Buenas noches, aca les dejo una informacion que me llego. Espero lo disfruten.
Uno de los elementos más conocidos dentro de las culturas afroantillanas, tanto en su folclore como en su práxis, es el de los Mojigangas; conocidos en la Santería como Chicherekus, y en Vudú de Haití como Kini-kini.
De la literatura folclórica desprendida de académicos como Lydia Cabrera, Fernando Ortiz o Natalia Bolivar encontramos que estos seres parecen ser entidades sobrehumanas de carácter misterioso y dudosa intención. A menudo asociados con “brujos” con los que han pactado un misterioso contrato de servicio, o bien independientes y habitantes en en zonas selváticas, en las que acechan a los hombres y desde las cuales se desplazan con asombrosa rapidez a localidades relativamente cercanas para sembrar el caos.
Descritos como seres antropomorfos pero de aspecto terrible, se les atribuyen poderes extraordinarios que, según su intención, pueden ser para propósitos horribles u oportunos.
A lo largo de la historia esto, que desde un punto religioso tiene una explicación mucho más sencilla, ha ido penetrando tanto en el folclore cubano que se ha convertido en parte de su mitologia mestiza y popular de una manera un poco parecida a como ocurría en África, la cuna (al menos conceptual) de este asunto.
Nos cuenta, sobre este asunto, la antropóloga e historiadora cubana Natalia Bolivar:
“Muchos descendientes de africanos recuerdan que por el año 1916, los
religiosos afrocubanos fueron perseguidos con saña por las autoridades de la pseudorrepública. Los dueños de esos entes mágicos los hicieron desaparecer entonces, escondiéndolos o enterrándolos para que no fueran descubiertos.
Cuentan esos informantes que en los campos, en los solares abandonados, en
ciertas zonas y barrios conocidos por su religiosidad, estas figuras continúan
errantes, produciendo pánico en quienes se topan con ellas. Son aquellos kini-
kini cuyos amos murieron sin advertir de su existencia a familiares o cofrades
para que les impidieran seguir deambulando sin que nadie controlara sus acciones. Numerosos Tatas y Yayis fallecen dejando a estos seres con un objetivo específico que ellos se empeñan en cumplir. Y así van pasando a poblar las leyendas y tradiciones de pueblos y campiñas, amedrentando a
quienes los encuentran en cualquier noche oscura, en la soledad de un regreso tardío al hogar.
No hay que ofender a estos espíritus, pues nunca sabemos qué intenciones
tienen cuando se cruzan en nuestro camino.”
Por regla general, estas tallas de madera suelen construirse de la madera de un árbol muy en particular. Éste árbol, cuyo nombre ahorraremos, suele tener hojas durante una mitad del año y está desprovisto de las mismas durante la otra. Dependiendo el tipo de fuerza que queramos obtener de dicho árbol, su madera es extraída para éste propósito en una u otra época del año. Como ocurre con tantas otras cosas, la compleja ceremonia de fabricación de este tipo de objetos comienza desde el primer momento que se extrae la madera bruta para, después, tallarla de forma humanoide. Siempre, el Tata dejará un hueco en la base, el abdomen, la espalda, la cabeza, o incluso dejará más de un orificio; en éstos, serán introducidos las “cargas secretas”, previas consagraciones para finalizar con abundante alimento, producto de sacrificios. La variación de las cargas y ceremonias empleadas varían de manera casi infinita, teniendo en cuenta que no únicamente pueden fijarse una clase de espiritualidades en su interior sino diversas; desde las mas sencillas hasta las más complejas y vehementes.
A menudo la madera, al ser tallada, es “lavada” con el líquido de ciertas hierbas que otorgarán a la mojiganga determinados domínios particulares sobre fuerzas de la naturaleza singulares que le ayudarán en su propósito.
Los propósitos de esos, a menudo letales, muñecos de madera cargados son infinitos y siempre responden a la voluntad de su dueño que irá de acuerdo con el empleo del tratado particular para edificarlo (a menudo muy personal) y los materiales para fijar una u otra categoría de fenómeno relacionado a dicho fetiche.
Uno de los elementos más conocidos dentro de las culturas afroantillanas, tanto en su folclore como en su práxis, es el de los Mojigangas; conocidos en la Santería como Chicherekus, y en Vudú de Haití como Kini-kini.
De la literatura folclórica desprendida de académicos como Lydia Cabrera, Fernando Ortiz o Natalia Bolivar encontramos que estos seres parecen ser entidades sobrehumanas de carácter misterioso y dudosa intención. A menudo asociados con “brujos” con los que han pactado un misterioso contrato de servicio, o bien independientes y habitantes en en zonas selváticas, en las que acechan a los hombres y desde las cuales se desplazan con asombrosa rapidez a localidades relativamente cercanas para sembrar el caos.
Descritos como seres antropomorfos pero de aspecto terrible, se les atribuyen poderes extraordinarios que, según su intención, pueden ser para propósitos horribles u oportunos.
A lo largo de la historia esto, que desde un punto religioso tiene una explicación mucho más sencilla, ha ido penetrando tanto en el folclore cubano que se ha convertido en parte de su mitologia mestiza y popular de una manera un poco parecida a como ocurría en África, la cuna (al menos conceptual) de este asunto.
Nos cuenta, sobre este asunto, la antropóloga e historiadora cubana Natalia Bolivar:
“Muchos descendientes de africanos recuerdan que por el año 1916, los
religiosos afrocubanos fueron perseguidos con saña por las autoridades de la pseudorrepública. Los dueños de esos entes mágicos los hicieron desaparecer entonces, escondiéndolos o enterrándolos para que no fueran descubiertos.
Cuentan esos informantes que en los campos, en los solares abandonados, en
ciertas zonas y barrios conocidos por su religiosidad, estas figuras continúan
errantes, produciendo pánico en quienes se topan con ellas. Son aquellos kini-
kini cuyos amos murieron sin advertir de su existencia a familiares o cofrades
para que les impidieran seguir deambulando sin que nadie controlara sus acciones. Numerosos Tatas y Yayis fallecen dejando a estos seres con un objetivo específico que ellos se empeñan en cumplir. Y así van pasando a poblar las leyendas y tradiciones de pueblos y campiñas, amedrentando a
quienes los encuentran en cualquier noche oscura, en la soledad de un regreso tardío al hogar.
No hay que ofender a estos espíritus, pues nunca sabemos qué intenciones
tienen cuando se cruzan en nuestro camino.”
Por regla general, estas tallas de madera suelen construirse de la madera de un árbol muy en particular. Éste árbol, cuyo nombre ahorraremos, suele tener hojas durante una mitad del año y está desprovisto de las mismas durante la otra. Dependiendo el tipo de fuerza que queramos obtener de dicho árbol, su madera es extraída para éste propósito en una u otra época del año. Como ocurre con tantas otras cosas, la compleja ceremonia de fabricación de este tipo de objetos comienza desde el primer momento que se extrae la madera bruta para, después, tallarla de forma humanoide. Siempre, el Tata dejará un hueco en la base, el abdomen, la espalda, la cabeza, o incluso dejará más de un orificio; en éstos, serán introducidos las “cargas secretas”, previas consagraciones para finalizar con abundante alimento, producto de sacrificios. La variación de las cargas y ceremonias empleadas varían de manera casi infinita, teniendo en cuenta que no únicamente pueden fijarse una clase de espiritualidades en su interior sino diversas; desde las mas sencillas hasta las más complejas y vehementes.
A menudo la madera, al ser tallada, es “lavada” con el líquido de ciertas hierbas que otorgarán a la mojiganga determinados domínios particulares sobre fuerzas de la naturaleza singulares que le ayudarán en su propósito.
Los propósitos de esos, a menudo letales, muñecos de madera cargados son infinitos y siempre responden a la voluntad de su dueño que irá de acuerdo con el empleo del tratado particular para edificarlo (a menudo muy personal) y los materiales para fijar una u otra categoría de fenómeno relacionado a dicho fetiche.