Rituale Romanum
En 1614 la Iglesia Católica institucionalizó el procedimiento de exorcizar a través del llamado Rituale Romanum. En el Catecismo de la Iglesia Católica de 1673 se recogen las siguientes palabras en referencia al exorcismo: “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó, de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia”.
La Iglesia distingue entre obsesión y posesión diabólica. Cuando el Demonio penetra solamente en el alma de la persona, entonces hablamos de obsesión. Asimismo, cuando se apodera solamente del cuerpo físico, también hablamos de obsesión. Por el contrario, cuando el maligno se apodera del cuerpo y el alma de la víctima, es cuando se trata de auténtica posesión diabólica. En general, la forma de posesión –excluyendo el campo de las enfermedades mentales, que abordaremos más adelante– está condicionada por las creencias y supersticiones de las personas que la padecen, influyendo en éstas el entorno y el grupo social al que pertenecen. De esta forma son propensos a la posesión aquellas personas que están constantemente imaginando entidades malignas, los practicantes de escritura automática con escasa preparación, los que se someten a sesiones espiritistas, los practicantes de oui-ja –en general, los que sienten temor a lo que están haciendo– y las personas emocionalmente inestables o que atraviesan situaciones emocionales intensas –como los adolescentes–.
Para la identificación y tratamiento de la posesión la Iglesia creó el Ritual Romano para la Posesión. Éste señalaba que era adecuado distinguir entre signos psíquicos y físicos. Entre los primeros, el poseído debía demostrar locura y odio hacia Dios, la Virgen, los Santos y cualquier símbolo de carácter sagrado; tendría la capacidad de hablar lenguas desconocidas como arameo o latín; descubrir y conocer cosas ocultas y predecir acontecimientos futuros; poseer una fuerza psíquica descomunal, con la capacidad de provocar el movimiento de objetos sin tocarlos. La característica principal de los signos psíquicos es desarrollar un cambio en la personalidad del paciente, exteriorizando una segunda desconocida que correspondería a la de la entidad hostil.
En cuanto a los signos físicos, destaca que el poseso tenga una fuerza descomunal, muy superior a la que le correspondería a su edad; también la aparición de marcas sobre la piel del “enfermo”, laceraciones y escarificaciones; cambios bruscos en la voz –gravedad–, acompañados de convulsiones y movimientos “imposibles”, además de la capacidad de levitar.
El Ritual Romano ofrece una serie de pasos que el sacerdote oficiante deberá seguir para expulsar al demonio del cuerpo. En primer lugar colocará un crucifijo ante el poseso; a continuación ordenará al diablo o demonio que habite en la víctima a que se limite a contestar y no deberá creer en nada de lo que oíga o vea hacer al poseso; como tercer paso, preguntará el número y el nombre de los entes malignos que lo poseen y la fecha exacta en la que se apoderaron del inocente. En cuarto lugar, hará la señal de la cruz sobre la frente del poseso y apretará la estola sobre las partes del cuerpo donde más alteración sea visible. A continuación lo rociará con agua bendita y repetirá las oraciones que más atormenten a éste. Tras preguntar al diablo por la causa de la posesión y la zona donde se encuentra, impondrá las manos sobre la cabeza de éste y continuará rezando las oraciones que recoge el ritual.
El catolicismo es, sin duda alguna, la religión imperante en la utilización del exorcismo para expulsar el mal a lo largo de su historia, pero ni fue la primera ni la única. Desde los tiempos más remotos el hombre ha recurrido a mil y un sortilegios para vencer, o al menos intentarlo, a aquellas fuerzas sobrenaturales que se creían originadas por poder del príncipe de las tinieblas. En el Antiguo Egipto se realizaban ritos para protegerse de los poderes malignos de éste o el otro mundo. Los conjuros orales eran completados con rituales que consistían en seccionar o herir “una parte del ser amenazante”.
En la antigua Babilonia existía una amplia representación demonológica y una creencia profunda en el poder negativo del mal. En Sumeria se solía realizar un extraño rito para protegerse de los entes malignos: consistía en hacer pasar a través de conjuros mágicos el espíritu a un vaso u objeto parecido, objeto que a continuación se quemaba o destruía –y con él el mal–.
En cuanto al cristianismo, es a partir de los siglos II y III cuando la Iglesia confiere importancia al demonio como entidad y representación del mal, pero sin aparecer todavía la figura del exorcista. Éste surge en el siglo V, cuando aparecen los primeros exorcistas, circunstancia que se consolidará en el VIII, cuando una serie de clérigos, además de realizar sus tareas habituales, recibieron una preparación especial para desempeñar el nuevo oficio de exorcistas.
Durante toda la Edad Media, y siglos después con el poder exacerbado de la Santa Inquisición, el exorcismo no fue la única forma de acabar literalmente con los poseídos y con los sirvientes del averno. Se llevaron a cabo quemas indiscriminadas en la hoguera, y los exorcismos, abundantes en la época y brutales, acabaron con la vida de muchos inocentes culpables únicamente de sufrir epilepsia o alguna enfermedad mental…
El ritual se renueva
El 26 de enero de 1999 fue presentado en Roma el nuevo Ritual del Exorcismo de manos del cardenal Jorge Medina Estévez. Aún con esto la Santa Sede es muy escrupulosa a la hora de autorizar un exorcismo, pues hay que descartar en primer lugar la enfermedad mental, y el sacerdote oficiante deberá obtener la autorización directa del Obispo de la diócesis a la que pertenezca.
El antiguo Ritual Romano contenía en un capítulo específico las indicaciones y el texto litúrgico de los exorcismos. Éste, que era el último, quedó sin ser revisado tras el Concilio Vaticano II. La redacción final fue fruto de numerosos estudios, revisiones y modificaciones para adaptarlo a las exigencias actuales a través de varias Conferencias Episcopales. En palabras del cardenal Medina, el texto demandó diez años de trabajo y dio como resultado el manual presentado en Roma en 1999. Éste fue aprobado por el Pontífice antes de ser hecho público en conferencia oficial desde la Santa Sede.
En la larga rueda de prensa que monseñor Estévez concedió en el Vaticano, se refirió al poder del demonio, a la capacidad del texto sagrado y de los exorcistas para acabar con su influencia: “Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, el embuste, la mentira y la confusión. Como Jesús es la Verdad, así el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el principio, el engaño ha sido su estrategia preferida. El diablo engaña a los hombres haciéndoles creer que la felicidad se encuentra en el dinero, el poder, y en la concupiscencia carnal. Engaña a los hombres persuadiéndoles de que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesidad de la gracia ni de la salvación…”.
Una vez que fue presentado el nuevo manual para los exorcismos parecía que los sacerdotes encargados de tal menester se hallarían satisfechos tras sus continuas peticiones a la Santa Sede para la reelaboración de los textos. Nada más allá de la realidad. El respetado exorcista oficial de Roma, el padre Gabrielle Amorth, concedió diversas entrevistas tras la publicación del nuevo Ritual en las que atacaba duramente a sus colegas por la forma en que lo redactaron: “Un ritual tan esperado, al final, se ha convertido en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio”. Según el reputado padre Amorth, por ejemplo, en el punto 15 del nuevo ritual se habla de los maleficios y de cómo comportarse ante ellos. El maleficio, citando al padre, “es un mal causado a una persona recurriendo al diablo”. El ritual romano antiguo explicaba cómo había que afrontarlos. El nuevo ritual, en cambio, declara, categóricamente que está totalmente prohibido hacer exorcismos en estos casos. Para Amorth esto es absurdo, es un pulso a favor del maligno. Según él y otros exorcistas quejumbrosos con el nuevo manual, el texto no ha sido preparado por expertos, por auténticos exorcistas conocedores a fondo del tema, sino por cardenales que no habían realizado en su vida un exorcismo.
En la misma entrevista, se refirió también a la forma en que uno se convierte en víctima del demonio: “Uno puede ser objeto de los ataques del demonio, en cuatro casos. Bien porque la lucha contra el mal es una bendición para la persona, como en el caso de muchos santos –la propia Madre Teresa de Calcuta fue sometida a varios exorcismos–, bien por la persistencia irreversible en el pecado, bien por una maldición que alguien hace, invocando el nombre del demonio, o bien, cuando uno se dedica a practicar ocultismo”.
Aquí, en la última parte creo que se peló el padre Gabrielle Amorth, ya que los primeros ocultistas son los sacerdotes católicos y después nosotros que también nos dedicamos a combatir al demonio, aunque algunas veces lo utilizamos. Qué opina Ustedes al respecto.
En 1614 la Iglesia Católica institucionalizó el procedimiento de exorcizar a través del llamado Rituale Romanum. En el Catecismo de la Iglesia Católica de 1673 se recogen las siguientes palabras en referencia al exorcismo: “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó, de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia”.
La Iglesia distingue entre obsesión y posesión diabólica. Cuando el Demonio penetra solamente en el alma de la persona, entonces hablamos de obsesión. Asimismo, cuando se apodera solamente del cuerpo físico, también hablamos de obsesión. Por el contrario, cuando el maligno se apodera del cuerpo y el alma de la víctima, es cuando se trata de auténtica posesión diabólica. En general, la forma de posesión –excluyendo el campo de las enfermedades mentales, que abordaremos más adelante– está condicionada por las creencias y supersticiones de las personas que la padecen, influyendo en éstas el entorno y el grupo social al que pertenecen. De esta forma son propensos a la posesión aquellas personas que están constantemente imaginando entidades malignas, los practicantes de escritura automática con escasa preparación, los que se someten a sesiones espiritistas, los practicantes de oui-ja –en general, los que sienten temor a lo que están haciendo– y las personas emocionalmente inestables o que atraviesan situaciones emocionales intensas –como los adolescentes–.
Para la identificación y tratamiento de la posesión la Iglesia creó el Ritual Romano para la Posesión. Éste señalaba que era adecuado distinguir entre signos psíquicos y físicos. Entre los primeros, el poseído debía demostrar locura y odio hacia Dios, la Virgen, los Santos y cualquier símbolo de carácter sagrado; tendría la capacidad de hablar lenguas desconocidas como arameo o latín; descubrir y conocer cosas ocultas y predecir acontecimientos futuros; poseer una fuerza psíquica descomunal, con la capacidad de provocar el movimiento de objetos sin tocarlos. La característica principal de los signos psíquicos es desarrollar un cambio en la personalidad del paciente, exteriorizando una segunda desconocida que correspondería a la de la entidad hostil.
En cuanto a los signos físicos, destaca que el poseso tenga una fuerza descomunal, muy superior a la que le correspondería a su edad; también la aparición de marcas sobre la piel del “enfermo”, laceraciones y escarificaciones; cambios bruscos en la voz –gravedad–, acompañados de convulsiones y movimientos “imposibles”, además de la capacidad de levitar.
El Ritual Romano ofrece una serie de pasos que el sacerdote oficiante deberá seguir para expulsar al demonio del cuerpo. En primer lugar colocará un crucifijo ante el poseso; a continuación ordenará al diablo o demonio que habite en la víctima a que se limite a contestar y no deberá creer en nada de lo que oíga o vea hacer al poseso; como tercer paso, preguntará el número y el nombre de los entes malignos que lo poseen y la fecha exacta en la que se apoderaron del inocente. En cuarto lugar, hará la señal de la cruz sobre la frente del poseso y apretará la estola sobre las partes del cuerpo donde más alteración sea visible. A continuación lo rociará con agua bendita y repetirá las oraciones que más atormenten a éste. Tras preguntar al diablo por la causa de la posesión y la zona donde se encuentra, impondrá las manos sobre la cabeza de éste y continuará rezando las oraciones que recoge el ritual.
El catolicismo es, sin duda alguna, la religión imperante en la utilización del exorcismo para expulsar el mal a lo largo de su historia, pero ni fue la primera ni la única. Desde los tiempos más remotos el hombre ha recurrido a mil y un sortilegios para vencer, o al menos intentarlo, a aquellas fuerzas sobrenaturales que se creían originadas por poder del príncipe de las tinieblas. En el Antiguo Egipto se realizaban ritos para protegerse de los poderes malignos de éste o el otro mundo. Los conjuros orales eran completados con rituales que consistían en seccionar o herir “una parte del ser amenazante”.
En la antigua Babilonia existía una amplia representación demonológica y una creencia profunda en el poder negativo del mal. En Sumeria se solía realizar un extraño rito para protegerse de los entes malignos: consistía en hacer pasar a través de conjuros mágicos el espíritu a un vaso u objeto parecido, objeto que a continuación se quemaba o destruía –y con él el mal–.
En cuanto al cristianismo, es a partir de los siglos II y III cuando la Iglesia confiere importancia al demonio como entidad y representación del mal, pero sin aparecer todavía la figura del exorcista. Éste surge en el siglo V, cuando aparecen los primeros exorcistas, circunstancia que se consolidará en el VIII, cuando una serie de clérigos, además de realizar sus tareas habituales, recibieron una preparación especial para desempeñar el nuevo oficio de exorcistas.
Durante toda la Edad Media, y siglos después con el poder exacerbado de la Santa Inquisición, el exorcismo no fue la única forma de acabar literalmente con los poseídos y con los sirvientes del averno. Se llevaron a cabo quemas indiscriminadas en la hoguera, y los exorcismos, abundantes en la época y brutales, acabaron con la vida de muchos inocentes culpables únicamente de sufrir epilepsia o alguna enfermedad mental…
El ritual se renueva
El 26 de enero de 1999 fue presentado en Roma el nuevo Ritual del Exorcismo de manos del cardenal Jorge Medina Estévez. Aún con esto la Santa Sede es muy escrupulosa a la hora de autorizar un exorcismo, pues hay que descartar en primer lugar la enfermedad mental, y el sacerdote oficiante deberá obtener la autorización directa del Obispo de la diócesis a la que pertenezca.
El antiguo Ritual Romano contenía en un capítulo específico las indicaciones y el texto litúrgico de los exorcismos. Éste, que era el último, quedó sin ser revisado tras el Concilio Vaticano II. La redacción final fue fruto de numerosos estudios, revisiones y modificaciones para adaptarlo a las exigencias actuales a través de varias Conferencias Episcopales. En palabras del cardenal Medina, el texto demandó diez años de trabajo y dio como resultado el manual presentado en Roma en 1999. Éste fue aprobado por el Pontífice antes de ser hecho público en conferencia oficial desde la Santa Sede.
En la larga rueda de prensa que monseñor Estévez concedió en el Vaticano, se refirió al poder del demonio, a la capacidad del texto sagrado y de los exorcistas para acabar con su influencia: “Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, el embuste, la mentira y la confusión. Como Jesús es la Verdad, así el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el principio, el engaño ha sido su estrategia preferida. El diablo engaña a los hombres haciéndoles creer que la felicidad se encuentra en el dinero, el poder, y en la concupiscencia carnal. Engaña a los hombres persuadiéndoles de que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesidad de la gracia ni de la salvación…”.
Una vez que fue presentado el nuevo manual para los exorcismos parecía que los sacerdotes encargados de tal menester se hallarían satisfechos tras sus continuas peticiones a la Santa Sede para la reelaboración de los textos. Nada más allá de la realidad. El respetado exorcista oficial de Roma, el padre Gabrielle Amorth, concedió diversas entrevistas tras la publicación del nuevo Ritual en las que atacaba duramente a sus colegas por la forma en que lo redactaron: “Un ritual tan esperado, al final, se ha convertido en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio”. Según el reputado padre Amorth, por ejemplo, en el punto 15 del nuevo ritual se habla de los maleficios y de cómo comportarse ante ellos. El maleficio, citando al padre, “es un mal causado a una persona recurriendo al diablo”. El ritual romano antiguo explicaba cómo había que afrontarlos. El nuevo ritual, en cambio, declara, categóricamente que está totalmente prohibido hacer exorcismos en estos casos. Para Amorth esto es absurdo, es un pulso a favor del maligno. Según él y otros exorcistas quejumbrosos con el nuevo manual, el texto no ha sido preparado por expertos, por auténticos exorcistas conocedores a fondo del tema, sino por cardenales que no habían realizado en su vida un exorcismo.
En la misma entrevista, se refirió también a la forma en que uno se convierte en víctima del demonio: “Uno puede ser objeto de los ataques del demonio, en cuatro casos. Bien porque la lucha contra el mal es una bendición para la persona, como en el caso de muchos santos –la propia Madre Teresa de Calcuta fue sometida a varios exorcismos–, bien por la persistencia irreversible en el pecado, bien por una maldición que alguien hace, invocando el nombre del demonio, o bien, cuando uno se dedica a practicar ocultismo”.
Aquí, en la última parte creo que se peló el padre Gabrielle Amorth, ya que los primeros ocultistas son los sacerdotes católicos y después nosotros que también nos dedicamos a combatir al demonio, aunque algunas veces lo utilizamos. Qué opina Ustedes al respecto.