LA MUERTE DEL NEGRO ANTONIO, por Ramón Elías Pérez, de Maracaibo.
Muchos años después me encuentro frente a la capilla que le han levantado en el Cementerio Municipal de Valencia a Miguel Ángel Barrios. No lo puedo creer, el bandolero más buscado, el enemigo número uno, ahora convertido en figura de devoción.
En el pórtico, junto a la puerta de hierro que resguarda el pequeño espacio construido con bloques de cemento y techo de zinc a dos aguas, hay una cuerda que el visitante debe halar para anunciarse. Lo hago con algo de aprehensión, el badajo hace sonar la campana y se produce ese tañido agudo que retumba en el silencio del camposanto. Justo allí comienzo a tomar fotografías. Placas, adornos, flores, botellas de distintos licores, agradecimientos a los favores recibidos, cientos de objetos. Bienvenidos al Santuario del Negro Antonio, se lee. Más adelante la normativa del panteón: Prohibido fumar tabaco, prohibido el consumo de bebidas alcohólicas, no derramar líquidos sobre la tumba, no sustraer imágenes, no hacer ofrendas con dinero, mantener limpio el piso de la capilla...
Luego de varios disparos con la vieja Minolta me acerco al banco donde mi compañero, el profesor Prieto, descansa con su novia de cuarenta. Sacamos un frasco e invocamos al difunto, rociamos aquí y allá, pedimos por los nuestros. Dos buenos tragos y cerramos el trato con El Negro, cada quien sabe su petición. Unos lo hacen para graduarse en la universidad, otros lo invocan con la certeza de encontrar protección, salud, empleo, casas, vehículos. Parece que los muertos ayudan más que los vivos. Las ánimas han sido objeto de adoración desde siempre, tenemos tantas que se pierden en el firmamento. Entre las más importantes, la de Juan Salazar, el desertor de Güigüe; Domingo Antonio Sánchez, el protector de los conductores; Francisca Duarte -Taguapire- que hace maravillas; pero de todas las “sombras” objeto de adoración no hay como Las Tres Potencias: El Negro Felipe, Maria Lionza y el indio Guaicaipuro. Como dicen los antropólogos, forman la triada celestial, representan el sincretismo mágico y religioso de los venezolanos, y los grupos humanos que nos hacen ser lo que somos. Hay que prenderles velas los lunes, si no lo haces te pellizcan los pies por las noches, decía mi abuela.
Los milagros existen, dudar de ellos es una necedad; ahora lo extraño es que a Miguel Barrios no se le conoció por santo, por hombre bondadoso y de virtudes cristianas, como sí lo fue José Gregorio. A éste lo han visto en dispensarios, sanatorios; en las emergencias de clínicas y hospitales salvando gente en estado extremo, cercanos a la muerte. En cambio a Miguel lo conocieron por rabioso y vengativo, tomó la ley en sus manos e hizo justicia a su manera. Sin embargo la gente le tiene fe y parece que ha estado ayudando. Tiene unos muertos encima, no son tantos como dijeron, eso lo saben por aquí. El gobierno y los cuerpos de seguridad, en aquel entonces, aprovecharon para sacudirse a ciertas personas, hicieron desaparecer a dirigentes, militantes de izquierda y se los achacaron al Negro, quien de paso nunca fue guerrillero como trataron de hacer creer. Después de su muerte comenzó su veneración, estoy aquí de pie en el umbral, recordando.
Tenía diez años cumplidos y era monaguillo cuando me tocó acompañar al cura del pueblo, era un hombre bueno, piadoso, de apellido Aguilar. Le iban a realizar los actos fúnebres a un parroquiano; los muertos de los pueblos del sur los enterraban en el Cementerio Municipal, de modo que el trayecto podía durar hasta tres horas. A mi lado, en la camioneta ranchera del sacerdote, iban Eduardo Cortéz y Saturno Piñero, ambos compañeros de oficio. Cuando llegamos a la fosa indicada, después de ese lento y tedioso paseo, había una multitud esperando al coche con el ataúd, detrás los otros carros cargados con ofrendas florales. La goma de mascar de Eduardo había perdido el dulzor pero el continuaba como un rumiante con la Biblia entre las manos; Saturno sostenía la ponchera y el hisopo del agua bendita; yo lo hacía con el tarro de incienso que acabábamos de prender con unos carbones redondos que se usan para tales fines. La ceremonia comenzó cerca del mediodía, para ese momento hacía un calor húmedo. Las mujeres de negro sacaron sus abanicos y se ventilaban con desespero. Uno escuchaba el zumbido de las manos y los artilugios rompiendo el aire. Perece que viene agua dijo un campesino y la multitud miró hacia el cielo cuando unos pajarracos volaron hacia los lados del cerro, luego hubo un trueno. Se estremecieron las tumbas y desde un nicho, no muy lejos, se oyeron unos lamentos. El sudor iba apagando el llanto en aquel cortejo cuando una voz opacó el murmullo de las mujeres. Volteamos y a pocos metros alguien había hecho un descubrimiento, la tumba donde días antes habían enterrado de manera apresurada al Negro Antonio.
Culminada la ceremonia acompañamos a los curiosos y en efecto allí estaba sobre una cruz de palo, una inscripción a lápiz sobre papel marrón, donde se podía leer la fecha de su muerte: 19-05-1965. Ese fue un año atroz, El Carabobeño destacó con grandes titulares los hechos. Ayer, en Nueva Valencia, muerto a tiros el “Negro Antonio”, al hacer frente a una comisión de la Digepol. Adentro, un reportaje de dos páginas dedicado a la vida y los pormenores de la víctima. “El criminal coleccionaba fotografías de mujeres en traje de baño”, “El mató a mi hijo, mi yerna y mi nieto”. Varios días después de ese trágico acontecimiento, continuaban saliendo titulares. “El Negro Antonio ultimó al chofer Jesús A. Véliz. Conchita de Serrano identificó plenamente al asesino”. Hubo una información relacionada con un hecho mucho más terrible pero la prensa no le daba importancia, apenas una nota pequeñita, que seguramente muy poca gente leyó: Santo Domingo invadida por tropas de Estados Unidos. Acusaban a Juan Bosh, presidente destituido, de comunista, responsable de la guerra civil. Estoy luchando para impedir -revelaba el general traidor Elías Wessin- que mi patria no se convierta en una segunda Cuba. El Negro Antonio opacaba las informaciones, las pocas que salían en la prensa sobre los desaparecidos del gobierno de Raúl Leoni, el bonachón e insípido presidente de la república.
Estoy absorto viendo las placas, los agradecimientos por los favores concedidos, la infinidad de flores, las manifestaciones de fe que le rinden al Negro. Detrás de mí hay un grupo de seguidores que fuman tabaco y tienen una tertulia de lo más amena, forman parte del séquito de adoradores que viven a expensas de las limosnas y contribuciones. Hay una oración que escribo en mi cuaderno de notas, tengo que hacer un reportaje amplio que diga las cosas apegada a los hechos y a la verdad.
“Espíritu de Miguel Ángel Barrios, tú que luchaste contra las injusticias y limpiaste el camino con tu ley de las injurias y falsas acusaciones, que de tu brazo fueron víctimas perseguidores, pendencieros, difamadores, maleantes y delatores... tú, que ayudaste en el camino a los menesterosos y a los desposeídos, te pido intervengas ante el Todopoderoso y permitas me conceda (se hace la petición) te ofrezco de ahora en adelante ser fiel a tu memoria y a tu espíritu redimido. ¡Que así sea, amén!
La novia de cuarenta contempla las cruces en uno de los bancos contiguos a la capilla, bajo la sombra de un almendrón gigantesco parece que el tiempo se ha detenido, el silencio abruma. Estos lugares son iguales, como los muertos que yacen bajo tierra. Hace tantos años de eso y todavía en La Sierra la gente sigue diciendo lo mismo, El Negro Antonio no asesinó al viejo Borjas, lo hizo el hijo para quedarse con la herencia y con las tierras. También dicen que era un agente de Acción Democrática y lo protegió el gobierno. Habrá que preguntarle a Rafael López, a Cruz Bermúdez, a Vicente Carruido antes de que se mueran de viejos. Enrique Borjas era el dueño de la hacienda “Cumbito”, eso queda hacia Los Naranjos, para llegar hasta el fundo hay que rodar. Antes, con la carretera de tierra, el trayecto era una polvareda desde que uno lo iniciaba en Boquerón hasta esas alturas perdidas, porque por allí se sale a todas partes. La Sierra Sur, la llaman, limita con Guárico y Cojedes. Ese fue el radio de acción de El Negro Antonio en sus correrías, por eso a uno no le queda más que reírse cuando lee o escucha las historias. Un día lo buscaban en Manuare, que fue donde inició su andar delictivo a los catorce años cuando le machucó un ojo al comisario de una pedrada, y al otro día decían que andaba en Tocuyito. Imagínense, como cuarenta leguas, en el otro extremo del estado. Y así, lo veían en todas partes porque tenía pactos con el maligno, desaparecía de un sitio cuando estaban a punto de atraparlo y aparecía en otro a kilómetros de distancia. ¡Demasiado cuento!
Vicente, el viejo Carruido Soto, sentado en el corredor de la casa de Irma, una de las hijas de Roberto Pérez con Petra Hurtado, me dice que eso no fue así, refiriéndose al caso Borjas. Cierto que mató pero lo hizo para hacer justicia y en defensa propia. Cuando se echó al guardia lo habían acusado de haberse robado un novillo, lo andaban cazando como a un animal, el se defendió con un revólver calibre 22. Eso sí, tenía una puntería de campeón olímpico, le dio en el corazón, lo dejó en el sitio, y al otro, porque eran dos, lo hirió en un brazo y le trozó una oreja. El no se había robado nada, eso fue por allá en el hato Espinito, un día de estos lo llevo para que conozca. El encargado, un tal Iván Darío Maldonado, ese fue el que lo acusó, gerente de la compañía que mantenía fincas ganaderas en los estados del centro.
El Negro, acostumbrado al monte desde muy joven, se fue huyendo hasta que llegó al Pao. Estaba ligado a los caminos, ese te sabía de nombres, de plantas, de esas cosas que hay que aprender para sobrevivir. A él lo crió Filomena Núñez allá en Güigüe, que no es cualquier cosa, y desde pequeño hacía travesuras. Y digo yo, y quién no es travieso cuando muchacho, a menos que esté enfermo. Bueno, estando allá en Cojedes un hacendado le pidió que le amansara unos caballos. Convinieron en un precio, tanto por cada animal. El hombre hizo el trabajo pero el dueño no le pagó al culminar la faena, venga tal día y que le dijo. El se vino y regresó a la semana siguiente, había pedido una bestia prestada y fue a cobrar de nuevo, tampoco le pagó. Lo llenó de mentiras y de excusas. En la tercera oportunidad se fue a pie y cuando llegó a cobrarle el miserable le salió con un machete y comenzó a perseguirlo, no sé que estaría pensando el hacendado. Sería matarlo para no pagarle. Cuando lo alcanzó y lo tenía para darle El Negro agarró una estaca que le había servido para su trabajo con los caballos y zas, le dio en la cabeza y quedó sangrando en el suelo, no lo mató pero lo dejó maltrecho. Tuvo que esconderse, se hizo fugitivo. Una comisión de la guardia nacional lo andaba buscando. Allá me llegó para que lo socorriera, para que lo ayudara. Yo le dije que se escondiera unos días en Palmarote y si alguien le pregunta quién es, diga que es mi primo hermano. Así lo hizo, estuvo un tiempo allí guardado, trabajando en el campo, pasaron los días, las semanas hasta que se perdieron unos marranos, una vez más lo volvieron a acusar. De esa no se salvó, lo metieron preso dos años en la cárcel de Tocuyito. Qué mala fortuna tenía El Negro, eso está como el chiste: ¿A qué velocidad venías retrocediendo, negro, cuando chocaste a este señor?
El no cayó preso por los cochinos, fue por una falsedad. Juró vengarse y al salir de la cárcel buscó a quienes lo habían acusado. El tenía una parcela en Nueva Valencia y allí precisamente vivían los responsables de su reclusión. En Tocuyito aprendió mañas, no vamos a decir que no, eso es una perdición, allí se ve de todo. ¿Qué pasó?, que le prendió candela al rancho donde dormían y los mató. Se vino huyendo y me buscó, me pidió prestado sesenta bolívares y una linterna. ¡Vete pá Colombia! -le dije. Pero él no pudo llegar, en Arismendi, allá en Barinas lo sorprendió la comisión. Dicen que allí mató a dos guardias, ya para ese momento era famoso, buscado por crímenes y la Digepol aprovechaba para borrar algunos nombres.
Cuando El Negro se enteró que el marido de su madre y el hijo de éste, vivía con su hermana, y le daban mala vida a ambas se enfureció. Nunca lo había visto tan molesto. Las maltrataban, esas mujeres vivían con un morado en la cara, en los brazos y piernas. Así que se fue para Manuare pero antes me dijo que pusiera Radio América. Aquello parecía una radionovela, todos los días los locutores seguían paso a paso los pormenores de sus andanzas, muchas inventadas para alimentar el morbo. Ahhhh, los mató a los dos, me enteré por las noticias. Se vino y lo buscaron en Cogollal, no que está en Las Palmas, Las Tunas, Camobé, Pacaragua, La Fila... hasta en el Central Tacarigua lo vieron cortándose el pelo donde este muchacho que llaman “Bachaco”. Decían que enterraba un machete en el suelo y se escondía detrás de él y no lo podían ver, podía estar en varias partes al mismo tiempo. La policía y la guardia le pasaban por un lado y qué va, nada. Parecía un fantasma, por eso no se podía creer todo lo que decían de él. Que se había unido con las guerrillas en Trujillo y que recolectaba armas, gente y municiones para los levantados contra el gobierno.
El se iba a entregar al Ministerio de Justicia, había hablado con un padre de Nirgua, incluso me dijo que el dinero, la mayor parte, era para pagar los abogados y darle algo al juez. Ese dinero era de un robo, el único que había perpetrado a una hacienda en el Guárico. El esperaba salir rápido pero lo mataron a traición, lo delató un andino que él tenía como amigo. Estaba acostado en una estera cuando lo acribillaron, han podido capturarlo vivo; pero usted sabe que los muertos no hablan. Había cumplido treinta y ocho años el ocho de mayo, el bandolero Miguel Ángel Barrios, alias “El Negro Antonio” quien ayer resultó muerto de cinco disparos al enfrentarse a una comisión de la Digepol, dirigida por Manuel González Peraza, decía la reseña en el carabobeño. Detectivismo espera sensacionales revelaciones de quien sospechan era su principal compinche, entonces hablaban de un colombiano con cédula falsa emitida en el estado Falcón; decían que era su lugarteniente y lo responsabilizaban de la muerte de Enrique Borjas, el dueño del fundo “Cumbito”.
La revista Elite del primero de enero del 66, nos deseaba feliz año nuevo, y en su recuento de sucesos policiales resaltaba entre otros el final del Negro Antonio. La violencia, la muerte y los desaparecidos eran la flor del día, desde que comenzó ese año siniestro con el robo de doce millones de bolívares de la caja de ahorros de la policía de Caracas, luego la redada de oriente con 1.250 detenidos, dirigida personalmente por el ministro de justicia, el procedimiento fue un desastre mayúsculo. Detenciones y abusos a periodistas y dueños de periódicos como los de Miguel Ángel Capriles y Víctor Simone de Lima, director éste de Últimas Noticias. El 9 de abril decenas de personas detenidas fueron a parar de manera abrupta a la Digepol, el gobierno llamó a Miraflores a la gente representativa de diversos sectores y les explicó que aplicaba el artículo 244 de la constitución porque había una conspiración con implicaciones internacionales en marcha... aquello venía de Italia, Rusia y Yugoslavia, decían.
El miércoles 19 de mayo en horas de la tarde fue muerto, cerca de Valencia, el tristemente célebre Miguel Ángel Barrios, mejor conocido como el Negro Antonio. Quienes lo mataron fueron los miembros de una brigada comandada por Manuel González Peraza. El fugitivo se había convertido en un personaje terrorífico para los campesinos de Carabobo, Guárico y Cojedes, y era sindicado de haber dado muerte a una docena de personas en nueve meses. Al día siguiente, la dirección del hospital, que había decidido tener el cadáver para que acudieran a reconocerlo sus familiares, declaró que aquello era imposible dada la cantidad de personas amontonadas en el patio, por la tarde tuvo que ser sepultado en la tumba 136 de la manzana B en el Cementerio Municipal.
Hay que irse, dijo el cura Aguilar, parece que va a llover. Mayo suele ser así, previsible, después de esos calores se desprende un aguacero y se forman esos barriales. Antes de recogernos le di un último vistazo al papel marrón con el escrito en la cruz improvisada. Había mujeres recogiendo tierra de su tumba, en pocos minutos los amigos y familiares del parroquiano que acabábamos de enterrar se pasaron al otro lado. Irán a sus casas y le contarán a los suyos que estuvieron aquí y hablarán del bandolero, repetirán lo que han oído en estos últimos meses, que si fue una especie de benefactor que robaba a los ricos para darle a los pobres, que si tenía pactos con el diablo... cualquier cosa dirán.
Más de cuarenta años han pasado y todavía el pueblo se hace preguntas. Ahora que lo pienso, creo que la devoción hacia El Negro Antonio comenzó el mismo día de su entierro. Esa veneración -dijo una señora enlutada que se alejaba en ese momento- no es otra cosa que sed de justicia.
¡Así será!, vámonos Prieto, tráete a tu novia y lo que queda del frasco, todavía hay tiempo para unas fotografías.
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