La Dientona es un espíritu burlón y ocioso que suele aparecérsele a los confiados transeúntes de poblaciones pequeñas. Esta leyenda originaria de El Tocuyo, estado Lara posee varias semejanzas con la de La Sayona, proveniente de Los Llanos venezolanos.
Un hombre que dice haber tenido un encuentro con La Dientona, aseguró que una noche en la que se encontraba paseando, se topó con una dama muy sugestiva. Lo curioso, era que ésta no se dejaba ver.
El hombre extrañado le preguntó:
- ¿Por qué ocultas tu cara?
La mujer no respondió.
Seguro de no haberla visto nunca antes, esta vez se interesó por conocer el lugar de origen de esta misteriosa mujer.
- ¿En dónde vives?
Ella respondió con una voz cálida y suave:
- Muy pronto lo sabrás.
Caminaron varias cuadras, hasta llegar al Cementerio. De repente la mujer gritó:
- Esta es mi casa.
En ese momento volteó el rostro hacia su acompañante, dejando ver una dentadura tan feroz, que parecía un estuche de puñales.
El hombre huyó, y mientras corría tropezó con un caballero que estaba recostado a una pared. No lo conocía, pero procedió a contarle todo lo que le había sucedido, pues la pena comunicada alivia.
Al hacer referencia a los enormes dientes de la aparición, el hombre preguntó con una expresión por demás sarcástica:
- ¿Y serían como estos?
Nuevamente aparecieron ante el hombre, unos filosos dientes que no desmerecían en lo absoluto a los de la mujer. El hombre corrió despavorido hasta llegar a su casa y reflexionó preso del insomnio.
La Dientona le había jugado una mala pasada, pero además, lo había convencido de los peligros que acechan a los que les gusta trasnocharse.
Un hombre que dice haber tenido un encuentro con La Dientona, aseguró que una noche en la que se encontraba paseando, se topó con una dama muy sugestiva. Lo curioso, era que ésta no se dejaba ver.
El hombre extrañado le preguntó:
- ¿Por qué ocultas tu cara?
La mujer no respondió.
Seguro de no haberla visto nunca antes, esta vez se interesó por conocer el lugar de origen de esta misteriosa mujer.
- ¿En dónde vives?
Ella respondió con una voz cálida y suave:
- Muy pronto lo sabrás.
Caminaron varias cuadras, hasta llegar al Cementerio. De repente la mujer gritó:
- Esta es mi casa.
En ese momento volteó el rostro hacia su acompañante, dejando ver una dentadura tan feroz, que parecía un estuche de puñales.
El hombre huyó, y mientras corría tropezó con un caballero que estaba recostado a una pared. No lo conocía, pero procedió a contarle todo lo que le había sucedido, pues la pena comunicada alivia.
Al hacer referencia a los enormes dientes de la aparición, el hombre preguntó con una expresión por demás sarcástica:
- ¿Y serían como estos?
Nuevamente aparecieron ante el hombre, unos filosos dientes que no desmerecían en lo absoluto a los de la mujer. El hombre corrió despavorido hasta llegar a su casa y reflexionó preso del insomnio.
La Dientona le había jugado una mala pasada, pero además, lo había convencido de los peligros que acechan a los que les gusta trasnocharse.