Santo, santo, santo es el Dios de los ejércitos.
Él es tres veces santo en Él mismo por la Trinidad de sus Personas; y Él es santo en la multitud de los espíritus ordenados, jerarquizados como un ejército, que Él convida a la unión santificante, a unirse a Él sobrenaturalmente. Esa unión exige una generación en Él, Él es suficientemente poderoso para producirla, no obstante pida una virtud más alta de que la exigida para la creación. Así, la Santísima Virgen, llena de gracia divina, manifestó su admiración y su alegría con estas palabra:
“Fecit mihi magna qui POTENS est et SANCTUM nomen ejus”. Él hizo en mi grandes cosas, Aquel que es poderoso y cuyo nombre es santo. Por la santidad entramos en el infinito sin confundirnos, penetramos en el seno de Dios sin perdernos, conservando nuestra individualidad, nuestra personalidad, estando unidos a la Divinidad, de tal manera que ella produce en nosotros lo que ella produce en Ella misma. He ahí la gran cosa que maravillaba a la Santísima Virgen y la hacía lanzar esta exclamación: “Magnificat anima mea Dominun et exultavir spiritus meo in Deo salutari meo”.
La unión sobrenatural con Dios, tanto entre los ángeles como entre nosotros, tiene dos grados: la preparación y la fruición, la gracia y la gloria. Por la gracia somos dados en garantía de dote que es entregada solamente en el feliz final de la prueba a la cual la preparación nos somete.
Porque Dios quiere respetar la libertad de sus criaturas, y esa voluntad obliga a no hacer definitivo el don de lo sobrenatural sino después de la aceptación reconocida y amorosa por parte nuestra.
Las Personas divinas que quieren habitar en nosotros, baten, primeramente, a través de los llamados de la gracia, a la puerta de nuestro corazón. Ellas quieren ser acogidas como amigas antes de producir en nosotros las grandes cosas de que hablamos. Ellas nos ofrecen su amistad, Vos amici mei estis; es necesario que les demos la nuestra, que entremos en comercio con Ellas, en un comercio de amor. Esa oferta debe ser aceptada, puede ser rechazada, si es rechazada será una ofensa y una ofensa de una culpabilidad infinita, el límite de la injuria, tratándose de Dios.
¿Fue esa la injuria a la infinita Bondad?
Él es tres veces santo en Él mismo por la Trinidad de sus Personas; y Él es santo en la multitud de los espíritus ordenados, jerarquizados como un ejército, que Él convida a la unión santificante, a unirse a Él sobrenaturalmente. Esa unión exige una generación en Él, Él es suficientemente poderoso para producirla, no obstante pida una virtud más alta de que la exigida para la creación. Así, la Santísima Virgen, llena de gracia divina, manifestó su admiración y su alegría con estas palabra:
“Fecit mihi magna qui POTENS est et SANCTUM nomen ejus”. Él hizo en mi grandes cosas, Aquel que es poderoso y cuyo nombre es santo. Por la santidad entramos en el infinito sin confundirnos, penetramos en el seno de Dios sin perdernos, conservando nuestra individualidad, nuestra personalidad, estando unidos a la Divinidad, de tal manera que ella produce en nosotros lo que ella produce en Ella misma. He ahí la gran cosa que maravillaba a la Santísima Virgen y la hacía lanzar esta exclamación: “Magnificat anima mea Dominun et exultavir spiritus meo in Deo salutari meo”.
La unión sobrenatural con Dios, tanto entre los ángeles como entre nosotros, tiene dos grados: la preparación y la fruición, la gracia y la gloria. Por la gracia somos dados en garantía de dote que es entregada solamente en el feliz final de la prueba a la cual la preparación nos somete.
Porque Dios quiere respetar la libertad de sus criaturas, y esa voluntad obliga a no hacer definitivo el don de lo sobrenatural sino después de la aceptación reconocida y amorosa por parte nuestra.
Las Personas divinas que quieren habitar en nosotros, baten, primeramente, a través de los llamados de la gracia, a la puerta de nuestro corazón. Ellas quieren ser acogidas como amigas antes de producir en nosotros las grandes cosas de que hablamos. Ellas nos ofrecen su amistad, Vos amici mei estis; es necesario que les demos la nuestra, que entremos en comercio con Ellas, en un comercio de amor. Esa oferta debe ser aceptada, puede ser rechazada, si es rechazada será una ofensa y una ofensa de una culpabilidad infinita, el límite de la injuria, tratándose de Dios.
¿Fue esa la injuria a la infinita Bondad?