«¡Oh, Gran Espíritu! Cuya voz escucho en los vientos, cuyo respiro da vida a todo el mundo, escúchame...

Yo llego a Ti, uno entre tus tantos hijos; soy pequeño y débil. Necesito tu fuerza y sabiduría.

Deja que camine en la belleza y que mis ojos guarden el rojo y púrpura del sol que se pone.

Haz que mis manos sepan respetar las cosas que creaste, y mis oídos sean abiertos para escuchar tu voz.

Hazme sabio, para que pueda comprender las cosas que enseñaste a mi pueblo, la lección escondida en cada hoja y piedra.

Busco la Fuerza, no para ser superior a mis hermanos, sino para ser capaz de luchar contra mi más grande enemigo: yo mismo.

Hazme siempre listo a llegar a Ti, con manos limpias y mirada recta; así, cuando mi vida desvanezca como un sol que se pone, mi espíritu llegue a Ti sin vergüenza».