Caboclo, del Preto Velho, de la Crianza, etc.
 
El médium debe antes ser él mismo quien más recibió ayuda de estos Guías, para entonces asumir una misión junto de los mismos para ayudar a muchos más. Sabemos que la misión mediúmnica umbandista pasa obligatoriamente por el fundamento más básico de la religión, muy bien definido por Zelio de Moraes y el Caboclo de las Siete Encrucijadas: “la manifestación del espíritu para la práctica de la caridad” y “enseñar a quien sabe menos y aprender con quien sabe más”. Pero, no podemos olvidar que cada un da lo que tiene, cada uno hace lo que puede y cada uno es lo que es. No se espera sandías en un pie de naranjas. Pero también podemos decir que Dios capacita a los escogidos y que todos son llamados, escogidos son los que se dedican más.
 
Lo que quiero decir es que hacer la caridad es importante, ayudar al prójimo es bueno, pero antes se debe ayudar a sí mismo volviéndose alguien mejor para sí y para el prójimo. Necesitamos entender lo que es la caridad, pues esta misma caridad ha sido objeto de vanidad, cuando muchos creen estar comprando un pedazo del Cielo con su “caridad”. La mayor caridad que podemos dar y recibir es la consciencia de nuestra vida y de la realidad que nos rodea. Acostumbran alegar que incorporar espíritus para evolucionar es caridad, como una obligación de trabajar en la Umbanda para evolucionar, o trabajar con espíritus para que ellos puedan evolucionar. Como si no hubiesen otras formas y medios de nosotros o los espíritus evolucionar.
 
En un primer momento, puede hasta parece una verdad, que esta es la misión: evolucionar. Sin embargo, con el tiempo, pasa a ser moneda de cambio; estamos negociando nuestra evolución y comprando un pedacito del Cielo, o de Aruanda, por medio de una obligación, o trabajo forzado.
 
El punto es que una misión es algo que usted hace sin esperar nada a cambio,  ni evolución, ni pedazo del Cielo, ni nada. Misión es algo que hacemos de gracia y así es con nuestros Guías también, que trabajan por amor a nosotros y al prójimo. Incluso las entidades de menos luz, cuando están trabajando, es porque recibieron algo de bueno y quieren compartir. En la ley y en la luz no se negocia, no se negocia donación o entrega.
 
Recuerdo haber oído una historia en que un hombre muy enfermo, al ser tratado por la Madre Teresa de Calcuta, le dijo así: “¡Madre, yo no haría su trabajo por dinero ninguno en el mundo!”, a lo que respondió: “¡Yo tampoco!”. Ninguno de los dos grandes maestros de la humanidad, de los grandes misioneros, hicieron nada esperando algo a cambio.
 
Por eso, una misión es siempre un AMOR, algo que es inexplicable para quien no tiene, no sintió o no vivió. El sacerdote es casi siempre alguien que siente en su corazón que ya recibió mucho de la religión, que aprendió, creció, vivió, se levantó y quiere de alguna forma retribuir.
 
La Mae Zilméia de Moraes, hija carnal de Zélio de Moraes, decía que la única diferencia entre ella y los médiums de la corriente era la responsabilidad. El sacerdote es un médium de incorporación con más responsabilidad, con más atribuciones. El sacerdote, en su misión, va a actuar como maestro y orientador y, dentro de esta misión, tal vez, lo más importante que él tenga a realizar es ayudar a cada uno de sus médiums y encontrar sus maestros personales. La gran misión de este sacerdote es crear ambiente y condiciones para que cada médium de incorporación consiga un contacto real y verdadero con sus Guías espirituales. La misión del maestro personal, de los Guías espirituales, es enseñar a su médium a volverse maestro de sí mismo, lo que quiere decir simplemente ayudarlo a aprender con la vida.
 
Cuando llega en este punto, el médium no necesita más de sacerdote, ni de religión. Él abandona todas las muletas espirituales, deja de ser un pedidor y entonces descubre que está en la Umbanda por amor y no por necesidad, mucho menos por obligación.
 

La misión del sacerdote no es juego y no puede ser banalizada o profanada. Entre otras atribuciones, podemos decir que la misión del sacerdote es conocerse a sí mismo, conocer mejor al ser humano, ser feliz, auto realizarse y ayudar a todos en su alrededor en estas mismas cuestiones.