En una pequeña hacienda del Departamento del Cauca (Colombia) de ello hace muchos años, por aquel entonces, unos muchachos que pretendían iniciarse en la magia negra, sustrajeron del cementerio algunos huesos de un difunto. Tan pronto como ello aconteció, se empezaron a escuchar pasos, y a producirse ruidos inusuales que perturbaron la tranquilidad de la casa. Alguien les dijo que con los muertos no se debían meter; que se desasieran de los despojos mortales y que respetaran su descanso eterno.

Desatendiendo el consejo, metieron los huesos en una bolsa y los colocaron en lo alto de un bramadero. (poste con horqueta que se utiliza en las fincas para someter e inmovilizar al ganado). Esa noche nadie pudo dormir en la hacienda...

Muchos perros se congregaron en torno al bramadero y aullaron lastimeramente toda la noche. Ya de madrugada, se escucharon unos pasos que arrastrando los pies se dirigieron hacia la habitación de los temerosos muchachos, quienes fueron literalmente lanzados de sus camas. Al referir este hecho al párroco local, aconsejó que se devolvieran al cementerio los despojos mortales y que desistieran de esas prácticas; que un cuerpo de un ser bautizado no descansaba si no permanecía en el campo santo. Y así se hizo.

No obstante, los incrédulos muchachos colocaron huesos de un animal en una bolsa y los ubicaron en lo alto del bramadero, afirmando que los perros también ladrarían. Para sorpresa de ellos, ni pasos, ni ruidos ni aullidos de perros perturbaron la paz de la noche...