AMULETO DE AMPLIOS PODERES

Debido a su procedencia celeste, estas piedras del rayo son consideradas como fetiches o talismanes dotados de amplios poderes, cuya fuerza puede extenderse a la protección de la colectividad, no sólo frente a las tormentas, sino también para evitar o curar enfermedades humanas, para proporcionar suerte en determinados momentos de la vida y también como defensa de los animales domésticos.

Así lo expresaba el arqueólogo, historiador y etnógrafo leonés César Morán, en sus Notas folklóricas leonesas:

“La piedra de rayo o el hacha neolítica es remedio para infinidad de males. Frotando con ella se cura la ubre de las vacas; teniendo una en el bolsillo da la buena suerte y preserva de maleficios; no caen centellas en las casas; no rabian los perros. Los pastores llevan una en el zurrón y la conservan como un tesoro. Tratando un arqueólogo de conseguir una de esas hachas para su colección, le contestó el dueño:

– Aunque usted me diera una onza no se la daba.

– Pues ¿tanto la estima usted?

– Verá usted: esta piedra ya perteneció a mi abuelo; vio caer un rayo que mató una yegua; fue allá a los siete años y allí estaba la piedra. Cuando al morir el abuelo se hicieron las partijas, a un lado se puso una vaca tasada en una onza; a otro lado, la piedra. La vaca le tocó a mi tío; la piedra, a mi padre, y tan contento.

– Pues me figuro que más leche habrá dado la vaca que la piedra” (13).

Con todo, su uso más difundido, es como defensa frente a la tormenta, probablemente, en base a un principio de magia homeopática, de modo que lo semejante rechaza lo semejante, y donde exista ya un rayo (la piedra) no puede caer otro, porque sería rechazado. La protección se extiende a las viviendas, las cuadras, los sembrados o las propias personas y por ello, Julián Sanz Martínez, señalaba sobre su uso en León que protegía a la persona que la llevaba y al mismo tiempo preservaba la casa, echándola al fuego o simplemente poniéndola en un lugar visible, por ejemplo en una ventana al lado de la vela bendita del Jueves Santo, ya que de esta manera tendría el poder de repeler los rayos y transformar el granizo de la nube en benéfica e inofensiva lluvia; algo que también recordaba el mencionado César Morán al tratar sobre Costumbres y deportes del concejo de La Lomba (León). Además, los pastores de la tierra llana leonesa la llevaban en sus zurrones, junto con cruces y medallas, a fin de que les librara a ellos y al ganado de los efectos perjudiciales de los rayos (14).

De forma similar, en Galicia, las gentes recogían las hachas de piedra (una forma material del rayo) del interior de los robles y las llevan para las viviendas, a fin de librarlas de las descargas eléctricas (15). En el País Vasco, existía también la costumbre de conjurar las tormentas y proteger las casas y las personas de la caída del rayo, empleando las “aitz–kora”, o hachas pulimentadas, que se conservaban como parte del patrimonio familiar. Por estas tierras también estaba extendida la creencia de partir las tormentas con hachas de metal, las cuales se colocaban delante de las casas y de las chozas de pastores y carboneros, con el filo hacia arriba; una creencia que también está recogida en la localidad leonesa de Montes de Valdueza, donde se colocaba el hacha con el filo mirando al cielo a la puerta de la iglesia o de las casas del pueblo (16).

Como indicábamos antes, la suposición del poder sobrenatural que emana de estos objetos, los convirtió, dentro de la tradición popular, en agentes propicios para la curación de determinadas enfermedades de personas y animales. Así, con respecto a los humanos, la piedra servía, junto con otras también consideradas virtuosas, como remedio para curar las mordeduras de serpientes y otros animales ponzoñosos en Asturias, Galicia y León, mientras que en algunas localidades salmantinas se frotaban con ella las articulaciones para evitar los dolores de reuma (17). En el Bierzo y Galicia existía también la superstición de que la parturienta atara una piedra del rayo a la pierna izquierda para facilitar el parto, mientras que producía el efecto contrario si se ataba en el brazo del mismo lado (18).

En cuanto a la protección de los animales, hemos podido recoger datos en la provincia leonesa que se refieren a su uso sobre los principales animales domésticos, cuya salud constituían una preocupación constante de las gentes, que repercutía en su alimentación y disponibilidad económica. Se empleaba, así, la piedra del rayo para proteger a vacas, ovejas, cerdos y caballos. Los datos más abundantes se refieren a las vacas y están extendidos por otros lugares de España.

De forma general se consideraba que la piedra del rayo era beneficiosa para sanar la ubre de la vaca cuando se endurecía y enfermaba. Como remedio se aplicaba aceite a la zona irritada y se masajeaba la misma con un hacha pulida o bien se mojaba la piedra en leche y se frotaba la ubre, consiguiendo así un masaje beneficioso y desinfectante. Sin duda era la fricción fresca del hacha y la suavidad del líquido con el que se impregnaba los que proporcionaban alivio a la piel y no las virtudes sobrenaturales con que se adornaba al objeto. Por otra parte se consideraba que la piedra debía estar en los establos, ya que de esta manera las vacas que concebían en su presencia sólo parían hembras, que eran mucho más valoradas que los machos (19).

En La Seca, una localidad cercana a la capital leonesa, nos comentaron que se confeccionaba un collar para las vacas y lo ponían cuando tenían “gripe”, una afección que les afectaba a las pezuñas, consiguiendo con ello el remedio para la enfermedad. Según nuestros informantes este collar sólo llevaba “una piedra de la nube” (20). De forma similar, en la Montaña del río Cea, también en León, se empleaba el “collar del rayo” para curar el “mal de los cerdos”, un collar de hachas de piedra que procedía probablemente del castro de la Canalina (21). Asimismo, en Benabarre (Huesca), para prevenir a los ganados del “mal loco” ensartaban tres piedras ovoideas, de hachas o semejantes, en un alambre y lo colgaban en las puertas de los corrales o majadas (22).

En Fresno de la Vega (León) nos informaron de un empleo de la piedra del rayo relacionado con el ganado equino (yeguas, caballos y asnos), que consistía en que cuando se esquilaban las caballerías se dejaban parte de las crines debajo de una piedra del rayo en una hornacina (23). Nuestra informante desconocía su significado y podríamos especular en que la razón de esta práctica se pudiera encontrar en el poder benefactor de la piedra, que podría servir para proteger a los animales o proporcionarles vigor, por cuanto podía pensarse que lo habían perdido al cortarles parte de su pelo. Tampoco debemos pasar por alto la importancia que tiene el pelo dentro de las supersticiones populares, y así, tal y como comentaba Constantino Cabal: “Un pelo de mujer que se eche en agua o uno de vaca o de yegua, al cabo de treinta días se convierte en culebrilla”, la cual está considerada un símbolo del mal (24).

Respecto a las ovejas, en algunos pueblos de la tierra llana leonesa, los pastores llevaban la piedra del rayo, junto con otros amuletos, dentro de sus mochilas, a fin de poder ser aplicada como remedio de algunas enfermedades de los ovinos (25).

Otras propiedades de la piedra del rayo consistían en proporcionar suerte a sus propietarios, por ejemplo en las compras del ganado, o contra los salteadores de caminos, no faltando en algunos lu67 gares de España la creencia de que las hachas neolíticas negras (las llamadas “rayos negros”) dotaban de fortuna a aquellos que las encontraran (26).

Comentemos, para finalizar, que no sólo era la “piedra del rayo” el único amuleto pétreo eficaz que se empleaba para evitar los perjuicios de las tormentas, sino que en varias localidades de la provincia leonesa, al igual que en el resto de España, se recogían nueve o doce piedras en determinados días del año: la noche de Santa Brígida, el Sábado Santo después de los Oficios y el Domingo de Resurrección, mientras repicaban las campanas de la iglesia. Estas piedras se tenían en casa y cuando llegaba la tormenta se lanzaban a lo alto, fuera de las casas, en la creencia de que así alejarían los nubarrones. Por otra parte, en Palacios de Compludo (El Bierzo) para alejar la tormenta se empleaba un collar que contenía una taba especial (27).

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