Cordial saludo reciban todos. Hoy traigo a colación la crónica de una mujer que como muchas otras, juzgadas y menospreciadas han perdido la felicidad en la tentativa de perseguir lo que socialmente es interpretado como “una realización” pero que no deja sino de generar más vacío en el interior de quienes caen en semejante abismo; me estoy refiriendo a las mujeres que entran en el mundo de la prostitución; marcadas, rechazadas, juzgadas, menospreciadas por una sociedad prejuiciosa inflexible moralmente pero sin ser ejemplo de ser la excepción entre los que fallan a los buenos valores. Muchos se preguntarán qué tiene una narrativa como esa que ver con la sección de Umbanda y yo les respondo simplemente que por la parte de la Kimbanda, los Espíritus que han tenido una negativa biografía pero que no por eso son seres despreciables son victima día con día de los mismos señalamientos apenas por el pasado reencarnatorio que ya no existe en su actual realidad. ¿Cuántas veces no he oído o leído mencionar de manera despreciable sobre la pombagira al referirla como una prostituta sin valores por el simple hecho de que hubieron algunas que fueron sometidas por esclavitud, obligación o necesidad a vivir una vida que es entre muchas otras una de las más deprimentes? Indudablemente que el sentido de fraternidad y caridad no está presente en quienes predican el rechazo y el irrespeto condenando a seres que ya no viven más en esa realidad forzada en la que se vieron envueltas y que contrario al pensar de cuantos quisieran que fuesen mujeres de la vida alegre para solicitarles sus perversidades, son mujeres que imponen respeto y protegen a las mujeres que al igual que ellas, desamparadas no conseguirían sobrevivir a una vida tan desastrosa ni mucho menos en alguna etapa de su vida salirse de ese mundo y es que, donde nadie quiere meterse por considerar que hay riesgo de ensuciarse las manos solo los humildes y entendidos optan por meterse y revivir las heridas de su pasado tormentoso para respaldar a otros que ahora lo viven tal vez de manera más intensa de lo que ellas lo vivieron. ¿Se habrán olvidado todos de que también las prostitutas son mujeres, hijas de Olorum, seres que aman, sienten, sufren, y que han perdido la dignidad al ser convertidas en objetos sexuales por una sociedad que a gran porcentaje de ellas las ha obligado a tener que optar por ese camino? Hoy en día enfrentamos la realidad donde niñas de 11 años inician su vida en la prostitución, respaldadas por sus propias familias en plena resignación de que es eso o sucumbir en medio de tanta carencia que hay hoy en día gracias a muchos problemas que se han acumulado en nuestro mundo actual, y que generalmente, solo a través del sueldo del pervertido consiguen sustentar un día más de alimento, calor, agua y quizá un poco de medicamento. Muchos señalan a la mujer de éste mundo como si esa persona fuese un ser despreciable a los ojos del Supremo, pero ocurre todo lo contrario, nadie más que ellas entienden el valor de poder tener a alguien para amar, y su principal problema es que ellas mismas no se juzgan dignas de ser amadas; ¿no será igual o más cuestionable la dignidad de las mujeres que socialmente no cobran por servicios sexuales pero manipulan al hombre y se sirven de su condición de mujer para obtener beneficios diversos? Éstas son las enseñanzas de las amadas reinas de la noche, que resguardan a los hombres y mujeres para que no sean víctimas del mal vivir como ellos lo fueron. Yo amo a las pombagiras, y jamás me he topado con mujer más digna de amar que estas trabajadoras dedicadas.
CRÓNICA// LA VIDA SECRETA de una chica prepago.
Liliana, una tentación hecha mujer, cuenta la realidad de vender el cuerpo, experiencia que, a pesar de generar ingresos económicos, destruye profundamente la estabilidad emocional de muchas jóvenes.
“Yo, Liliana, cuando comencé a ejercer el oficio más antiguo del mundo, deseaba salir de abajo, tener dinero a manos llenas, satisfacer todos los caprichos que se me antojaran, hasta tocar el cielo si me fuera posible. Solo demasiado tarde comprendí que, en vez de escalar la montaña de la vida hasta la cumbre de un hermoso porvenir, descendí a un abismo más profundo, más solo y más horrible que donde me encontraba, aunque tenga ahora para pagar las cuentas.
Tengo 26 años, signo escorpio. Piel morena clara, aterciopelada al tacto. Ojos verdeazulados; hipnóticos, penetrantes. Cabello castaño claro. Figura de una tentación hecha mujer: labios carnosos, con un lunar al lado derecho superior; senos a la medida, indudablemente operados; caderas de sirena; piernas fuertes; mirada tierna y caminar pausado con tacones altísimos porque mido 1,68 centímetros. Siempre estoy perfumada, vestida con jeans apretaditos y blusa transparente y escotada.
Atiendo regularmente a una docena de clientes al mes, reportándome ingresos fijos que llegan a los 10 mil bolívares; además del amigo que me paga el alquiler del apartamento y otro que me da para hacer mercado.
Nací en el Hospital Pedro García Clara, en Ciudad Ojeda, y luego mi familia se mudó a Cabimas. Yo me vine a vivir a Maracaibo a estudiar en la universidad y entonces conocía a Vicky, nacida y criada en Punto Fijo, compañera de clases en la escuela de contaduría pública, con unos 19 años hermosos, y quien andaba pensando en un asunto sin decidirse: una señora llamada Carmela le había ofrecido trabajar como dama de compañía porque era joven, bonita y educada; además, la paga era buena y ella estaba más limpia que rodilla de lavandera, como dicen los falconianos.
Un mes en que mis padres no pudieron darme la mensualidad para pagar la residencia, ubicada en La Victoria, le dije a Vicky que me diera el número de la señora Carmela. Llamé y fui hasta su casa, un apartamento, aparentemente de estudiantes, ubicado en un edificio de la zona norte. Cuando Carmela me vio, me sentí como si hubiese sacado 20 puntos, porque me dijo que me mudara de inmediato aunque tenía mucho que aprender. ‘Vas a hacer lo que te diga. Y vas adonde te mande. No te faltará comida ni techo. Ni plata tampoco’, me dijo. Estaba confundida, dispuesta a lo que fuese, y eché a la basura el buen ejemplo de mis padres, trabajadores sacrificados, a quienes hoy aún creo que decepcioné para siempre.
Tenía 18 años y no era virgen. Pero al cabo de un par de meses sentía que nunca había tenido tanto sexo en mi vida. Mis novios eran simpáticos y ahora besaba a cuanto hombre pudiera pagar para estar conmigo: bebedores entusiastas, abuelos alegres, enfermos sexuales con la suerte de un buen sueldo, ordinarios que nunca aprendieron a tratar a una mujer.
No era excitante; hay que fingir deseo incluso. Y luego, a pesar del uso del preservativo, está el hecho de una posible infección de alguna enfermedad sexual como sífilis, VIH/sida, gonorrea, papiloma, resultando una verdadera tortura esperar los resultados de uno de esos exámenes.
Todas las compañeras nos reíamos de ser chicas de la llamada vida alegre porque entonces lloraba como nunca. Lloraba porque ahora sí había sido una tonta: abandoné la carrera, perdí mi propio valor como persona, me vendí por unos billetes, era una prostituta, fina, joven, bella, recién operada, transformada de pies a cabeza, bien vestida, sexy, un hembrón, pero prostituta al fin y al cabo, y ése no era mi sueño en la vida, y, aunque comencé a tenerlo todo, sentí que no valía nada porque había tomado el camino fácil.
Aún así, veo muchísimas chicas, recién salidas de sus casas, engañando a sus padres y a sí mismas, intentando hacerse de un futuro en este sendero en vez de estudiar, montar un negocio o casarse, o quizás detenerse porque sé a dónde llegarán.
Acostumbrada a trasnocharme desde el miércoles hasta el lunes, aprendí a beber y a fumar. Y, un día, un señor llamó pidiendo dos chicas. Yo siempre estaba alegre porque me elegían a mí. Pagó una buena cantidad de dinero, además del hotel, y luego expuso la exigencia: escena lésbica. Se dice fácil, pero es terrible hacerlo, si se es heterosexual. Se derrumba un muro que difícilmente vuelve a construirse, y, al edificarse de nuevo, los bloques nunca quedan igual, especialmente en Maracaibo, donde las chicas prepagos también encontramos muchas clientes entre las lesbianas.
¡Cómo da vueltas la vida! Comencé a llamarme Liliana porque ya no era esa joven que llegó a Maracaibo a estudiar, mantenida por sus padres; ahora yo ayudaba a mi familia, mensualmente, y no estudiaba. Y, otro día, un señor pidió un servicio: llegué como siempre y el hombre resultó conocido de mi papá. Aunque estaba delatada, le pedí discreción, por favor; fue uno de los peores hombres con quienes he estado y, a pesar de no decírselo directamente a mi padre, lo comentó entre amigos; se formó la bola de nieve y poco a poco fue rodando hasta llegar el chisme a la casa. Me comporté como una cuaima: ‘Papá, ¿cómo puedes creer eso de mí? Está envidioso porque yo estoy trabajando y su hija, que siempre me tuvo envidia, está más gorda y fea que nunca’. ‘¿Y tu carrera?’, me reclamó. ‘¡Estoy trabajando en una empresa donde no hace falta ningún título universitario. ¿No me ves? ¡Soy una miss!’. Sin embargo, quedó la duda.
Luego, llamaron desde el infierno. Un cliente estaba dispuesto a pagar hasta una suma de tres ceros por una visita conyugal en la cárcel de Sabaneta. ‘No voy’, le dije a Carmela. ‘¿No vas? Muy bien’, respondió. Luego vi todo el horizonte del abismo adonde había caído: por esos días, me llamaron al celular para decirme que mi hermano estaba en el hospital porque le habían dado unos golpes para robarle el carro. ‘Eso y más les pasa a las chicas que no van a Sabaneta’, me dijo Carmela.
Cuando el cliente se obsesionó conmigo, no tuve más remedio que huir de Maracaibo, hacia Falcón y Valencia. Cambié mi imagen mientras me tragó la tierra por un buen tiempo; al menos, hasta que todo se calmase para regresar, y finalmente ha pasado más de año y medio desde entonces. Y estoy vinculada con una organización ‘más sana’, atendiendo solo a hombres más serios y sin exponerme a demasiados peligros.
Y, como socialmente hablando este trabajo no es aceptado, nadie conoce mi vida realmente. Aunque atrayente, estoy sola y, muchas veces creo que también vacía, porque ningún hombre me ha amado de verdad.
Generalmente, tengo que mentir cuando alguien me pregunta con quién estoy saliendo. ‘Con un muchacho del gimnasio’, digo. Pero, a veces, las personas son impertinentes y preguntan: ‘¿Ese señor es tu novio?’. ‘Sí, pero no quiere enseriarse’, respondo. Me siento mentirosa y acobardada, siempre debo estar a la defensiva, aunque deba sonreír y saludar. Las vecinas me ven entrar y salir del apartamento y, evidentemente, murmuran a mis espaldas; los esposos, entre tanto, me miran con deseo. Entonces, también me digo que soy una estúpida porque todos saben quién soy: ‘¡Una chica prepago!’, como dijo una señora respetable y sin pelos en la lengua, durante una reunión de condominio en la que salió a relucir ‘lo buena que está la nueva inquilina’: yo, Liliana, llevada de la mano del dinero a la miseria personal”.
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«Aparte del Espíritu protector ¿está unido un mal Espíritu a cada individuo, con miras a incitarlo al mal y darle ocasión de luchar entre el bien y el mal?
- "Unido" no es la palabra exacta. Bien es verdad que los malos Espíritus tratan de desviar del camino recto al hombre cuando se les presenta la oportunidad: pero si uno de ellos se apega a un individuo, lo hace por determinación propia, porque espera que el hombre le haga caso. Entonces se desarrolla una lucha entre el bueno y el malo, y la victoria corresponderá a aquel cuyo dominio el individuo entregue»
Libro de los Espíritus, cuestión 511.