El ego y sus roles
Muchos autores han escrito sobre el ego y lo han definido en general como la forma en que los seres humanos nos mostramos ante el mundo. La Dra. Joan Borysenko, en su libro “Cómo alcanzar el bienestar físico y emocional mediante el poder de la mente” define al ego como: “…una identidad que hemos creado para nosotros mismos con el ánimo de sentirnos seguros y protegidos,…una máscara que se exhibe ante el mundo, nos protege contra nuestros temores condicionados.” Y explica que “...los muros del ego crean más dolor del que evitan” y que “El desarrollo personal exige que primero se forme un ego, para luego comprenderlo y por último trascenderlo”
Estos conceptos en realidad no contradicen lo que muchos Maestros desde la antigüedad han intentado decirnos: que el ego (en su forma de “personalidad” según lo definen algunos) hace parte natural de nuestra vida y que el objetivo de la evolución no es desecharlo sino integrarlo de manera que nos sea útil en la tarea de aprender a reconocer a nuestra Alma o como la llaman algunos “Ego real o superior”, tarea que requiere tiempo y aprendizajes a veces dolorosos.
Teniendo en cuenta el principio de que “Todo es mente”, tal como se explica en el Kybalión, y apoyados en estos conceptos definimos al “Ego” como una proyección mental del Espíritu que permite a cada Ser Humano reconocerse como identidad individual y separada de otros seres. No lo catalogamos como negativo ni nefasto, sino como parte del plan evolutivo, como un mecanismo de la vida para lograr de manera paulatina esa Conciencia Espiritual, la cual comienza previamente con el autoconocimiento a través de la identificación primaria con lo que tenemos y somos capaces de hacer. Este último es el impulso del su reflejo en el plano físico: el ego inferior, una marcada necesidad de control.
Cuando la Conciencia Espiritual es incipiente, inmadura o poco evolucionada, vemos de manera confusa a nuestro verdadero Yo y lo asociamos a nuestros atributos, desde sentirnos un cuerpo físico (algunos creen ser solo eso) hasta vernos solo como mentes, cuando en realidad todo ello tiene su origen en el Espíritu. En esto consiste la aventura de la evolución: el logro progresivo de irnos reconociendo, durante un largo recorrido de sucesivas vidas, identificándonos inicialmente con nuestra máscara (ego inferior o ilusorio), luego con nuestra Alma (Ego Real) hasta, finalmente, lograr Ser y sentirnos Espíritus poseedores de todo ello. El Ego es la identidad que utiliza sus atributos como palanca de trascendencia para llegar al Espíritu que es la Esencia de lo que somos.
Y ¿qué son, entonces, los “roles”? Siguen siendo proyecciones mentales de esa identidad pero de manera múltiple y distorsionada. Así como no es lo mismo para nadar, usar un traje de baño y una máscara, a usar un pesado traje de buzo; se vuelve igualmente pesada la vida cuando nadamos en ella en medio de múltiples máscaras distorsionadas de nuestra personalidad.
En el lenguaje ocultista cuando se refieren al Ego, algunas veces se refieren al Yo Real y esto se presta a confusiones en el lenguaje cotidiano, pero en términos simples podemos decir que la palabra “ego” se relaciona con identidad, tanto en plano de manifestación física como en el plano mental. Sin embargo lo que entendemos por ego es más comparable al reflejo luminoso de nosotros mismos sobre el espejo de este mundo físico. Un ejemplo aproximado sería el siguiente:
Si comparamos al Ego con la Luna (satélite que proyecta la luz del Sol), nos tendríamos que dar cuenta que nuestra naturaleza Real no es la Luna en sí, sino el rayo de ese “Sol”. Cada Ego humano es un “satélite” que refleja la luz de ese Sol que es el Espíritu como parte de la Divinidad, y si recordáramos que somos ese “rayo de luz” tomaríamos conciencia de nuestra unidad con Dios y dejaríamos de ser individuos para ser parte del Todo –tal como lo es en realidad según las enseñanzas antiguas; cesaría “la gran herejía de la separatividad”-
Esta adquisición de Conciencia Espiritual plena, es la que logran quienes llamamos “iluminados”, aquellos que ya no requieren del “satélite” para reconocerse a sí mismos y asimilaron su unión con “El Padre” a través de su Espíritu puro.
Pero mientras nosotros nos encontremos viviendo diversas experiencias de vida como humanos, necesitaremos de este Satélite-Ego o Alma para proyectarnos al Mundo, como vehículo evolutivo. La tarea del Alma es lograr poner su conciencia en si misma y cada vez menos en sus “reflejos” sobre el plano de manifestación física (el ego inferior y sus roles).
Estos roles se pueden comparar con máscaras menores que los seres humanos adoptamos según las circunstancias emocionales que nos rodean y a las cuales nos acostumbramos en tal medida que pueden actuar sustituyendo al Yo Real, como si se tratara de una dramatización teatral con cierta dosis de autoengaño, ya que actúan como un mecanismo de defensa. Siguiendo el mismo ejemplo anterior, la Luna reflejaría su luz sobre diversos “lagos” en la tierra y la conciencia no despierta podría ver múltiples imágenes de esa luna única, identificándose con ellas en momentos diferentes.
Un Ego integrado es el resultado de unir todas esas imágenes en una sola; integrarse es el logro de poder fijar nuestra atención y toma de conciencia sobre la Luna verdadera (El alma) y no sobre las “otras” falsas (los roles). El hombre debe aprender a ver esos aspectos del ego que le son verdaderamente útiles en su trajinar por el sendero de su Vida Única, como lo son la dignidad, el impulso de superación, el autoesfuerzo personal, la acertividad, la capacidad de decisión, la autonomía, la autoafirmación y la autoestima, y que son propios de un Ser que se valora a sí mismo pero no compite con otros y está menos cargado de miedo. Las roles en cambio son propios de una mente engañada y sumida en la ignorancia de su Verdadera Esencia Espiritual, una mente condicionada por el miedo.
Los “lagos” sobre los cuales se observan estos reflejos o máscaras pueden compararse a las emociones (medios de expresión o conexión de la luz mental con el cuerpo físico) que pueden reflejar fielmente a la “Luna-Alma” mientras sus aguas se mantengan serenas y en calma (emociones superiores menos egoístas), lo cual no siempre es posible porque la naturaleza de algunas emociones hace que se muevan como “aguas agitadas” ante cualquier dificultad o desafío de nuestra vivencia cotidiana o ante la satisfacción de un deseo, logrando con ello que el “reflejo” sea distorsionado y nocivo. Es así como aparecen en escena los Roles de “Baja Estima” o de “Superioridad” y con ellos una gran gama de roles o actitudes que se desencadenan de esta raíz (inseguridad, víctima, protagonismo, falsa serenidad o indiferencia, apatía, sarcasmo, dominancia, inflexibilidad, servilismo, hipersensibilidad o fragilidad, culpabilidad, entre otros). En realidad esas “lunas-roles” que se ven ante nuestros ojos engañados como reflejos de nuestro Yo, sobre el agua emocional, no son más que una ilusión de nuestra mente. Un lago muy agitado puede mostrar varios destellos que nos confunden, y a medida que se aplaca el agua y vemos con más claridad, nos damos cuenta que en verdad es un solo reflejo que aparece por nuestro miedo de no ser “nosotros mismos”: un solo Rol de Desvalía, es decir falta de un Verdadero Amor justo y equilibrado hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Cuando progresivamente salimos de la ignorancia y comenzamos a amarnos realmente a nosotros mismos, Amor sustentado no en la aparente ilusión de nuestros heróicos actos ni de creernos únicos poseedores de virtudes que en realidad compartimos con todo ser, logramos establecer nuestra conciencia en un punto intermedio de la balanza; el péndulo que por ley de ritmo no deja de llevarnos de un extremo otro (de la desvalorización hasta la supravaloración), disminuye su velocidad manteniéndonos en un relativo equilibrio. Al procurar vernos como Almas y no como sus reflejos ilusorios, vamos acercándonos a la meta de identificarnos con nuestro Yo real, nuestro Espíritu.
Y ¿cómo saber si estamos viendo a nuestro Alma directamente y no a los roles del ego sobre el agua de las emociones, aun cuando estemos en calma? Ese reconocimiento requiere de experiencia, tiempo y constancia. No siempre se logra en una sola experiencia de vida. Pero si continuamos aprendiendo a poner las “aguas” en calma, es decir, a manejar nuestras emociones, intentando superar las inferiores y cultivando las superiores (sentimientos): la trasmutación del miedo en Amor, y que no sea el primero quien nos maneje, estaremos dando un paso muy importante.
Un segundo paso será ejercitar nuestra atención en la autoobservación de esos roles reflejados una vez que van apareciendo e ir reemplazandolos por actitudes más sanas o por los menos, no tan nocivas, sin perder de vista cual es el deseo no reconocido que sigue operando en nuestro comportamiento: Las necesidades más primarias son afecto, aprobación, seguridad, independencia, compañía, poder y control (siendo este último el impulso básico de los demás). Moderar estas necesidades a su verdadera dimensión mientras trabajamos el desapego es una tarea que nos permitirá sentirnos cada vez más libres de la opresión del ego.
En la vida las pruebas abundan. Cada situación difícil nos permite darnos cuenta qué tanto distorsionamos nuestra verdadera naturaleza a causa de nuestros más profundos miedos. Porque mientras todo “está bien”, vemos el reflejo de la “Luna” tan intacta que nos confundimos con ella y decimos “Soy un ser íntegro, este soy Yo”, pero cuando esa integración es sometida a prueba por las dificultades diarias se suele perder la fe y la calma, la angustia nos conquista y quizás nos damos cuenta que no tenemos el suficiente amor por nosotros mismos y por el otro como para comprender nuestros errores ni las acciones de ese otro; que hemos perdido confianza en la vida y en Dios y eso nos impide sacar lo mejor de nuestra luz en aras de salir adelante.
Porque nada de lo que nos sucede es “inmerecido”. Sin duda, o es una prueba para saber quiénes somos y fortalecernos, o es una lección pendiente para crecer, pero nada escapa de su razón y su sentido. Por eso es importante que aprendamos a no dejarnos engañar por la ilusión y luchar cada segundo por ver lo verdadero detrás de lo aparente. Todas nuestras vidas son tan solo intentos consecutivos de esta meta de reencontrarnos con nosotros mismos
DANIEL ASAMUYA
Muchos autores han escrito sobre el ego y lo han definido en general como la forma en que los seres humanos nos mostramos ante el mundo. La Dra. Joan Borysenko, en su libro “Cómo alcanzar el bienestar físico y emocional mediante el poder de la mente” define al ego como: “…una identidad que hemos creado para nosotros mismos con el ánimo de sentirnos seguros y protegidos,…una máscara que se exhibe ante el mundo, nos protege contra nuestros temores condicionados.” Y explica que “...los muros del ego crean más dolor del que evitan” y que “El desarrollo personal exige que primero se forme un ego, para luego comprenderlo y por último trascenderlo”
Estos conceptos en realidad no contradicen lo que muchos Maestros desde la antigüedad han intentado decirnos: que el ego (en su forma de “personalidad” según lo definen algunos) hace parte natural de nuestra vida y que el objetivo de la evolución no es desecharlo sino integrarlo de manera que nos sea útil en la tarea de aprender a reconocer a nuestra Alma o como la llaman algunos “Ego real o superior”, tarea que requiere tiempo y aprendizajes a veces dolorosos.
Teniendo en cuenta el principio de que “Todo es mente”, tal como se explica en el Kybalión, y apoyados en estos conceptos definimos al “Ego” como una proyección mental del Espíritu que permite a cada Ser Humano reconocerse como identidad individual y separada de otros seres. No lo catalogamos como negativo ni nefasto, sino como parte del plan evolutivo, como un mecanismo de la vida para lograr de manera paulatina esa Conciencia Espiritual, la cual comienza previamente con el autoconocimiento a través de la identificación primaria con lo que tenemos y somos capaces de hacer. Este último es el impulso del su reflejo en el plano físico: el ego inferior, una marcada necesidad de control.
Cuando la Conciencia Espiritual es incipiente, inmadura o poco evolucionada, vemos de manera confusa a nuestro verdadero Yo y lo asociamos a nuestros atributos, desde sentirnos un cuerpo físico (algunos creen ser solo eso) hasta vernos solo como mentes, cuando en realidad todo ello tiene su origen en el Espíritu. En esto consiste la aventura de la evolución: el logro progresivo de irnos reconociendo, durante un largo recorrido de sucesivas vidas, identificándonos inicialmente con nuestra máscara (ego inferior o ilusorio), luego con nuestra Alma (Ego Real) hasta, finalmente, lograr Ser y sentirnos Espíritus poseedores de todo ello. El Ego es la identidad que utiliza sus atributos como palanca de trascendencia para llegar al Espíritu que es la Esencia de lo que somos.
Y ¿qué son, entonces, los “roles”? Siguen siendo proyecciones mentales de esa identidad pero de manera múltiple y distorsionada. Así como no es lo mismo para nadar, usar un traje de baño y una máscara, a usar un pesado traje de buzo; se vuelve igualmente pesada la vida cuando nadamos en ella en medio de múltiples máscaras distorsionadas de nuestra personalidad.
En el lenguaje ocultista cuando se refieren al Ego, algunas veces se refieren al Yo Real y esto se presta a confusiones en el lenguaje cotidiano, pero en términos simples podemos decir que la palabra “ego” se relaciona con identidad, tanto en plano de manifestación física como en el plano mental. Sin embargo lo que entendemos por ego es más comparable al reflejo luminoso de nosotros mismos sobre el espejo de este mundo físico. Un ejemplo aproximado sería el siguiente:
Si comparamos al Ego con la Luna (satélite que proyecta la luz del Sol), nos tendríamos que dar cuenta que nuestra naturaleza Real no es la Luna en sí, sino el rayo de ese “Sol”. Cada Ego humano es un “satélite” que refleja la luz de ese Sol que es el Espíritu como parte de la Divinidad, y si recordáramos que somos ese “rayo de luz” tomaríamos conciencia de nuestra unidad con Dios y dejaríamos de ser individuos para ser parte del Todo –tal como lo es en realidad según las enseñanzas antiguas; cesaría “la gran herejía de la separatividad”-
Esta adquisición de Conciencia Espiritual plena, es la que logran quienes llamamos “iluminados”, aquellos que ya no requieren del “satélite” para reconocerse a sí mismos y asimilaron su unión con “El Padre” a través de su Espíritu puro.
Pero mientras nosotros nos encontremos viviendo diversas experiencias de vida como humanos, necesitaremos de este Satélite-Ego o Alma para proyectarnos al Mundo, como vehículo evolutivo. La tarea del Alma es lograr poner su conciencia en si misma y cada vez menos en sus “reflejos” sobre el plano de manifestación física (el ego inferior y sus roles).
Estos roles se pueden comparar con máscaras menores que los seres humanos adoptamos según las circunstancias emocionales que nos rodean y a las cuales nos acostumbramos en tal medida que pueden actuar sustituyendo al Yo Real, como si se tratara de una dramatización teatral con cierta dosis de autoengaño, ya que actúan como un mecanismo de defensa. Siguiendo el mismo ejemplo anterior, la Luna reflejaría su luz sobre diversos “lagos” en la tierra y la conciencia no despierta podría ver múltiples imágenes de esa luna única, identificándose con ellas en momentos diferentes.
Un Ego integrado es el resultado de unir todas esas imágenes en una sola; integrarse es el logro de poder fijar nuestra atención y toma de conciencia sobre la Luna verdadera (El alma) y no sobre las “otras” falsas (los roles). El hombre debe aprender a ver esos aspectos del ego que le son verdaderamente útiles en su trajinar por el sendero de su Vida Única, como lo son la dignidad, el impulso de superación, el autoesfuerzo personal, la acertividad, la capacidad de decisión, la autonomía, la autoafirmación y la autoestima, y que son propios de un Ser que se valora a sí mismo pero no compite con otros y está menos cargado de miedo. Las roles en cambio son propios de una mente engañada y sumida en la ignorancia de su Verdadera Esencia Espiritual, una mente condicionada por el miedo.
Los “lagos” sobre los cuales se observan estos reflejos o máscaras pueden compararse a las emociones (medios de expresión o conexión de la luz mental con el cuerpo físico) que pueden reflejar fielmente a la “Luna-Alma” mientras sus aguas se mantengan serenas y en calma (emociones superiores menos egoístas), lo cual no siempre es posible porque la naturaleza de algunas emociones hace que se muevan como “aguas agitadas” ante cualquier dificultad o desafío de nuestra vivencia cotidiana o ante la satisfacción de un deseo, logrando con ello que el “reflejo” sea distorsionado y nocivo. Es así como aparecen en escena los Roles de “Baja Estima” o de “Superioridad” y con ellos una gran gama de roles o actitudes que se desencadenan de esta raíz (inseguridad, víctima, protagonismo, falsa serenidad o indiferencia, apatía, sarcasmo, dominancia, inflexibilidad, servilismo, hipersensibilidad o fragilidad, culpabilidad, entre otros). En realidad esas “lunas-roles” que se ven ante nuestros ojos engañados como reflejos de nuestro Yo, sobre el agua emocional, no son más que una ilusión de nuestra mente. Un lago muy agitado puede mostrar varios destellos que nos confunden, y a medida que se aplaca el agua y vemos con más claridad, nos damos cuenta que en verdad es un solo reflejo que aparece por nuestro miedo de no ser “nosotros mismos”: un solo Rol de Desvalía, es decir falta de un Verdadero Amor justo y equilibrado hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Cuando progresivamente salimos de la ignorancia y comenzamos a amarnos realmente a nosotros mismos, Amor sustentado no en la aparente ilusión de nuestros heróicos actos ni de creernos únicos poseedores de virtudes que en realidad compartimos con todo ser, logramos establecer nuestra conciencia en un punto intermedio de la balanza; el péndulo que por ley de ritmo no deja de llevarnos de un extremo otro (de la desvalorización hasta la supravaloración), disminuye su velocidad manteniéndonos en un relativo equilibrio. Al procurar vernos como Almas y no como sus reflejos ilusorios, vamos acercándonos a la meta de identificarnos con nuestro Yo real, nuestro Espíritu.
Y ¿cómo saber si estamos viendo a nuestro Alma directamente y no a los roles del ego sobre el agua de las emociones, aun cuando estemos en calma? Ese reconocimiento requiere de experiencia, tiempo y constancia. No siempre se logra en una sola experiencia de vida. Pero si continuamos aprendiendo a poner las “aguas” en calma, es decir, a manejar nuestras emociones, intentando superar las inferiores y cultivando las superiores (sentimientos): la trasmutación del miedo en Amor, y que no sea el primero quien nos maneje, estaremos dando un paso muy importante.
Un segundo paso será ejercitar nuestra atención en la autoobservación de esos roles reflejados una vez que van apareciendo e ir reemplazandolos por actitudes más sanas o por los menos, no tan nocivas, sin perder de vista cual es el deseo no reconocido que sigue operando en nuestro comportamiento: Las necesidades más primarias son afecto, aprobación, seguridad, independencia, compañía, poder y control (siendo este último el impulso básico de los demás). Moderar estas necesidades a su verdadera dimensión mientras trabajamos el desapego es una tarea que nos permitirá sentirnos cada vez más libres de la opresión del ego.
En la vida las pruebas abundan. Cada situación difícil nos permite darnos cuenta qué tanto distorsionamos nuestra verdadera naturaleza a causa de nuestros más profundos miedos. Porque mientras todo “está bien”, vemos el reflejo de la “Luna” tan intacta que nos confundimos con ella y decimos “Soy un ser íntegro, este soy Yo”, pero cuando esa integración es sometida a prueba por las dificultades diarias se suele perder la fe y la calma, la angustia nos conquista y quizás nos damos cuenta que no tenemos el suficiente amor por nosotros mismos y por el otro como para comprender nuestros errores ni las acciones de ese otro; que hemos perdido confianza en la vida y en Dios y eso nos impide sacar lo mejor de nuestra luz en aras de salir adelante.
Porque nada de lo que nos sucede es “inmerecido”. Sin duda, o es una prueba para saber quiénes somos y fortalecernos, o es una lección pendiente para crecer, pero nada escapa de su razón y su sentido. Por eso es importante que aprendamos a no dejarnos engañar por la ilusión y luchar cada segundo por ver lo verdadero detrás de lo aparente. Todas nuestras vidas son tan solo intentos consecutivos de esta meta de reencontrarnos con nosotros mismos
DANIEL ASAMUYA