Saludos al foro.
Quizás el grimorio más influyente para los países de habla hispana. Les comparto un ensayo por Felix Castro sobre la historia del libro:
EL LIBRO DE SAN CIPRIANO
Félix Fco. Castro Vicente
Quizá no haya habido nunca un libro más codiciado y buscado, ni que despertase más pasiones y deseos de poseerlo, hasta el punto de que mucha gente cayera en la locura, enfermase gravemente o se arruinara económicamente, sólo por intentar conseguir un ejemplar del mismo o por poner en práctica los rituales que en él se contenían. Estamos hablando del Libro de San Cipriano, popularmente conocido como Ciprianillo.
El Libro de San Cipriano es un grimorio, es decir, un libro que recoge fórmulas mágicas, atribuido a San Cipriano de Antioquia, el santo mago por excelencia, y en el que una parte fundamental se ocupa del desencanto de tesoros, incluyendo también, en muchas de sus ediciones, una lista de tesoros del Reino de Galicia y de partes de Portugal, con localizaciones detalladas de dónde encontrarlos.
Parece que no hay testimonios de gente que se hiciera rica gracias al Ciprianillo, aunque seguramente lo que pasó fue que, quienes se hicieron ricos por estos medios, lo mantuvieron en silencio para evitar robos, como pasa hoy en día con los ganadores de la lotería. Sin embargo muchos de los inicialmente felices poseedores del libro, después no lo fueron tanto, ya que agotaron capital y salud buscando los magníficos tesoros prometidos. Esto fue especialmente cierto en Galicia, donde abundaron los casos de gente que adquiría algún ejemplar, pagando grandes sumas de dinero que juntaban, a menudo, vendiendo toda su hacienda. El escritor e historiador orensano Vicente Risco relata en su trabajo “Los tesoros legendarios de Galicia” publicado en 1950 en la “Revista de Dialectología y Tradiciones Populares”, que en los años 20 y 30 del siglo XX se llegaba a pagar en Galicia 500 ptas. por un libro que adquirido en Portugal o Brasil podía valer 3 o 4 ptas. Toda esta especulación económica llevó al historiador gallego Bernardo Barreiro a publicar, en 1885, en su obra “Brujos y astrólogos de la Inquisición y el Libro de San Cipriano”, una versión muy parcial del mismo, con el fin de que toda la gente lo pudiera adquirir a un precio popular y vieran además lo absurdo de su contenido, destruyendo así su fama y que la gente dejara de buscar tesoros.
En Galicia circularon leyendas que situaban dicho libro en algún departamento reservado de la Biblioteca de la Universidad (según otros de la Catedral) de Santiago, donde se encontraba encadenado para que ningún incauto lo pudiera abrir y leer su contenido (y suponemos que para que el libro no pudiese escapar de allí). El propio Bernardo Barreiro cuenta que cuando estuvo trabajando en el Archivo de Simancas (Valladolid) iban hasta allí paisanos a pedirles una copia del famoso libro y que, ante la respuesta de que allí no se encontraba ningún Libro de San Cipriano, la gente se mostraba recelosa y era muy difícil de convencerles de ello, aunque se les dijera, incluso, por los propios empleados que si hubiera allí algún Ciprianillo, ellos ya serían ricos y no estarían trabajando en aquel sitio.
La figura de San Cipriano
El santo al que se le atribuye la redacción del libro es, San Cipriano de Antioquia, que vivió en el S. III D.C. (no tiene nada que ver con San Cipriano, Obispo de Cartago, con el que a menudo es confundido). El relato de la vida de San Cipriano más conocida (aunque ya hay citas en el s. IX) es la recogida en las diversas obras publicadas con el título de Flos Sanctorum (entre ellas la del padre jesuita Pedro de Ribadeneyra editada en Madrid 1599-1601). Según estos relatos, San Cipriano nació en Antioquía, entre Siria e Arabia; sus padres, idólatras y poseedores de grandes riquezas, lo destinaron, por sus cualidades, al culto de los falsos dioses. Fue hombre de gran cultura, viajó mucho (por Grecia, Egipto, la India y Caldea) y llegó a ser un profundo conocedor de las artes mágicas. A los treinta años se convierte al cristianismo, gracias a la predicación de Antipo, Obispo de Antioquía y por culpa de un episodio que le ocurrió: un joven llamado Aglaide se enamora de Justina y la pide en casamiento, que ella rechaza por estar consagrada a Jesucristo. Aglaide recurre a Cipriano para que Justina se rinda a sus deseos, lo que intenta con todas las artimañas posibles, sin resultado. Entonces Cipriano invoca a Lucifer para que le diga por qué son inútiles todos los sortilegios que hace a Justina, y Lucifer le responde que el Dios de los cristianos es el señor de todo lo creado, estando él también sujeto a su poder, de forma que no podía hacer nada contra quien hiciese el signo de la Cruz.
Entonces San Cipriano renegó de él y se convirtió al cristianismo, abandonando la práctica de la magia, no sin antes, según la tradición popular, recoger en un libro todos sus conocimientos mágicos. Posteriormente Cipriano y Justina llevaron una vida de oración y predicación del cristianismo, hasta que el juez Eutolmo los mandó al suplicio metiéndolos en tinas de pez ardiendo, de las que salieron ilesos. Ante semejante milagro, Atanasio, gran sacerdote pagano y discípulo anterior de Cipriano, creyendo que era un truco, se arrojó al tonel, y murió quemado en el acto. Cipriano y Justina fallecieron decapitados el 26 de Septiembre en los márgenes del río Gallo en la ciudad de Antioquia y sus reliquias fueron repartidas entre Roma (iglesia de San Juan de Letrán), Toulouse, y la catedral de León. La fama de San Cipriano como mágico se extendió por toda la cristiandad y pasó posteriormente a la memoria popular, poniéndolo al mismo nivel que otros famosos magos de la Antigüedad, como Simón el Mago o Salomón, a los que también se les atribuye la autoría de numerosos libros mágicos. Para darnos cuenta de la popularidad del santo y la vigencia de su leyenda, que fue transmitida de forma popular durante siglos hasta hace muy pocos años, basta con mencionar que circularon pliegos de cordel con su vida en verso.
A San Cipriano, además, se le hizo patrón de las artes mágicas, de los hechiceros y de las brujas, y su nombre estuvo vinculado a numerosas prácticas mágicas, tanto conjuros como oraciones, como atestigua la famosa Oración de San Cipriano, y que vale para protegerse de maleficios de cualquier tipo. Los estudiosos consideran asimismo la historia de San Cipriano como uno de los más directos antecedentes del desarrollo de la historia de otros magos famosos, como por ejemplo, Fausto, cuyos primeros relatos datan del s. XVI.
En Cataluña la devoción al Santo debió ser muy popular ya que Palau cita ocho folletos publicados de la Oración de San Cipriano, a veces acompañada de la Oración a la Santa Cruz de Caravaca, escritos en catalán y en castellano. De estas obritas reproducimos la portada de la editada en Manresa, por la Sociedad Editorial Manresana.
El libro de San Cipriano y los libros de magia
El libro de San Cipriano se encuadra perfectamente en la categoría de los grimorios o libros de nigromancia, lo que significa que es un libro de magia ritual dedicado a la magia negra. Aunque gran parte del mismo se dedique a la magia blanca (curación de enfermos, etc.), lo cierto es que en todos ellos aparece, aunque sea una mínima parte de magia negra, lo que hace que caigan directamente en dicha categoría. Los límites entre magia negra y blanca son muy difusos y sujetos a numerosas discusiones. Para algunos ocultistas no existen ambas magias, sino solamente la Magia, igual que la Ciencia, que no es de por sí benefactora o dañina, sino que depende del uso que se haga de ella. Para otros la magia negra es toda magia que se haga en beneficio del mago y que coarte la libertad de otra persona o la perjudique (según este concepto la magia amorosa también podría ser magia negra) y, para conseguirlo, se invoca a espíritus infernales para ponerlos al servicio del nigromante.
La palabra grimorio es una palabra oscura de la que no se sabe muy bien su procedencia, para algunos es una palabra genuinamente española, de la que después derivaría la francesa grimoire, según otros es al revés, también se relaciona con la palabra gramática, grammaire, con la idea de un conjunto de reglas, en este caso mágicas. La palabra nigromancia, de la que se cree que derivó la de magia negra por confusión de términos, proviene del latín y éste a su vez de las palabras griegas Necros y Mantica, es decir, adivinación invocando a los muertos (como hacía Circe en la Odisea de Homero). En la Edad Media el término pasó a designar a la magia diabólica, ya que se creía que era imposible que los muertos volvieran a la vida mediante conjuros, sino que eran demonios los que acudían a la llamada, en forma humana o animando cuerpos de difuntos. La nigromancia está relacionada con la goetia o goecia que es la magia que se realiza invocando a espíritus malévolos o demoníacos, a diferencia de la teurgia que se practica invocando a ángeles o espíritus buenos.
Respecto al contenido, se articula en gran medida alrededor del concepto del pacto con potencias supra-humanas, tanto demoníacas como celestiales (influenciado por la Cábala y la religión judía). Esta idea de pacto tiene una génesis culta que se difundió por Europa hacia el s. IX. Los grimorios, a menudo, se dividen en tres partes, la preparación del propio nigromante y de los utensilios mágicos (que implicaba muchas veces el empleo de materias primas muy difíciles de conseguir: partes de animales, metales preciosos, etc., construyéndolos en unas horas y días muy concretos) y la realización del círculo mágico para defenderse de las potestades que se invoquen (tanto en suelo como en telas) y, finalmente, la puesta en práctica del ritual y recetas mágicas para llevar a cabo (que a menudo tienen un contenido absurdo, lo que hizo que muchos ocultistas célebres afirmaran que dichas recetas eran alegóricas).
Richard Kieckhefer en su libro “La Magia en la Edad Media”, Colección Drakontos, Editorial Crítica, 1992, dice que los fines perseguidos en los grimorios son básicamente influir en las mentes y deseos de los demás (ya sean personas, animales o espíritus para que hagan o dejen de hacer algo), actuar sobre la naturaleza física de personas y animales para hacerles bien o mal, influir sobre las cosas, elementos del tiempo o contingencias inciertas del futuro y, por último, crear ilusiones, descubrir secretos o ver hechos pasados, presentes o futuros. Para ello se usa un elemento visual (círculos mágicos, talismanes, etc.), uno oral (la realización de conjuraciones, en éste se ordena al espíritu que haga algo, a diferencia de la oración en que sólo se pide), y uno de acción (realización de sacrificios, ofrendas, magia simpática, etc.).
Los grimorios combinan la magia astral, típicamente árabe y de origen persa y griego (que actúa por el poder de los astros celestes y depende su efectividad de ciertos signos celestes, días, horas, posiciones planetarias, todo ello unido a fumigaciones y aspersiones), con los exorcismos (típicamente cristianos y judíos), la magia natural (lo que los antiguos consideraban la ciencia oculta, que se refiere al uso de sustancias naturales) y la magia diabólica (en que intervienen de seres infernales), categorizaciones que en la práctica no eran fáciles de hacer y que llevaron a los eruditos de la Edad Media a enzarzarse en discusiones de si un tipo de prácticas mágicas eran diabólicas o no.
Respecto al origen de los grimorios, éste es incierto. Se sabe que en el Antiguo Egipto ya existieron libros que recopilaban conjuros. Sus más claros precedentes proceden de la magia babilónica, que influyó en la magia judía. En los últimos siglos del Imperio Romano circularon extensamente obras de magia, muchas de ellas de posible origen judío, que dejaron su impronta posteriormente en los grimorios medievales. En Europa comenzó su difusión a partir del s. XII, al producirse una serie de cambios en el mundo de la cultura y de la vida intelectual europea, como el florecimiento de las Cortes y de las Universidades como centros culturales, al margen de las escuelas catedralicias y monasterios, lo que promovió una sed intelectual de búsqueda en fuentes ajenas a la ortodoxia o en el conocimiento clásico atesorado por el mundo islámico, que se produjo en zonas de confluencia donde ambos mundos convivían en armonía. El Islam heredó de la Antigüedad Griega, junto con el saber clásico, la astrología y la alquimia, que se incorporan en este siglo al saber europeo y, también dentro del saber árabe, se difundieron los conocimientos mágicos judíos.
En el s. XIV ya aparecen mencionados algunos libros mágicos, basados en los ciclos que luego serán más famosos, como el de Salomón. En el s. XV, la llegada del Renacimiento, la caída del Imperio Bizantino con la invasión de Constantinopla por los turcos y la expulsión de los judíos de la península ibérica, provoca la difusión general del saber clásico y de los conocimientos mágicos judíos. La época de máximo esplendor de la práctica de la magia ritual corresponde al período que va entre 1480 y 1680, cuando se editaron muchas de las obras clásicas de magia (ej. las obras de J. Tritemius, H.C. Agrippa, John Dee, Pedro de Abano y de Giordano Bruno).
El empleo de este tipo de libros fue siempre dentro de los ámbitos cultos y eclesiásticos, ya que las clases populares no sabían leer, abundando en los anales históricos las referencias a condenas de frailes, monjes y clérigos por su posesión. Circulaban por villas y ciudades copiadas a mano en secreto, por el evidente peligro que tenía la posesión de este tipo de libros, lo que hizo que, al pasar el tiempo, las diversas versiones de un mismo grimorio fuesen diferentes entre sí.
La difusión y popularización de los grimorios se produjo en los siglos XVII y XVIII (sobre todo en Francia), cuando caen algunos en manos de maestros impresores y se deciden a publicarlos al ver su rentabilidad económica, a menudo ocultando, para evitar condenas, el editor, título de la obra, o con lugares de impresión falsos. Los más famosos impresores fueron los Hermanos Beringos de Lyon, de los que sus obras se convirtieron en clásicos que aún hoy se siguen reeditando. Dada su gran acogida, enseguida otras librerías comenzaron a publicar grimorios de contenidos y calidades muy variadas, muchas veces poniendo los mismos títulos, lo que provocó gran confusión. En la Península Ibérica, dada la vigencia de la Inquisición, es improbable que hubiese una gran industria de edición de grimorios. Algunos de los que circulaban por aquí eran importados de Francia y otros países, o incluso, traducciones de los publicados en otras tierras.
Desde mediados del s. XVIII, los grimorios cayeron en descrédito, no siendo hasta el s. XIX cuando resurge la afición por este tipo de literatura de la magia ceremonial y el ocultismo en general (a pesar de la llegada del racionalismo y la cultura científica) con las obras de Francis Barret, Eliphas Levi, Papus, C. W. Leadbeater, Aleister Crowley y Arthur E. Waite. En esta época se reeditan los grimorios más famosos de siglos anteriores y se publican un nuevo género de grimorios “fantásticos” (inventados), fundamentalmente por el establecimiento de la propiedad comercial e intelectual y la prohibición de copiar libros de otros editores y autores. Ello hizo que se tuviese que buscar materiales inéditos en antiguas bibliotecas y que, dada su poca longitud, tenían que editarse en compilaciones con los más diversos títulos (El Tesoro del Viejo de las Pirámides, La Gallina Negra, Secretos de las Artes Mágicas, El Libro Negro de la Magia, y algunas ediciones del Libro de San Cipriano, Tesoro del Hechicero) como luego veremos.
En la Península Ibérica existen citas de grimorios desde tiempos muy tempranos, Menéndez Pelayo en su obra “Historia de los heterodoxos españoles”, cita el libro De Invocatione Demonum, Liber Salomonis, quemado en Barcelona en el s. XIV y otro libro catalán de la misma época El Libre de Poridat, en el s. XVI cita al Libro de Salomón. Julio Caro Baroja en “Vidas mágicas e Inquisición” (Ed. Istmo, 1992), cita el Liber Salomonis quemado por el inquisidor Eymerich en el s. XIV y, también, las obras quemadas al famoso Marqués de Villena (sin embargo hay que tener en cuenta que en aquella época cualquier libro con grabados inentendibles por los inquisidores, ej. libros de astronomía, ya se consideraban mágicos y se quemaban sin más contemplaciones), y la Clavicula Salomonis mandada a la hoguera por el Obispo de Barcelona. En los siglos XVI y XVII abundan condenas por la posesión de la Clavícula de Salomón (en las Palmas de Gran Canaria, en Toledo, en Burgos ) y en Cuenca por la posesión del Alma del Salomonis y el Picatrix: Liber Imaginibus Salomonis. Lo cierto es que en la península ibérica toda esta corriente literaria, como ya dijimos, debió ser menor, dada la persecución implacable de la Inquisición.
Los grimorios más famosos e influyentes de magia negra fueron popularizados a través de las ediciones publicadas en Francia durante el s. XIX (que provenían de ediciones del s. XVIII, muchas veces italianas) y, en España, en el cambio del s. XIX al XX, comentando, a continuación, los más importantes, los que guardan más similitud con el Ciprianillo:
El Gran Grimorio del Papa Honorio, escrito supuestamente por el Papa Honorio III. Existen diversas ediciones, alemanas, francesas, las más conocidas la de Paris de 1670 y la que sigue la de Roma de 1760 (las españolas están basada en ésta, entre otras la de la Librería de Rosendo Pons, hacia 1915). Tiene una parte conforme al ritual católico, de exorcismos y oraciones y otra de invocación a los siete espíritus infernales (Surgat, Lucifer, Frimost, Astaroth, Silchard, Bechard, y Guland), le sigue una lista de diferentes recetas mágicas con las finalidades típicas (amor y salud) y un curioso porcentaje de recetas contra animales dañinos, que revela su antigüedad. Este grimorio tiene parentesco con el Grimorium Verum (traducido del hebreo por Plaingiere, dominico jesuita) y publicado supuestamente en Memphis, por Alibeck, el Egipcio, en 1517 (realmente es de 1817). Su semejanza es evidente, ya que coinciden algunos de los espíritus infernales invocados y algunas de las recetas mágicas que aparecen al final de los dos grimorios.
Otro sería el Dragon Rouge, del que circulan numerosas versiones, entre ellas la de “El Verdadero Dragón Rojo donde se trata del arte de mandar a los espíritus infernales, aéreos y terrestres, hacer que aparezcan los muertos, saber leer en los astros, poder descubrir los tesoros ocultos, los manantiales, las minas, etc. Y además La Gallina Negra edición aumentada con los secretos de la reina Cleopatra. Secretos para que una persona llegue a ser invisible cuando quiera; los secretos de Artephius, etc.“. Hay ediciones francesas, la más famosa de Nimes de 1825 y, en castellano entre otras, la de la editorial Maucci de alrededor de 1910 y la supuesta de Venecia de 1905 por Enediel Shaiah. Esta edición comparte con el Grand Grimoire y con algunos Libros de San Cipriano, gran parte de sus contenidos, manera de hacer la varita rabdomántica, confección del círculo mágico, pactos con el diablo (en realidad con el lugarteniente de Lucifer, Lucifugo Rofocale), el espejo de Salomón, el Anillo de Giges, y otros apartados que aparecen en otros grimorios, astrología, fisiognomía, etc. Comparte sellos con el Gran Grimorio del Papa Honorio.
Otro sería Le Grand Grimoire (el Gran Grimorio), del que se conocen numerosas ediciones, las más famosas las francesas de 1750 y 1845. Hay una edición española de 1820. Es el grimorio europeo por excelencia y ha servido de modelo para muchos otros y es al que más se parecen algunas versiones del Ciprianillo. Trata de la preparación del mago y de sus instrumentos, del círculo cabalístico, invocación y pacto con Lucifer, lista de espíritus infernales, y una lista de secretos mágicos (la mano de gloria, espejo de Salomón, etc.). Un libro editado en castellano prácticamente idéntico a éste es el titulado Los Secretos del Infierno o sea El Emperador Lucifer y su ministro Lucifugo Rofocale. Contiene la gran Llave de los Pactos para dominar a los Espíritus, el Secreto para hablar con los Muertos, la Cábala para ganar a la Lotería y la Magia para descubrir los Tesoros Ocultos. Contiene, además, los Responsos al Revés para hacer devolver lo robado y castigar a los que nos quieren mal o nos han ocasionado algún daño o perjuicio, sacado de un manuscrito de 1522. La edición más conocida es la del Mago Bruno, publicada por la imprenta La Neotipia de Barcelona, hacia 1910, reedición supuesta de una francesa de Nimes, del año 1823 o 1835.
Para acabar mencionaremos otros grimorios de los que también existen ediciones españolas, los atribuidos a San Alberto Magno, Obispo de Ratisbona y santo de finales del s. XIII, Los Admirables Secretos de Alberto el Grande (conocido popularmente como “El Gran Alberto”), que es básicamente un tratado de magia natural, con las virtudes de animales, plantas y piedras, libro muy popular del que hubo innumerables ediciones desde el s. XVII hasta nuestros días. En castellano ha tenido diversas ediciones, entre otras la de Alejandro Martínez, Barcelona, 1889. Otra obra que se le atribuye es “Secretos Maravillos de la Magia Natural y Cabalística del Pequeño Alberto” (conocido popularmente como “El Pequeño Alberto”), grimorio muy popular entre los brujos franceses (la edición más famosa la de los Hermanos Beringos de 1729), con sus recetas de magia blanca y negra (con apartados de fisiognomía y quiromancia, talismanes, recetas de amor, para conseguir una mandrágora, la mano de gloria, etc.).
De otra de las fuentes más prolíficas de grimorios, las Clavículas de Salomón, ha habido desde el s. XIX numerosas ediciones, y de ellas mencionaremos la versión editada por el Mago Bruno hacia 1916 titulada “Clavículas de Salomón o sea el Secreto de los Secretos traducido del hebreo por Iroe el Mago, copia de la edición hecha en Amberes, M.DCC.XXI (1721)”, ya que dada su similitud con el Grimorium Verum y a algunos Libros de San Cipriano podría considerarse un grimorio de magia negra, al incluir también pactos con espíritus demoníacos.
Entre finales del s. XIX y el primer tercio del s. XX, hubo un gran número de ediciones de grimorios (incluido el Libro de San Cipriano) en España, sobre todo en Barcelona y en Madrid, al principio por editores y libreros (Manuel Saurí y Rosendo Pons en Barcelona y por Francisco Pueyo en Madrid, entre otros) y, posteriormente, por editoriales, como Maucci de Barcelona. Después de la Guerra Civil desaparecen estas publicaciones, por la censura cultural y religiosa de la Dictadura y proliferan las ediciones realizadas en Argentina y México (por Domingo Ferrari y editoriales como Caymi y Saturno). Con la Democracia se vuelven a publicar en España estas obras (en editoriales como Edicomunicación S.A., Humanitas, Edaf, etc.) pero casi siempre, salvo honrosas excepciones, sin explicar la procedencia de las ediciones reeditadas y con la novedad, en concreto, en los Libros de San Cipriano, de publicar traducciones de ediciones portuguesas.
Según los ocultistas, los verdaderos libros de magia nunca han sido publicados, dado el peligro inherente para su propietario por la fijación de esos conocimientos en soporte escrito, conocimientos que pasarían más bien oralmente de maestro a discípulo (como mucho el propio mago realizaría notas para su uso personal sobre sus recetas y experimentos). Ello no quita valor a los libros impresos de los que estamos hablando como obras de ocultismo. El formato típico de este tipo de libros siempre fue pequeño, octavo e incluso dieciseisavo, a menudo sin poner en las tapas de la encuadernación, ni en el lomo, ningún título ni texto para hacerlos fácilmente ocultables y discretos de forma que no delataran a sus propietarios.
Características del libro de San Cipriano
Respecto al Libro de San Cipriano, como ya dijimos, puede considerarse propiamente como un típico grimorio, con una parte importante de magia negra y nigromancia. Su contenido es el usual de este tipo de libros y coinciden algunas versiones (no las portuguesas) a grandes rasgos con el esquema y contenidos de otros famosos grimorios del s. XVIII y XIX, como el Grimorium Verum, Grand Grimoire, y Dragon Rouge, ya que contienen la preparación del mago y de su instrumental mágico, rituales mágicos de conjuración con listas de potencias infernales y, finalmente, una lista heterogénea de fórmulas mágicas para los más diveros fines. Su contenido se relaciona, en menor medida, con otros libros de la literatura mágica, como la Clavícula de Salomón, del que son deudores casi todos los grimorios antes mencionados.
Como diferencias más relevantes con respecto a otros grimorios, son el poco interés en las formas ritualizadas de la magia, dada la poca profusión en estas obras de pentáculos y círculos mágicos, la influencia católica en su confección, ya que abundan en las diferentes versiones (menos en la versión de Jonás Sufurino y en el Heptamerón de los que hablaremos después) oraciones, novenas a santos, exorcismos, etc. y, por otra, la gran importancia que se le da al desencanto de tesoros, con la inclusión en algunas versiones, sobre todo las portuguesas, de una lista de tesoros del Reino de Galicia y de Portugal, razón seguramente de su gran popularidad en Galicia y Norte de Portugal.
Otra característica destacable es la difusión geográfica del Libro de San Cipriano, ya que la publicación de las diversas versiones abarca toda la Península Ibérica y países de Latinoamérica, fundamentalmente Brasil (en este país ya existían ediciones del s. XIX y posiblemente anteriores), México y Argentina. En Europa, curiosamente, salvo una traducción italiana moderna de una versión de Jonás Sufurino y el hecho de que en Dinamarca y otros países escandinavos se llame Cyprianus al libro de fórmulas mágicas del mago, parece que es totalmente desconocido, ya que en los índices bibliográficos de libros de magia más conocidos (Caillet, Dorbon-Ainé, etc.) no aparece ninguna edición del mismo. De esta gran difusión deriva la cantidad de versiones diferentes que hay y las ediciones modernas del s. XX que se pueden encontrar (superando ampliamente las cuarenta, aunque se reducen a unas cuantas versiones básicas) son, muchas de ellas, fruto de una reelaboración popular, cosa impensable en este tipo de libros, en que a menudo su autenticidad y legitimidad viene dada por la fidelidad del copista o del nuevo editor a la versión antigua.
El país en que más difusión y popularidad tiene, hoy en día, es Brasil, donde existen más de veinte versiones diferentes, la mayor parte de ellas reelaboradas en época moderna, se puede decir incluso que actualizadas (perdiendo partes inútiles para aquellas latitudes, como p. ej. la lista de tesoros del Reino de Galicia y de Portugal e incluyendo fórmulas mágicas y creencias de aquellas latitudes), con tiradas de miles de ejemplares, llegando algunas de las ediciones más vendidas a la veinticincoava edición hace algunos años. La razón de este gran número de libros vendidos es que allí es uno de los libros básicos, casi la biblia de la Umbanda (la magia negra brasileña) y mientras aquí este libro no pasa de ser, casi siempre, una rareza bibliográfica, allí es de suponer que se sigue comprando con una intención utilitaria. Una obra muy interesante de Jesusa Pires Ferreira Sao Cipriano, uma legenda de massas, del año 1985 de la Editora Perspectiva (Brasil), trata este tema en aquel país, comentando más de diez ediciones distintas (O Libro de San Cipriano, O Antigo e Verdadeiro Libro de San Cipriano, O Libro de Sao Cipriano o Feitiçeiro, Livro Vermelho e Negro de Sao Cipriano, O Poderosso Livro de Sao Cipriano, Livro de Sao Cipriano das Almas, O Antigo Livro de Sao Cipriano, o Gigante e Verdadeiro Capa de Aço, O Livro Negro de Sao Cipriano, etc.).
Esto aleja al Libro de San Cipriano de otros grimorios, que han permanecido prácticamente inalterados en los últimos dos siglos y son adquiridos fundamentalmente por curiosos y coleccionistas, y lo hace realmente un libro vivo y cambiante (aunque sean quizá más interesantes para el bibliófilo las ediciones más antiguas), que ha sabido adaptarse a los tiempos y sigue siendo un libro popular a todos los niveles, aunque la parte de búsqueda de tesoros y de pacto con potencias infernales ha pasado a un segundo plano, ganando protagonismo la de recetario mágico.
Respecto de la autoría, es evidente que San Cipriano difícilmente pudo ser autor del libro que se le atribuye, ya que numerosas partes del mismo son evidentemente de siglos muy posteriores (ej. el apartado de cartomancia), además coincide, en partes, con grimorios aparecidos principalmente en el s. XVIII y XIX, siendo su adscripción más bien una forma de darle autoridad al libro en cuestión, igual que otros libros se atribuyen a Simón el Mago o a Salomón, por lo que sus autores fueron personas anónimas que fueron añadiendo pasajes al libro durante un largo tiempo. Como ya decía Enediel Shaiah, recopilador de una de las mejores versiones del Ciprianillo, en un comentario en el capítulo VI del Libro Primero:“Como verá el lector, las partes que componen El Libro Magno de San Cipriano, no tienen la pretensión de estar escritas por el famoso mártir de la Iglesia, y constituyen un repertorio de procedimientos mágicos, atribuidos en su mayor parte al arrepentido hechicero que completan los diversos datos sacados en distintos autores y de muy variada procedencia. El Libro de San Cipriano auténtico que reproducimos, no pasa de ser (ni pretende tampoco otra cosa), una recopilación de fórmulas, procedimientos y tradiciones, que constituyen un conjunto no siempre armónico, acogido a una prestigiosa denominación, que le sirve de título y consagrada divisa, entre los grimorios catalogados por la bibliografía general del ocultismo.”
Sobre la fecha de su elaboración, es difícil llegar a una conclusión, en primer lugar porque las diferentes versiones son de épocas diferentes y porque en una misma versión a menudo confluyen materiales de datación distinta (ej. la versión de Jonás Sufurino parece claramente del s. XIX por su carácter recopilatorio de otras obras). Autores gallegos y portugueses como Vicente Risco y Moisés Esprito Santo consideran las primeras ediciones del Libro de San Cipriano del s. XVI, según Bernardo Barreiro, que estudió los procesos de la Inquisición en Galicia en los siglos XVI y XVII, ni la Inquisición ni el pueblo gallego conocía esta obra (lo que no quiere decir que no se pudiera conocer en otras zonas geográficas), por lo que lo considera un producto de finales del s. XVIII como muy pronto. Barreiro cita el proceso de la Inquisición en 1802 contra el presbítero de Ferrol D. Juan Rodríguez por la posesión del Libro de San Ciprián, siendo ésta posiblemente la primera cita de esta obra en un proceso en Galicia, aunque ya aparecen citas de mediados del s. XVIII de libros para descubrir tesoros sin especificar su título. Las versiones que circulan hoy en día deben ser del s. XIX, o a lo sumo, de la segunda mitad del s. XVIII, por su contenido y porque muchas, siendo de finales del s. XIX, indican que son reediciones de otras obras anteriores. Esto no implica que no pudiera haber libros con el nombre de San Cipriano en épocas anteriores ya que el famoso mago Heinrich Cornelius Agrippa (1486-1535), que fue médico en la Corte de Carlos V, cita en sus obras libros de nigromancia atribuidos a Cipriano.
Más allá de la fecha de su génesis y de su autoría, es innegable el interés y valor intrínseco que tiene la obra en la historia de la magia y de los grimorios en Europa, a pesar del maltrato y desprecio que ha sufrido por parte de muchos autores (Rafael Urbano, Juan Blázquez Miguel, entre otros), que lo calificaron como un “cúmulo de recetas y conjuros”, sin darle siquiera la categoría de libro, cuando esta obra tiene tanto derecho a llamarse grimorio como todos los demás publicados en Europa durante los s. XVIII, XIX y XX y además es, con diferencia, el grimorio más popular, hoy en día, en el mundo y es casi el único que ha tenido su génesis (por lo menos en gran parte) y desarrollo en la Península Ibérica y que incluye una lista de lugares con tesoros para desencantarlos.
Esta inclusión de las listas de tesoros en el Libro de San Cipriano es una feliz combinación entre antiguos grimorios y las famosas gacetas de tesoros, libretas con listas de tesoros que circularon por la geografía peninsular, siendo especialmente populares en Asturias y en Galicia, desde fechas muy tempranas. Hay que tener en cuenta que la Península Ibérica, en particular su zona noroccidental, fue famosa desde la antigüedad clásica por la abundancia de oro y metales preciosos. Los tesoros referidos en estas listas se sitúan en lugares perfectamente localizables en la toponimia, lo que acredita que la gente que hizo las listas conocían la zona geográfica que citaban, situándolos, a menudo, en antiguos restos arqueológicos (castros, túmulos, dólmenes, etc.) o en lugares especiales por su conformación natural (cascadas, roquedales, etc.), y tradicionalmente se decía que los habían enterrado los Mouros (seres legendarios habitantes de los castros). Puede que al fin y al cabo tenga una base real ya que hay que tener en cuenta que fue tal la cantidad de tesoros que se encontraron en monumentos prehistóricos en Galicia que en los s. XV y XVI que se creó, por el gobierno del Reino de España, el cargo de Comisario para Tesoros de Galicia.
Las listas que se pueden encontrar hoy impresas en diversas versiones del Ciprianillo son una de tesoros de Portugal, de la zona de Porto de D. Gazua, de 148 tesoros, y otra de 174 tesoros del Reino de Galicia, muy detalladas ya que describe tanto el lugar en que se encuentra como el haber que se halla (ej. 1.- Na encruzilhada de Lobios, a trinta e dois passos ao nascente, debaixo de um regueiro de pouca fluência, ficou um covo de pedra com uma abada de ouro”). En otras versiones la lista de 174 tesoros se reduce a 146 y no se detalla el lugar donde se encuentra el tesoro ni su contenido, sino que sólo se habla del pueblo en que está, pero la lista es la misma. La propia lista relata que fue encontrada en “los cimientos del Castillo Morisco de D. Gutierre de Altamira en el año 1065, año en que D. Fernando, el Grande, entregó los dominios de Galicia a su hijo García” (situando la lista en la Biblioteca Académica Peninsular Catalani, de Barcelona). En la edición publicada por la Ed. Castrelos de Vigo, Col. O Moucho, en 1973, su autor, Xose Mª Álvarez Blázquez, localizó topográficamente todos los tesoros contenidos en la referida lista, correspondiendo mayoritariamente a localidades de las provincias de Ourense (comarcas de Verín, A Limia, y O Ribeiro) y Pontevedra (comarcas de As Neves, Mondariz y Salceda de Caselas).